09 abril 2021

COMPASIÓN: LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LOS DEMÁS A LEVANTARSE

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COMPASIÓN: LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LOS DEMÁS A LEVANTARSE

 


Durante siglos la inteligencia estuvo relacionada con la lógica. Se pensaba que ser inteligentes nos garantizaba el éxito en la vida. Sin embargo, en los últimos años han surgido nuevos tipos de inteligencia que son mejores predictores del éxito, la satisfacción y el bienestar que el cociente intelectual. Hoy sabemos que desarrollar la Inteligencia Emocional es más importante que tener un C.I. alto.

Existen diferentes tipos de inteligencias, pero una de las más interesantes es precisamente la más infravalorada, la inteligencia compasiva. Cuando mostramos compasión ocurre un pequeño milagro porque no solo ayudamos al otro sino que nos ayudamos a nosotros mismos. Por eso, nada mejor que aplicar la frase de Dalai Lama: «Si quieres que otros sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz tú, practica la compasión.

La diferencia entre empatía y compasión

La empatía es la capacidad que nos permite ponernos en la piel del otro y llegar a experimentar sus sentimientos y estados emocionales. Se piensa que nuestro cerebro está cableado para la empatía. Gracias a las neuronas espejo podemos experimentar en carne propia lo que sienten los demás, sobre todo cuando se trata de personas cercanas.

Sin embargo, la compasión es un estadio superior porque implica un nivel de compromiso consciente para aliviar el dolor o sufrimiento del otro. De hecho, aunque muchas personas la confunden con la lástima, en realidad es una capacidad muy compleja que sería conveniente desarrollar.

La compasión cuenta con tres componentes fundamentales:

1. Emocional, es una emoción que surge cuando vemos a otra persona sufrir, la cual genera una fuerte reacción en el sistema cerebral vinculado al bienestar.

2. Cognitivo, implica prestarle atención al sufrimiento ajeno, evaluar su intensidad y reflexionar sobre nuestras capacidades para intervenir de manera eficaz.

3. Conductual, implica un compromiso consciente de hacer algo para aliviar el sufrimiento de esa persona. 

Los increíbles beneficios de la compasión

Conectar con los demás de manera significativa nos ayuda a disfrutar de una mejor salud mental y física e incluso nos permite recuperarnos más rápido de una enfermedad.

Al parecer, la clave radica en que la inteligencia compasiva mejora nuestro bienestar psicológico por el simple hecho de que el acto de dar es más placentero que el de recibir. 

Un estudio realizado en los Institutos Nacionales de Salud mostró que los «centros de placer» en el cerebro; es decir, las partes que se activan cuando experimentamos placer, responden tanto cuando recibimos dinero como cuando lo donamos a la caridad.

En otro experimento realizado en la Universidad de Columbia Británica, a los participantes les dieron una suma de dinero. La mitad de ellos recibieron instrucciones para que gastaran el dinero en ellos mismos, a la otra mitad les dijeron que lo gastaran en otros. Al final, quienes habían gastado dinero en los demás reportaron sentirse mucho más felices que quienes habían gastado dinero en sí mismos.

Otra razón por la cual la compasión es tan beneficiosa es porque crea un estado de bienestar positivo, una felicidad serena que tiene enormes repercusiones a nivel físico. 

De hecho, una investigación realizada en la Universidad de California desveló que los niveles de inflamación celular de las personas que practicaban la compasión y se catalogaban como “muy felices” eran muy bajos. La inflamación es un precursor de numerosas enfermedades, entre ellas el cáncer y las patologías neurodegenerativas. 

Sin embargo, lo curioso de este estudio fue que las personas que se calificaron como “muy felices” simplemente porque tenían una “buena vida”, lo cual se relaciona con la felicidad hedonista, presentaban niveles de inflamación más alto.

Esto nos indica que no es meramente la felicidad, sino lo que se conoce como eudemonía, una palabra que proviene del griego y que se traduce erróneamente como felicidad pero que en realidad significa plenitud de ser. Los investigadores descubrieron que las personas con niveles más bajos de inflamación eran aquellas que tenían un sentido de la vida, en la cual la compasión tenía un papel importante.

La compasión se puede aprender

Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, se ha dedicado a analizar los efectos de la compasión a nivel cerebral. Después de un viaje a la India, donde practicó la meditación, Davidson conoció a Dalai Lama, quien le propuso que estudiara la amabilidad, la ternura y la compasión.

En uno de sus experimentos, entrenó a los participantes en lo que se conoce como meditación compasiva, una antigua técnica del budismo para fomentar los sentimientos de cuidado hacia las personas que están sufriendo. En la meditación, los participantes visualizaban un momento en que alguien había sufrido y luego deseaban aliviar su sufrimiento. 

Los participantes practicaron con diferentes tipos de personas, empezando por un ser querido, alguien por quien podían sentir compasión fácilmente. Luego siguieron consigo mismos y más tarde con un extraño. Por último, practicaron la compasión hacia alguien con quien tenían un conflicto activo, una “persona difícil”, como un compañero de trabajo problemático.

A otro grupo de personas les enseñó la técnica de reestructuración cognitiva, según la cual debían aprender a replantearse sus pensamientos para ser menos negativos.

El experimento duró tan solo dos semanas, un período de tiempo relativamente corto cuando se trata de cambiar los sentimientos y apreciar cambios a nivel cerebral. 

Entonces Dadvidson puso a prueba la compasión de los participantes pidiéndoles que participaran en un juego altruista. Los participantes vieron que una de las personas del juego solo le había dado a la víctima 1 dólar, de los 10 que tenían a su disposición. Luego les tocó decidir cuánto querían aportar de su propio dinero.

Las personas que habían sido entrenadas en la meditación compasiva eran más propensas a compartir su dinero para ayudar a las víctimas mientras que quienes utilizaron la reestructuración cognitiva mostraron menos compasión.

Sin embargo, lo más interesante fue que durante el experimento se evaluaron los cambios a nivel cerebral. Las imágenes no dejaron lugar a dudas: quienes practicaron la meditación compasiva mostraron un incremento en la actividad de la corteza parietal inferior, una región involucrada en la empatía y la comprensión de otros. También se apreció un aumento de la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral y el núcleo accumbens, dos zonas del cerebro involucradas en la regulación emocional y las emociones positivas.

Esto significa que la compasión es una capacidad que se puede desarrollar.

Un ejercicio para desarrollar la compasión

Para desarrollar la compasión, podemos ir tomando conciencia de lo que han hecho los otros por nosotros, o lo que nosotros mismos hemos hecho por los demás. Es importante intentar recrear las emociones y sentimientos que hemos experimentado en ambos casos.

También puedes practicar este ejercicio de meditación compasiva:

1. Céntrate en el presente y haz conscientes tus emociones, sensaciones, sentimientos y pensamientos.

2. Piensa en alguien a quien quieres y que esté sufriendo. Piensa en las diferentes manifestaciones de ese sufrimiento, las hayas observado directamente o no. Recuerda que el sufrimiento no siempre se manifiesta de la misma manera y a veces la persona puede intentar esconderlo, como en el caso de la depresión sonriente. Por eso la atención activa desempeña un rol tan importante en el desarrollo de la compasión.

3. Piensa en cómo podrías ayudar a esa persona a superar su sufrimiento. Deséalo con fuerza. Es probable que tu cuerpo reaccione ante esa movilización mental. Mantén ese pensamiento durante un rato y fíjate en tus sensaciones. 

4. Piensa en tu propio sufrimiento y traspasa ese deseo de ayudar y mejorar a los otros a ti mismo. Este paso te ayudará a fomentar la autocompasión, de manera que desarrollarás una mejor relación contigo mismo.

Puedes repetir este ejercicio primero con un desconocido y luego con alguien que no te caiga bien, en cuyo caso el ejercicio resultará muy liberador ya que también te ayudará a liberarte del odio y el rencor. 

Y recuerda esta frase del Premio Novel de la Paz Albert Schweitzer: «Mientras el círculo de la compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará la paz por sí mismo«.



Fuente:Davidson, R. et. Al. (2013) Compassion Training Alters Altruism and Neural Responses to Suffering. Psychological Science; 24(7): 1171–1180.

Diferencia entre compasión y lástima algo que todo el mundo debe entender

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Diferencia entre compasión y lástima algo que todo el mundo debe entender

 


Muchas personas piensan que compasión y lástima es lo mismo. No es así. Las separa un mundo. Además, sus efectos sobre las personas que las experimentan o que son objeto de esa lástima o compasión son totalmente diferentes.

Podemos sentir lástima por quien está peor que nosotros, por esa persona que no ha tenido tanta suerte, por quien no ha logrado cumplir sus sueños y ha sido apaleado sin contemplaciones por la vida. Y si nos identificamos con ese cuadro, incluso podemos llegar a sentir lástima por nosotros mismos. Sin embargo, la lástima es un callejón sin salida mientras que la compasión es una ventana abierta a la esperanza.

Las raíces de la lástima

Aristóteles creía que la lástima era una emoción. De hecho, nos duele ver que otra persona lo pasa mal. De cierta forma, empatizamos con su dolor. Sentimos pena y tristeza. A veces también rabia. Sin embargo, pocas veces hacemos algo.

Y es que la lástima también está vinculada a la inactividad. Nos lleva a ver ese dolor ajeno desde una distancia psicológica que muchas veces nos hace sentir en un escalón superior, como si de cierta forma estuviéramos a salvo de la desgracia ajena.

Cuando sentimos lástima, nos ubicamos por encima de esa persona, ya sea infantilizándola o convirtiéndola en una pobre víctima. Creemos que no puede hacer nada por sí sola para salir de ese estado lamentable y que necesita de un “salvador”.

De hecho, la lástima puede llevarnos a perpetuar el sufrimiento ajeno y el propio. Si sentimos pena por una persona, es posible que no seamos completamente honestos con ella y, aunque nos demos cuenta de su problema, no lo saquemos a colación porque pensamos que no podrá soportarlo.

Por lástima, muchas personas también mantienen relaciones que han dejado de ser satisfactorias y desarrolladoras, sin darse cuenta de que la compañía por pena no mitiga la soledad, sino que acrecienta el vacío interior. Por lástima, no señalamos los errores a los demás y cerramos los ojos ante sus desaciertos, lastrando así sus posibilidades de crecimiento.

Por tanto, la lástima también termina siendo agotadora para quien la experimenta. Drena su energía mientras le ata de pies y manos para impedirle ayudar a la otra persona a solucionar el problema. Así la lástima suele terminar generando una víctima cada vez más impotente y un salvador sufriente.

La vía de la compasión

La lástima tiene sus raíces en el miedo y en una sensación de arrogancia y condescendencia, a veces incluso en una complacida sensación de ‘me alegro de no ser yo’”, como explicó Sogyal Rimpoché. En cambio, “desarrollar la compasión implica reconocer que todos somos iguales y que sufrimos de manera semejante, es respetar a los que sufren y saber que uno no es distinto de nadie ni superior. Cuando logramos desarrollar esa actitud, nuestra primera reacción ante la persona que sufre no es de simple lástima, sino de una profunda compasión”.

Mientras que la lástima nos mantiene alejados de la persona que sufre, la compasión nos acerca. No es casual que en la iconografía tibetana Avalokiteshvara, el buda de la compasión se suela representar con un millar de ojos que ven el dolor en todos los rincones del universo, pero también con un millar de brazos para ayudar a todos los que lo necesiten.

La compasión hace más humano a quien la ofrece y a quien la recibe. Nos hace sentir cerca de esa persona porque nos reconocemos en ella, nos damos cuenta de que podríamos estar perfectamente en su lugar. Y nos motiva a actuar para, en la medida de lo posible, aliviar su sufrimiento. La compasión es más noble, grandiosa y proactiva que la lástima. De hecho, “la compasión no es auténtica si no es activa”, como apuntara Sogyal Rimpoché.

Cuando sentimos compasión, no juzgamos. No nos colocamos en un escalón superior ni pretendemos decidir qué está bien o mal. Simplemente nos ponemos en el lugar de la otra persona y le brindamos nuestro apoyo. La compasión no implica ver a los demás como víctimas sino como entes activos de su destino. No necesitamos convertirnos en sus salvadores sino tan solo ayudarles a salir de esa situación.

Curiosamente, la compasión es una vía de doble sentido porque mientras ayudamos al otro, nos ayudamos a nosotros mismos. Ese acercamiento genuino de las almas genera un estado de bienestar, agradecimiento y felicidad. Como escribiera el poeta estadounidense Stephen Levine: “cuando tu miedo toca el dolor del otro, se convierte en lástima. Cuando tu amor toca el dolor del otro se convierte en compasión”. Esa es realmente la gran diferencia entre compasión y lástima