Psicología sin Reservas
NI CUARENTENA NI PAUSA, LA VIDA SIGUE – LO QUERAMOS O NO
Cerrar los ojos y
abrirlos cuando todo haya pasado. Como si fuera un mal sueño que dejamos
rápidamente atrás. Sacudirnos la modorra para volver a esa normalidad que nos
arrebataron demasiado rápido como para que pudiéramos darnos cuenta. Es una
idea tentadora. Y todas las ideas tentadoras se convierten rápidamente en ideas
susceptibles de ser vendidas.
Por eso no es extraño
que la palabra «hibernar» y sinónimos como «pausa» ganen cada vez más
protagonismo en discursos institucionales y titulares. Hibernar… Dícese del
estado de letargo profundo en el que funcionamos al mínimo para recuperarnos
cuando los tiempos sean más propicios.
Y, sin embargo, no
estamos hibernando. Ni la vida está en pausa. Tras las puertas cerradas que
miran a las calles vacías – mitad apacibles y mitad inquietantes – discurre una
vida más intensa que antes. En este estado de supuesta paralización bulle una
de las experiencias emotivas más difíciles e inciertas a las que nos hemos
enfrentado en los últimos tiempos. Y no podemos ignorar eso.
Los dos errores más
graves que podemos cometer
Las palabras elegidas
para dar forma a la narrativa – oficial e individual – sobre lo que nos ocurre
son importantes. No podemos olvidar que, por suerte o por desgracia, repetir
una palabra como un mantra no es suficiente para que se haga realidad.
Tampoco debemos olvidar
que muchas veces el lenguaje está diseñado para hacer que las mentiras suenen
confiables y darle la apariencia de solidez al mero viento, parafraseando a
George Orwell. No debemos olvidar que las palabras que elegimos también
pueden limitar el alcance de nuestro pensamiento y estrechar el radio de acción
de la mente.
Creer que estamos
hibernando o que nuestra vida está en pausa nos conduce a dos errores tremendos.
El primero, pasar por esta experiencia dolorosa sin aprender nada, echando por
la borda el enclaustramiento y el sufrimiento. El segundo, pensar que cuando
salgamos lo retomaremos todo en el mismo punto donde lo dejamos.
La palabra de orden: Reflexionar
El sufrimiento en sí
mismo no enseña. No es una epifanía mística. Pero la manera en que lidiemos con
ese sufrimiento puede fortalecernos. No podemos evitar lo que está sucediendo.
Pero podemos asegurarnos de que todo lo que está sucediendo no sea en vano.
Intentar distraer la
mente con banalidades para no escrutar demasiado el ovillo de preocupaciones
que crece cada vez más en nuestra cabeza es una estrategia lícita. Por un
tiempo. Durante un tiempo. Pero no debería ser la estrategia por excelencia.
Ahora, más que nunca, necesitamos reflexionar.
Los defensores de que
son tiempos de acción, no de reflexión – como si no tuviésemos la capacidad de
hacer ambas cosas a la vez – niegan de antemano la posibilidad del cambio
transformador. Si actuamos y luego pensamos, corremos el riesgo de actuar tarde
y mal. De arrepentirnos. Y caer en el resbaladizo lodo de las culpas.
Podemos aprovechar este
tiempo para pensar en lo que hicimos mal como sociedad y en lo que nos gustaría
hacer de manera diferente. Podemos aprovechar este tiempo para poner en orden
las prioridades – sociales e individuales. Podemos aprovechar este tiempo para
darnos cuenta de las cosas realmente esenciales, esas de las que no queremos ni
podemos prescindir, y de aquellas superfluas de las que sería mejor
deshacernos.
Podemos aprovechar esta
ruptura para hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Para atrevernos a
hacer las cosas de una manera diferente cuando todo esto termine. Para ir más
despacio. Disfrutar de los abrazos y de las pequeñas cosas, que en realidad son
las grandes cosas de la vida.
Quizá, cuando este virus
desaparezca, “otro – y más beneficioso – virus ideológico se expandirá y tal
vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa”, como
dijera el filósofo Slavoj Zizek, una sociedad mejor, menos competitiva y
más solidaria. Una sociedad que apueste por todos y cada uno y que dé a esas
personas que hoy han dado un paso al frente el valor y el reconocimiento que se
merecen.
Nada será igual –
para bien o para mal
“En los últimos
doscientos años o más, el mundo cada vez iba más rápido. Pero todo esto se ha
interrumpido. Vivimos un momento único de calma. Vivimos un momento histórico
de desaceleración, como si unos frenos gigantes detuviesen las ruedas de la
sociedad”, explicaba el filósofo Hartmut Rosa.
Ese frenazo brusco nos
ha dejado aturdidos. Porque al desastre se le ha sumado el peso de lo inesperado.
Pero puede servirnos. No para poner en pausa nuestra vida, sino para
reencauzarla.
El mundo al que
regresaremos no será igual. El trauma ha sido demasiado grande. Muchas personas
no serán las mismas. Han perdido a sus seres queridos sin poder despedirse
siquiera de ellos. Sin poder llorar su muerte en familia. Otras personas han
perdido su sustento económico y con ello su estabilidad y sus planes de vida.
Ahora somos una sociedad
que se ha quedado desnuda frente a su vulnerabilidad. Y eso marca. Debemos
tenerlo presente cuando finalmente las puertas se abran y volvamos a llenar las
calles. Y el momento para prepararnos es ahora. Por eso debemos asegurarnos de
no hibernar. No ceder a la apatía que apaga nuestro pensamiento. No ceder a la
abulia que nos hunde. No ceder a la anhedonia que nos desconecta.
En su lugar, necesitamos
seguir luchando. Por quienes queremos. Por el mundo que queremos. Con las armas
que tenemos. Y como podemos. Para que cuando se produzca ese anhelado
“deshielo”, esa vuelta a la normalidad, no solo nos hayamos mantenido vivos,
sino también humanos.
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