Psicología /desarrollo personal
VIVIR EN
PAZ CON LO QUE NO PODEMOS CAMBIAR
La madurez psicológica se puede
definir de muchas formas, aunque quizá fue el escritor escocés M. J. Croan
quien mejor resumió este concepto: “La madurez es cuando tu mundo se abre y
te das cuenta de que no eres el centro de él”.
La madurez psicológica no llega,
obligatoriamente, con el paso de los años, es necesario realizar un profundo
trabajo interior que muchas veces implica una deconstrucción de nuestros
patrones de pensamiento y formas de ver el mundo. No se es más maduro porque
pasen los años, se es más maduro porque aprovechamos mejor las experiencias de
la vida para comprendernos y comprender el mundo.
¿Qué es la madurez psicológica
– y qué no es?
La madurez psicológica no solo
implica conocerse bien, sino ser conscientes de que no somos el centro del
universo y que necesitamos coexistir con una realidad que a menudo va en contra
de nuestros deseos y esfuerzos.
Madurar significa dejar atrás
nuestra visión egocéntrica para comprender que existe un mundo más amplio y
complejo, un mundo que a menudo nos pondrá a prueba y que no siempre satisfará
nuestras expectativas, ilusiones y necesidades.
A pesar de ello – o quizá gracias
a ello – cuando maduramos somos capaces de vivir en paz en ese mundo, aceptando
todo aquello que no nos gusta pero que no podemos cambiar. Esta frase de
Max Stirner resume esa idea: “El hombre maduro difiere del joven en que
toma el mundo como es, sin ver por todas partes males que corregir, entuertos
que enderezar, y sin pretender moldearlo a su ideal”.
Por tanto, la madurez psicológica
no es simplemente adaptarse al medio, la cultura y la sociedad – eso sería
exactamente lo opuesto de la madurez – sino encontrar la vía para ser
auténticos tomando nota del medio, la cultura y la sociedad en la que vivimos.
Negar la realidad: Un
mecanismo de afrontamiento inmaduro y desadaptativo
La negación es un mecanismo
de defensa que implica negar fervientemente la realidad, a pesar de que
las evidencias y los hechos nos muestren lo contrario. Generalmente este
mecanismo se pone en marcha por dos motivos: 1. Porque nos aferramos a unas
ideas rígidas que no queremos cambiar o, 2. Porque no contamos con los
mecanismos psicológicos necesarios para afrontar la situación.
En ambos casos, negar la realidad
nos sirve para reducir la ansiedad ante una situación que nuestro cerebro
emocional ya ha catalogado como particularmente inquietante o incluso
amenazante. El problema es que la realidad siempre nos gana la partida. No podemos
escondernos eternamente de la realidad.
Si un acosador violento nos
aborda en medio de la calle, no cerramos los ojos repitiéndonos mentalmente: “¡Esto
no está ocurriendo!”. Comprendemos que estamos en peligro y escapamos o
pedimos ayuda. Sin embargo, no reaccionamos de la misma manera en muchas otras
situaciones de nuestra vida. Cuando algo no nos gusta, nos decepciona o
entristece, solemos activar el mecanismo de negación.
Negar vehementemente los hechos
no hará que cambien. Al contrario, nos conducirá a tomar decisiones poco
adaptativas que pueden terminar causándonos más daño. Debemos tener claro que
para adaptarnos a la realidad, cambiarla o sacar provecho de ella, el primer
paso es aceptarla.
La persona que ya ha alcanzado
cierto grado de madurez psicológica, al contrario, acepta la realidad, no con
resignación sino con inteligencia. En este sentido, el psiquiatra alemán Fritz
Kunkel dijo que “ser maduro significa encarar, no evadir, cada nueva crisis
que viene”.
Madurez emocional: El arte de
encontrar el equilibrio en la adversidad
“Érase una vez un hombre a
quien le alteraba tanto ver su propia sombra y le disgustaban tanto sus propias
pisadas que decidió librarse de ellas.
“Se le ocurrió un método:
huir. Así que se levantó y echó a correr, pero cada vez que ponía un pie en el
suelo había otra pisada, mientras que su sombra le alcanzaba sin la menor
dificultad.
“Atribuyó el fracaso al hecho
de no correr suficientemente deprisa. Corrió más y más rápido, sin parar, hasta
caer muerto.
“No comprendió que le habría
bastado con ponerse en un lugar sombreado para que su sombra se desvaneciera y
que, si se sentaba y se quedaba inmóvil, no habría más pisadas”.
Esta parábola de Zhuangzi
recuerda una frase de Ralph Waldo Emerson: “La madurez es la edad en que uno
ya no se deja engañar por sí mismo”. El escritor se refería a ese momento
en el cual somos plenamente conscientes de los mecanismos psicológicos que
ponemos en marcha para lidiar con la realidad y proteger nuestro “yo”, a ese
momento en el que nos percatamos que la realidad puede ser difícil pero que
nuestra actitud y perspectiva son dos variables esenciales en esa ecuación.
Por eso, la madurez emocional
pasa inevitablemente por el autoconocimiento, implica conocer las zancadillas
mentales que nos ponemos para no avanzar, los mecanismos que usamos para
evadirnos de la realidad y las creencias erróneas que nos mantienen atados a
pensamientos y actitudes que no nos aportan nada o incluso nos dañan.
Ese conocimiento es básico para
lidiar con los problemas y obstáculos que nos plantea la vida. Por desgracia,
hay personas que, como el hombre de la historia, nunca llegan a alcanzar ese
nivel de autoconocimiento y terminan creando más confusión y problemas,
alimentando la infelicidad y el caos interior. Al fin y al cabo, podemos huir
de muchas cosas, pero no podemos huir de nosotros mismos. Y si no solucionamos
nuestros conflictos interiores, los reproduciremos allá donde estemos.
Alcanzar la madurez psicológica
no implica aceptar pasivamente la realidad asumiendo una postura resignada más
parecida a la triste rendición de la indefensión aprendida que a la
serenidad, sino ser capaces de mirar con otros ojos lo que sucede, aprovechando
ese supuesto golpe para consolidar nuestra resiliencia, conocernos mejor e
incluso crecer.
La verdadera madurez emocional
llega cuando practicamos la aceptación radical, cuando miramos a los ojos
la realidad y, en vez de venirnos abajo, nos preguntamos: “¿Cuál es el
próximo paso?”. Eso significa que, aunque la realidad puede ser dolorosa,
no nos quedamos atrapados en el papel de víctimas sufriendo inútilmente, sino
que protegemos nuestro equilibrio mental adoptando una actitud
proactiva.
¿Cómo desarrollar la madurez
psicológica? Empieza por reírte de ti mismo
William Arthur Ward dijo: “Cometer
errores es humano y tropezar es común; la verdadera madurez es ser capaz de
reírse de sí mismo”. Ser capaz de reírnos de nuestros antiguos temores porque
ahora nos parecen grotescos, de nuestras preocupaciones magnificadas y de esos
obstáculos “insalvables” que en realidad no lo eran, es una enorme muestra de
crecimiento.
Un estudio desarrollado en la
Universidad de Carolina del Norte reveló que el sentido del humor está
relacionado con la resiliencia y el bienestar psicológico. Pero todo tipo de
humor no vale, solo el humor que se vierte sobre uno mismo, sobre nuestras
experiencias de vida, está relacionado con la madurez psicológica y tiene un
enorme impacto en nuestros estados emocionales negativos, aliviando la
angustia. De hecho, varias investigaciones han demostrado que el sentido del
humor es una pieza clave para recuperarnos de la adversidad.
Reirnos de nuestras viejas
actitudes, creencias y reacciones no solo significa que forman parte del
pasado, sino que han dejado de tener cualquier influjo emocional sobre
nosotros. Esa capacidad para reírnos de nosotros mismos también nos permite
adoptar una actitud más desapegada y acostumbrar a nuestro ego a los embates de
la vida, de manera que no sea tan susceptible y deje de percibir todo como un
peligro ante el cual necesita protegerse.
Al fin y al cabo, la madurez
psicológica es un proceso de crecimiento continuo que implica, por una parte,
el autodescubrimiento trascendental y por otra, la apertura al mundo. Solo así
nos convertimos en personas plenas que han hallado el sentido de su vida.
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