psicología
/desarrollo personal
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE AFERRARSE A
ALGO: NO ES A LO QUE TE AFERRAS SINO POR QUÉ TE AGARRAS
Aferrarse
a algo es una conducta tan habitual como respirar. Solemos aferrarnos a las
personas que queremos y desempeñan un papel importante en nuestras vidas.
También nos aferramos a nuestras posesiones más valiosas. A los recuerdos
dolorosos del pasado. A nuestros roles sociales o a determinadas
características que creemos nos definen. A patrones de pensamiento negativos
que hemos ido desarrollando a lo largo del tiempo. A esperanzas y expectativas
irreales. A los malos hábitos y a las emociones negativas que nos hacen sufrir
innecesariamente.
Sin
embargo, ese apego excesivo es el origen del sufrimiento, según la filosofía
budista. “La mayoría de nuestros problemas se deben a nuestro apasionado
deseo y al apego a cosas que malinterpretamos como entidades perdurables”,
apuntó Dalai Lama. Por eso, comprender por qué nos aferramos y aprender a dejar
ir esos apegos es fundamental para alcanzar el equilibrio mental y la
felicidad.
La definición
de aferrarse que invita a la reflexión
Para
comprender el significado de aferrarse debemos remontarnos a su raíz
etimológica. Esta palabra proviene del latín ferrare, que significa
herrar, pero también guarnecer con hierro o sujetar con grilletes. Por tanto,
la definición original de aferrarse hacía referencia a retener algo,
probablemente contra su voluntad o recurriendo a la fuerza.
Desde el
punto de vista psicológico, aferrarse implica desarrollar un apego excesivo y
obsesivo hacia algo o alguien, de manera que perdemos por completo la
perspectiva y la objetividad. De hecho, ese apego termina generando una postura
obstinada y una visión limitada que nos conduce a comportamientos
desadaptativos.
¿Por qué nos
aferramos a algo o alguien?
Más allá
de las cosas, las personas o las metas a las que nos aferramos, lo
verdaderamente importante es comprender el significado oculto detrás de esa
necesidad de retener. La clave no está en lo que nos aferramos, sino en la
causa psicológica de ese apego excesivo. Cuando nos aferramos a algo, creemos
ciegamente que ese vínculo nos proporcionará tres cosas que todos anhelamos:
1. Felicidad. Creemos que la persona, cosa o meta a la que nos aferramos tiene la
clave de nuestra felicidad, de manera que si la perdemos vaticinamos la peor de
las catástrofes o creemos que nos sentiremos extraordinariamente desgraciados.
Sin embargo, psicólogos de la Universidad de Stanford demostraron que somos
particularmente imprecisos a la hora de estimar el grado de felicidad o malestar
que pueden provocar los eventos. Por tanto, es probable que eso a lo que nos
aferramos en realidad no nos haga tan felices y que su pérdida tampoco nos
cause tanto dolor como suponemos.
2. Seguridad. Una de las principales causas del apego es nuestra resistencia
al cambio y el miedo a lo desconocido. Muchas veces nos aferramos a
algo simplemente porque es lo que conocemos y esa sensación de familiaridad nos
transmite cierta seguridad. Esa cosa o persona se convierte en el ancla que nos
sujeta, lo cual nos hace sentir a buen reparo. Pasamos por alto el hecho de que
absolutamente todo puede cambiar de un momento a otro porque esa seguridad es
tan solo una ilusión.
3. Sentido. En otros casos nos aferramos a personas, cosas o metas porque hemos
dejado que estas brinden sentido a nuestra existencia. Es probable que hayamos
construido nuestra vida a su alrededor, de manera que nos sentiríamos
desorientados si perdemos aquello a lo que nos aferramos. De hecho, es un
fenómeno relativamente habitual que se produce en las relaciones de pareja o
parentales, de manera que una de las personas orbita alrededor de la otra
porque esta da sentido a su vida.
Las
consecuencias de aferrarse a algo demasiado
Cuando
nos aferramos a algo o alguien nuestro mundo se vuelve más pequeño y en muchos
casos empieza a girar alrededor de lo que queremos conservar. El miedo a perder
lo que tanto nos costó conseguir nos lleva a emplear una gran cantidad de
tiempo y energía para retener, muchas veces cayendo en comportamientos
controladores y obsesivos.
Curiosamente,
ese temor, angustia e inquietud por la posible pérdida, sumado a las actitudes
controladoras, puede tener el efecto contrario y arrebatarle el oxígeno
psicológico al otro, haciendo que se distancie, de manera que obtendremos el
efecto opuesto: le perderemos. Así el acto de aferrarse transmuta en dolor y
sufrimiento, más que brindarnos felicidad y plenitud.
Además,
aferrarse a algo siempre es una vía de doble sentido. A fin de cuentas, los
“grilletes” que usamos para “conservar” algo o alguien, también nos aprisionan.
Como escribió Thich Nhat Hanh, “la libertad es la única condición para la
felicidad. Si en nuestro corazón, todavía nos aferramos a algo, no podemos
ser libres”. Aquello a lo que nos aferramos también nos somete y
limita.
Aferrarse
es olvidar que no podemos controlar todas las situaciones, que el mundo y las
personas cambian constantemente y que no siempre podemos predecir los
resultados de las acciones. Eso genera una visión estática y rígida de una
realidad que está en continuo cambio y nos hace sufrir por partida doble porque
no aceptamos esa verdad universal. Así chocamos continuamente contra el muro de
la realidad, haciéndonos daño una y otra vez, porque no nos atrevemos a soltar
y dejar ir lo que nos daña.
¿Cómo dejar
de aferrarse a algo que te hace daño?
Haz este
ejercicio: Coge una moneda en la mano e imagina que representa la cosa, la
persona o la meta a la que te aferras. Enciérrala en el puño bien apretado y
extiende el brazo con la palma de la mano hacia el suelo.
Si abres
el puño o aflojas la mano, perderás la moneda. Si mantienes el brazo extendido
y el puño cerrado durante mucho tiempo, también perderás la moneda porque te
cansarás de mantener esa tensión. Eso mismo ocurre en la vida. Te aferras, pero
cuanto más aprietas, más te agotas y más alejas aquello que deseas.
La buena
noticia es que existe otra posibilidad: dejar de aferrarse. Puedes desprenderte
de la moneda y aún asi conservarla. Con el brazo todavía extendido, vuelve la
palma de la mano hacia arriba. Abre la mano y relájala. Verás que la moneda
sigue ahí.
Aprender
a vivir es aprender a desprenderse. Esa es la tragedia y la ironía que genera
nuestra lucha continua por aferrarnos: no solo es imposible, sino que nos
provoca el mismo dolor que intentamos evitar. Cuando entendamos eso,
aprenderemos a dejar de aferrarnos.
Cuando
dejamos de intentar poseer y controlar el mundo que nos rodea, le concedemos la
libertad para satisfacernos sin el poder de destruirnos. Ese es el secreto
de la ley del desapego budista. Por eso, dejar ir es dejar entrar la
felicidad y la plenitud.
Obviamente,
dejar ir no es una tarea sencilla y puntual sino un compromiso diario, momento
a momento, que implica cambiar la forma en que experimentamos e interactuamos
con todo lo que instintivamente queremos poseer y conservar.
Fuente:
Jordan,
A. H. et. Al. (2011) Misery Has More Company Than People Think: Underestimating
the Prevalence of Others’ Negative Emotions. Pers Soc Psychol Bull; 37(1): 120–135.
No hay comentarios:
Publicar un comentario