“Todos en algún momento queremos ser famosos, pero en el momento en el que
queremos ser algo ya no somos libres”, dijo el escritor Krishnamurti.
La sociedad nos empuja a ser “alguien”, a perseguir el éxito
y lograr que los demás reconozcan que somos importantes y valiosos. Como
resultado, muchas personas destinan toda su vida a buscar ese reconocimiento,
el cual se convierte en su leitmotiv. No se dan cuenta de que intentar ser
“alguien” significa entregar las llaves de su libertad, que persiguiendo la
ilusión del éxito encadenan su autoestima a las opiniones de los demás.
Buscar el reconocimiento es volverse esclavos de las
opiniones ajenas
Esa profunda necesidad de reconocimiento significa que
estamos intentando consolidar nuestra identidad a través de la percepción de
los demás, quienes nos regresan una imagen, como si de un espejo se tratase,
para confirmar nuestra valía. En práctica, no logramos ser “alguien” si los
demás no lo reconocen, lo cual significa que debemos adaptarnos y ceñirnos a
los cánones sociales que implican “ser alguien”. En ese preciso instante, nos
convertirmos en prisioneros por voluntad propia.
El deseo de ser alguien implica que nos alimentamos de la
admiración de los demás, que necesitamos sus elogios para confirmar y
fortalecer nuestra identidad, los cuales satisfacen nuestro deseo de ser especiales.
Así huimos del vacío que implica ser “nadie”. Pero entonces rechazamos ser
nosotros mismos para empezar a vivir a través de la mirada de los otros.
Esa realidad se convierte en una trampa que supone una
dependencia continua de los demás, quienes deben seguir reconociendo que somos
alguien. Por eso, el viaje para convertirnos en alguien a menudo se traduce en
una realidad insatisfactoria e inestable. Y es que, cuanto más intentemos
apuntalar nuestra “identidad exitosa”, más expuestos estaremos a que todo pueda
desaparecer. Como resultado, caemos víctima de la inestabilidad de la que
pretendíamos escapar.
Buscando la solidez que reporta ser alguien, nos convertimos
en personas más frágiles. No importa cuántas posesiones, logros o admiración
alcancemos, toda identidad que dependa del reconocimiento de los demás siempre
implica un estado de extrema fragilidad porque puede esfumarse cuando ese
reconocimiento social desaparezca. En cualquier momento podremos dejar de ser
el mejor en algo o perder cualquiera de las etiquetas de las que nos
enorgullecemos.
El crecimiento auténtico proviene de la humildad
interior
Krishnamurti propone una forma de vivir y relacionarse con
uno mismo diferente: “La mente humana es como un colador que retiene algunas
cosas y deja pasar otras. Lo que retiene, es la medida de sus propios deseos; y
los deseos, por profundos, vastos o nobles que sean, son pequeños y mezquinos,
porque el deseo es cosa de la mente. La completa atención implica no retener
cosa alguna, sino poseer la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni
preferencia alguna. Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que
significan algo para nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A esto lo
llamamos experiencia, y a la multiplicación de experiencias la llamamos riqueza
de la vida. La riqueza de la vida es estar libre de la acumulación de
experiencias. La experiencia que queda, que uno retiene, impide ese estado en que
lo conocido no existe. Lo conocido no es el tesoro, pero la mente se aferra a
eso, con lo cual destruye o profana lo desconocido”.
En vez de quedarnos en nuestra zona de confort que reafirma nuestra identidad, podemos
descubrir nuevos caminos y formas de hacer las cosas. Sin embargo, para
realizar descubrimientos realmente importantes que den paso a un cambio
trascendental, primero necesitamos vaciarnos de muchos de nuestros
estereotipos, prejuicios y creencias. Una mente demasiado llena no tiene
espacio para el cambio.
o curioso es que solo podemos crecer desde la humildad,
desde la percepción de nuestras limitaciones, dejando ir ese deseo de ser “alguien”.
Solo cuando reconocemos lo que no sabemos, podemos aprender nuevas cosas. Las
certezas, en muchas ocasiones, cierran el camino a nuevos conocimientos y
experiencias.
Schopenhauer, por ejemplo, pensaba que esas experiencias
sublimes proceden del entendimiento de la pequeñez, la nada del individuo ante
la inmensidad del universo. Entonces se produce el milagro: cuanto menos eres,
más creces, más aprendes, más descubres.
¿Cómo podemos liberarnos de la obsesión de ser
alguien?
El vacío nos produce pánico. Sin embargo, a quien le aterra
el vacío es porque se cree sólido, porque no se da cuenta de que luchar por
seguir siendo “alguien” y mantener amurallado el castillo de su identidad es
completamente ineficaz. Por eso, para deshacerse de la obsesión por ser alguien
es importante abrazar el cambio, darnos cuenta de que todo está en movimiento,
sobre todo nuestra identidad.
También es fundamental apuntalar nuestro autoconcepto desde
dentro. Ser conscientes de que no necesitas ser alguien para ser feliz,
sentirte satisfecho y vivir plenamente. La plenitud como persona proviene de
hacer lo que nos reporta felicidad, no de cumplir con los encorsetados roles
sociales que marcan las pautas para “ser alguien”.
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