29 abril 2020
NADIE DERECHO A PEDIRLES A LOS SANITARIOS QUE SE CONVIERTAN EN HÉROES
Psicología sin Reservas
Aplausos van
y aplausos vienen. La capa de Superman deja espacio a los asépticos equipos de
protección personal y el martillo de Thor transmuta en estetoscopio. Los
sanitarios se han convertido en los nuevos héroes de nuestra sociedad. Para
bien y para mal. Con todas las consecuencias que ello conlleva.
Las palabras
conforman nuestro mundo
Las
palabras, lo queramos o no, dan sentido a nuestro mundo. Las palabras nos
ayudan a construir la narrativa alrededor de la cual gira nuestra vida y, por
supuesto, la vida social. Las palabras nos ayudan a construir y destruir. Nos
enriquecen o nos limitan.
Esa es la
razón por la que la Policía del Pensamiento de la sociedad distópica que
imaginó George Orwell en su libro “1984”
perseguía con peculiar ahínco las palabras y vigilaba con esmero el buen uso de
la neolengua, cuya “finalidad era limitar el alcance del pensamiento y
estrechar el radio de acción de la mente”.
Su libro,
bien lo saben algunos, está lejos de ser una obra de ciencia ficción. En la antigua
URSS se llamaban “héroes del trabajo” a quienes mostraban una especial
dedicación o productividad en su trabajo. Encumbrar al nivel de héroes a
aquellas personas no tenía como objetivos aumentarles la autoestima sino
motivarlas a trabajar aún más y, con suerte, animar a otros para que siguieran
su ejemplo, porque la entrega absoluta a la sociedad era lo único importante y
prioritario. La máxima era borrar todo rastro de individualidad.
Por eso – y
por muchas otras razones – debemos tener cuidado con las palabras que
utilizamos. Porque “de la mala o inepta constitución de las palabras surge
una portentosa obstrucción de la mente”, como dijera Francis Bacon. Y por
eso aplicar la palabra héroe a los sanitarios puede convertirse en una
peligrosa espada de Damocles que pende amenazante sobre sus cabezas.
¿Por qué no
deberíamos pedir a los sanitarios que sean héroes?
En el
imaginario popular, el arquetipo del héroe se refiere a la persona que
sobresale por haber realizado hazañas extraordinarias que requieren una gran
dosis de valor. El héroe no solo demuestra un gran coraje, sino que a menudo se
sacrifica por los demás sin esperar recompensa alguna.
Sin embargo,
en una nación preparada, que tiene claras sus prioridades y protege a sus
trabajadores, los médicos no deberían verse obligados a realizar acciones
“heroicas”. No deberían verse obligados a exponerse al contagio por la falta de
equipamiento de protección. No deberían verse obligados a trabajar con bolsas
de plástico atadas a la cabeza y el cuerpo. No deberían verse obligados a hacer
guardias interminables en condiciones extremas que los hacen más propensos a
cometer errores. No deberían verse obligados, en fin, a asumir el papel de
héroes que les hemos impuesto. Y, por supuesto, no deberían morir por todo eso.
Llamarles
héroes, aunque nos parezca un reconocimiento, también encierra un lado
negativo. Esa palabra puede hundirles bajo su peso. Puede hacer que eleven el
nivel de autoexigencia hasta límites sobrehumanos. Les añade estrés. Y suma una
enorme frustración cuando no pueden salvar vidas.
Llamarles
héroes implica poner toda la responsabilidad sobre sus hombros mientras
esperamos que nos rescaten. Implica pedirles que se inmolen por nosotros. Y
todo eso agrava el daño emocional que ya están sufriendo. Por eso, en el fondo,
les hacemos un flaco favor convirtiéndolos en nuestros héroes.
De hecho, la
mayoría de los sanitarios no se consideran héroes. Más bien al contrario. Y no
se trata de un exceso de humildad, sino de sentido común. Solo quieren hacer su
trabajo con profesionalidad, sin heroicidades. Y aunque muchos aceptan de buen
grado los aplausos en los balcones, un momento que nos une como sociedad y nos
da ánimos para seguir adelante, la mayoría quiere que comprendamos que esos
aplausos son una trampa en la que hemos caído – o por la que nos hemos
deslizado de manera más o menos inconsciente.
La trampa
que se esconde tras la heroicidad
Los aplausos
y todo el discurso heroico que se ha construido a su alrededor es una trampa,
la trampa de convertir a un colectivo que está siendo víctima de una injusticia
tremenda en héroes de la sociedad. Y se trata de un truco tan viejo como el
poder: llenarnos los ojos de lágrimas para que inunden el cerebro. Aplaudir
emocionados para no pensar en por qué tenemos que aplaudir. Y así, mientras
ensalzamos su labor, les condenamos a soportar un peso adicional.
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