PSICOLOGÍA/DESARROLLLO PERSONAL
Nuestras mayores
satisfacciones, alegrías Y desdichas provienen de las relaciones
interpersonales..
Imbuidos desde que nacemos
en diferentes grupos sociales, no es extraño que a menudo aparezcan conflictos
que alteran nuestro equilibrio mental y que incluso nos pueden llevar
al límite de la tolerancia. Sin embargo, en algunos casos el problema es aún
peor porque no se trata de situaciones puntuales sino de conflictos
recurrentes.
De hecho, no es extraño
encontrar a personas que se lamentan continuamente porque, de una forma u otra,
siempre terminan convirtiéndose en «víctimas» de los demás. Son personas que,
aunque cambien de trabajo, ciudad o grupo de amigos, al final terminan cayendo
en los mismos patrones de relaciones tóxicas. Estas personas no son tóxicas, el
problema es que con sus comportamientos y actitudes atraen a quienes sí lo son.
¿Qué son las
relaciones tóxicas?
Una relación es tóxica
cuando te impide desarrollar tu potencial y te hace sentir mal. Desde esta
perspectiva, no solo se pueden establecer relaciones tóxicas con la pareja sino
también entre padres e hijos, con los amigos e incluso con los compañeros de trabajo.
En una relación sana, cada
persona aporta una parte de sí, dándole cierta libertad al otro y contribuyendo
a su crecimiento. En una relación tóxica una persona intenta dominar y
manipular, incluso a despecho de las necesidades e intereses del otro. Como
resultado, la víctima se siente infeliz. Si esta situación no se resuelve, con
el paso del tiempo incluso puede generar problemas de índole psicológica, como
la depresión o daños profundos a la autoimagen y la autoestima.
¿Cuáles son
los tipos de relación más peligrosos?
1. Las relaciones cuyo objetivo es “llenar” a una persona
Hay quienes piensan que su
vida será más completa y maravillosa si encuentra a otra persona con la cual
compartir sus sueños y desventuras. Es cierto que encontrar a alguien con quien
compartir nuestras ilusiones, a alguien que nos apoye en los momentos más
difíciles, es reconfortante. Sin embargo, para que una relación sea sana y
madura, primero deben serlo cada una de las personas, por separado.
La idea de que el otro
llenará el vacío es errónea. En realidad, estas personas no logran despojarse
de su miseria y aburrimiento por lo que terminan sintiéndose frustradas y
culpando al otro. No es una buena idea lanzarse a vivir una relación para
suplir carencias personales. Solo cuando nos amamos a nosotros mismos, seremos
capaces de amar plenamente a otros.
Además, en estas
relaciones, una persona carga con la responsabilidad de “completar” a la otra.
Y a la larga ese rol resulta muy agobiante y repercute negativamente en la
calidad de la relación, haciendo que se deteriore.
2. Las relaciones en las que una persona toma el control
En la mayoría de las
relaciones interpersonales se producen luchas de poder, algunas pueden ser más
visibles, otras transcurren de manera implícita. Sin embargo, una vez que la
relación se asienta, cada cual asume un rol y el poder queda distribuido lo más
equitativamente posible. No obstante, hay casos en los que una persona asume
las riendas de la relación.
En un primer momento, esta
situación incluso puede resultar cómoda ya que la otra persona es quien decide
y asume la responsabilidad. No obstante, este tipo de relación resulta muy
limitante ya que una de las partes pierde el derecho a opinar y a decidir,
pierde su autonomía, la independencia, la autoestima y la autoconfianza. Por
tanto, esa persona se sentirá atrapada, sin posibilidades de crecer.
Toda relación de pareja
implica cooperación, es necesario que ambas personas se involucren y se sientan
libres para expresar sus opiniones y que estas sean tenidas en cuenta. Las
decisiones se deben tomar de común acuerdo, no por imposición o por dejación de
derechos.
3. Las relaciones sustentadas en expectativas irreales
Hay personas que no
aceptan a los demás, sino que intentan cambiarles, quieren que se conviertan en
alguien a su imagen y semejanza y que cumplan con todos sus requisitos. En
estos casos, la relación no se ha iniciado con la persona “real” sino con la
persona “ideal”. Por ejemplo, alguien puede comenzar una relación de pareja
pensando que las características que no le gustan del otro desaparecerán.
Sin embargo, la base de
toda relación interpersonal es la aceptación. Las relaciones basadas en
expectativas irreales, a la larga, provocan frustración y sufrimiento porque el
desencanto no tarda en aparecer.
Por otra parte, la persona
a la que se le demanda el cambio se sentirá inadecuada ya que percibe que no es
valorada por lo que es realmente, sino que es objeto de críticas constantes. A
la larga, este tipo de relaciones terminan siendo muy dañinas ya que una
persona no logra aceptar y la otra, por mucho que cambie, nunca podrá
satisfacer las expectativas.
4. Las relaciones de codependencia
En este tipo de relación
las dos personas son dependientes, adoptan un rol pasivo y pierden su
individualidad. Es curioso porque ninguna adopta el papel dominante, sino que
ambas necesitan la aprobación del otro para tomar cualquier decisión, hasta la
más mínima. Esto se debe a que priorizan constantemente las necesidades del
otro sobre las suyas.
En esta relación, cada
persona se diluye en la otra, hasta tal punto que ambos prácticamente se
convierten en adictos a la relación. Aunque a primera vista esta forma de
relacionarse incluso puede parecer ideal, el problema radica en que estas
personas suelen acumular mucho resentimiento ya que, aunque han sido ellas
quienes han elegido ese tipo de relación, terminan culpando al otro de sus
descalabros y malas decisiones.
En realidad, en una
relación ambas personas deben responsabilizarse por sus acciones. Es importante
contar con el otro para tomar decisiones, pero eso no significa que perdamos
nuestra identidad.
5. Las relaciones chantajistas
En este tipo de relación
siempre existe un manipulador, alguien que conoce perfectamente los puntos
débiles del otro y que no duda en usarlos a su favor para obtener lo que desea.
Esta persona mantiene la relación solo porque le resulta conveniente pero no
dudará en deshacerse de ella cuando no la necesite.
En esta relación uno se
somete al otro, porque experimenta una sensación de culpa. La persona se siente
atrapada en una tela de araña emocional y tiene miedo a escapar, por las
consecuencias que podría tener su decisión.
A la larga, la relación
con un chantajista termina siendo muy costosa, sobre todo en el plano afectivo.
Por lo que es mejor cortar por lo sano ya que estas personas no dejarán de
hacer demandas cada vez más abusivas.
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