22 junio 2021

SEGÚN LA CIENCIA LA MEDIANA EDAD ES LA ETAPA MÁS ESTRESANTE DE LAVIDA.

 

SEGÚN LA CIENCIA LA MEDIANA EDAD ES LA ETAPA MÁS ESTRESANTE DE LAVIDA.


A lo largo de la vida atravesamos diferentes circunstancias que generan estrés. Sin embargo, existen ciclos vitales que pueden ser particularmente complejos si no contamos con las herramientas psicológicas necesarias para afrontar los desafíos que encierran.

Un equipo de psicólogos de la Universidad Estatal de Pensilvania echó la vista atrás remontándose hasta 1990 para evaluar el nivel de estrés de diferentes generaciones a lo largo del tiempo. Comprobaron que, efectivamente, el nivel de estrés moderno es mayor que hace tres décadas, pero nos golpea con mayor intensidad en una etapa específica de la vida.

¿Cuál es la etapa más estresante de la vida?

Estos investigadores analizaron a más de 2.000 adultos que nacieron en épocas diferentes para comprender cómo había ido evolucionando su nivel de estrés a lo largo de los años. Analizaron tanto la frecuencia con la que esas personas experimentaban estrés como el significado personal que le conferían a los factores estresantes.

Descubrieron que, como media, los participantes informaron aproximadamente un 2% más de factores estresantes en la última década, en comparación con el pasado, lo cual se traduce en una semana adicional de estrés al año.

Sin embargo, el dato más interesante que emergió de este estudio fue que las personas de mediana edad fueron las que informaron niveles de estrés más elevados, exactamente, un 19% más en comparación con 1990. Eso se traduce en 64 días más de estrés al año que cuando eran más jóvenes.

¿Por qué nos estresamos más en la mediana edad?

Muchas de las personas que participaron en el estudio tenían la sensación de que en los últimos tiempos la vida se había vuelto más caótica e incierta y menos segura. Eso les generaba más preocupaciones y ansiedad. De hecho, también se preocupaban más porque el estrés pudiese afectar su economía y planes futuros.

Básicamente, la incertidumbre económica planeaba sobre las vidas de las personas de entre 45 y 64 años, generándoles tensión y preocupaciones, mucho más que a los adultos jóvenes. Es probable que esto se deba a que las personas de más de 50 años se enfrentan a un mercado laboral incierto que los va excluyendo poco a poco pero, a la misma vez, cargan sobre sus hombros muchas más responsabilidades que cuando eran jóvenes.

Cuando entramos en la mediana edad solemos ser responsables de muchas personas, lo cual puede convertirse en un peso difícil de sobrellevar. A menudo seguimos siendo responsables de los hijos, que aún no se han independizado por completo, pero también es probable que tengamos que ayudar a unos padres ancianos y quizá hasta podríamos ser responsables de cierto número de empleados en el trabajo.

Ese nivel de responsabilidad puede suponer un nivel de estrés mayor que en otras décadas, sobre todo cuando percibimos que vivimos en un mundo más impredecible y tenemos pocas redes de apoyo a las cuales recurrir. Por eso, la mediana edad podría ser la etapa más estresante de la vida. Y no es precisamente el tipo de estrés «positivo» sino un distrés que puede terminar pasando factura a nuestra salud, sobre todo cuando se mantiene durante tantos años.

Fuente:

Almeida, D. M. et. Al. (2020) Charting adult development through (historically changing) daily stress processes. American Psychologist; 75(4): 511–524.

APRENDE A AFRONTAR LOS MOMENTOS DE ANSIEDAD

PSICOLOGÍA/ANSIEDAD

APRENDE A AFRONTAR LOS MOMENTOS DE ANSIEDAD


La vida está llena de buenos momentos, pero inevitablemente también están los malos De esta forma vivimos el devenir de la vida Debemos de asumir como parte del ciclo de la vida las circunstancias difíciles, una vez asumido esto podemos empezar a pensar en cómo afrontarlos, pero el comprender esto nos pone en una actitud de salida ya muy diferente.

 

En todo caso tenemos que aprender a diferenciar entre los momentos de dificultad que llegan sin nuestra intervención, como por ejemplo una grave enfermedad o los momentos de dificultad que llegan como consecuencia de nuestras propias decisiones.

El problema en la mayoría de los seres humanos es que la negatividad tanto de los pensamientos como de los sentimientos es la respuesta que normalmente damos ante estas circunstancias y es precisamente la peor de las respuestas posibles para saber afrontarlas.

Al final acabamos siendo un obstáculo y un problema más en vez de ser personas capaces de ir resolviendo con tranquilidad cada uno de los problemas que se nos van apareciendo.

Tengamos en cuenta que ante los eventos que no podemos cambiar y que son de carácter desagradable lo único que podemos cambiar es la forma en la que reaccionamos y esto nos convertirá en personas felices o infelices, en personas ejemplares o detestables, en personas que dejarán un legado positivo o que no dejarán huella en su sociedad.

Lo importante es darnos cuenta que estamos continuamente reaccionando de forma automática como si fuéramos robots. Tenemos que aprender a tener un mínimo control sobre nosotros mismos a nivel emocional y mental para aprender a abordar todo lo que nos venga y así conseguir el objetivo de ser personas felices. La felicidad no está en estar rodeado de circunstancias agradables sino en saber reaccionar correctamente, positivamente a todo lo que se nos vaya presentando.

Te voy a dar algunas claves para que las vallas practicando cada vez que estés ante estas situaciones que se nos escapan de las manos.

Aprende a respirar pausadamente ya que este tipo de respiración está demostrado que nos calma, nos serena y nos pone en un estado adecuado para poder afrontar situaciones de estrés y ansiedad.

Observa bien cómo te sientes en esos momentos ya que un primer paso muy importante es llegar a entender nuestros procesos psicológicos y emocionales completamente negativos y entender que en ese estado es imposible tomar decisiones correctas, es más, ni siquiera se pueden tomar decisiones.

No busques culpables, eso es solo una forma de expresar nuestra frustración hacia otros. Lo mejor es buscar nuestra responsabilidad exclusivamente y sin llegar a los sentimientos de culpabilidad en el caso de tener responsabilidades

Piensa objetivamente que es lo que realmente puedes llegar a controlar y del evento que te está estresando y ocúpate de ello. Deja de preocuparte de lo que no puedes controlar y acéptalo.

Céntrate en las soluciones y busca que es lo más importante que puedes realizar a partir de este momento y ponte manos a la obra.

Aprender a ver que todo es pasajero y que igual que aquello que te preocupaba tanto hace años ahora no tiene ninguna importancia, lo mismo va a pasar ahora.

20 junio 2021

el papel Que juega el ego en nuestra personalidad según Freud

el papel Que juega el ego en nuestra personalidad según Freud

 


El ego es una identidad de nuestra propia construcción y, como tal, una identidad que carece de realidad más allá del presente.
 Si tomamos todas las creencias de lo que somos, las creencias acerca de nuestra personalidad, nuestros talentos y habilidades, tenemos la estructura de nuestro ego.

Estos talentos, habilidades y aspectos de nuestra personalidad serán atributos de nuestros conocimientos, pero la construcción mental de nuestro “yo” es artificial. Aunque esta descripción podría hacer pensar que el ego es algo estático, realmente no lo es. De hecho, es una parte activa y dinámica de nuestra personalidad que juega un papel fundamental en la creación de un inmenso drama emocional en nuestras vidas.

Cuando tenemos meta pensamientos (pensamientos sobre nosotros mismos) estamos construyendo una imagen de nosotros. Se trata de pensamientos declarativos sobre nuestra identidad que nosotros mentalmente percibimos y que integramos como parte de la estructura de nuestro ego. Cuando esta imagen que nos formamos de nosotros mismos, especialmente en la

“El ego no es lo que realmente somos. El ego es nuestra autoimagen, nuestra máscara social. Es el papel que estamos desempeñando. A la máscara social le gusta la aprobación; Quiere controlar, y se apoya en el poder porque vive en el temor”.

-Deepak Chopra-

según de Freud El ego en la teoría de la personalidad

El ego es un concepto que Freud incluyó en su teoría del psiconálisis, junto con otros dos conceptos. Para Freud, el aparato psíquico estaba formado por tres grandes rasgos: el ello (ID), el yo (ego) y el superyó (superego).  

 

Según Freud, el ego es la parte de la personalidad que media en las demandas del ello (expresión psíquica de nuestras pulsiones y deseos), el superego y la realidad. En este sentido, no solo nos impide actuar según nuestros impulsos básicos (creados por el ello), sino que también trabaja para conseguir un equilibrio con nuestros estándares morales e idealistas (creado por el superego).

El ego funciona basado en el principio de la realidad, es decir, para satisfacer los deseos del ello de una manera que sea realista y socialmente apropiada. Por ejemplo, si una persona te empuja cuando caminas por la acera, te impide darte la vuelta para devolverle el empujón o gritarle recriminando su actitud. Te permite ver que esa respuesta sería socialmente inaceptable y además te recuerda que hay otros medios más adecuados para lidiar con nuestra frustración.

“El ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”

La relación entre el ego y nuestros deseos

En su libro Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933), para Freud el caballo representa el ello, una fuerza poderosa que ofrece la energía para propulsar el movimiento hacia adelante. El jinete representa el ego, la fuerza que guía y que dirige la energía del ello hacia una meta. Freud señaló, sin embargo, que esta relación no siempre funciona según lo previsto.

 

En situaciones menos ideales, un jinete puede encontrarse a sí mismo dejándose llevar por el capricho del caballos. Al igual que ocurre con el caballo y el jinete, los impulsos primarios del ello pueden ser a veces demasiado poderosos para que el ego puedan mantenerlo bajo control.

En 1936 Anna Freud (“El yo y los mecanismos de defensa”) sostuvo que todas las defensas del ego contra el ello se debe llevar a cabo entre bastidores. Estas medidas contra el ello es conocidas como los mecanismos de defensa y son llevadas a cabo de forma “más o menos” silenciosa por el ego.

Mientras que no podemos observar las defensas en acción, Anna Freud sugirió que su comportamiento sí se podía analizar de manera retrospectiva. La represión es un ejemplo de ello. Cuando algo es reprimido, el ego no es consciente de la información que se ha excluido. Solo más tarde, cuando se convierte en obvio que alguna parte de la información o un recuerdo se ha ido, es cuando las huellas de las acciones del yo se hacen evidentes.


El Ego,
 El Ego, en latín, significa ‘yo’. En psicología y filosofía, ego se ha adoptado para designar la conciencia del individuo, entendida ésta como su capacidad para percibir la realidad.

Por otro lado, en el vocabulario coloquial, “ego” puede designar el exceso de valoración que alguien tiene de sí mismo. Como tal, es sinónimo de inmodestia, arrogancia, presunción o soberbia. Por ejemplo: “Tiene un ego tan grande que no le permite ver la realidad”.

El ego es, para la psicología, la instancia psíquica a través de la cual el individuo se reconoce como yo y es consciente de su propia identidad. El ego, por lo tanto, es el punto de referencia de los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior.

El ego es un substrato esencial en la metodología del psicoanálisis, de donde deriva su popularidad y aplicación actual, aun en el campo de la neurociencia.

Das Ich, para Freud, significara literalmente, "el Yo". Para entenderlo mejor, en su síntesis psicoanalítica, el ego constituye la parte de la mente que contiene la conciencia o autoconocimiento. Lo que más tarde, en escritos avanzados, se conceptualizaría como un conjunto de funciones psíquicas que involucraban juicio, tolerancia, la evaluación de la realidad, auto-control, previsión, planeamiento, defensas inconscientes, síntesis de información, función intelectual y memorias.

Inevitablemente, para comprender éstos conceptos, tenemos que buscar explicaciones en elementos aplicados a nuestros entendimientos de la empatía, como ya hiciéramos en escritos anteriores.

En el mundo actual, nos referimos al ego cuando una persona manifiesta una mezcla de exceso de mirada puesta en sí misma exclusivamente, pérdida del reconocimiento y noción del otro, soberbia y actitudes deterministas que perjudican las relaciones y convierten a la convivencia en cualquier ámbito, prácticamente una misión imposible. Esto obedece a que la persona tiene dificultad para conectarse con los demás, partiendo de la base de que siempre tiene razón, y que todos los demás son los equivocados.

La causa más frecuente de la timidez es una opinión excesiva de nuestra propia importancia”, Séneca. [DTS1] 


 [DTS1]

17 junio 2021

LOS PASOS PARA ALIVIAR LA ANSIEDAD POR CORONAVIRUS

LOS PASOS PARA ALIVIAR LA ANSIEDAD POR CORONAVIRUS

 


1. Legitimar el miedo

Los mensajes tranquilizadores – como “no tengas miedo” – no surten efecto e incluso pueden ser dañinos o contraproducentes. Este tipo de mensajes crean una fuerte disonancia cognitiva entre lo que estamos viendo y viviendo y la «orden» de conjurar el miedo. Nuestro cerebro no se deja engañar tan fácilmente y decide autónomamente mantener el estado de alarma interior.

De hecho, en las primeras fases de la epidemia, esconder la realidad, intentar maquillarla o restarle importancia es extremadamente negativo porque impide que las personas se preparen psicológicamente para lo que vendrá, cuando aún tienen tiempo para ello. En su lugar, es mejor decir: “Entiendo que tengas miedo. Es normal. Todos lo tenemos. Lo superaremos juntos”. Debemos recordar que el miedo no se esconde, se enfrenta.

2. Evitar desinformaciones alarmistas

Cuando sentimos que estamos en peligro, es normal que busquemos todas las pistas posibles en nuestro entorno para valorar si el nivel de riesgo ha aumentado o disminuido. Sin embargo, es importante que elijamos inteligentemente las fuentes de información que consultamos, de manera que no alimenten una ansiedad desmedida.

Este es un buen momento para dejar de ver programas sensacionalistas o leer información de procedencia dudosa que solo genera más miedo y ansiedad, como muchos de los mensajes que se comparten por Whatsapp. No hay necesidad de estar buscando de manera obsesiva información minuto a minuto. Hay que mantenerse informados, pero con datos y fuentes fiables. Y contrasta siempre toda información. No te fíes de lo primero que leas.

3. Distraerse para ahuyentar las nubes negras del pesimismo

La vida continua, aunque sea entre las cuatro paredes de casa. Para luchar contra los efectos secundarios de la cuarentena y la ansiedad por el coronavirus es importante distraerse. Esta es una oportunidad para hacer esas cosas que siempre aplazamos por la falta de tiempo. Leer un buen libro, escuchar música, pasar tiempo con la familia más cercana, dedicarnos a un pasatiempo… Se trata de distraer la mente de la obsesión por el coronavirus.

Seguir una rutina, en la medida de lo posible, también nos ayudará a sentir que tenemos cierto grado de control. Los hábitos dan orden a nuestro mundo y nos reportan una sensación de tranquilidad. Si tus rutinas cotidianas se han visto trastocadas por la cuarentena, establece rutinas nuevas agradables que te hagan sentir bien.

4. Detener los pensamientos catastrofistas

Imaginar los peores escenarios posibles y pensar que el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina no ayuda a aliviar la ansiedad por el coronavirus. Luchar contra esos pensamientos catastrofistas para expulsarlos de nuestra mente a la fuerza tampoco, porque genera un efecto rebote.

La clave consiste en aplicar la aceptación radical. Eso significa que, llegados a cierto punto, necesitamos dejar que las cosas fluyan. Una vez que hayamos tomado todas las medidas de precaución posibles, debemos confiar en el curso de la vida, siendo conscientes de que hemos hecho todo lo que está al alcance de nuestra mano. Si no nos aferramos a esos pensamientos y emociones negativas, terminarán yéndose como vinieron. En estos casos, adoptar una actitud mindfulness será de gran ayuda.

5. Centrarnos en lo que podemos hacer por los demás

Gran parte de la ansiedad por el coronavirus se debe a que sentimos que hemos perdido el control. Si bien es cierto que existen muchos factores sobre los cuales no podemos influir, otros se encuentran en nuestras manos. Por tanto, podemos preguntarnos qué podemos hacer y cómo podemos ser útiles.

Ayudar a personas vulnerables o brindar apoyo, aunque sea desde la distancia, puede conferir a esta situación que estamos viviendo un significado más allá de nosotros que nos ayude a lidiar mejor con el miedo y la ansiedad.

Y sobre todo, no olvidemos que “una situación externa excepcionalmente difícil da al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo”, según Viktor Frankl. No podemos elegir las circunstancias que nos han tocado vivir, pero podemos elegir cómo reaccionar y qué actitud mantener. La manera en que afrontemos estos, como personas y como sociedad, puede hacernos más fuertes de cara al futuro.

Fuentes: Taha, S. et. Al. (2013) Intolerance of uncertainty, appraisals, coping, and anxiety: the case of the 2009 H1N1 pandemic. Br J Health Psychol; 19(3): 592-605.

11 junio 2021

LO QUÉ NOS ENSEÑA EL BUDISMO SOBRE LA LEY DEL DESAPEGO

pPicología /desarrollo personal 
LO QUÉ NOS ENSEÑA EL BUDISMO SOBRE LA LEY DEL DESAPEGO




Un turista americano fue a El Cairo, con el único objetivo de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuarto muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.

– ¿Dónde están sus muebles? – preguntó el turista. 

Y el sabio también preguntó: – ¿Y dónde están los suyos? 

– ¿Los míos? – se sorprendió el turista -¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso! 

– Yo también… – concluyó el sabio.

Esta fábula representa a la perfección uno de los pilares del budismo, filosofía de la cual ha bebido en los últimos tiempos la Psicología: el desapego, que se convierte en una de las principales vías para alcanzar la tranquilidad espiritual, el bienestar y la felicidad. No obstante, también es uno de los mandamientos más difíciles de seguir.

El apego es una expresión de inseguridad

La ley del desapego nos indica que debemos renunciar a nuestro apego a las cosas, lo cual no significa que renunciemos a nuestras metas, no renunciamos a la intención sino más bien al interés por el resultado. A primera vista, puede parecer una nimiedad o un cambio insustancial, pero en realidad, se trata de una transformación colosal en nuestra forma de comprender el mundo y en nuestra manera de vivir.

De hecho, en el mismo momento en que renunciamos al interés por el resultado, nos desligamos del deseo, que a menudo confundimos con la necesidad y que nos conduce a perseguir metas que realmente no nos satisfacen. En ese momento, adoptamos una actitud más relajada y, a pesar de que puede parecer un contrasentido, nos resulta más fácil conseguir lo que deseamos. Esto se debe a que el desapego sienta sus bases en la confianza en nuestras potencialidades, mientras que el apego se basa en el miedo a la pérdida y la inseguridad.

Cuando nos sentimos inseguros, nos apegamos a las cosas, a las relaciones o a las personas. Sin embargo, lo curioso es que mientras más desarrollamos ese apego, más se acrecienta nuestro miedo a la pérdida. Ese miedo no solo afecta nuestra estabilidad emocional, sino que también nos puede llevar a crear patrones de comportamiento disfuncionales.

Por ejemplo, podemos desarrollar un apego enfermizo a las cosas, como las personas que no pueden vivir sin su smartphone e incluso sufren alucinaciones auditivas provocadas por el hábito de estar siempre pendientes de la próxima llamada o mensaje. Por supuesto, también podemos caer en patrones relacionales dañinos, que ahoguen a la persona que amamos y terminen dañando profundamente la relación o incluso rompiéndola.

Sin embargo, el desapego predica otra forma de relacionarse, implica no depender de lo que tenemos o de esa persona con la cual hemos establecido vínculos afectivos. Es importante comprender que el desapego no significa no amar, sino ser autónomos, liberarnos del miedo a la pérdida para comenzar a disfrutar realmente de lo que tenemos o de la persona que amamos. El desapego no significa dejar de disfrutar y experimentar placer sino todo lo contrario, comenzar a vivir de forma más plena, porque nuestras experiencias dejan de estar ensombrecidas por el temor a la pérdida.

La incertidumbre como camino

El apego es el producto de una conciencia de pobreza, que se centra en los símbolos. De hecho, para el budismo, la vivienda, la ropa, los coches y los objetos en sentido general, son símbolos transitorios, que vienen y van. Perseguir esos símbolos equivale a esforzarse por atesorar el mapa, pero no implica disfrutar del territorio. Por eso, terminamos sintiéndonos vacíos por dentro. En práctica, cambiamos nuestro “yo” por los símbolos de ese “yo”.

¿Por qué perseguimos esos símbolos? Básicamente, porque nos han hecho pensar que en las posesiones materiales radica la seguridad. Pensamos que al tener una casa y ganar mucho dinero, nos sentiremos seguros. De hecho, hay quienes piensan: “Me sentiré seguro cuando tenga X cantidad de dinero. Entonces seré libre económicamente y podré hacer lo que me gusta”. Sin embargo, lo curioso es que en muchos casos, mientras más dinero se posee, más inseguras se sienten las personas.

El problema radica en que identificar la seguridad con las posesiones no es más que una señal de inseguridad y, obviamente, la tranquilidad que pueden brindar es efímera. Quienes buscan la seguridad, la persiguen durante toda su vida, sin llegar a encontrarla.

Esto se debe a que buscar la seguridad y la certeza no es más que un apego a lo conocido, un apego al pasado. Lo conocido es simplemente una prisión construida a partir del condicionamiento anterior. No prevé la evolución, y cuando no hay cambios, simplemente aparece el caos, el estancamiento y la decadencia.

Al contrario, es necesario afianzarse en la incertidumbre. Esta es terreno fértil para la creatividad y la libertad ya que implica penetrar en lo desconocido, un gran abanico de posibilidades donde todo es nuevo. Sin la incertidumbre, la vida es tan solo una repetición de los recuerdos, de las experiencias que ya hemos vivido. Por tanto, nos atamos emocionalmente al pasado, convirtiéndonos en sus rehenes.

Cuando renunciamos al apego a lo conocido, podemos adentrarnos en lo desconocido, abrazar la incertidumbre y abrirnos a nuevas experiencias que alimentan nuestras ganas de vivir y nos convierten en personas más felices.

Los problemas como oportunidades

La ley del desapego no nos indica que no debemos tener metas. Cuando abrazamos el desapego no nos convertimos en hojas movidas por el viento. De hecho, en el budismo las metas son importantes para marcar la dirección en la que caminaremos. Sin embargo, lo interesante es que entre el punto A y el punto B, existe incertidumbre, lo cual significa un universo prácticamente infinito de posibilidades. Así, para alcanzar nuestro objetivo, podemos seguir diferentes caminos y cambiar la dirección cuando lo deseemos.

Esta manera de comprender la vida nos reporta otra ventaja: no forzar las soluciones a los problemas y mantenernos atentos a las oportunidades. Cuando ponemos en práctica el verdadero desapego, no nos sentimos obligados a forzar las soluciones de los problemas, sino que somos pacientes y esperamos y, mientras lo hacemos, encontramos las oportunidades.

De hecho, según el budismo, cada problema encierra una oportunidad que conlleva a su vez algún beneficio. Lo que sucede es que, con la mentalidad del apego, nos asustamos e intentamos forzar la solución, de manera que la mayoría de las veces solo nos centramos en la parte negativa del problema y desaprovechamos la oportunidad que esta encierra.

Sin embargo, cuando creemos que cada problema contiene la semilla de la oportunidad, nos abrimos a una gama mucho más amplia de oportunidades. De esta forma, no solo sufriremos mucho menos en la adversidad, sino que encontraremos más rápido la solución y esta nos permitirá crecer como personas.

Recuerda que: “Todas las cosas a las que te apegas, y sin las que estás convencido que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustia. Lo que te hace feliz no es la situación que te rodea, sino los pensamientos que hay en tu mente…

Como colofón, os invito a leer estas frases budistas, una sabiduría ancestral que puedes poner en práctica para mejorar tu día a día y lograr un estado de plenitud.

08 junio 2021

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE AFERRARSE A ALGO: NO ES A LO QUE TE AFERRAS SINO POR QUÉ TE AGARRAS

psicología /desarrollo personal 
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE AFERRARSE A ALGO: NO ES A LO QUE TE AFERRAS SINO POR QUÉ TE AGARRAS



Aferrarse a algo es una conducta tan habitual como respirar. Solemos aferrarnos a las personas que queremos y desempeñan un papel importante en nuestras vidas. También nos aferramos a nuestras posesiones más valiosas. A los recuerdos dolorosos del pasado. A nuestros roles sociales o a determinadas características que creemos nos definen. A patrones de pensamiento negativos que hemos ido desarrollando a lo largo del tiempo. A esperanzas y expectativas irreales. A los malos hábitos y a las emociones negativas que nos hacen sufrir innecesariamente.

Sin embargo, ese apego excesivo es el origen del sufrimiento, según la filosofía budista. “La mayoría de nuestros problemas se deben a nuestro apasionado deseo y al apego a cosas que malinterpretamos como entidades perdurables”, apuntó Dalai Lama. Por eso, comprender por qué nos aferramos y aprender a dejar ir esos apegos es fundamental para alcanzar el equilibrio mental y la felicidad.

La definición de aferrarse que invita a la reflexión

Para comprender el significado de aferrarse debemos remontarnos a su raíz etimológica. Esta palabra proviene del latín ferrare, que significa herrar, pero también guarnecer con hierro o sujetar con grilletes. Por tanto, la definición original de aferrarse hacía referencia a retener algo, probablemente contra su voluntad o recurriendo a la fuerza.

Desde el punto de vista psicológico, aferrarse implica desarrollar un apego excesivo y obsesivo hacia algo o alguien, de manera que perdemos por completo la perspectiva y la objetividad. De hecho, ese apego termina generando una postura obstinada y una visión limitada que nos conduce a comportamientos desadaptativos.

¿Por qué nos aferramos a algo o alguien?

Más allá de las cosas, las personas o las metas a las que nos aferramos, lo verdaderamente importante es comprender el significado oculto detrás de esa necesidad de retener. La clave no está en lo que nos aferramos, sino en la causa psicológica de ese apego excesivo. Cuando nos aferramos a algo, creemos ciegamente que ese vínculo nos proporcionará tres cosas que todos anhelamos:

1.      Felicidad. Creemos que la persona, cosa o meta a la que nos aferramos tiene la clave de nuestra felicidad, de manera que si la perdemos vaticinamos la peor de las catástrofes o creemos que nos sentiremos extraordinariamente desgraciados. Sin embargo, psicólogos de la Universidad de Stanford demostraron que somos particularmente imprecisos a la hora de estimar el grado de felicidad o malestar que pueden provocar los eventos. Por tanto, es probable que eso a lo que nos aferramos en realidad no nos haga tan felices y que su pérdida tampoco nos cause tanto dolor como suponemos.

2.      Seguridad. Una de las principales causas del apego es nuestra resistencia al cambio y el miedo a lo desconocido. Muchas veces nos aferramos a algo simplemente porque es lo que conocemos y esa sensación de familiaridad nos transmite cierta seguridad. Esa cosa o persona se convierte en el ancla que nos sujeta, lo cual nos hace sentir a buen reparo. Pasamos por alto el hecho de que absolutamente todo puede cambiar de un momento a otro porque esa seguridad es tan solo una ilusión.

3.      Sentido. En otros casos nos aferramos a personas, cosas o metas porque hemos dejado que estas brinden sentido a nuestra existencia. Es probable que hayamos construido nuestra vida a su alrededor, de manera que nos sentiríamos desorientados si perdemos aquello a lo que nos aferramos. De hecho, es un fenómeno relativamente habitual que se produce en las relaciones de pareja o parentales, de manera que una de las personas orbita alrededor de la otra porque esta da sentido a su vida.

Las consecuencias de aferrarse a algo demasiado

Cuando nos aferramos a algo o alguien nuestro mundo se vuelve más pequeño y en muchos casos empieza a girar alrededor de lo que queremos conservar. El miedo a perder lo que tanto nos costó conseguir nos lleva a emplear una gran cantidad de tiempo y energía para retener, muchas veces cayendo en comportamientos controladores y obsesivos.

Curiosamente, ese temor, angustia e inquietud por la posible pérdida, sumado a las actitudes controladoras, puede tener el efecto contrario y arrebatarle el oxígeno psicológico al otro, haciendo que se distancie, de manera que obtendremos el efecto opuesto: le perderemos. Así el acto de aferrarse transmuta en dolor y sufrimiento, más que brindarnos felicidad y plenitud.

Además, aferrarse a algo siempre es una vía de doble sentido. A fin de cuentas, los “grilletes” que usamos para “conservar” algo o alguien, también nos aprisionan. Como escribió Thich Nhat Hanh, “la libertad es la única condición para la felicidad. Si en nuestro corazón, todavía nos aferramos a algo, no podemos ser libres”. Aquello a lo que nos aferramos también nos somete y limita.

Aferrarse es olvidar que no podemos controlar todas las situaciones, que el mundo y las personas cambian constantemente y que no siempre podemos predecir los resultados de las acciones. Eso genera una visión estática y rígida de una realidad que está en continuo cambio y nos hace sufrir por partida doble porque no aceptamos esa verdad universal. Así chocamos continuamente contra el muro de la realidad, haciéndonos daño una y otra vez, porque no nos atrevemos a soltar y dejar ir lo que nos daña.

¿Cómo dejar de aferrarse a algo que te hace daño?

Haz este ejercicio: Coge una moneda en la mano e imagina que representa la cosa, la persona o la meta a la que te aferras. Enciérrala en el puño bien apretado y extiende el brazo con la palma de la mano hacia el suelo.

Si abres el puño o aflojas la mano, perderás la moneda. Si mantienes el brazo extendido y el puño cerrado durante mucho tiempo, también perderás la moneda porque te cansarás de mantener esa tensión. Eso mismo ocurre en la vida. Te aferras, pero cuanto más aprietas, más te agotas y más alejas aquello que deseas.

La buena noticia es que existe otra posibilidad: dejar de aferrarse. Puedes desprenderte de la moneda y aún asi conservarla. Con el brazo todavía extendido, vuelve la palma de la mano hacia arriba. Abre la mano y relájala. Verás que la moneda sigue ahí.

Aprender a vivir es aprender a desprenderse. Esa es la tragedia y la ironía que genera nuestra lucha continua por aferrarnos: no solo es imposible, sino que nos provoca el mismo dolor que intentamos evitar. Cuando entendamos eso, aprenderemos a dejar de aferrarnos.

Cuando dejamos de intentar poseer y controlar el mundo que nos rodea, le concedemos la libertad para satisfacernos sin el poder de destruirnos. Ese es el secreto de la ley del desapego budista. Por eso, dejar ir es dejar entrar la felicidad y la plenitud.

Obviamente, dejar ir no es una tarea sencilla y puntual sino un compromiso diario, momento a momento, que implica cambiar la forma en que experimentamos e interactuamos con todo lo que instintivamente queremos poseer y conservar.

Fuente:

Jordan, A. H. et. Al. (2011) Misery Has More Company Than People Think: Underestimating the Prevalence of Others’ Negative Emotions. Pers Soc Psychol Bull; 37(1): 120–135.

06 junio 2021

LAS PEQUEÑASAGRESIONES EN LA VIDA COTIDIANA SON DEVASTADORAS

PSICOLOGÍA /DESARROLLO PERSONAL

LAS PEQUEÑASAGRESIONES EN LA VIDA COTIDIANA SON DEVASTADORAS

Las pequeñas frustraciones del día a día, esos enfados, desilusiones y disgustos por cosas insignificantes, pueden llegar a afectar más nuestro bienestar emocional y salud física que los grandes problemas de la vida, como comprobó un estudio de la Universidad de Houston. El problema es que esas pequeñas frustraciones se van acumulando hasta saturarnos y romper nuestro equilibrio psicológico. Nos desbordan por completo. Lo mismo ocurre con las microagresiones en la vida cotidiana.
¿Qué son las microagresiones?
Las agresiones son conductas dañinas, generalmente intencionales, en contra de otra persona con el fin de herirla. Identificar las agresiones físicas es sencillo, identificar las agresiones psicológicas es más complejo porque se esconden tras comportamientos, actitudes o palabras más sutiles.
Las microagresiones, por definición, son actos pequeños, casi inconscientes, que realizamos a diario y a los que no les damos mucha importancia, pero su goteo constante termina teniendo un impacto negativo en la persona agredida.
Surgen cuando se realizan actos o comentarios despectivos – que generalmente son aceptados socialmente – pero que promueven estereotipos o generan estigma sobre una persona. Los comentarios racistas, sexistas y clasistas son un ejemplo de microagresiones en la vida cotidiana, pero existen muchas más.
No sentarse junto a alguien en el metro por su aspecto, interrumpir más a las mujeres que a los hombres cuando hablan porque creemos que no tienen nada interesante que decir, pensar que alguien es menos inteligente porque tiene un origen racial diferente al nuestro o creer que quienes pertenecen a una clase social más desfavorecida son ciudadanos de segunda son ejemplos de microagresiones en la vida cotidiana.
Del ataque directo a la ofensa encubierta, los tipos de microagresiones
Existen dos tipos de microagresiones, según Derald Wing Sue, psicólogo de la Universidad de Columbia nacido en Estados Unidos, pero de origen asiático, de manera que ha sufrido en carne propia esos microinsultos y ofensas:
• Microagresiones abiertas. Son agresiones directas, palabras o actos que tienen el objetivo de herir o hacer sentir mal deliberadamente a la otra persona.
• Microagresiones encubiertas. Se trata de agresiones camufladas. Quien las comete no ve ninguna mala intención en ellas porque es víctima de estereotipos y prejuicios que refuerza a través de esas agresiones.
El problema de las microagresiones es que, a diferencia del discurso de odio, son muy difíciles de detectar porque se basan en prejuicios compartidos socialmente. Muchas veces no se manifiestan de forma verbal, sino que pueden ser pequeñas acciones aparentemente inofensivas. A veces incluso pueden esconderse tras un halago.
Ese carácter sutil de las microagresiones no mitiga su impacto negativo en quien las sufre, sino que las vuelve aún más dañinas porque son más difíciles de combatir y erradicar. Así las microagresiones se replican y se vuelven tan comunes en el día a día que no llegamos a comprender la verdadera magnitud del daño que provocan en las víctimas.
¿Por qué las microagresiones son dañinas?
Hay quienes piensan que las microagresiones no son para tanto. Piensan que el problema no es el “agresor” sino que la “víctima” es demasiado sensible o que se toma las cosas demasiado a pecho. Sin embargo, es necesario ponerse en el lugar de la persona que está sufriendo esas microagresiones a diario.
Sue, por ejemplo, cuenta que muchas veces, tras dar una conferencia, se le acercan los estudiantes y no solo lo felicitan por el contenido de la clase sino también por su perfecto inglés. Ese tipo de comentarios, que se repiten una y otra vez, le hacen sentir como un extranjero en su país natal.
Una serie de experimentos realizados en la Universidad de Princeton revelaron que cuando una persona sufre microagresiones en el contexto de una entrevista de trabajo comete más errores, lo cual se convierte en una profecía que se autocumple, limitando sus posibilidades de acceder al puesto.
El problema de las microagresiones es que van creando una bola de nieve. Un comentario sutil, un gesto pequeño, un acto insignificante se van transformando en algo mayor que termina haciendo que la persona se sienta diferente, rara o incluso inferior. Así las microagresiones terminan provocando heridas invisibles que afectan la autoestima, la salud mental y el sentido de inclusión de las personas que no cumplen con ciertos estándares sociales.
De hecho, no es inusual que una persona que sea objeto de microagresiones de manera sistemática termine reaccionando de manera exagerada y totalmente desproporcionada ante un simple comentario o una broma de mal gusto. En realidad, esa persona no está reaccionando ante ese microinsulto sino a todos los años de microinsultos que ha soportado. Ese comentario ha sido simplemente la gota que ha colmado el vaso.
¿Cómo combatir las microagresiones?
Es importante entender que a través de las microagresiones cimentamos y replicamos los estereotipos – a veces de manera inconsciente – en las interacciones sociales. La microagresión tiene una fuerte repercusión, tanto en el inconsciente de la víctima como en el subconsciente social. Por tanto, contribuye a reforzar prejuicios y a denigrar determinados grupos. Eso significa que no deberían tener cabida en nuestras relaciones interpersonales.
Si sufrimos esos microinsultos, podemos realizar una microintervención. Es decir, hacer algo que desarme la microagresión y eduque a quien la ha hecho.
Si alguien nos dice algo que nos resulta ofensivo, es importante no ponerse a la defensiva. Es importante partir del hecho de que nadie es inmune a los prejuicios raciales, sexuales o de género heredados. Ni siquiera nosotros.
Eso significa que no hay necesidad de enfadarnos con esa persona, pero sí de educarla y hacerle notar esos prejuicios de una manera respetuosa. Por tanto, debemos armarnos de paciencia y preguntarle qué ha querido decir exactamente. Podemos aprovechar ese momento para hacerle notar que sus palabras esconden un prejuicio que puede hacer daño a las personas.
En cualquier caso, debemos ser conscientes de que una cosa es lo que creemos creer y otra lo que creemos realmente. Detectar los estereotipos y prejuicios que usamos al relacionarnos con los demás nos convertirá en personas más sensibles y abiertas. De hecho, deshacernos de las microagresiones no solo evitará que dañemos a otras personas, sino que es beneficioso para nosotros porque nos permitirá relacionarnos sin ideas preconcebidas, lo cual ampliará considerablemente nuestra visión del mundo.

05 junio 2021

LO Qué nos enseña el budismo sobre La Ley del Desapego

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LO Qué nos enseña el budismo sobre La Ley del Desapego



Un turista americano fue a El Cairo, con el único objetivo de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuarto muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.

– ¿Dónde están sus muebles? – preguntó el turista. 

Y el sabio también preguntó: – ¿Y dónde están los suyos? 

– ¿Los míos? – se sorprendió el turista -¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso! 

– Yo también… – concluyó el sabio.

Esta fábula representa a la perfección uno de los pilares del budismo, filosofía de la cual ha bebido en los últimos tiempos la Psicología: el desapego, que se convierte en una de las principales vías para alcanzar la tranquilidad espiritual, el bienestar y la felicidad. No obstante, también es uno de los mandamientos más difíciles de seguir.

El apego es una expresión de inseguridad

La ley del desapego nos indica que debemos renunciar a nuestro apego a las cosas, lo cual no significa que renunciemos a nuestras metas, no renunciamos a la intención sino más bien al interés por el resultado. A primera vista, puede parecer una nimiedad o un cambio insustancial, pero en realidad, se trata de una transformación colosal en nuestra forma de comprender el mundo y en nuestra manera de vivir.

De hecho, en el mismo momento en que renunciamos al interés por el resultado, nos desligamos del deseo, que a menudo confundimos con la necesidad y que nos conduce a perseguir metas que realmente no nos satisfacen. En ese momento, adoptamos una actitud más relajada y, a pesar de que puede parecer un contrasentido, nos resulta más fácil conseguir lo que deseamos. Esto se debe a que el desapego sienta sus bases en la confianza en nuestras potencialidades, mientras que el apego se basa en el miedo a la pérdida y la inseguridad.

Cuando nos sentimos inseguros, nos apegamos a las cosas, a las relaciones o a las personas. Sin embargo, lo curioso es que mientras más desarrollamos ese apego, más se acrecienta nuestro miedo a la pérdida. Ese miedo no solo afecta nuestra estabilidad emocional, sino que también nos puede llevar a crear patrones de comportamiento disfuncionales.

Por ejemplo, podemos desarrollar un apego enfermizo a las cosas, como las personas que no pueden vivir sin su smartphone e incluso sufren alucinaciones auditivas provocadas por el hábito de estar siempre pendientes de la próxima llamada o mensaje. Por supuesto, también podemos caer en patrones relacionales dañinos, que ahoguen a la persona que amamos y terminen dañando profundamente la relación o incluso rompiéndola.

Sin embargo, el desapego predica otra forma de relacionarse, implica no depender de lo que tenemos o de esa persona con la cual hemos establecido vínculos afectivos. Es importante comprender que el desapego no significa no amar, sino ser autónomos, liberarnos del miedo a la pérdida para comenzar a disfrutar realmente de lo que tenemos o de la persona que amamos. El desapego no significa dejar de disfrutar y experimentar placer sino todo lo contrario, comenzar a vivir de forma más plena, porque nuestras experiencias dejan de estar ensombrecidas por el temor a la pérdida.

La incertidumbre como camino

El apego es el producto de una conciencia de pobreza, que se centra en los símbolos. De hecho, para el budismo, la vivienda, la ropa, los coches y los objetos en sentido general, son símbolos transitorios, que vienen y van. Perseguir esos símbolos equivale a esforzarse por atesorar el mapa, pero no implica disfrutar del territorio. Por eso, terminamos sintiéndonos vacíos por dentro. En práctica, cambiamos nuestro “yo” por los símbolos de ese “yo”.

¿Por qué perseguimos esos símbolos? Básicamente, porque nos han hecho pensar que en las posesiones materiales radica la seguridad. Pensamos que al tener una casa y ganar mucho dinero, nos sentiremos seguros. De hecho, hay quienes piensan: “Me sentiré seguro cuando tenga X cantidad de dinero. Entonces seré libre económicamente y podré hacer lo que me gusta”. Sin embargo, lo curioso es que en muchos casos, mientras más dinero se posee, más inseguras se sienten las personas.

El problema radica en que identificar la seguridad con las posesiones no es más que una señal de inseguridad y, obviamente, la tranquilidad que pueden brindar es efímera. Quienes buscan la seguridad, la persiguen durante toda su vida, sin llegar a encontrarla.

Esto se debe a que buscar la seguridad y la certeza no es más que un apego a lo conocido, un apego al pasado. Lo conocido es simplemente una prisión construida a partir del condicionamiento anterior. No prevé la evolución, y cuando no hay cambios, simplemente aparece el caos, el estancamiento y la decadencia.

Al contrario, es necesario afianzarse en la incertidumbre. Esta es terreno fértil para la creatividad y la libertad ya que implica penetrar en lo desconocido, un gran abanico de posibilidades donde todo es nuevo. Sin la incertidumbre, la vida es tan solo una repetición de los recuerdos, de las experiencias que ya hemos vivido. Por tanto, nos atamos emocionalmente al pasado, convirtiéndonos en sus rehenes.

Cuando renunciamos al apego a lo conocido, podemos adentrarnos en lo desconocido, abrazar la incertidumbre y abrirnos a nuevas experiencias que alimentan nuestras ganas de vivir y nos convierten en personas más felices.

Los problemas como oportunidades

La ley del desapego no nos indica que no debemos tener metas. Cuando abrazamos el desapego no nos convertimos en hojas movidas por el viento. De hecho, en el budismo las metas son importantes para marcar la dirección en la que caminaremos. Sin embargo, lo interesante es que entre el punto A y el punto B, existe incertidumbre, lo cual significa un universo prácticamente infinito de posibilidades. Así, para alcanzar nuestro objetivo, podemos seguir diferentes caminos y cambiar la dirección cuando lo deseemos.

Esta manera de comprender la vida nos reporta otra ventaja: no forzar las soluciones a los problemas y mantenernos atentos a las oportunidades. Cuando ponemos en práctica el verdadero desapego, no nos sentimos obligados a forzar las soluciones de los problemas, sino que somos pacientes y esperamos y, mientras lo hacemos, encontramos las oportunidades.

De hecho, según el budismo, cada problema encierra una oportunidad que conlleva a su vez algún beneficio. Lo que sucede es que, con la mentalidad del apego, nos asustamos e intentamos forzar la solución, de manera que la mayoría de las veces solo nos centramos en la parte negativa del problema y desaprovechamos la oportunidad que esta encierra.

Sin embargo, cuando creemos que cada problema contiene la semilla de la oportunidad, nos abrimos a una gama mucho más amplia de oportunidades. De esta forma, no solo sufriremos mucho menos en la adversidad, sino que encontraremos más rápido la solución y esta nos permitirá crecer como personas.

Recuerda que: “Todas las cosas a las que te apegas, y sin las que estás convencido que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustia. Lo que te hace feliz no es la situación que te rodea, sino los pensamientos que hay en tu mente…

Como colofón, os invito a leer estas frases budistas, una sabiduría ancestral que puedes poner en práctica para mejorar tu día a día y lograr un estado de plenitud.