28 mayo 2019

5 RELACIONES TÓXICAS QUE DEBES EVITAR A TODA COSTA

PSICOLOGÍA/DESARROLLLO PERSONAL
5 RELACIONES TÓXICAS QUE DEBES EVITAR A TODA COSTA

Nuestras mayores satisfacciones, alegrías Y desdichas provienen de las relaciones interpersonales..
Imbuidos desde que nacemos en diferentes grupos sociales, no es extraño que a menudo aparezcan conflictos que alteran nuestro equilibrio mental y que incluso nos pueden llevar al límite de la tolerancia. Sin embargo, en algunos casos el problema es aún peor porque no se trata de situaciones puntuales sino de conflictos recurrentes.
De hecho, no es extraño encontrar a personas que se lamentan continuamente porque, de una forma u otra, siempre terminan convirtiéndose en «víctimas» de los demás. Son personas que, aunque cambien de trabajo, ciudad o grupo de amigos, al final terminan cayendo en los mismos patrones de relaciones tóxicas. Estas personas no son tóxicas, el problema es que con sus comportamientos y actitudes atraen a quienes sí lo son.

¿Qué son las relaciones tóxicas?

Una relación es tóxica cuando te impide desarrollar tu potencial y te hace sentir mal. Desde esta perspectiva, no solo se pueden establecer relaciones tóxicas con la pareja sino también entre padres e hijos, con los amigos e incluso con los compañeros de trabajo.
En una relación sana, cada persona aporta una parte de sí, dándole cierta libertad al otro y contribuyendo a su crecimiento. En una relación tóxica una persona intenta dominar y manipular, incluso a despecho de las necesidades e intereses del otro. Como resultado, la víctima se siente infeliz. Si esta situación no se resuelve, con el paso del tiempo incluso puede generar problemas de índole psicológica, como la depresión o daños profundos a la autoimagen y la autoestima.

¿Cuáles son los tipos de relación más peligrosos?

1. Las relaciones cuyo objetivo es “llenar” a una persona
Hay quienes piensan que su vida será más completa y maravillosa si encuentra a otra persona con la cual compartir sus sueños y desventuras. Es cierto que encontrar a alguien con quien compartir nuestras ilusiones, a alguien que nos apoye en los momentos más difíciles, es reconfortante. Sin embargo, para que una relación sea sana y madura, primero deben serlo cada una de las personas, por separado.
La idea de que el otro llenará el vacío es errónea. En realidad, estas personas no logran despojarse de su miseria y aburrimiento por lo que terminan sintiéndose frustradas y culpando al otro. No es una buena idea lanzarse a vivir una relación para suplir carencias personales. Solo cuando nos amamos a nosotros mismos, seremos capaces de amar plenamente a otros.
Además, en estas relaciones, una persona carga con la responsabilidad de “completar” a la otra. Y a la larga ese rol resulta muy agobiante y repercute negativamente en la calidad de la relación, haciendo que se deteriore.
2. Las relaciones en las que una persona toma el control
En la mayoría de las relaciones interpersonales se producen luchas de poder, algunas pueden ser más visibles, otras transcurren de manera implícita. Sin embargo, una vez que la relación se asienta, cada cual asume un rol y el poder queda distribuido lo más equitativamente posible. No obstante, hay casos en los que una persona asume las riendas de la relación.
En un primer momento, esta situación incluso puede resultar cómoda ya que la otra persona es quien decide y asume la responsabilidad. No obstante, este tipo de relación resulta muy limitante ya que una de las partes pierde el derecho a opinar y a decidir, pierde su autonomía, la independencia, la autoestima y la autoconfianza. Por tanto, esa persona se sentirá atrapada, sin posibilidades de crecer.
Toda relación de pareja implica cooperación, es necesario que ambas personas se involucren y se sientan libres para expresar sus opiniones y que estas sean tenidas en cuenta. Las decisiones se deben tomar de común acuerdo, no por imposición o por dejación de derechos.
3. Las relaciones sustentadas en expectativas irreales
Hay personas que no aceptan a los demás, sino que intentan cambiarles, quieren que se conviertan en alguien a su imagen y semejanza y que cumplan con todos sus requisitos. En estos casos, la relación no se ha iniciado con la persona “real” sino con la persona “ideal”. Por ejemplo, alguien puede comenzar una relación de pareja pensando que las características que no le gustan del otro desaparecerán.
Sin embargo, la base de toda relación interpersonal es la aceptación. Las relaciones basadas en expectativas irreales, a la larga, provocan frustración y sufrimiento porque el desencanto no tarda en aparecer.
Por otra parte, la persona a la que se le demanda el cambio se sentirá inadecuada ya que percibe que no es valorada por lo que es realmente, sino que es objeto de críticas constantes. A la larga, este tipo de relaciones terminan siendo muy dañinas ya que una persona no logra aceptar y la otra, por mucho que cambie, nunca podrá satisfacer las expectativas.
4. Las relaciones de codependencia
En este tipo de relación las dos personas son dependientes, adoptan un rol pasivo y pierden su individualidad. Es curioso porque ninguna adopta el papel dominante, sino que ambas necesitan la aprobación del otro para tomar cualquier decisión, hasta la más mínima. Esto se debe a que priorizan constantemente las necesidades del otro sobre las suyas.
En esta relación, cada persona se diluye en la otra, hasta tal punto que ambos prácticamente se convierten en adictos a la relación. Aunque a primera vista esta forma de relacionarse incluso puede parecer ideal, el problema radica en que estas personas suelen acumular mucho resentimiento ya que, aunque han sido ellas quienes han elegido ese tipo de relación, terminan culpando al otro de sus descalabros y malas decisiones.
En realidad, en una relación ambas personas deben responsabilizarse por sus acciones. Es importante contar con el otro para tomar decisiones, pero eso no significa que perdamos nuestra identidad.
5. Las relaciones chantajistas
En este tipo de relación siempre existe un manipulador, alguien que conoce perfectamente los puntos débiles del otro y que no duda en usarlos a su favor para obtener lo que desea. Esta persona mantiene la relación solo porque le resulta conveniente pero no dudará en deshacerse de ella cuando no la necesite.
En esta relación uno se somete al otro, porque experimenta una sensación de culpa. La persona se siente atrapada en una tela de araña emocional y tiene miedo a escapar, por las consecuencias que podría tener su decisión.
A la larga, la relación con un chantajista termina siendo muy costosa, sobre todo en el plano afectivo. Por lo que es mejor cortar por lo sano ya que estas personas no dejarán de hacer demandas cada vez más abusivas.

25 mayo 2019

HAY DÍAS EN LOS QUE PODEMOS CON TODO, Y HAY DÍAS EN LOS QUE TODO NOS PUEDE


Psicología /desarrollo personal
HAY DÍAS EN LOS QUE PODEMOS CON TODO, Y HAY DÍAS EN LOS QUE TODO NOS PUEDE

Hay días estupendos, días en los que tienes una gran energía, te sientes feliz y empoderado y podrías comerte el mundo. Hay días menos estupendos – o francamente malos – en los que la más mínima tarea parece un esfuerzo titánico. Son días en los que no tienes ganas de nada.
Aunque solemos pensar que la manera de tocar fondo psicológicamente viene dada por una profunda depresión o un intenso sufrimiento, en realidad también existen otros estados afectivos que pueden ser devastadores arrebatándonos la energía y la motivación, dejándonos sin fuerzas para afrontar la vida y sin ganas de nada. Como dijo el escritor japonés Haruki Murakami: «Nada es tan cruel como la desolación de no desear nada «.
Abulia: Cuando no tengo ganas de nada
La falta de ganas no es pereza, holgazanería ni cansancio. Es una situación psicológica en la que pierdes la capacidad para actuar porque crees que plantearte metas y objetivos a corto o largo plazo no tiene sentido.
En los casos más extremos se puede llegar a la abulia, que es una alteración de la motivación y comienza a manifestarse con problemas para tomar decisiones y llevarlas a la práctica. La abulia es la falta de voluntad o iniciativa y de energía. Se trata de una especie de apatía extrema en la que cualquier actividad te parecerá abrumadora y pierdes el interés por las cosas que antes te motivaban y entusiasmaban.
Generalmente la abulia se acompaña de anhedonia, que es la pérdida de la capacidad para disfrutar de las actividades y encontrar placer en la vida. Cuando sufrimos ambos problemas, cuando la abulia y la anhedonia echan raíces, es fácil caer en el agujero negro de la depresión.
No obstante, sin llegar a los casos extremos de abulia, puedes atravesar días abúlicos, días en los que no tienes ganas de nada y todo te puede. ¿A qué se debe?
¿Por qué hay días en los que no tengo ganas de hacer nada?
1.Agotamiento, te has llevado al límite
Después de un proyecto agotador, es normal que sobrevenga un periodo de extremo cansancio y abulia que puede extenderse durante varios días o incluso semanas. Cuando estás inmerso en un proyecto muy demandante, tu organismo responde con eustrés, un tipo de estrés positivo que te ayuda a tener una marcha adicional para dar lo mejor de ti. Sin embargo, el eustrés consume energía física y psicológica, que al final termina pasándote factura. Por eso, cuando termines el proyecto y finalmente puedas relajarte, es probable que sobrevenga un agotamiento extremo.
2. Te has descuidado, mucho y durante mucho tiempo
A veces ese agotamiento no proviene de un proyecto muy demandante sino tan solo de un estilo de vida demandante en el que te has descuidado. Si corres de un compromiso a otro, como si vivieras en un eterno maratón, es comprensible que antes o después tu cuerpo y tu mente den el alto porque necesitan un descanso. En ese caso, el deseo de no hacer nada incluso podría considerarse como un mecanismo de defensa, una alerta de que necesitas tomarte un descanso y desconectar.
3. Aburrimiento vital, vives en el día de la marmota
No se trata del típico aburrimiento, sino de un estado de aburrimiento vital. Si no disfrutas lo que haces cada día, no encuentras las tareas motivantes y no te satisfacen, es normal que inconscientemente rechaces comenzar la jornada y respondas ante la perspectiva de un nuevo día con abulia. Si tus jornadas se han convertido en una copia las unas de las otras, tienes muchas rutinas automatizadas y no sabes cómo salir de esa especie de “día de la marmota”, es probable que te hundas en el aburrimiento y la monotonía, dos sentimientos que te arrebatan las ganas de hacer cosas. Basta recordar la frase de Max Stirner: “la costumbre de la renuncia congela el ardor de los deseos”.
4. Frustración, no ves la luz al final del túnel
Hay veces en que esas ganas de no hacer nada provienen de la frustración. Si te sientes atrapado en una vida que no te gusta, pero no sabes cómo escapar de esa situación, es probable que te sientas agobiado y frustrado. De hecho, si has intentado hacer las cosas de manera diferente, pero – por alguna u otra razón – no ha funcionado, es probable que termines desarrollando una especie de indefensión aprendida, lo cual significa que te has dado por vencido sumiéndote en la abulia más completa. Sin embargo, «la resignación es un suicidio cotidiano», como escribió Honoré de Balzac.
5. Depresión, simple y llanamente
Hay ocasiones en que esas ganas de nada son el preludio de un cuadro depresivo. La depresión se acompaña de abulia, anhedonia y en sentido general de la pérdida de significado de la vida. En algunos casos, esa depresión es el resultado de una pérdida – de cualquier tipo – que deja un vacío enorme en la vida y genera una sensación de esterilidad emocional. Otras veces puede ser el resultado de una crisis existencial no resuelta en la que se pierde el sentido de la propia vida.
Por último, es importante ser conscientes de que ese estado abúlico también puede ser el resultado de algunos problemas físicos, por lo que es fundamental acudir al médico de cabecera para descartar una posible patología. Las variaciones hormonales, los problemas tiroideos, la anemia, la diabetes y los problemas cardíacos pueden generar cansancio y debilidad extremos.
¿Cómo recuperar las ganas de hacer cosas? El poder de rendirse
Cuando no tengas ganas de hacer nada, ¡ríndete! Parece un contrasentido, pero descubrirás que esa rendición es extremadamente liberadora. Rendirse no es pasar todo el día acostado en la cama, aunque si todo lo que necesitas es descansar para recuperar fuerzas, también es una opción, sino asumir el estado en que te encuentras.
Esa rendición encierra la semilla de la aceptación radical. Es dejar de pensar que tienes que estar haciendo cosas constantemente. Dejar de presionarte en pos de la productividad. Abrazar la tranquilidad y el dolce far niente. No empujar. No forzar. Permitir que las cosas sean como son.
El primer resultado de esa rendición incondicional es que comenzarás a dejar de sentirte mal contigo mismo. Y ese ya es un gran paso.
El segundo paso consiste en encontrar pequeñas cosas que se conviertan en dinamizadores de la conducta y que no requieran un esfuerzo sobrehumano. Una ducha relajante, escuchar la música que te gusta, hacerte un regalo… Cualquier cosa vale con tal de que puedas experimentar emociones más positivas que te hagan sentir mejor.
Se trata de aprovechar ese estado de apatía a tu favor para:
  • Reconectar contigo mismo, con esas cosas que realmente te gustan y que probablemente has descuidado durante mucho tiempo.
  • Tomarte un tiempo para descansar, dándote permiso para salir de la vertiginosidad de la vida cotidiana.
  • Cambiar el rumbo de tu vida – si es necesario – para encontrar nuevas metas que te resulten más motivadoras.
En el plano práctico, para recuperar las ganas de hacer cosas, simplemente necesitas establecer objetivos a corto plazo. Divide las actividades en pequeñas tareas que puedas gestionar mejor. Así te agobiarás menos.
Céntrate tan solo en el próximo paso que debes dar. Y cuando lo termines, date una palmadita en la espalda. ¡Te lo mereces! A medida que vayas dando pequeños pasos, también te irás empoderando y esa abulia irá desapareciendo paulatinamente, tal y como llegó.

23 mayo 2019

DECIR “SÍ” CUANDO QUIERES DECIR “NO”


Psicología /desarrollo personal                                                                               
DECIR “SÍ” CUANDO QUIERES DECIR “NO”
Alguien te pide algo y le dices que sí, quizá no de inmediato, pero terminas cediendo, aunque en realidad no quieras hacerlo. Sin embargo, tan pronto como ese “sí” sale de tu boca, algo en tu interior se bloquea. Empiezas a pensar en todo lo que conllevará ese nuevo compromiso o responsabilidad. Quizá recuerdas la última vez que ayudaste a esa persona y que no apreció lo que hiciste por ella. O acuden a tu mente los problemas en el plano personal que representó para ti brindar esa ayuda. 
Entonces tu cerebro se pone en marcha para inventar excusas, mientras deseas fervientemente que no sea demasiado tarde para echarte atrás. Pero como ya has dado tu palabra, recapacitas, le echas el freno de mano a las excusas y decides que le ayudarás. Por última vez. Y te vuelcas en ello. De nuevo. Y así una y otra vez.
Si este escenario te resulta familiar y se repite cada vez más en tu vida, hasta el punto de sentirte usado y manipulado, es probable que necesites poner límites. Si no lo haces, terminarás sobrecargado, saturado de tareas y responsabilidades que probablemente no te corresponden y te generan un gran agobio y estrés. 
¿Por qué digo si cuando quiero decir no? 
– Haces por los demás lo que te gustaría que hicieran por ti. Si siempre estás dispuesto a ayudar a los demás, incluso cuando esa ayuda representa una carga pesada para ti, es probable que te mueva un profundo sentido del deber. Te muestras dispuesto porque esperas que los demás hagan lo mismo, porque te han enseñado que el autosacrificio es un valor positivo que todos deberíamos poner en práctica. El problema es que muchas personas no estarán dispuestas a hacer lo mismo por ti, y probablemente se aprovecharán de esa bondad. 
– Quieres cumplir la palabra dada. Es probable que seas una persona responsable, por lo que una vez que te comprometes con algo, lo llevas a término. Quizá no valoraste con atención lo que suponía esa demanda y te precipitaste en responder, pero como crees que no es lícito cambiar de opinión y retirar la ayuda brindada, sigues adelante, aunque ello suponga un gran sacrificio para ti. 
– Temes perder a esa persona. Si siempre dices sí cuando quieres decir no a una persona, es probable que en el fondo te motive el miedo a la pérdida. No estableces límites porque temes que esa persona te rechace o abandone si no cedes a sus demandas o no estás a su disposición. En ese caso, es probable que estés a un paso de sufrir el efecto felpudo. 
– No quieres que los demás piensen mal de ti. En algunas ocasiones, es probable que cedas ante las presiones de los demás porque quieres evitar la onda expansiva que podría provocar tu negativa. Por ejemplo, si te niegas a ayudar a un amigo, te preocupa lo que pensarán de ti el resto de tus amigos y si te niegas a ayudar a un familiar, te preocupa la reacción del resto de tu familia. 
– Tienes complejo de salvador. En este caso, es probable que sientas una imperiosa necesidad de “salvar”, “cuidar” o “ayudar” a otras personas, incluso a costa de sacrificar tus necesidades. Este comportamiento se sustenta en la creencia de que quienes se entregan a los demás, son mejores. Por tanto, se trata de personas que intentan apuntalar su identidad entregándose a los otros.  
– No te valoras lo suficiente. Si dices sí continuamente cuando querrías decir no, anteponiendo las necesidades de los demás a las tuyas, es probable que tengas un problema de autoestima. Si no te valoras lo suficiente, si no valoras tu tiempo y energía, serás más propenso a ceder a las demandas de quienes te rodean ya que consideras que sus necesidades y deseos son más importantes y valiosos que los tuyos. 
Los peligros de decir sí cuando quieres decir no 
– Resentimiento. Una de las principales consecuencias de no poner límites es que terminarás cediendo a las presiones de los demás y luego, cuando las cosas no salgan bien, te sentirás resentido. Es probable que termines sintiéndote enojado, frustrado y molesto porque te has sometido a una gran presión y quizá ni siquiera has recibido el reconocimiento adecuado. 
– Deterioro de la relación. Cuando una persona pide continuamente y tú cedes, se establece un desequilibrio de poder en el que llevas las de perder. No es extraño que estas relaciones terminen resintiéndose o incluso rompiéndose pues es probable que culpes a esa persona de tu insatisfacción y termines descargando sobre ella esas frustraciones. Una situación que podría haberse evitado estableciendo límites sanos desde el inicio. 
– Insatisfacción y estrés. Ceder continuamente a las demandas de los demás suele acarrear una gran dosis de estrés. Esos nuevos compromisos y/o responsabilidades añaden una tensión adicional, que terminará generando una profunda insatisfacción personal ya que tus necesidades quedarán insatisfechas. De tanto volcarte en los demás, te olvidarás de ti. 
Aprender a decir “no” de manera asertiva 
Brené Brown, una trabajadora social que ha pasado una década estudiando la vergüenza, la vulnerabilidad y la compasión realizó un descubrimiento asombroso: las personas más compasivas son también aquellas que más límites establecen. Esto echa por tierra la creencia popular de que las personas compasivas son aquellas que siempre están dispuestas a ayudar y dibuja un perfil psicológico diferente.
Brown afirma que “la sostenibilidad del dar y amar sin caer en el resentimiento y la amargura solo puede provenir de un sentimiento de abundancia personal. Y esa abundancia personal no existirá sin límites. 
“Cuando no establecemos límites o no los respetamos, nos sentimos manipulados y usados. Por tanto, atacamos a las personas que consideramos responsables, en lugar de abordar su comportamiento. 
“Nos resulta difícil entender que podemos ser compasivos y aceptar a esas personas mientras las responsabilizamos por sus comportamientos”. 
En su discurso hay varios puntos importantes que debemos hacer nuestros para aprender a decir “no”: 
– Asume que establecer límites no significa ser grosero, agresivo, egoísta o insensible. Establecer límites es, en el fondo, un acto de autocompasión y autodeterminación porque implica ser conscientes de nuestras necesidades y derechos. Debemos entender que el amor y el respeto por los demás comienzan por el amor y el respeto propios. 
– Ponte límites. Quizá asumes ciertos compromisos y responsabilidades porque no eres consciente de tus límites, crees que puedes con todo, que podrás hacer tu parte y la de los demás, aunque en realidad no es así. Para evitar este «error de cálculo», antes de poner límites a tu relación con los demás, debes poner límites a ti mismo. Esos límites te permitirán evitar comportamientos que te perjudiquen, de manera que no te pases de la raya exigiéndote demasiado. Sé honesto contigo mismo y determina lo que puedes y no puedes hacer, y también aquello que no quieres hacer.
– Sé consciente de tus necesidades. Tienes tanto derecho a satisfacer tus necesidades como los demás, lo cual significa que no debes permitir que dicten lo que puedes hacer con tu tiempo y a qué debes destinar tus energías. Priorizarte no es un pecado. Partiendo de tus necesidades, determina cuánto, cómo, dónde y hasta qué punto puedes ayudar. 
– Tómate un tiempo para reflexionar. Para aprender a decir no necesitas dar un paso atrás. Establecer una distancia psicológica te permitirá sopesar los pros y los contras del compromiso que estás a punto de contraer. Por tanto, cuando alguien te pida algo que demanda un gran compromiso, no respondas inmediatamente, dile que necesitas más tiempo para reflexionar sobre el asunto. Así no te tenderás una trampa y, si concluyes que no puedes hacer lo que te piden, no habrás empeñado tu palabra.
– Céntrate en aquello a lo que renuncias. Es muy difícil mantenerse firme en los límites que has establecido cuando una parte de ti piensa que ayudar a esa persona es lo “correcto”, cuando una parte de ti te está diciendo que eres una «mala persona» porque piensas solo en ti mismo. Para contrarrestar este pensamiento necesitas cambiar de foco y centrarte en aquello que tendrás que sacrificar, en las cosas a las que tendrás que renunciar por decir “sí”. 
– “Ayudar” no siempre ayuda. Facilitar la vida a los demás no siempre es una ayuda. A veces pensamos que ahorrarle problemas, dificultades y conflictos a los demás es positivo y es lo «adecuado», pero de esta manera también podríamos estar arrebatándoles oportunidades de crecimiento. Al impedir que esa persona se enfrente a los problemas de la vida, también podrías estar impidiéndole desarrollar su resiliencia.
La clave radica en el equilibrio. En ser conscientes de que hay un momento para decir si y otro para decir no. La filósofa Ayn Rand nos recuerda que «el principio de que se debe ayudar a aquellos que se encuentran en una emergencia no puede extenderse al punto de considerar que todos los sufrimientos humanos constituyen una emergencia y convertir el infortunio de algunos en una hipoteca sobre nuestra vida».

22 mayo 2019

LAS DISCUSIONES POR MALENTENDIDOS


Psicología /desarrollo personal
PSEUDOCONFLICTOS: LAS DISCUSIONES POR MALENTENDIDOS
Discutes. Defiendes tu idea. Te enfadas.
Te preguntas cómo puede pensar de manera tan diferente.
Vuelves a la carga. Refuerzas tus argumentos. Te frustras.
Piensas que vuestras posturas son irreconciliables.
Hasta que de repente, generalmente una tercera persona dice: ¡Pero si estáis hablando de lo mismo! Solo entonces os dais cuenta de que estabais defendiendo la misma postura desde puntos de vista diferentes.
Si esta situación te resulta familiar, es probable que hayas vivido un pseudoconflicto.
¿Qué es un pseudoconflicto?
Un conflicto es un desacuerdo producto de dos fuerzas que ejercen presión en direcciones opuestas. Podemos tener conflictos internos, con nosotros mismos, los cuales suelen aparecer cuando nos encontramos ante encrucijadas importantes en la vida. Y podemos tener conflictos interpersonales, los cuales aparecen cuando nuestras ideas, valores o sentimientos van en dirección opuesta al de otras personas.
Los conflictos suelen ser una gran fuente de tensión, provocando una gran activación emocional. Pero hay ocasiones en que esos conflictos no son tan reales como pensamos. Entonces caemos en un pseudoconflicto.
El pseudoconflicto ocurre cuando las personas están de acuerdo, pero, debido a una comunicación deficiente, creen que no lo están. El pseudoconflicto es un conflicto falso, pero las personas no comprenden que sus diferencias están causadas por un malentendido o una mala interpretación, no por auténticas diferencias de opinión.
¿Cómo se origina el pseudoconflicto?
Los conflictos son el resultado de las diferencias entre dos o más personas. Esas diferencias pueden estar dadas por múltiples factores, desde diferencias en el nivel de información que se maneja hasta diferencias de personalidad o valores. Dado que cada persona es única y tiene su propio sistema de valores, actitudes y creencias, es inevitable que surjan conflictos.
No importa cuán empáticos queramos ser, seguiremos teniendo una perspectiva individual del mundo que no siempre corresponde con las de los demás. Ello genera diferencias de opinión. Sin embargo, en la aparición de los conflictos también influye la percepción. Y la percepción a menudo nos juega malas pasadas, sobre todo en un ámbito tan complejo como la comunicación humana. Entonces es probable que surja un pseudoconflicto.
El pseudoconflicto a menudo es el resultado de conclusiones precipitadas basadas en suposiciones erradas. Por ejemplo, podemos concluir a partir de pequeñas pistas que nos brinda nuestro interlocutor que está enfadado y defiende una posición opuesta a la nuestra, cuando en realidad no es así. También es común cuando existe un conflicto latente con esa otra persona.
El pseudoconflicto es, por tanto, el resultado de una percepción sesgada, que nos lleva a realizar suposiciones erróneas a partir de las cuales sacamos conclusiones que no se ajustan a la realidad.
El pseudoconflicto no es real, pero sus consecuencias sí
Si no lo atajamos a tiempo, el pseudoconflicto puede convertirse rápidamente en un conflicto. El hecho de que realmente no existan posiciones diferentes no implica que no puedan surgir ya que todos tenemos puntos de desencuentro. Al fin y al cabo, lo que es real en nuestra mente, puede terminar siendo real en el espacio compartido.
Si creemos que nuestro interlocutor defiende una posición diferente a la nuestra, es probable que nos pongamos a la defensiva y terminemos atacándole, lo cual generará a su vez una respuesta defensiva que puede terminar creando un conflicto auténtico que puede causar mucho daño a quienes están envueltos en la situación.
Por eso, antes de concluir que tenemos un conflicto, es conveniente que nos detengamos un segundo a reflexionar y nos preguntemos si se trata de una diferencia real o si tenemos más puntos en común de lo que parece.
¿Cómo evitar los pseudoconflictos?
Para gestionar asertivamente un pseudoconflicto, es importante que:
1.     Preguntes, preguntes, preguntes… Si tienes dudas sobre lo que ha dicho tu interlocutor, no caigas en la tentación de hacer suposiciones que te conduzcan a conclusiones equivocadas. Simplemente pídele que aclare lo que ha dicho. La mejor manera para evitar los malentendidos en la comunicación es preguntar para aclarar las palabras y frases que no hayamos entendido bien.
2.     Desarrolla la escucha activa. Eso implica detenerte para ponerte en el lugar del otro. Muchas veces los pseudoconflictos surgen porque estamos demasiado imbuidos en defender nuestra idea, de manera que no nos damos cuenta que estamos defendiendo lo mismo desde distintos puntos de vista. Sintonizar con las ideas de tu interlocutor te ayudará a encontrar los puntos en común y te ahorrará muchas discusiones en la vida.
3.     Olvídate de “ganar”. Imbuirse en una discusión con la idea de ganar al supuesto adversario implica alimentar un clima de guerra. La comunicación debería ser un intercambio de ideas en el que ambos saquen algo positivo, no un campo de batalla para demostrar una supuesta superioridad intelectual o de cualquier otro tipo. Se trata de un cambio de actitud sutil pero muy importante porque abandonar el deseo de imponer el punto de vista propio te abrirá a las ideas de tu interlocutor y te permitirá ver que realmente estáis hablando de lo mismo y que no existe un conflicto real, sino un pseudoconflicto.
Y recuerda que “la paz no es la ausencia de conflicto sino la presencia de alternativas creativas para responder al conflicto”, como dijo la periodista Dorothy Thompson. Incluso del conflicto podemos obtener cosas positivas, si aprendemos a gestionarlo asertivamente.

21 mayo 2019

LA ÚNICA DECISIÓN VERDADERAMENTE IMPORTANTE PARA SER FELIZ


psicología  /desarrollo personal
LA ÚNICA DECISIÓN VERDADERAMENTE IMPORTANTE PARA SER FELIZ
Cada día tomamos miles de decisiones, pero más allá del color de la ropa que nos vas a poner, la cantidad de azúcar que le echaremos al café o la oferta de trabajo que rechazaremos o aceptaremos, lo cierto es que solo hay una decisión para ser feliz realmente trascendental en nuestra vida: las personas que hemos elegido para que nos acompañen en cada una de esas disyuntivas.
O al menos eso afirma Moran Cerf, un neurocientífico de la Northwestern University, quien piensa que la felicidad no está supeditada al éxito que alcanzamos en la vida o a las cosas que hemos conseguido sino a las personas que se encuentran a nuestro lado.
Tu energía es limitada: ¿En qué quieres gastarla?
Cerf parte de la idea de que tomar decisiones puede llegar a ser un proceso agotador que consume una gran cantidad de nuestra energía emocional y cognitiva. Si tomamos muchas pequeñas decisiones cada día, nos quedamos sin recursos para tomar las decisiones realmente trascendentales que pueden cambiar el curso de nuestra vida.
De hecho, solemos pensar en nuestros recursos mentales como una fuente infinita, pero en realidad no es así. La fuerza de voluntad, por ejemplo, es un recurso finito que se desgasta cada vez que debemos tomar una decisión que demande poner en marcha nuestros recursos de autorregulación. En otras palabras: tener que controlarnos todo el día resulta agotador, por lo que cuando llega la noche es probable que tengamos los nervios a flor de piel y seamos más propensos a perder el control o ceder a las tentaciones.
Discutir con las personas o tener que llegar a acuerdos constantemente también implica un enorme desgaste. Por eso Cerf pone el foco en quienes nos rodean. Su teoría es que, si nos rodeamos de personas que tengan gustos, valores y creencias afines a las nuestras, evitaremos discutir continuamente por nimiedades, nos resultará mucho más fácil llegar a acuerdos y nuestra vida fluirá mejor.
Cerf nos alerta que nuestra energía es limitada, por lo que debemos usarla con inteligencia, y eso implica elegir sabiamente a las personas que dejaremos entrar en nuestro círculo íntimo.
Nuestros cerebros se sincronizan, para bien o para mal
Las Neurociencias han demostrado que cuando dos personas hacen algo juntas, se produce una sincronización entre sus cerebros, lo cual significa que sus ondas cerebrales tienden a moverse de la misma manera.
Un estudio realizado en la Université Pierre et Marie Curie de París reveló que cuando interactuamos con otras personas no solo tenemos una tendencia a imitar sus movimientos, sino que también se activan simétricamente los mismos centros funcionales clave en la red cerebral interindividual. 
La sincronización cerebral, como demostró otro estudio llevado a cabo en la Universidad Normal del Este de China, es fundamental para la conducta prosocial; o sea, para conectar con los demás. Sin embargo, también tiene un lado más oscuro: podemos contagiarnos con las emociones y sentimientos negativos de los demás, dejándonos arrastrar en su “torbellino emocional”. Y eso nos desgasta.
Cuando dejamos entrar a una persona en nuestro círculo más íntimo, creamos un campo relacional que termina influyendo en nuestro estado de ánimo. Esa relación puede aportarnos muchas satisfacciones, ayudarnos a liberar el estrés y a tomar mejores decisiones, pero también puede ser una enorme fuente de insatisfacciones, conflictos y estrés.
Elige a personas que aporten valor – y conviértete en alguien que aporta
Debemos ser conscientes de que las personas que nos rodean influyen en nuestro estado de ánimo, comportamientos y decisiones. Así como nosotros influimos en los suyos. Eso significa que, si queremos ser más felices y vivir con menos conflictos, debemos preocuparnos por seleccionar cuidadosamente a aquellas personas que dejamos entrar en nuestra vida.
Si nos rodeamos de personas pesimistas, que siempre tienen un problema para cada solución, personas que se lamentan continuamente y han hecho de la queja su modo de vida, de personas manipuladoras que pretenden decidir todo en nuestro lugar o de personas controladoras que quieren saber hasta el mínimo detalle de nuestras vidas, no es extraño que terminemos sintiéndonos agobiados e infelices.
Por eso, una de las decisiones más importantes – y quizá una de las más difíciles – que debemos tomar en la vida consiste en determinar a quién podemos dejar entrar y quién debe permanecer fuera. Para ello, debemos ser conscientes de que todos tenemos el derecho de decidir con quién queremos compartir nuestra posesión más valiosa: el tiempo.
Por tanto, no permitas que las normas sociales o el simple azar elija en tu lugar. El filósofo Max Stirner sostenía que cuando no elegimos a las personas que nos rodean, sino que estas han sido impuestas por el «destino», nos sentimos atadas a ellas, y esa atadura genera frustración y nos coarta. Al contrario, cuando elegimos conscientemente las personas con quienes queremos compartir nuestra vida, podemos conectar desde nuestra esencia y crear una relación que realmente valga la pena.
Por supuesto, también debemos asegurarnos de ser una de esas personas que aporta valor a la vida de los demás acompañando sin invadir y amando sin poseer. Esa es la clave.

19 mayo 2019

A MÁS APARIENCIAS, MÁS CARENCIAS

Dime de qué presumes y te diré de qué careces” dice un refrán popular que algunos han condenado al ostracismo de las verdades molestas. Prisioneros de la dictadura de la apariencia, víctimas de una sociedad de consumo en la que cuanto más tienes más eres, es fácil caer en el error de preocuparnos demasiado por brindar una imagen social de éxito y felicidad, olvidándonos de nuestro auténtico bienestar. 
Seducidos por el canto de sirenas de las redes sociales, que nos prometen una identidad virtual exitosa e impecable, podemos llegar a priorizar tanto nuestra imagen social que el “yo” termina siendo un actor secundario, relegado a un segundo plano, donde languidece en la insatisfacción de lo que podía haber sido, pero no fue.
Complejo de Eróstrato: Especialistas en el arte de aparentar 
Corría el año 356 a. C. cuando en una cálida noche sin luna, un hombre llamado Eróstrato se introdujo a hurtadillas en un templo, se apoderó de una lámpara y la acercó a la tela que envolvía la estatua de Artemisa para incendiarla. Así destruyó el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo. 
Su mano se movió motivada por la fama. No perseguía otro fin que pasar a la posteridad. Hoy el “complejo de Eróstrato” se utiliza para indicar a aquellas personas que buscan sobresalir a toda costa, que quieren distinguirse y ser el centro de la atención, pero en vez de desarrollar sus cualidades y capacidades para realmente aportar valor, destruyen o construyen una personalidad ficticia. 
Las personas que priorizan las apariencias no han desarrollado completamente todas las facetas de su “yo” y necesitan recurrir a un personaje ficticio para hacer creer a los demás – o autoafirmarse en la creencia – que tienen éxito y son importantes. Para lograr su objetivo, no dudan en inventar o adornar excesivamente situaciones de todo tipo que les permitan transmitir la idea de que llevan una vida feliz y exitosa. 
Estas personas ostentan sus posesiones materiales sin pudor y a menudo también se vanaglorian de sus relaciones sentimentales ya que para ellas son un logro más. Jamás tienen problemas, su vida es simplemente perfecta. De hecho, a veces llegan a creerse tanto el personaje que han construido que, aunque la vida se esté desmoronando a su alrededor como el frágil castillo de naipes que es, se niegan a reconocerlo. 
¿De dónde proviene el deseo de aparentar lo que no somos? 
En la base de las apariencias se encuentra una profunda necesidad de ser aceptados y amados, así como de sentir que somos importantes. Cuando somos pequeños, nos damos cuenta de que los “buenos comportamientos” son premiados en forma de afecto y aceptación, de manera que comenzamos a adaptarnos al medio para obtener la aprobación que necesitamos. 
En la etapa adulta esa respuesta adaptativa puede transformarse en un patrón neurótico. La persona que vive de las apariencias depende casi por completo de las opiniones de los demás, por lo que construye una imagen ficticia con la que pretende granjearse la aceptación que necesita. 
El problema es que en muchos casos termina identificándose con esa imagen. Lo que inicialmente era una respuesta de supervivencia, termina convirtiéndose en una sobreadaptación y la persona decide y actúa buscando la aprobación ajena, olvidándose de sí misma. Se olvida de construir una vida que la haga sentir bien, para crear una vida que se vea bien desde fuera. 
En el fondo, esa búsqueda de aprobación esconde un profundo miedo a ser rechazado y perder el afecto. Estas personas piensan que si se muestran tal cual son, si son auténticas, los demás no las aceptarán. Eso significa que no aceptan algunas de sus características, pero en vez de emprender un trabajo interior para cambiarlas, simplemente deciden esconderlas. Por eso, cada apariencia es el reflejo de una carencia, una meta frustrada y/o un rechazo interior. 
Quien vive para aparentar se olvida de vivir
Las personas que viven para aparentar no han desarrollado una buena conciencia de sí mismas, no tienen una autoestima sólida, sino que dependen emocionalmente de las valoraciones de los demás. Eso les lleva a perder la conexión consigo mismas, no son capaces de identificar sus propias necesidades y pierden de vista los objetivos en la vida ya que su meta se limita a buscar la aprobación construyendo una máscara tras la cual esconderse. 
Como dijera el escritor francés La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos”. De hecho, es habitual que estas personas se queden atrapadas en la máscara que han construido, víctimas de la superficialidad y las apariencias, sin poder establecer relaciones sólidas y profundas ya que siempre están ocultando su verdadero “yo” y se relacionan a través de una personalidad maquillada. 
Por otra parte, mantener esa imagen de perfección no suele ser fácil. Ya lo decía Karl Kraus: “aparentar tiene más letras que ser”. La persona que quiere ser fiel al personaje que ha construido tiene que someterse a un férreo control y supervisión constante, de manera que sufre una gran presión autoinfringida que puede hacerla estallar en cualquier momento. Y eso no es felicidad. De hecho, es lo más alejado de la felicidad que se desea aparentar. 
De esta manera, cuando más intentemos aparentar, más lejos estaremos de alcanzar eso que aparentamos. Es una doble atadura psicológica porque cuanto más nos preocupemos por aparentar ser felices, menos tiempo tendremos para intentar descifrar que nos hace felices de verdad. 
¿Cómo escapar de las apariencias en la sociedad de las apariencias? 

No podemos negar que la presión social existe y que a todos nos agrada ser aceptados. Sin embargo, debemos asumir que todos no aprobarán cómo vivimos o lo que pensamos. Y eso no significa que tengamos menos valor, simplemente significa que somos únicos. La búsqueda de aceptación y la adaptación terminan allí donde comienza a corroer nuestra identidad empujándonos a convertirnos en algo que no somos.

18 mayo 2019

TAMBIÉN HAY QUE APRENDER A AGRADECER LO QUE NO FUE


Psicología/Desarrollo Personal
TAMBIÉN HAY QUE APRENDER A AGRADECER LO QUE NO FUE
La prisa nos engulle y el futuro nos consume. A caballo entre las prisas cotidianas y con la mirada permanentemente puesta en los objetivos futuros, a menudo damos por descontado muchos regalos de la vida presente son caídos del cielo y  es cuando olvidamos. Practicar el agradecimiento, al contrario, implica hacer un alto para apreciar lo que tenemos. Sin embargo, ¿qué sucedería si extendiéramos ese agradecimiento también a aquellas cosas que no fueron?
Por cada camino que elijes, te quedan otros sin recorrer 
Hay que aprender a agradecer lo que no fue”, escribió la psicóloga Maritere Lee refiriéndose a cómo el agradecimiento puede tener un papel liberador, permitiéndonos hacer las paces con nuestro pasado, con lo no logrado y, en sentido general, con todo aquello que pudo ser pero que finalmente no fue. 
A lo largo de la vida, para que algunas cosas sean, otras no pueden ser. Podemos entender mejor este concepto si imaginamos que en cada punto de la vida nos encontramos ante muchísimos caminos. Algunos son muy parecidos, otros diametralmente opuestos. Cada vez que tomamos una decisión, por pequeña que sea, elegimos un camino y los otros se cierran automáticamente.
Por eso, para que algunas cosas se hagan realidad, otras deben desaparecer de nuestro universo. Quedarnos aferrados a esos otros caminos que vislumbramos pero que no tuvimos el coraje de emprender o simplemente no tomamos porque la vida nos empujó en otra dirección, es completamente improductivo y genera infelicidad. 
Si a cada rato te haces la pregunta “¿Qué hubiera pasado si…?”, es probable que te hayas quedado atascado en algunos de esos cruces de camino. Como resultado, te será muy difícil avanzar porque arrastras contigo el peso de las posibilidades que nunca fueron y que ya no podrán ser. Esa pregunta implica que no has hecho las paces con tus decisiones y que no te sientes a gusto en tu presente porque sientes la necesidad de mirar atrás continuamente. Sin darte cuenta, hipotecas tu presente por algo que ya no será. 
El agradecimiento por lo que no fue 
En cambio, sentirse agradecido también por todo aquello que no fue, pero que en algún momento fue una posibilidad, nos permite liberarnos de la carga del pasado. Aceptar nuestras decisiones nos ayuda a deshacernos del resentimiento, el rencor o los remordimientos, permitiéndonos construir un futuro mejor. 

Aprender a agradecer lo que no fue también nos ayuda a hacer las paces con nuestro “yo”, con la persona que tomó esas decisiones y que hoy nos ha llevado hasta donde estamos. Después de todo, como escribió Hermann Hesse: "La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo".

Eso significa que no hay caminos buenos o malos, en el sentido restrictivo de ambos términos, sino que las decisiones que tomamos son aquellas que necesitamos para crecer, aunque en un primer momento no nos parezcan las más adecuadas. Significa ser conscientes de que nuestras elecciones quizá no sean las mejores, pero sin duda tenían sentido para nosotros en el momento en que las tomamos, con el grado de madurez que teníamos y el conocimiento del que disponíamos. 
Entonces, ¿cómo experimentar agradecimiento por lo que no fue? 
Celebra todas y cada una de tus decisiones porque ellas te han convertido en la persona que eres hoy. Incluso lo que consideras “malas decisiones” te han permitido crecer y adquirir sabiduría de vida. 
Celebra lo que has construido y sé consciente de que para llegar hasta dónde estás, has debido dejar otras cosas en el pasado. Después de todo, madurar no es añadir cada vez más sino aprender a restar. 
No te aferres a lo que no ha podido ser. Siéntete agradecido por las diferentes posibilidades y ábrete a los nuevos caminos que tienes por delante.

17 mayo 2019

PORQUE TE CREA ANSIEDAD SALIR DE TU ZONA DE CONFORT



No tendremos mejores condiciones en el futuro si nos damos por satisfechos con lo que tenemos en la actualidad”, Thomas Alva Edison. dijo Salir de la zona de confort es imprescindible para tomar oxígeno psicológico. Fuera de esa zona ampliamos nuestra visión del mundo, aprendemos cosas nuevas, ponemos a prueba nuestras fuerzas y modificamos nuestros hábitos. En una palabra: crecemos. Solo nos detiene una cosa: el miedo.

No tendrás mejores condiciones en el futuro si te  conformas  con las que tenes en la actualidad”, Thomas Alva Edison. dijo Salir de la zona de confort es imprescindible para tomar oxígeno psicológico. Fuera de esa zona ampliamos nuestra visión del mundo, aprendemos cosas nuevas, ponemos a prueba nuestras fuerzas y modificamos nuestros hábitos. En una palabra: crecemos. Solo nos detiene una cosa: el miedo.
¿Por qué tenemos miedo a salir de la zona de confort? 
El miedo a salir de la zona de confort es la expresión de otros temores más profundos, los cuales forman una maraña psicológica que nos mantiene atados a una situación que no es ideal para nuestro crecimiento y que incluso puede ser contraproducente, causándonos daño.
Aunque puede parecer contradictorio, a veces preferimos quedarnos en lo conocido, aunque ello nos cause sufrimiento, que explorar lo incierto. El refrán es «mejor un mal conocido que un bueno por conocer» encierra a la perfección esa manera de pensar. Comprender qué nos detiene, cuáles son los temores que nos mantienen paralizados, es el primer paso para dejar atrás los problemas de la zona de confort.
1. Miedo a perder el control. La zona de confort es un espacio donde creemos que tenemos todo bajo control. Salir de ese espacio relativamente seguro nos asusta porque significa que debemos aprender a fluir con el curso de los acontecimientos y reconocer que en realidad tenemos muy poco control sobre las circunstancias.
2. Miedo a la incertidumbre. La zona de control es un espacio donde podemos prever con cierta certeza y un ínfimo margen de error qué sucederá. Abandonar ese espacio implica lanzarse a lo desconocido, lo cual genera temor y ansiedad. Cuando todo es posible, la enorme cantidad de posibilidades genera vértigo. Y eso nos asusta. Por eso, el miedo a salir de la zona de confort sienta sus raíces en el temor a la incertidumbre.
3. Miedo al fracaso. Salir de la zona de confort implica arriesgar, y cada vez que arriesgamos algo nos enfrentamos a la posibilidad de fracasar. El miedo al fracaso puede llegar a ser paralizante porque representa un doble golpe, a nuestro estatus social y a la imagen que teníamos de nosotros mismos. Por eso muchas veces preferimos quedarnos en esa zona donde tenemos cierto grado de aceptación y “éxito” garantizados.
4. Miedo al rechazo. «Sé obediente. Estudia. Trabaja. Cásate. Ten hijos. Hipotécate. Mira la tele. Pide préstamos. Compra muchas cosas. Y sobre todo, no cuestiones jamás lo que te han dicho que tienes que hacer «, dijo George Carlin. Si salir de la zona de confort implica desafiar el camino preestablecido socialmente y las expectativas que los demás han puesto en nosotros, es normal que genere miedo. Es el temor para desilusionar a los demás, a las opiniones ajenas y, sobre todo, al rechazo de quienes no nos entienden o no comparten nuestra visión de las cosas.
5. Miedo al cambio personal. A veces el miedo a salir de la zona de confort se debe a un apego excesivo a nuestro “yo”. Rechazamos lo nuevo o lo diferente porque tememos que desequilibre la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos. Tememos perder todo aquello con lo que nos identificamos porque ello implica dar un paso en una dirección aterradora: cuestionarnos a nosotros mismos, cuestionar nuestra forma de pensar y las creencias en base a las cuales hemos fundado nuestra identidad. Por eso preferimos seguir apegados a los estereotipos que apuntalan nuestro «yo».
Lo malo de la zona de confort 
La zona de confort es un espacio más o menos restringido de comportamiento donde nuestras actividades y comportamientos se ajustan a una rutina y un patrón que minimiza el nivel de estrés y riesgo. Nos proporciona un estado de cierta seguridad mental. No cabe dudas. Los beneficios son obvios: un nivel de satisfacción aceptable, baja ansiedad y relativamente poco estrés. Sin embargo, las desventajas de la zona de confort son tantas que no vale la pena quedarnos prisioneros de ese pequeño espacio.
– Nos impide alcanzar el máximo de nuestro potencial. Un experimento realizado a inicios del siglo XX demostró que un estado de relativa comodidad genera un nivel constante de rendimiento. Pero si queremos maximizar nuestro rendimiento necesitamos aumentar ligeramente el nivel de ansiedad hasta llegar a un estado de “ansiedad óptima”, que se encuentra precisamente fuera de nuestra zona de confort. Ese estado de «incomodidad productiva» es lo que nos permite crecer y convertirnos en la persona que podemos ser.
– Cada vez nos resultará más difícil lidiar con los cambios. A medida que nos sentimos más cómodos con lo conocido, nuestra mochila de herramientas para la vida se reduce, de manera que nos resultará cada vez más complicado afrontar los cambios nuevos e inesperados. Su impacto nos dejará cada vez más asustados e indefensos. Al contrario, asumir nuevos retos y buscar activamente la novedad nos permitirá sentirnos más cómodos ante lo incierto y desconocido, de manera que podremos resolver mejor los problemas cuando estos se presenten.
– Nos cerraremos a las nuevas ideas y la creatividad. La creatividad necesita alimentarse de la novedad. Incluso la sinéctica, una técnica creativa que implica unir conceptos conocidos para dar lugar a algo nuevo, demanda que seamos capaces de abrirnos a lo nuevo. Si nos enclaustramos en nuestra zona de confort, le cerramos la puerta a la creatividad e impedimos el flujo de nuevas ideas, parapetándonos tras las murallas de lo viejo y conocido.
La zona de confort representa el pasado hecho presente, es un vano intento de minimizar la incertidumbre propia del futuro. Salir de ese espacio que hemos construido de manera más o menos consciente asusta porque significa reconocer que no tenemos el control y que puede pasar cualquier cosa que no entra dentro de nuestros planes. Sin embargo, quedarse eternamente en la zona de confort equivale a condenarse al inmovilismo. Y eso es aún peor. Porque como dijo Hellen Keller, «la vida es una aventura atrevida o no es nada «.
¿Cómo vencer el miedo a salir de la zona de confort? 
Hay personas que pueden salir de su zona de confort dando un gran salto porque son capaces de gestionar ese nivel de ansiedad. Hay otras que necesitan dar pequeños pasos a la vez. No importa qué estrategia uses para abandonar la zona de confort, lo verdaderamente importante es que expandas tus horizontes.
El secreto radica en encontrar un equilibrio, de manera que la novedad genere una ansiedad beneficiosa, una ansiedad que no resulta dañina, sino que nos da el empujón psicológico necesario para atrevernos a cambiar. Estos ejercicios para salir de la zona de confort te ayudarán a abrazar la novedad. Recuerda que no puedes convertirte en la persona que quieres ser si te aferras a lo que eres, parafraseando al escritor Max DePree.
Fuente: 
Yerkes, R. M. & Dodson, J. D. (1908) The relation of strength of stimulus to rapidity of habit formation. Journal of Comparative Neurology and Psychology; 18: 459-482.