psicología /desarrollo personal
AUSAS DE LA RESISTENCIA AL CAMBIO QUE TE PARALIZAN
La resistencia
al cambio es una de las principales causas del inmovilismo. Cuando no
aceptamos el cambio, sino que nos aferramos a viejas formas de pensar o hacer
las cosas nos condenamos a vivir en el terreno de la frustración y la
insatisfacción. En algunos casos esa resistencia al cambio genera respuestas
desadaptativas que conducen a trastornos psicológicos.
“El cambio
es la única cosa inmutable”, como dijera Schopenhauer. Aunque lo sabemos,
no siempre podemos evitar que se desencadene una fuerza opuesta para intentar
mantener inmutable el estado de las cosas. De hecho, en nuestra vida cotidiana
solemos funcionar por inercia. Esa inercia nos lleva a mantener el statu quo y
aferrarnos a lo que conocemos para mantener el equilibrio que tanto esfuerzo
nos costó conseguir.
Al igual que
nuestro organismo tiende a la homeostasis para mantener el equilibrio de sus
funciones, nuestro cerebro prefiere trabajar en “modo ahorro de energía”
evitando sobresaltos y grandes revoluciones que le obliguen a cambiar sus
patrones neuronales, esos que nos permiten reaccionar de manera automática. Sin
embargo, esa inercia no siempre es positiva y muchas veces puede volverse en
nuestra contra porque la vida cambia y debemos ser capaces de adaptarnos.
Las causas que propician la resistencia al cambio
Algunas
personas son más resistentes al cambio mientras que otras son más abiertas.
Diferentes estudios han demostrado que quienes tienen una elevada Inteligencia
Emocional suelen aceptar mejor los cambios. También se ha apreciado que quienes
reaccionan de manera demasiado emocional, tienen un pensamiento más rígido, son
más apegadas a las costumbres y desarrollan un enfoque cortoplacista son más
propensas a resistirse a los cambios.
No obstante,
independientemente de las características de personalidad, existen otras causas
de la resistencia al cambio. Se trata de situaciones o miedos comunes que todos
podemos experimentar y que nos llevan a aferrarnos inútilmente al pasado:
1.
Miedo a perder el control. Cuando nos enfrentamos a
situaciones nuevas para las cuales no tenemos puntos cardinales que nos
permitan orientarnos, podemos sentir que tiembla el suelo bajo nuestros pies.
Nuestro sentido de la autodeterminación y autonomía se resquebrajan y nos
atemoriza la perspectiva de perder el control. Esa sensación no es agradable,
por lo que nuestro primer impulso es aferrarnos a lo conocido para volver a
sentirnos seguros. Cuando esta es la causa de la resistencia al cambio conviene
recordar que el control es tan solo una ilusión.
2.
Exceso de incertidumbre. Algunos cambios pueden hacernos sentir como si estuviéramos
caminando por una cuerda floja con los ojos vendados, por lo que es normal que
generen una fuerte resistencia. Cuando no sabemos qué va a suceder, es
comprensible que prefiramos quedarnos donde estamos, aunque no nos sintamos
completamente bien en ese lugar. A veces simplemente preferimos un mal conocido
a un bueno por conocer, como dice el refrán popular. Superar la inercia demanda
un mínimo de seguridad y confianza. Cuando no las tenemos, es más fácil
atrincherarnos en nuestra zona de confort. En estos casos, debemos
recordarnos que la incertidumbre, aunque sea difícil de gestionar, no es
nuestro enemigo.
3.
¡Sorpresa! Las situaciones que nos toman por sorpresa suelen generar
una reacción defensiva. Todos necesitamos un poco de tiempo para acostumbrarnos
a algunas ideas o prepararnos para afrontar ciertas circunstancias, incluso las
más positivas. Por eso, cuando los cambios se producen de manera inesperada,
nuestra primera reacción es dar un paso atrás para protegernos de lo
desconocido. No obstante, en estos casos la resistencia al cambio suele
atenuarse a medida que vayamos procesando lo ocurrido.
4.
Demasiado radical. Todos los cambios traen algo diferente, pero ¿cuán
diferente? Somos seres de hábitos. Las rutinas se automatizan y nos brindan
cierta seguridad en nuestro día a día, hacen que nuestra vida sea más
predecible, por lo que los cambios demasiado radicales suelen
desestabilizarnos. De hecho, es más fácil aceptar un gran cambio cuando se
produce paso a paso, que transformaciones radicales que hacen tambalear
nuestras creencias y desatan los nudos que nos atan a tierra. Los grandes
cambios simplemente pueden confundirnos y asustarnos porque nos dejan sin
puntos cardinales para orientarnos. En este caso, debemos pensar que los
cambios radicales pueden representar una gran oportunidad para replantearnos
muchas cosas de nuestra vida, que de otra manera habría seguido en piloto
automático.
5.
Falta de confianza. ¿Puedo hacerlo? Una de las causas de la resistencia al
cambio es precisamente el miedo a no poder con todo o no tener las habilidades
o la fuerza necesaria para afrontar ese nuevo escenario. A veces, por ejemplo,
podemos sentirnos demasiado viejos para empezar desde cero. O podemos dudar de
nuestras competencias para desenvolvernos en entornos nuevos para los cuales no
nos hemos preparado. En esos casos, un periodo de familiarización que nos
permita adentrarnos poco a poco en el cambio puede bastar para ganar confianza.
6.
Temor a las repercusiones. Los cambios suelen ser como una
piedra que cae en un estanque. Comienzan con una onda pequeña pero esas ondas
se van replicando y agrandando hasta alcanzar dimensiones insospechadas. Por
eso, a veces la causa de la resistencia al cambio se encuentra en el temor a
las consecuencias que no podemos prever, no sabemos cómo gestionar o
simplemente escapan de nuestro control. Cuando realizamos cambios drásticos en
nuestra vida, por ejemplo, nos pueden preocupar las repercusiones que tendrán
en las personas más cercanas. A veces, ese miedo nos mantiene atados, aunque
sepamos que el cambio es la mejor solución. En estos casos, podemos intentar
minimizar el impacto de esas repercusiones.
7.
Miedo al rechazo. Muchos cambios traen la semilla de la novedad, no solo para
nosotros sino para quienes nos rodean. A veces, no nos atrevemos a tomar una
decisión simplemente porque tememos que los demás no la acepten y terminen
rechazándonos. El miedo a separarnos del grupo que identificamos como una
fuente de seguridad y protección es una de las causas de la resistencia al
cambio que nos mantiene atados a circunstancias que no son idóneas para
nosotros. En estos casos necesitamos superar ese miedo al rechazo por medio de
la autoafirmación.
8.
Traumas pasados. Los fantasmas del pasado siempre están al acecho. Mientras
todo permanece estable, se mantienen tranquilos, pero cuando aparece algo
diferente, pueden entrar en acción. El cambio puede reabrir viejas heridas,
activar resentimientos históricos o recordarnos antiguos fracasos. Encontrar
una nueva pareja, por ejemplo, puede activar todas las heridas emocionales del
pasado, haciendo que nos alejemos por temor a que nos vuelvan a herir. Para
superar ese miedo necesitamos sanar el pasado antes de navegar hacia el futuro.
Debemos darnos tiempo para sanar, de manera que las viejas heridas no se
vuelvan a abrir y podamos acoger el cambio con serenidad y alegría.
9.
Agotamiento. Hay etapas en la vida en la que estamos tan saturados que
cualquier cambio, por pequeño que sea, se convierte en la gota que colma el
vaso. Hay situaciones de gran estrés o de incertidumbre en las cuales
simplemente no podemos lidiar con más cambios porque nuestros recursos
psicológicos no dan abasto. Esos cambios, ya sean positivos o negativos,
simplemente representan para nosotros más trabajo y tensión, por lo que es
comprensible que nos resistamos. En este caso, el problema no es el cambio en
sí sino nuestro estado psicológico, esa resistencia al cambio solo está
poniendo de manifiesto que hay cosas que tenemos que solucionar para
reencontrar la serenidad.
10. Amenaza real. A
veces, los cambios encierran una amenaza real. En situaciones de gran
incertidumbre o en aquellas que debemos tomar decisiones importantes, la
posibilidad de equivocarnos planea sobre nuestras cabezas como una sombra
amenazante. Eso genera un temor comprensible que causa la resistencia al
cambio. En otros casos no se trata de una amenaza intrínseca sino más bien del
dolor que puede generar ese cambio. De hecho, la mayoría de los cambios
importantes en la vida implican un cambio de dirección en el que debemos
renunciar a algo o dejar a alguien detrás. Eso puede doler. Entonces la
perspectiva del dolor nos paraliza. Sin embargo, debemos recordar que cada
decisión siempre implica una renuncia, de manera que solo se trata de tener
claras nuestras prioridades y metas en la vida.
Comprender
las causas de la resistencia al cambio nos ayudará a minimizar la incomodidad
que experimentamos ante las situaciones nuevas, ya sean positivas o negativas.
Cuando aceptamos el cambio, todo fluye mejor y experimentamos infinitamente
menos dolor.
Fuentes:
Di Fabio, et.
Al. (2014) Emotional Intelligence or Personality in Resistance to Change?
Empirical Results in an Italian Health Care Context. Journal
of Employment Counseling; 51(4): 146-157.
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