05 marzo 2021

¿POR QUÉ COMPARTIMOS LAS HISTORIAS A TRAVÉS DE LAS REDES SOCIALES?

Psicología / comunicación
¿POR QUÉ COMPARTIMOS LAS HISTORIAS A TRAVÉS DE LAS REDES SOCIALES?


Las personas comparten historias, noticias e informaciones con los otros. Antes de que existiera Internet este proceso se daba a través de la comunicación cara a cara, pero ahora las redes sociales y el correo electrónico nos permiten compartir las informaciones que nos han resultado interesantes con mayor rapidez. Sin embargo, no todos los contenidos que existen en Internet se comparten por igual y, lo que es aún más importante: ¿qué motiva a las personas a compartir?

Según Jonah Berger, profesor de la Universidad de Pensilvania, las emociones desempeñan un rol esencial en nuestro deseo de compartir las historias. Por ende, aquellas noticias que despierten nuestras emociones y provoquen cierto nivel de excitación (entendido como activación arousal), tendrán muchas más probabilidades de ser compartidas a través de las redes sociales. Así, la simple activación de nuestro sistema nervioso autónomo nos impulsa a la transmisión social.

En una investigación anterior este psicólogo halló que las historias más compartidas del New York Times tenían un aspecto en común: evocaban emociones positivas o en su ausencia, provocaban emociones muy intensas y negativas como la ira. Al contrario, las historias menos compartidas fueron las que evocaban la tristeza.

A partir de estos resultados Berger se preguntó el porqué de este comportamiento selectivo. Para responder a esta pregunta diseñó dos experimentos. En el primero de ellos participaron 93 estudiantes que vieron pequeños videos que generaban cierto nivel de ansiedad o de diversión (emociones con un mayor nivel de activación arousal) y videos que propiciaban la tristeza o pequeñas dosis de alegría (emociones con un menor nivel de activación arousal).

Posteriormente se le presentó un artículo y un video de contenido emocional neutro y se les preguntó si deseaban compartirlo con sus amigos o familiares. Los resultados no dejaron lugar a dudas: quienes experimentaban un mayor nivel de activación arousal (en este caso promovido por el video anterior), mostraban una tendencia mucho más fuerte a compartir el contenido del artículo que habían leído.

En el segundo experimento se involucraron a 40 estudiantes a los cuales se les pidió que trotaran (una tarea diseñada para aumentar el nivel de activación arousal) o que se quedaran tranquilos en su lugar durante el tiempo de un minuto. Posteriormente se les pidió que leyeran un artículo de tono neutral y se les preguntó si desearían enviarlo por correo electrónico a sus amigos. Una vez más, aquellos que se habían sometido a la actividad física para aumentar su nivel de activación, mostraron la tendencia a compartir la información.

Se conoce que las emociones como el miedo, la ira o la diversión están acompañadas por una gran activación arousal que, al parecer, nos compulsaría a compartir información. Para aquellos que no conocen qué es la activación arousal, baste decir que es un estado de activación fisiológica y psicológica que determina el nivel de alerta y vigilia e incide en el desempeño de la persona.

Obviamente, esto no quiere decir que otros factores propios del contenido como la novedad, la calidad o la importancia no incidan en el hecho de que una noticia se propague con más facilidad que otras. Y es que más allá de lo excitados que podamos llegar a sentirnos, la lógica nos dice que compartimos lo que nos resulta interesante.

No obstante, lo que a la mayoría de las personas podría parecerle un pequeño descubrimiento; en el ámbito de la publicidad y la creación de videos y contenidos virales podría tener una enorme repercusión.

Fuente: Berger, J. (2011) Arousal Increases Social Transmission of Information. Psychological Science; 22(7): 891-893.

03 marzo 2021

CUANDO AMES MÁS LA VIDA DE LO QUE AMAS A TUS MIEDOS ALCANZARÁS TU MEJOR VERSIÓN

DESARROLLO PERSONAL     
CUANDO AMES MÁS TU VIDA DE LO QUE AMAS A TUS MIEDOS
ALCANZARÁS TU MEJOR VERSIÓN


Cuenta en su libro “La mujer singular y la ciudad” que tenía grandes metas y deseaba cambiar muchas cosas de sí misma, pero le resultaba más fácil soñar despierta, “deseando que las cosas fueran diferentes para ser diferente ella misma”, que comprometerse con el cambio y ponerse manos a la obra.

En el fondo, lo que la detenía eran sus miedos. Esos miedos atávicos que todos arrastramos y que, aunque no siempre reconocemos, se convierten en un límite que nos impide ser la persona que podríamos y querríamos ser.

Gornik se propuso tomarse en serio la tarea. Y comprendió que para vivir plenamente necesitaba “amar más la vida de lo que amaba a sus miedos”.

El apego a los miedos

Aunque parezca absurdo, no nos apegamos únicamente a las cosas y relaciones que nos hacen sentir bien. También podemos apegarnos a situaciones que nos dañan porque estas contribuyen a mantener un equilibrio que, si bien puede ser precario o incluso insatisfactorio, es el único que conocemos y nos reporta cierta seguridad.

Los miedos nos ayudan a mantenernos en nuestra zona de confort. Son una especie de guardianes. Nos avisan que, si no les prestamos atención, iremos por nuestra cuenta y riesgo. De hecho, muchas veces los escenarios que despliegan esos miedos ante nuestros ojos son tan terribles que terminan convenciéndonos de que estamos mejor bajo su ala.

Entonces nos apegamos a esos temores como si fueran una tabla salvavidas. Quizá nos damos cuenta de que esos miedos no nos permiten avanzar, pero también nos damos cuenta – al menos inconscientemente – de que tampoco tendremos que arriesgarnos demasiado. Así mantenemos un equilibrio mediocre durante gran parte de la vida.

Nuestros miedos, que en un principio debían cumplir solo una función protectora, se convierten en culpas y excusas, barrera y escudo con los que nos mantenemos “a salvo de la vida”, aunque ese mantenerse a salvo implique no vivir plenamente.

El temor más paralizante

Cuando se trata de alcanzar nuestra mejor versión, existe un miedo altamente paralizante: el temor a no estar a la altura. No se trata del miedo al fracaso, sino del miedo a intentarlo, pero quedarnos a un palmo de la meta. Haberlo hecho bien, pero no lo suficiente. Habernos esforzado y darnos cuenta de que no pudimos alcanzar la meta añorada.

Lo que nos asusta no es el “fracaso” en sí, sino lo que ese intento fallido dice de nosotros, el golpe a nuestro ego. Para evitar que ese miedo se materialice, muchas veces preferimos evitar el riesgo, mantenernos en nuestra zona de confort, donde no crecemos, pero al menos nos sentimos a salvo.

Optamos por no comprometemos. Hacemos las cosas necesarias, aquellas imprescindibles, pero no nos entregamos por completo a la consecución de la meta. De esa forma, si se cumplen los peores presagios, tendremos una excusa para proteger a nuestro ego dolorido.

Soltar amarras para ser la mejor versión de ti mismo

La única manera para alcanzar nuestra mejor versión y vivir de manera más plena consiste en superar nuestros miedos. No significa deshacernos de ellos por completo sino seguir adelante a pesar de ellos.

Debemos ser conscientes de que muchos de nuestros temores más profundos y paralizantes se han formado en nuestros primeros años de vida. En aquel momento, tenían una función protectora porque éramos vulnerables, pero ahora es probable que no tengan razón de ser.

Es probable que otros temores que dan forma a nuestro mundo ni siquiera sean fruto de nuestras experiencias directas, sino que los hayamos heredado de nuestros padres u otras figuras de autoridad. Nuestros padres no solo pueden transmitirnos el miedo a volar o a los espacios cerrados sino también miedos mucho más limitantes como el temor al fracaso, a no estar a la altura o al rechazo social.

Superar esos miedos es una decisión consciente que implica apostar por nosotros y comprometernos con nuestro crecimiento para darnos la oportunidad de llegar hasta donde podamos llegar y ser todo lo que podamos ser. Así podremos “volver a ese lugar del espíritu en el que es aceptable hacer el esfuerzo”, como dijera Gornick.