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LO QUÉ NOS ENSEÑA EL BUDISMO SOBRE LA LEY DEL DESAPEGO
Un turista americano fue a El Cairo, con el único objetivo de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuarto muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.
– ¿Dónde están sus muebles? – preguntó el turista.
Y el sabio también preguntó: – ¿Y dónde están los suyos?
– ¿Los míos? – se sorprendió el turista -¡Pero si yo estoy aquí solamente
de paso!
– Yo también… – concluyó el sabio.
Esta
fábula representa a la perfección uno de los pilares del budismo, filosofía de
la cual ha bebido en los últimos tiempos la Psicología: el desapego, que se
convierte en una de las principales vías para alcanzar la tranquilidad
espiritual, el bienestar y la felicidad. No obstante, también es uno de los
mandamientos más difíciles de seguir.
El apego es
una expresión de inseguridad
La ley
del desapego nos indica que debemos renunciar a nuestro apego a las cosas, lo
cual no significa que renunciemos a nuestras metas, no renunciamos a la
intención sino más bien al interés por el resultado. A primera vista, puede
parecer una nimiedad o un cambio insustancial, pero en realidad, se trata de
una transformación colosal en nuestra forma de comprender el mundo y en nuestra
manera de vivir.
De
hecho, en el mismo momento en que renunciamos al interés por el resultado, nos
desligamos del deseo, que a menudo confundimos con la necesidad y que nos
conduce a perseguir metas que realmente no nos satisfacen. En ese momento,
adoptamos una actitud más relajada y, a pesar de que puede parecer un
contrasentido, nos resulta más fácil conseguir lo que deseamos. Esto se debe a
que el desapego sienta sus bases en la confianza en nuestras potencialidades,
mientras que el apego se basa en el miedo a la pérdida y la inseguridad.
Cuando
nos sentimos inseguros, nos apegamos a las cosas, a las relaciones o a las personas.
Sin embargo, lo curioso es que mientras más desarrollamos ese apego, más se
acrecienta nuestro miedo a la pérdida. Ese miedo no solo afecta nuestra
estabilidad emocional, sino que también nos puede llevar a crear patrones de
comportamiento disfuncionales.
Por
ejemplo, podemos desarrollar un apego enfermizo a las cosas, como las personas
que no pueden vivir sin su smartphone e incluso sufren
alucinaciones auditivas provocadas por el hábito de estar siempre pendientes de
la próxima llamada o mensaje. Por supuesto, también podemos caer en patrones
relacionales dañinos, que ahoguen a la persona que amamos y terminen dañando
profundamente la relación o incluso rompiéndola.
Sin
embargo, el desapego predica otra forma de relacionarse, implica no depender de
lo que tenemos o de esa persona con la cual hemos establecido vínculos
afectivos. Es importante comprender que el desapego no significa no amar, sino
ser autónomos, liberarnos del miedo a la pérdida para comenzar a disfrutar
realmente de lo que tenemos o de la persona que amamos. El desapego no
significa dejar de disfrutar y experimentar placer sino todo lo contrario,
comenzar a vivir de forma más plena, porque nuestras experiencias dejan de
estar ensombrecidas por el temor a la pérdida.
La
incertidumbre como camino
El apego
es el producto de una conciencia de pobreza, que se centra en los símbolos. De
hecho, para el budismo, la vivienda, la ropa, los coches y los objetos en
sentido general, son símbolos transitorios, que vienen y van. Perseguir esos
símbolos equivale a esforzarse por atesorar el mapa, pero no implica disfrutar
del territorio. Por eso, terminamos sintiéndonos vacíos por dentro. En
práctica, cambiamos nuestro “yo” por los símbolos de ese “yo”.
¿Por qué
perseguimos esos símbolos? Básicamente, porque nos han hecho pensar que en las
posesiones materiales radica la seguridad. Pensamos que al tener una casa y
ganar mucho dinero, nos sentiremos seguros. De hecho, hay quienes piensan: “Me
sentiré seguro cuando tenga X cantidad de dinero. Entonces seré libre
económicamente y podré hacer lo que me gusta”. Sin embargo, lo curioso es
que en muchos casos, mientras más dinero se posee, más inseguras se sienten las
personas.
El
problema radica en que identificar la seguridad con las posesiones no es más
que una señal de inseguridad y, obviamente, la tranquilidad que pueden brindar
es efímera. Quienes buscan la seguridad, la persiguen durante toda su vida, sin
llegar a encontrarla.
Esto se
debe a que buscar la seguridad y la certeza no es más que un apego a lo conocido,
un apego al pasado. Lo conocido es simplemente una prisión construida a partir
del condicionamiento anterior. No prevé la evolución, y cuando no hay cambios,
simplemente aparece el caos, el estancamiento y la decadencia.
Al
contrario, es necesario afianzarse en la incertidumbre. Esta es terreno fértil
para la creatividad y la libertad ya que implica penetrar en lo desconocido, un
gran abanico de posibilidades donde todo es nuevo. Sin la incertidumbre, la
vida es tan solo una repetición de los recuerdos, de las experiencias que ya
hemos vivido. Por tanto, nos atamos emocionalmente al pasado,
convirtiéndonos en sus rehenes.
Cuando
renunciamos al apego a lo conocido, podemos adentrarnos en lo desconocido,
abrazar la incertidumbre y abrirnos a nuevas experiencias que alimentan
nuestras ganas de vivir y nos convierten en personas más felices.
Los problemas
como oportunidades
La ley
del desapego no nos indica que no debemos tener metas. Cuando abrazamos el
desapego no nos convertimos en hojas movidas por el viento. De hecho, en el
budismo las metas son importantes para marcar la dirección en la que
caminaremos. Sin embargo, lo interesante es que entre el punto A y el punto B,
existe incertidumbre, lo cual significa un universo prácticamente infinito de
posibilidades. Así, para alcanzar nuestro objetivo, podemos seguir diferentes
caminos y cambiar la dirección cuando lo deseemos.
Esta
manera de comprender la vida nos reporta otra ventaja: no forzar las soluciones
a los problemas y mantenernos atentos a las oportunidades. Cuando ponemos en
práctica el verdadero desapego, no nos sentimos obligados a forzar las
soluciones de los problemas, sino que somos pacientes y esperamos y, mientras
lo hacemos, encontramos las oportunidades.
De
hecho, según el budismo, cada problema encierra una oportunidad que conlleva a
su vez algún beneficio. Lo que sucede es que, con la mentalidad del apego, nos
asustamos e intentamos forzar la solución, de manera que la mayoría de las
veces solo nos centramos en la parte negativa del problema y desaprovechamos la
oportunidad que esta encierra.
Sin
embargo, cuando creemos que cada problema contiene la semilla de la
oportunidad, nos abrimos a una gama mucho más amplia de oportunidades. De esta
forma, no solo sufriremos mucho menos en la adversidad, sino que encontraremos
más rápido la solución y esta nos permitirá crecer como personas.
Recuerda
que: “Todas las cosas a las que te apegas, y sin las que estás convencido
que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustia. Lo que te
hace feliz no es la situación que te rodea, sino los pensamientos que hay en tu
mente…”
Como
colofón, os invito a leer estas frases budistas, una sabiduría ancestral
que puedes poner en práctica para mejorar tu día a día y lograr un estado de
plenitud.
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