TRATAMIENTOS
PSICOLÓGICOS
técnicas
psicológicas eficaces para controlar la ira y la agresividad
¿Te enfadas a menudo, pero no sabes cómo controlar la ira y pierdes el control? No eres el único. Nos ha ocurrido a todos. De hecho, la ira es una respuesta que se activa cuando sentimos que han defraudado nuestras expectativas o las cosas no salen según nuestros planes.
Sin embargo,
cuando damos rienda suelta a la ira, solemos decir o hacer cosas de las que
después nos arrepentimos. Como dijera Ambrose Bierce, un escritor
norteamericano, “habla sin controlar la ira y harás el mejor discurso del
que podrás arrepentirte”. Por eso es esencial que aprendamos a manejar los
ataques de ira y, a ser posible, prevenirlos.
La leyenda
de los dos lobos que nos ayuda a comprender la ira
Cuentan que
un día, un anciano Cherokee pensó que había llegado el momento de transmitir
una gran enseñanza
de vida a su nieto. Le pidió que le acompañara al bosque y, sentados
debajo de un gran árbol, comenzó a contarle la lucha que tiene lugar en el
corazón de cada persona:
“Querido
nieto, debes saber que en la mente y en el corazón de cada ser humano existe
una lucha perenne. Si no eres consciente de ello, tarde o temprano te
asustarás y quedarás a merced de las circunstancias. Esta batalla existe
incluso en el corazón de una persona anciana y sabia como yo.
“En mi
corazón habitan dos lobos enormes, uno blanco y el otro negro. El lobo blanco
es bueno, gentil y amoroso, le gusta la armonía y combate solo cuando debe
protegerse o cuidar a los suyos. El lobo negro, al contrario, es violento e
iracundo. El más mínimo contratiempo desata su ira por lo que pelea
continuamente y sin razón. Su pensamiento está lleno de odio pero su rabia es
inútil porque solo le causa problemas. Cada día, estos dos lobos luchan dentro
de mi corazón.”
El nieto le
preguntó al abuelo: “Al final, ¿cuál de los dos lobos gana la batalla?”
El anciano
le respondió: “Ambos, porque si yo alimentase solo al lobo blanco, el lobo
negro se escondería en la oscuridad y apenas me distrajera un poco, atacaría
mortalmente al lobo bueno. Al contrario, si presto atención e intento
comprender su naturaleza, puedo utilizar su fuerza cuando la necesite. Así,
ambos lobos pueden convivir con cierta armonía”.
El nieto
estaba confundido: “¿Cómo es posible que venzan ambos?”
El anciano
Cherokee sonrió y le explicó: “El lobo negro tiene algunas cualidades que
podemos necesitar en ciertas situaciones, es temerario y determinado, también
es astuto y sus sentidos están muy aguzados. Sus ojos acostumbrados a las
tinieblas pueden alertarnos del peligro y salvarnos.
“Si le
doy de comer a ambos, no tendrán que luchar encarnizadamente entre sí para conquistar
mi mente y así yo podré elegir a qué lobo recurrir en cada ocasión”.
¿Qué
necesitamos comprender para controlar el enojo?
Esta antigua
leyenda nos deja una enseñanza muy valiosa: la rabia reprimida es como un
lobo hambriento, muy peligrosa. Si no sabemos controlarla, en cualquier momento
puede tomar el control. Por eso, no debemos esconder o reprimir los
sentimientos negativos, sino que tenemos que aceptarlos, comprenderlos y
reencauzarlos.
Cuando
sufrimos un ataque de ira se produce un secuestro emocional en toda
regla. La amígdala, una estructura del cerebro, toma el control y “desconecta”
los lóbulos frontales, que son los que nos permiten reflexionar y autocontrolarnos.
Por eso, cuando nos sentimos enfadados podemos terminar diciendo o haciendo
cosas de las que después nos arrepentimos.
En cambio,
la ira también es una emoción con un gran poder dinamizador. Nos empuja a la
acción y en ciertas condiciones puede ser tan necesaria como el miedo. A veces,
por ejemplo, las injusticias nos enfadan. O nos enfadamos porque alguien le ha
hecho daño a los demás. En esos casos, la ira es perfectamente comprensible.
Eso
significa que no debemos demonizar la ira sino aceptarla como una emoción más.
Cuando creemos que somos malas personas por experimentar ira o enfado,
tendremos la tendencia a intentar esconder esas emociones, incluso de nosotros
mismos, de manera que es más probable que terminemos estallando cuando se
acumule demasiada presión.
Por otra
parte, a veces la ira no expresada puede generar otros problemas. Puede
conducir, por ejemplo, a comportamientos pasivo-agresivos, como vengarse
de las personas de forma indirecta, sin decirles por qué, en lugar de
afrontarlas, o incluso puede conducir a desarrollar una personalidad marcada
por el cinismo y la hostilidad.
Por tanto,
la clave para controlar la ira consiste en reconocer sus signos antes de llegar
al punto de no retorno. Así podremos aprovechar su enorme empuje psicológico
sin caer en sus redes. Tenemos que aprender a canalizar la ira y expresarla de
una manera asertiva.
15
técnicas para el control de la ira
1. Tiempo
fuera
Esta técnica
para controlar la ira es muy sencilla: consiste en realizar una pausa mental
antes de responder. En realidad, la ira no es como un volcán que explota al improviso,
sino que es más bien un proceso en el que la rabia y el enojo van creciendo y
fortaleciéndose. Por eso, cuando notes las primeras señales de la ira, haz una
pausa mental: puedes contar hasta 10, respirar profundamente o hacer algo que
te relaje. Con este sencillo truco lograrás establecer una distancia
psicológica y recuperar el control sobre tus emociones.
2.
Conviértete en un observador externo
Cuando
colocas un dedo sobre la salida de agua de un grifo, obtienes un chorro más
potente que puedes dirigir a tu antojo, pero si haces demasiada presión u
obstaculizas mucho la boca del grifo, el agua se expandirá en todas las
direcciones, fuera de control. Lo mismo sucede con la rabia cuando intentas reprimirla
o esconderla, llegará un punto en el que no podrás controlar sus consecuencias.
¿Cuál es la solución? Quita el dedo del grifo, deja que la ira fluya y
obsérvala como si fueras un experimentador en un laboratorio. Tienes que buscar
aquellas cosas que te ayuden a calmarte y canalizar esa ira, como dar un paseo,
escuchar música, respirar profundamente…
3. Busca
el origen de la ira
Escribir
tiene un poder catártico por lo que puedes aprovecharlo para aprender a
controlar la ira. Si sueles enfadarte a menudo y sufres ataques de ira, es
recomendable que lleves un diario terapéutico. Responde a estas tres
preguntas: 1. ¿Qué o quién te está haciendo enfadar?, 2. ¿Por qué esa
persona/situación te pone nervioso? y por último, 3. ¿Cómo puedes
usar esa ira a tu favor? No olvides que también existe una ira más
“positiva”. Por ejemplo, si te sientes enfadado, puede ser un buen momento para
practicar deporte, así no solo te relajarás, sino que probablemente mejorarás
tu rendimiento y salud. Recuerda que la ira no es más que energía, por lo que
puedes usarla a tu favor canalizándola a través de una actividad de manera que
te resulte beneficiosa.
4.
Expresa lo que sientes asertivamente
El hecho de
que seamos capaces de controlar la ira, no significa que debamos esconderla o
sentirnos avergonzados. En ocasiones es importante que nuestro interlocutor
comprenda cómo nos ha hecho sentir para que esa situación no se repita. En ese
caso, explícale de la forma más clara, directa y calmada posible, el motivo de
tu enojo. A veces el simple hecho de reconocer que nos hemos enojado y
hacérselo notar a la otra persona tiene un poder catártico que nos ayuda a
calmarnos y liberar la tensión. Como norma general, las emociones no se deben
negar ni esconder, solo hay que expresarlas de forma asertiva sin dañar al
otro.
5. Habla
en primera persona
Cuando nos
enfadamos, tenemos la tendencia a hablar usando términos más generales o
incluso acusamos a nuestro interlocutor. De esta forma generamos un
crescendo de malestar que conducirá a un callejón sin salida. Por eso, una
técnica muy sencilla para controlar la ira consiste en hablar siempre en
primera persona, evita apuntar con el dedo al otro, expresa tus ideas y emociones,
asumiendo la responsabilidad por ellas. Reconocer que te has enfadado, por
ejemplo, es un buen comienzo.
6. No
generalices
Expresiones
como “nunca” o “siempre” son comunes cuando estamos irritados y enojados, pero
solo sirven para añadir más leña al fuego. Por eso, cuando estés molesto,
intenta no generalizar, sé específico y céntrate en el problema a solucionar.
Recuerda que la lógica siempre vence la ira ya que el enfado se alimenta de la
irracionalidad. Toma las riendas del asunto y no te vayas por las ramas,
intenta llegar a un acuerdo que sea satisfactorio para ambos.
7. Piensa
en términos de soluciones
La mayoría
de las personas piensa en términos de problemas, sobre todo cuando experimentan
emociones negativas como la rabia y el enojo porque estas desarrollan una
especie de visión en túnel que no les deja ver más allá de aquello
que les frustra. De esta forma, cada cual se atrinchera detrás de los problemas
y estos crecen. Sin embargo, como la ira normalmente surge de los desacuerdos y
conflictos, centrarse en las posibles soluciones puede darle un vuelco radical
a la situación, haciendo que ambas partes ganen. Por eso, es conveniente que no
te centres en los problemas, sino en las posibles soluciones.
8.
Proyéctate al futuro
La ira tiene
el poder para trastocar la importancia de las cosas. Cuando nos enojamos, las
nimiedades se magnifican ante nuestros ojos y nos enfadamos aún más. Cuando nos
enfadamos ira perdemos la perspectiva y nos convertimos en personas más
egoístas, lo cual afecta profundamente a quienes están a nuestro alrededor. Por
eso, la próxima vez que te enfades, simplemente pregúntate: lo que me está
haciendo enfadar, ¿será importante dentro de 5 años? Es probable que no.
Por tanto, con esta pregunta muy sencilla podrás reencuadrar la situación y
adoptar una perspectiva más racional y objetiva.
9. Aplica
la reestructuración cognitiva
Para
controlar la ira tendrás que cambiar tu forma de pensar. Cuando nos enojamos,
nuestro diálogo interior cambia para reflejar esas emociones, pero de esa
manera corremos el riesgo de que terminemos exagerando todo. Por tanto, presta
más atención a lo que te dices cuando te enfadas. Intenta reemplazar esos
pensamientos por otros más racionales. Por ejemplo, en vez de decirte:
“esto es horrible, todo está arruinado”, puedes decirte que es frustrante y
comprensible que estés molesto, pero no se trata del fin del mundo.
10. No
quieras tener razón a toda costa
En la base
de la rabia muchas veces se esconde un mensaje muy sencillo: “quiero que las
cosas se hagan a mi manera”. Las personas que se enojan a menudo piensan
que tienen la verdad en la mano, por lo que cualquier cosa que bloquee sus
planes se convierte automáticamente en una afrenta difícil de tolerar. Por
tanto, para aprender a controlar la ira, es fundamental deshacernos de la
necesidad de tener la razón. Simplemente debemos asumir que la mayoría de los
conflictos y problemas que surgen en la vida cotidiana no son una afrenta
personal.
11. Deja
ir el rencor
A veces, la
ira no está provocada por la situación que estamos viviendo sino por nuestras
vivencias anteriores, aunque no siempre somos conscientes de ello. Es decir,
llegamos a determinada situación arrastrando una gran carga de rencor. De esta
forma, cualquier cosa que la otra persona diga o haga, se convertirá en la
mecha que enciende una rabia que ya estaba a punto de estallar. Por eso, para
controlar la ira es fundamental dejar ir el rencor. Ten siempre en mente un
antiguo proverbio: “si me ofendes por primera vez, la culpa es tuya, si me
ofendes por segunda vez, la culpa es mía”.
Busca el
lado divertido
Puede
parecer una misión imposible. De hecho, cuando estamos enfadados es difícil ver
las cosas con sentido del humor. Sin embargo, el “humor tonto” es una
estrategia muy eficaz para controlar la ira. No se trata de que te rías de los
problemas para que desaparezcan sino tan solo para desdramatizar y generar un
estado de ánimo que te permita enfrentarlos de manera más constructiva. Puedes
hacer una broma, que no sea sarcástica (porque este tono solo servirá para caldear
aún más los ánimos), o incluso puedes recrear la situación que estás viviendo
en tu mente, añadiéndole detalles simpáticos o descabellados.
Reconoce
y evita tus disparadores
Todos
tenemos determinados puntos rojos, situaciones o personas que nos resultan
irritantes y nos hacen perder la calma. Reconocer esos botones que nos hacen
saltar nos ayudará a controlar el enojo. No se trata de que huir de los
problemas y hacer de la evitación nuestro estilo de afrontamiento, pero en la
medida de lo posible es conveniente evitar las situaciones que pueden generar
rabia e ira. Por ejemplo, si sueles discutir con tu pareja cuando vuelves del
trabajo porque estás cansado, evita los temas delicados hasta que logres
relajarte. Si sabes que vas a afrontar situaciones que puedan irritarte, es
conveniente que realices un pequeño ejercicio de visualización antes: imagina
cómo te comportarás en la situación en cuestión y piensa en los problemas que
pueden surgir. Si tienes un guion mental preestablecido, te resultará más fácil
mantener la calma.
Piensa en
las consecuencias
Es
importante reflexionar sobre la ira y sus consecuencias. Piensa en cómo te sentiste
y cuánto tiempo te costó volver a la normalidad. Reflexiona sobre lo que
conseguiste con ese comportamiento. Te darás cuenta de que el principal
perjudicado probablemente habrás sido tú. La ira es una emoción muy dañina que
te arrebata la paz interior y desestabiliza tu equilibrio psicológico
por lo que muy pronto llegarás a la conclusión de que no vale la pena
enfadarse. La próxima vez que sientas cómo crece la ira dentro de ti,
pregúntate: ¿vale la pena perder mi estabilidad mental por eso?
Intenta
ser empático
Cuando nos
enfadamos es difícil pensar en los demás. Podemos sentirnos heridos,
humillados, vejados o menospreciados y adoptamos una postura más egocéntrica.
Frases como “¿Por qué has hecho algo así?”, “¡Cómo pudiste!” o “¿En qué estabas
pensando?” son recriminaciones retóricas que no conducen a ninguna parte. En su
lugar, debemos intentar comprender su comportamiento poniéndonos en su piel. A
veces esa persona simplemente tiene otras preocupaciones o prioridades. O
simplemente se ha equivocado.
Enfadados
crónicos: Niños eternos
En algunas
circunstancias, sobre todo cuando se comete una injusticia, es comprensible que
reaccionemos con cierto grado de ira. Sin embargo, hay personas que se han
convertido en enfadados crónicos, se molestan con cualquier cosa y no logran
superar esa emoción, sino que la cargan consigo y la llevan allí donde vayan.
El enfado
crónico es una característica infantil que denota que no somos capaces
de superar la frustración y que queremos tener siempre la razón. En
estos casos, es conveniente plantearse algunas preguntas:
– ¿Por qué
elijo enojarme ante cada situación?
– ¿Qué hago
para crear situaciones que generan continuamente ira?
– ¿Es la
única manera en la que puedo reaccionar?
– ¿A quién
estoy castigando con ese comportamiento?
– ¿Por qué
quiero estar permanentemente enojado?
– ¿Qué
pensamientos causan o alimentan esa ira?
– ¿Cómo mis
actitudes influyen en los demás?
– ¿Es esa la
vida que quiero?
Las personas
que sufren enfado crónico creen que la ira es la única manera para obtener lo
que desean. Por eso, es importante que comprendan que existen otras formas de
reaccionar que son mucho más eficaces y menos dañinas para todos, incluyendo
para ellos mismos. Mírate al espejo y pregúntate qué quieres realmente y qué te
hace feliz. Luego, pon manos a la obra.
Fuentes:
Jensen, L.
A. et. Al. (2007) Do Big Five personality traits associated with self-control
influence the regulation of anger and aggression? Journal of Research in
Personality; 41(2): 403-424.
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