psicología/desarrollo personal
MECANISMOS DE DEFENSA DEL «YO» QUE USAS SIN SABERLO
MECANISMOS DE DEFENSA DEL «YO» QUE USAS SIN SABERLO
Los mecanismos de defensa forman parte de nuestra
vida cotidiana, aunque no nos percatemos de su existencia. De hecho, no
constituyen una estrategia racional para abordar los problemas y conflictos,
sino que son más bien una especie de “carta bajo la manga” que juega nuestro
inconsciente para ponernos a salvo de un supuesto peligro. En algunas ocasiones
pueden ser providenciales, pero en otras pueden impedirnos crecer y nos
conducen a comportamientos desadaptativos que son la base para la posterior
aparición de trastornos psicológicos.
¿Qué
son los mecanismos de defensa?
Freud fue quien usó por primera vez el término
mecanismos de defensa, en 1894, refiriéndose a los mismos como “formaciones
defensivas para hacerle frente a ideas y afectos que nos resultan dolorosos e
insoportables”. En práctica, los concibió como una estrategia del ego para
protegerse a sí mismo de los peligros que vislumbraba.
Más tarde, en 1936, Ana Freud perfiló con mayor
precisión estos mecanismos y describió en detalle su funcionamiento. Su
definición de los mecanismos de defensa indica que se trata de estrategias
psicológicas que se usan inconscientemente para protegernos de la ansiedad que
surge de pensamientos o sentimientos que nos resultan inaceptables.
De forma resumida, los mecanismos de defensa:
- Son inconscientes e involuntarios, operando por debajo del radar de
nuestra conciencia.
- Mitigan la angustia y ansiedad que puede generar la disonancia
cognitiva.
- Pueden llegar a ser adaptativos e incluso creativos, pero también
podrían ser patológicos.
¿Cómo
funcionan los mecanismos de defensa del “yo”?
Los mecanismos de defensa se activan para
protegernos de los sentimientos de ansiedad o culpa que surgen cuando nos
sentimos amenazados psicológicamente. Operan a un nivel inconsciente para
evitar esos sentimientos desagradables, evitar la disonancia cognitiva y, en
sentido general, evitar los conflictos interiores.
El funcionamiento de los mecanismos de defensa se
basa en la disociación o divalencia, para establecer una distancia de seguridad
entre lo que consideramos bueno y malo para nosotros. Así “eliminan” la fuente
de tensión, inseguridad o ansiedad.
Esta estrategia nos permite ajustarnos a
determinadas demandas, pero que en realidad no resuelven el problema de base
sino que mantienen el conflicto latente. De hecho, aunque los recuerdos o
problemas estén desterrados de nuestra memoria consciente, continúan influyendo
y ejerciendo presión en nuestro comportamiento desde el inconsciente.
Cuando ponemos en marcha un mecanismo de defensa es
como si estuviésemos trabajando a media capacidad ya que la capacidad de acción
de nuestro “yo” se ve restringida, al no poder lidiar con la situación
perturbadora.
Obviamente, cuando el mecanismo de defensa desaparece,
regresa la ansiedad y esta puede ser tan intensa que incluso puede generar
estados psicóticos, aunque por suerte, en la vida cotidiana estos casos son
poco usuales ya que lo normal es que el mecanismo de defensa desaparezca cuando
nuestro “yo” esté preparado para hacerle frente al conflicto.
Por tanto, los mecanismos de defensa son una especie
de protección natural contra aquellas situaciones que no estamos preparados
psicológicamente para gestionar. No obstante, si recurrimos a ellos con frecuencia,
podemos terminar sufriendo diferentes trastornos psicológicos ya que no
representan una estrategia adaptativa para lidiar con la realidad. La
proyección puede dar paso a la proyección delirante, la negación a una
negación psicótica y la distorsión de la realidad a una
distorsión psicótica.
7
mecanismos de defensa primitivos
Los mecanismos de defensa pueden tener un carácter
primitivo o, al contrario, ser muy elaborados. Mientras más primitivo sea el
mecanismo, más eficaz será a corto plazo para lidiar con la situación ya que
normalmente la esconde por completo. Sin embargo, también es muy ineficaz a
largo plazo ya que no nos permite ir elaborando los recursos que necesitamos
para hacerle frente a la situación.
De hecho, los mecanismos de defensa primitivos son
más propios de los niños o de las personas que no tienen suficientes recursos
psicológicos para lidiar con los problemas. Cuando los adultos no conocen
técnicas para sobrellevar el estrés o los eventos traumáticos en sus vidas, a
menudo recurren a mecanismos de defensa primitivos.
1. Negación. Consiste en
refutar la realidad o determinado hecho porque este es demasiado doloroso, de
manera que la persona actúa como si no hubiese ocurrido o no existiese. Se
considera uno de los mecanismos de defensa más primitivos ya que es
característico de la infancia. Sin embargo, también es uno de los más comunes y
lo usamos bastante en la vida cotidiana, por ejemplo, cuando no queremos
aceptar una adicción, la pérdida de una persona querida o determinado trauma y
actuamos como si el problema no existiese.
2. Regresión. Es cuando
reactivamos conductas de etapas anteriores de la vida. Se produce cuando un
problema nos desborda y nos vemos obligados a mirar atrás en la búsqueda de
soluciones que en el pasado fueron útiles pero que en la etapa actual de
nuestro desarrollo no son congruentes. El problema radica en que al mirar atrás
también se activan todos nuestros miedos y angustias por lo que a menudo este
mecanismo de defensa se manifiesta de manera destructiva. Un ejemplo es el del
adulto que ante un problema en el trabajo, se niega a acudir al mismo y se
encierra en su habitación (una conducta típicamente adolescente).
3. Paso al acto. Es un
comportamiento extremo que nos permite expresar pensamientos o sentimientos que
de otra manera seríamos incapaces de expresar. Por ejemplo, en vez de decir:
“Estoy enojado contigo”, la persona que active este mecanismo de defensa puede
dar un puñetazo en la mesa o dar un portazo. Ese comportamiento le ayuda a
liberar la tensión, sin dirigirla hacia la verdadera causa de la misma. Su acto
expresa el deseo de forma simbólica y distorsionada. El problema es que en
muchos casos, esta forma de lidiar con la realidad conduce a autolesiones, ya
que la persona vuelca sobre sí misma esos pensamientos o sentimientos
negativos.
4. Disociación. Este
mecanismo de defensa primitivo hace que la persona pueda perder la noción del
tiempo o incluso de su propio “yo”, lo cual suele conducir a la pérdida de los
recuerdos y los patrones de pensamiento habituales. Cuando este mecanismo se
activa, la persona asume una distancia psicológica de lo que está
ocurriendo, como si no le estuviera pasando a ella, de esta manera se protege.
Se trata de un mecanismo habitual en las personas que han sufrido abusos
infantiles o en aquellas que no han podido defenderse ante las agresiones. El
problema es que estas personas recurren tanto a la disociación que suelen
desarrollar una imagen desconectada de sí mismos y del mundo, la cual no fluye
de manera continua, como para el resto de las personas.
5. Compartimentación. Este
mecanismo de defensa es una expresión menos intensa de la disociación, en la que
partes de la persona se separan de la conciencia, de manera que esta termina
comportándose como si tuviera conjuntos de valores separados. En práctica,
creamos compartimentos separados para sistemas de valores y creencias distintos
y contrapuestos entre sí, de manera que no generan una disonancia cognitiva ni
ponen en crisis nuestra identidad. Un ejemplo puede ser una persona que en ocasiones
se comporta de manera honesta, pero en otras circunstancias no presenta reparos
para hacer trampas o mentir. Al compartimentar ambos comportamientos, permanece
ajeno a la disonancia cognitiva.
6. Proyección. Le
atribuimos a otra persona sentimientos, deseos o motivos que son nuestros, pero
no reconocemos como propios ya que no queremos aceptarlos pues desequilibrarían
la imagen que tenemos de nosotros mismos. Al proyectarlos sobre otra persona,
nos sentimos aliviados y podemos mantener una relación sin tensiones con
nuestro “yo”. Por ejemplo, una persona puede enojarse con su pareja y
reprocharle que no le escucha cuando, en realidad, es él/ella quien no escucha,
pero no quiere aceptarlo.
7. Formación reactiva. En este caso
la persona se suele comportar de manera diferente a como piensa y siente en
determinadas circunstancias. Lo que hace es exacerbar los aspectos positivos vinculados
a la situación de manera que estos escondan los negativos (que son los que
generan ansiedad y angustia). Por ejemplo, una persona que está molesta con su jefe
actúa de manera excesivamente amistosa con él. Lo que sucede realmente es que
la persona no se siente capaz de expresar su insatisfacción e intenta ocultarlo
(incluso a sí misma), actuando como si en realidad se sintiese muy satisfecha.
¿Cuáles
son los mecanismos de defensa elaborados?
Además de los mecanismos de defensa primitivos,
existen otros mecanismos más elaborados y maduros que suelen ser mucho más
eficaces a largo plazo, aunque ello no significa que sean una alternativa para
lidiar con los problemas y conflictos ya que, en el fondo, tampoco los
resuelven, sino que tan solo los aplazan.
1. Represión. En este
caso, nuestra mente simplemente elimina de la conciencia aquellos pensamientos,
impulsos y sentimientos que le resultan perturbadores, que
generan sentimiento de culpa o deseos que no se corresponden con
nuestro sistema de valores. Al negar su existencia, logramos mantener un
equilibrio emocional y nuestro «yo» no se ve obligado a luchar contra ideas o
emociones que, en teoría, no deberían existir porque contradicen su forma de
ser. El ejemplo clásico es la represión de determinados impulsos sexuales
porque no calzan con los valores que supuestamente profesamos.
2. Desplazamiento. Se produce
una redirección de una emoción o sentimiento (normalmente la ira) sobre una
persona u objeto que no puede responder. Este mecanismo de defensa es bastante
peculiar ya que se activa cuando no podemos expresar lo que sentimos y nos
permite relacionarnos con esa persona sorteando las características negativas
que nos molestan. Un ejemplo es cuando nos enfadamos con nuestro jefe pero como
no podemos descargar la ira sobre él, terminamos peleando con nuestra pareja o
tomándola con una mascota.
3. Racionalización. La persona
intenta recurrir a argumentos lógicos para explicar determinados
comportamientos, deseos o necesidades. Se trata de una especia de negación ya
que en realidad estas razones no son válidas y con ellas la persona solo
intenta no tener que enfrentar el conflicto. Un ejemplo es cuando a alguien le
diagnostican una enfermedad degenerativa o grave y, en vez de expresar su
dolor, rabia y tristeza, se centra en los detalles técnicos de un tratamiento
que en realidad no es una cura. A través de las explicaciones lógicas, huye de
los sentimientos y evita afrontar la situación.
4. Introyección. Es la
asimilación de características de una persona, objeto o animal a nuestro “yo”.
Podemos asimilar solo determinadas características o el objeto en su totalidad,
en cuyo caso nuestro “yo” podría correr peligro pues sus verdaderas
características se verían invadidas por formas de hacer y comportarse ajenas.
Este mecanismo de defensa es muy común en los niños, cuando pierden a una
persona querida o a su mascota y asumen algunos de sus hábitos o formas de
comportarse. De esta manera, mantienen vivo el recuerdo y niegan lo ocurrido.
También puede ocurrir en las personas que se sienten débiles e indefensas y
asumen actitudes y formas de comportarse de aquellos que consideran fuertes
porque se identifican con ellos.
5. Deshacer lo hecho. En
determinados momentos, perdemos el control y hacemos cosas de las cuales nos
arrepentimos, cuando no logramos aceptar que nos hemos comportado de
determinada manera, ponemos en práctica este mecanismo de defensa. Básicamente,
intentamos volver atrás para deshacer un comportamiento o pensamiento que
consideramos inaceptable o dañino. Por ejemplo, después de darnos cuenta de que
hemos insultado a nuestra pareja, pasamos la hora siguiente exaltando sus
virtudes en vez de, simplemente, pedir disculpas. Al hacer esto creemos
que desharemos la acción anterior y que la persona no tendrá en cuenta los
comentarios que hemos hecho.
6. Compensación. Se trata de
un mecanismo en el cual intentamos compensar las debilidades percibidas enfatizando
las fortalezas que tenemos en otras áreas de nuestra actuación. Al centrarse en
una fortaleza, la persona reconoce que no puede ser «buena» en todas las áreas
de su vida y logra aceptar esa debilidad que antes le resultaba vergonzosa. Por
ejemplo, una ama de casa puede compensar el hecho de que sea una mala cocinera
enfatizando su habilidad para limpiar muy bien. Vale aclarar que siempre y
cuando no exageremos nuestras fortalezas y habilidades, este mecanismo de
defensa es positivo porque nos puede ayudar a tener una mejor autoestima y a
mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos pero debemos estar atentos a
no exagerar.
7. Sublimación. Este
mecanismo de defensa elaborado consiste en la canalización de impulsos,
pensamientos y emociones inaceptables hacia aquellos que consideramos más
aceptables. El sentido del humor, por ejemplo, puede ser un mecanismo de
sublimación. Si lo que tenemos que decir es muy fuerte o inaceptable, podemos
recurrir al humor para expresarlo ya que así se reduce la intensidad afectiva
del mensaje. La fantasía es otra vía a través de la cual trabaja la
sublimación. Por ejemplo, en vez de responder al ataque de una persona
defendiéndonos, podemos volver la espalda, pero seguir esa “batalla” en nuestra
mente. Así, en la imaginación, satisfacemos nuestros impulsos o deseo de
venganza.
8. Rendición altruista. El
altruismo es la preocupación individual por el bienestar de los demás, algo que
siempre se ha considerado positivo pero que si se distorsiona, puede
convertirse en un mecanismo de defensa, como estudió Anna Freud, perjudicando
tanto a la persona como a quien desea ayudar. El altruismo defensivo se refiere
a un acto altruista en el que hay una motivación inconsciente de egoísmo debajo
de la intención altruista consciente. Por eso, se considera un mecanismo
de defensa elaborado, el punto culminante de la defensa del ego. La clave del
altruismo defensivo consiste en pensar que estamos siendo sumamente bondadosos
y altruistas cuando en realidad estamos obrando por motivos meramente egoístas.
¿Es
recomendable desactivar los mecanismos de defensa?
Es importante tener en cuenta que no siempre es
necesario desactivar los mecanismos de defensa. Siempre que no se conviertan en
la principal estrategia para lidiar con la realidad, pueden tener una función
protectora en nuestro equilibrio
mental. De hecho, la estrategia
de confrontación para desactivar los mecanismos de defensa incluso podría
llegar a ser peligrosa si la persona no cuenta con los recursos psicológicos
que le permitan lidiar adecuadamente con la realidad.
Por
eso, la mejor manera para desactivar los mecanismos de defensa consiste en
mejorar nuestras competencias psicológicas. Si desarrollamos una actitud
resiliente, aprendemos técnicas para gestionar el estrés, practicamos la aceptación radical y nos aseguramos de construir un «yo»
fuerte, no necesitaremos poner
en marcha estos mecanismos porque no nos sentiremos continuamente amenazados y
seremos capaces de lidiar con la angustia o la ansiedad que pueden generar los
problemas y conflictos de la vida.
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