psicología
/desarrollo personal
AMABLIDAD ES DISCREPAR SIN ATACAR
Las discrepancias no son negativas. Lo negativo es no saber discrepar. Atacar al que piensa diferente. Excluir al que disiente. Cerrarse a los argumentos solo porque ponen en entredicho aquello en lo que creemos.
En cambio,
el diálogo socrático promueve un debate respetuoso entre dos personas
que usan argumentos convincentes que promueven la reflexión y el razonamiento
para alcanzar una respuesta lo más certera o válida posible. Ambas personas
tienen la posibilidad de practicar el arte de discrepar. Abiertamente.
Sin embargo,
ni somos Sócrates ni estamos en la Atenas clásica. Vivimos en una sociedad cada
vez más polarizada donde se ataca más a las personas que a sus argumentos con
el objetivo de imponer una verdad que coarta el pensamiento crítico.
Así, no es extraño que las discusiones degeneren rápidamente cayendo en los
insultos y ataques personales.
Sobre identificación con las ideas, creer que somos lo
que pensamos
No es inusual
que a menudo nos encontremos discutiendo acaloradamente con alguien por algo de
lo que no estamos muy seguros o no tenemos suficiente información. Es probable
que más tarde, con la mente fría, nos demos cuenta de que nos hemos tomado sus
palabras a la tremenda. Las hemos asumido como un ataque personal, como si el
mero hecho de discrepar implicara que el otro se ha convertido en nuestro
enemigo más acérrimo.
Las emociones
son un gran escollo para discrepar de manera respetuosa. Cuando las palabras
sobrevuelan el aire cual dardos teledirigidos se clavan en nuestro cerebro
reptiliano, incluso antes de ser plenamente conscientes de su significado. Entonces
las emociones toman el mando y la razón se apaga.
Las palabras
que catalogamos como “peligrosas” y que desencadenan ese proceso de secuestro
emocional son aquellas que “atacan” nuestra identidad. El problema es
que cuando nos sobreindentificamos con nuestras ideas, todo lo que vaya en
contra de ellas es percibido como un ataque personal.
Si creemos
que somos lo que pensamos, cuando alguien disiente y pone en entredicho algunas
de nuestras creencias más arraigadas, lo percibimos como un ataque a nuestro
“yo”. No somos capaces de asumir la distancia psicológica
necesaria, de manera que las emociones toman el mando y respondemos sin lógica
ni argumentos. Por eso, para dominar el arte de discrepar debemos mantener
cierta equidistancia de nuestras ideas.
Cuando la discrepancia se percibe como una traición
No damos el
mismo valor a todas las palabras. La disensión que proviene de nuestro círculo
de confianza más íntimo o de los grupos con los que nos sentimos
identificados puede ser más dolorosa y genera reacciones emocionales más
intensas. No nos tomamos tan a pecho las palabras de una persona que no nos
conoce en las redes sociales como las críticas de un amigo cercano.
Debemos
partir del hecho de que las opiniones, ideas y narrativas nos ayudan a determinar
“quiénes son los nuestros”. Son una especie de marcadores que nos indican de
manera más o menos fiable en quién podemos confiar y en quién no.
Por eso,
aunque pueda resultar paradójico, el precio a pagar por disentir puede ser
menor cuando discrepamos con personas que no piensan como nosotros y no forman
parte de nuestro círculo de confianza ni de los grupos con los que nos
identificamos.
Lo
verdaderamente difícil es aprender a discrepar con los nuestros, con el grupo
que nos acoge y del que sentimos que formamos parte, el grupo donde depositamos
nuestros afectos y en el que confiamos para que nos apoye cuando las cosas se
tuerzan. La disensión en ese grupo suele percibirse como una traición personal
que nos resulta particularmente difícil de gestionar.
Lo comprobó
un estudio realizado en la Universidad de Monash, en el cual se apreció que
cuando tenemos que disentir con las personas más cercanas, podemos llegar a
experimentar una gran disonancia cognitiva. En práctica, nuestro cerebro
reacciona como si las ideas del otro fueran propias, lo cual genera esa
escisión interior que causa ansiedad.
Los niveles de discrepancia, del insulto a la
refutación
Todos estamos
llenos de contradicciones. Necesitamos el contacto con los demás, así como
cierto grado de aprobación y validación social. Necesitamos sentir que formamos
parte del grupo. Sin embargo, también necesitamos sentirnos únicos y
diferentes. Por eso experimentamos la necesidad de discrepar. Nos autoafirmamos
a través de las diferencias, ya sea de manera literal o simbólica.
En esa
interlocución social, es normal que oscilemos entre el acuerdo y la
discrepancia. De hecho, de la disensión suelen nacer las ideas más brillantes e
innovadoras, es una ventana abierta hacia nuevas maneras de ver y comprender el
mundo. No obstante, necesitamos aprender a discrepar con respeto y lógica
porque solo así se produce el cambio desarrollador.
El ensayista
Paul Graham determinó una serie de niveles de discrepancia que pueden guiarnos
en el camino hacia una disensión respetuosa, permitiéndonos además detectar a
las personas que no nos respetan en ese intercambio de ideas.
§
Insultos. Es la forma más baja de desacuerdo, y probablemente
la más común. En este caso, no hay racionalidad ni argumento porque la
disensión se basa en el insulto. Ni siquiera se presta atención a la idea, sino
que se pasa a los insultos directamente de manera grosera, rompiendo así
cualquier posibilidad de diálogo.
§
Falacia ad hominem. Se trata de una disensión en la que no se aportan
razones de peso, sino que se ataca directamente a la persona por ser quién es o
por sus actos, que son completamente irrelevantes para el caso. En práctica, en
vez de rebatir los argumentos, quien recurre a la falacia ad hominen se
limita a decir que la otra persona carece de autoridad porque no se mueve en
círculos respetables o ha consumido drogas, por ejemplo.
§
Respuesta al tono. En este caso, no se ataca el argumento, sino el tono
que ha usado la otra persona. En vez de indicar el error en el razonamiento
contrario, la persona se limita a atacar el tono arrogante, frívolo o iracundo.
Por tanto, la idea central no es refutada, sino que el ataque se dirige a las
formas.
§
Contradicción. En este nivel de discrepancia, finalmente se deja de
atacar a la persona para centrarse en la idea objeto de debate. Sin embargo, el
argumento en contra se limita a presentar una idea opuesta con escasa o nula
justificación. En práctica, la persona se limita a decir lo contrario, pero sin
brindar prueba alguna que respalde su afirmación.
§
Contraargumento. Es la primera forma convincente de desacuerdo que
realmente intenta probar algo. El problema es que el contraargumento suele ser
una contradicción más que un razonamiento en sí mismo ya que generalmente versa
sobre un asunto diferente. Por ejemplo, ante la idea de que “los niños
necesitan juguetes para desarrollar sus habilidades” un contraargumento
indicará que “lo más importante es el amor, la atención y los cuidados que
reciban los niños”. En este caso, aunque el contraargumento sea cierto, no
refuta la idea primaria.
§
Refutación. La forma más convincente de desacuerdo es la
refutación, aunque también es la más rara, porque demanda un mayor trabajo
intelectual. En este caso, se parte de los propios argumentos del otro para
explicarle por qué está equivocado o por qué su tesis no se sostiene. Consiste
en hallar el error en una argumentación y explicar el mismo usando datos,
brindando razones o recurriendo a pruebas.
En cualquier caso, para practicar
el arte de discrepar con éxito, es importante que nos centremos en refutar el
punto central, evitando irnos por las ramas para no caer en discusiones
inútiles e intrascendentes. Una vez que detectemos la idea central sobre la
cual gira la discusión, debemos buscar argumentos sólidos que la refuren.
Debemos recordar que en el mar
social en el que nadamos, no siempre es fácil orientarnos y a menudo no somos
plenamente conscientes de las corrientes que nos empujan en una u otra
dirección. A pesar de ello, el arte de discrepar consiste en ejercer nuestra
libertad para disentir permitiendo que el otro también la ejerza.
A fin de cuentas, discrepar proviene
del vocablo “discrepāre”, que significa sonar de otra forma u opinar de
manera diferente. No implica tener razón o estar en posesión de la verdad, sino
tan solo presentar un punto de vista diferente que puede arrojar una
perspectiva distinta sobre las cuestiones complejas del mundo.
Fuente:
Domínguez, J. F. et. Al. (2015)
Why Do Some Find it Hard to Disagree? An fMRI Study. Front Hum Neurosci; 9: 718.
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