19 mayo 2019

A MÁS APARIENCIAS, MÁS CARENCIAS

Dime de qué presumes y te diré de qué careces” dice un refrán popular que algunos han condenado al ostracismo de las verdades molestas. Prisioneros de la dictadura de la apariencia, víctimas de una sociedad de consumo en la que cuanto más tienes más eres, es fácil caer en el error de preocuparnos demasiado por brindar una imagen social de éxito y felicidad, olvidándonos de nuestro auténtico bienestar. 
Seducidos por el canto de sirenas de las redes sociales, que nos prometen una identidad virtual exitosa e impecable, podemos llegar a priorizar tanto nuestra imagen social que el “yo” termina siendo un actor secundario, relegado a un segundo plano, donde languidece en la insatisfacción de lo que podía haber sido, pero no fue.
Complejo de Eróstrato: Especialistas en el arte de aparentar 
Corría el año 356 a. C. cuando en una cálida noche sin luna, un hombre llamado Eróstrato se introdujo a hurtadillas en un templo, se apoderó de una lámpara y la acercó a la tela que envolvía la estatua de Artemisa para incendiarla. Así destruyó el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo. 
Su mano se movió motivada por la fama. No perseguía otro fin que pasar a la posteridad. Hoy el “complejo de Eróstrato” se utiliza para indicar a aquellas personas que buscan sobresalir a toda costa, que quieren distinguirse y ser el centro de la atención, pero en vez de desarrollar sus cualidades y capacidades para realmente aportar valor, destruyen o construyen una personalidad ficticia. 
Las personas que priorizan las apariencias no han desarrollado completamente todas las facetas de su “yo” y necesitan recurrir a un personaje ficticio para hacer creer a los demás – o autoafirmarse en la creencia – que tienen éxito y son importantes. Para lograr su objetivo, no dudan en inventar o adornar excesivamente situaciones de todo tipo que les permitan transmitir la idea de que llevan una vida feliz y exitosa. 
Estas personas ostentan sus posesiones materiales sin pudor y a menudo también se vanaglorian de sus relaciones sentimentales ya que para ellas son un logro más. Jamás tienen problemas, su vida es simplemente perfecta. De hecho, a veces llegan a creerse tanto el personaje que han construido que, aunque la vida se esté desmoronando a su alrededor como el frágil castillo de naipes que es, se niegan a reconocerlo. 
¿De dónde proviene el deseo de aparentar lo que no somos? 
En la base de las apariencias se encuentra una profunda necesidad de ser aceptados y amados, así como de sentir que somos importantes. Cuando somos pequeños, nos damos cuenta de que los “buenos comportamientos” son premiados en forma de afecto y aceptación, de manera que comenzamos a adaptarnos al medio para obtener la aprobación que necesitamos. 
En la etapa adulta esa respuesta adaptativa puede transformarse en un patrón neurótico. La persona que vive de las apariencias depende casi por completo de las opiniones de los demás, por lo que construye una imagen ficticia con la que pretende granjearse la aceptación que necesita. 
El problema es que en muchos casos termina identificándose con esa imagen. Lo que inicialmente era una respuesta de supervivencia, termina convirtiéndose en una sobreadaptación y la persona decide y actúa buscando la aprobación ajena, olvidándose de sí misma. Se olvida de construir una vida que la haga sentir bien, para crear una vida que se vea bien desde fuera. 
En el fondo, esa búsqueda de aprobación esconde un profundo miedo a ser rechazado y perder el afecto. Estas personas piensan que si se muestran tal cual son, si son auténticas, los demás no las aceptarán. Eso significa que no aceptan algunas de sus características, pero en vez de emprender un trabajo interior para cambiarlas, simplemente deciden esconderlas. Por eso, cada apariencia es el reflejo de una carencia, una meta frustrada y/o un rechazo interior. 
Quien vive para aparentar se olvida de vivir
Las personas que viven para aparentar no han desarrollado una buena conciencia de sí mismas, no tienen una autoestima sólida, sino que dependen emocionalmente de las valoraciones de los demás. Eso les lleva a perder la conexión consigo mismas, no son capaces de identificar sus propias necesidades y pierden de vista los objetivos en la vida ya que su meta se limita a buscar la aprobación construyendo una máscara tras la cual esconderse. 
Como dijera el escritor francés La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos”. De hecho, es habitual que estas personas se queden atrapadas en la máscara que han construido, víctimas de la superficialidad y las apariencias, sin poder establecer relaciones sólidas y profundas ya que siempre están ocultando su verdadero “yo” y se relacionan a través de una personalidad maquillada. 
Por otra parte, mantener esa imagen de perfección no suele ser fácil. Ya lo decía Karl Kraus: “aparentar tiene más letras que ser”. La persona que quiere ser fiel al personaje que ha construido tiene que someterse a un férreo control y supervisión constante, de manera que sufre una gran presión autoinfringida que puede hacerla estallar en cualquier momento. Y eso no es felicidad. De hecho, es lo más alejado de la felicidad que se desea aparentar. 
De esta manera, cuando más intentemos aparentar, más lejos estaremos de alcanzar eso que aparentamos. Es una doble atadura psicológica porque cuanto más nos preocupemos por aparentar ser felices, menos tiempo tendremos para intentar descifrar que nos hace felices de verdad. 
¿Cómo escapar de las apariencias en la sociedad de las apariencias? 

No podemos negar que la presión social existe y que a todos nos agrada ser aceptados. Sin embargo, debemos asumir que todos no aprobarán cómo vivimos o lo que pensamos. Y eso no significa que tengamos menos valor, simplemente significa que somos únicos. La búsqueda de aceptación y la adaptación terminan allí donde comienza a corroer nuestra identidad empujándonos a convertirnos en algo que no somos.

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