LOS PENSAMIENTOS TRÁGICOS TE PUEDEN AMARGARTE lA VIDA
El pensamiento catastrófico, cuando nos envuelve, se
convierte en una espiral descendente de la que es muy difícil salir. Se trata
de un sesgo cognitivo mediante el cual alimentamos una serie de creencias
irracionales y negativas que nos llevan a imaginar los peores escenarios.
Implica suponer que se producirá un desastre o una catástrofe, aunque no
tengamos motivos razonables para ello.
Obviamente, este tipo de pensamiento termina generando una
gran inquietud. Si pensamos continuamente en lo peor, estaremos tensos y
angustiados, en un estado de tensión permanente que nos terminará pasando
factura a nivel físico y psicológico. En caso de que el pensamiento
catastrófico se una al pesimismo, terminaremos desarrollando una indefensión
aprendida que nos puede conducir directamente a la depresión.
Cuando el sesgo optimista deja paso al catastrofismo
El mundo puede llegar a ser un lugar amenazante. Cada día
nos exponemos a muchísimos peligros, desde la posibilidad de tener una colisión
de tráfico hasta sufrir un accidente doméstico o incluso ser golpeados por un
trozo de basura espacial o un meteorito. Esas probabilidades existen. Pero no
solemos prestarles demasiada atención porque generalmente somos víctimas de un
sesgo optimista.
El sesgo optimista nos hace creer que somos menos propensos
a experimentar un evento negativo. Aunque se trate de un sesgo, no es algo
negativo ya que nos permite vivir con un estado de relativo equilibrio
emocional en un entorno que, de otra manera, percibiríamos profundamente
hostil.
De hecho, en muchos casos el sesgo optimista protege nuestra
salud mental. Se ha comprobado que las personas con depresión y esquizofrenia
no tienen un sesgo optimista tan fuerte como el que experimentan las personas
estables psicológicamente.
Sin embargo, ese sesgo optimista se puede ver afectado por
diferentes factores. Por ejemplo, cuanto menos control sentimos tener sobre las
cosas que nos ocurren y nuestro entorno, más probable es que desaparezca ese
sesgo optimista y deje paso a pensamientos catastróficos. A medida que
envejecemos ese sesgo optimista también suele atenuarse. Al contrario, se
refuerza en contextos altamente ambiguos e inciertos, en los que tenemos la
tendencia a prepararnos para lo peor.
El problema comienza cuando no dejamos atrás ese sesgo optimista
para entrar en el terreno de la objetividad, sino que nos imbuimos directamente
en los peores escenarios posibles alimentando pensamientos catastróficos.
Catastrofizar es una segunda flecha que lanzamos contra
nosotros
El pensamiento catastrófico es un ejemplo de lo que en el
budismo se considera “la segunda flecha”. Según esta filosofía, la primera
flecha se refiere a esas experiencias desagradables que forman parte de nuestra
vida, desde inconvenientes como quedarnos atrapados en un atasco de tráfico o
que se nos funda una bombilla hasta experiencias más profundas, como perder el
trabajo o a una persona querida.
La vida no escatima esas primeras flechas. Y muchas veces no
podemos evitarlas. Sin embargo, podemos evitar las segundas flechas porque
somos nosotros mismos quienes las disparamos. Experimentamos la sensación
desagradable que produjo la primera flecha y, en vez de reconocerlo e intentar
pensar cómo podemos mejorar las cosas, nos imbuimos en una corriente de
emociones negativas y pensamientos catastróficos sobre esa primera flecha.
De esa manera, no tardamos mucho en añadir más malestar y
dolor al que ya ha provocado la primera flecha. En otras palabras, empeoramos
las cosas nosotros solos. Nuestras reacciones y pensamientos desproporcionan la
situación añadiendo una dosis innecesaria de sufrimiento, ansiedad y
miedo.
Los diferentes tipos de pensamientos catastróficos que
solemos alimentar
1. Filtraje, cuando solo vemos lo negativo
Se trata de una distorsión de la realidad en la que
desarrollamos una especie de visión de túnel y tomamos nota únicamente de los
detalles negativos, al tiempo que los magnificamos. Solo vemos los elementos
negativos, obviando casi por completo lo positivo, de manera que nuestra visión
sobre lo que ocurre se tiñe de gris.
Como resultado de esa visión negativa y limitada sacamos de
contexto lo que ocurre. Nuestro pensamiento se convierte en un disco rayado que
se repite continuamente, yendo siempre a peor. El resultado final es una
exageración de todos nuestros temores, carencias e irritaciones, hasta el punto
que podemos llegar a sentir que todo es terrible, horroroso o que no podremos
resistirlo.
¿Cómo desactivarlo?
Somos mucho más fuertes de lo que creemos. En realidad,
podemos lidiar con muchas cosas. Por tanto, a veces para lidiar con este tipo
de pensamiento catastrófico solo debemos decirnos: “no exageres”, “estás viendo
solo lo negativo” o “puedo afrontar lo que ocurra”.
2. Sobregeneralización, sacar conclusiones
precipitadamente
Cuando sobregeneralizamos lo que hacemos es sacar una
conclusión general de un solo incidente o teniendo en cuenta solo una parte
limitada de la evidencia y los datos que tenemos a nuestra disposición. Si nos
ocurre algo malo en una ocasión, el pensamiento catastrófico se activará y
esperaremos que vuelva a ocurrir continuamente.
En este caso, saltamos inmediatamente a conclusiones
negativas sin darnos cuenta de que muchas veces las situaciones son en realidad
una concatenación de factores que rara vez se vuelven a repetir. Este tipo de
pensamiento catastrófico piensa en términos de “nunca”, “siempre”, “todos” o
“ninguno”.
¿Cómo desactivarlo?
Es importante comprender que haber vivido un suceso negativo
no es garantía de que nos vuelva a ocurrir. Necesitamos pensar con objetividad
y analizar las probabilidades de ocurrencia reales en base a las evidencias que
tenemos a nuestra disposición. Y para lograrlo debemos asumir una distancia
psicológica de lo que nos ocurre.
3. Personalización, creer que el mundo está en contra
nuestra
A veces creemos que somos el centro del universo. Y esa
visión egocéntrica puede jugarnos malas pasadas. Podemos llegar a creer que
todo lo que ocurre tiene que ver con nosotros, que existe una conspiración
mundial con el único objetivo de fastidiarnos la vida y ponernos obstáculos.
Pensar, en definitiva, que solo se nos funden las bombillas a nosotros, como si
los demás fueran indemnes.
Llevar todo al terreno personal puede desarrollar un
pensamiento catastrófico que nos haga ver peligros en todas partes, personas
dispuestas a ponernos la zancadilla al menor despiste y desastres inminentes
que nos afectarán de maneras insospechadas.
¿Cómo desactivarlo?
Necesitamos comprender que muchas cosas ocurren al margen de
nuestra voluntad. A veces salimos dañados de manera colateral, pero no solemos
ser la diana contra la que apunta el mundo. Ver el dolor y el sufrimiento
ajeno, saliendo de esa actitud egocéntrica, nos permitirá poner todo en
perspectiva.
4. Adivinación del pensamiento
Para relacionarnos con los demás debemos ser capaces de
intuir sus emociones y, si es posible, anticiparnos a sus intenciones. Sin
embargo, a veces exageramos y creemos que podemos adivinar sus pensamientos, lo
cual puede conducirnos a crear una película en nuestra mente.
Cuando creemos que podemos adivinar el pensamiento y las
intenciones de los demás es muy fácil malinterpretar una mirada, un gesto o una
palabra, de manera que terminaremos imaginando los peores finales para esa
relación. Por ejemplo, podemos concluir que alguien nos guarda rencor, pero no
nos molestamos en averiguar que es cierto.
¿Cómo desactivarlo?
Preguntando. En las interacciones sociales, ante las dudas,
es mejor preguntar. Un simple “¿Qué quisiste decir?” puede eliminar el riesgo
de que saquemos conclusiones apresuradas que distan de la realidad.
5. Pensamiento emotivo
Las emociones negativas a menudo son la mecha que enciende
el pensamiento catastrófico. Cuando nos ocurre algo, solemos reaccionar
emocionalmente. Podemos sentirnos enfadados, tristes o frustrados cuando algo
no sale según nuestros planes. Pero no debemos cometer el error de confundir
esas emociones con la realidad.
Cuando pensamos que, si nos sentimos mal, el mundo va mal,
estamos asumiendo que nuestras emociones son la realidad y, por tanto, pueden
influir sobre ella. De esta manera caemos en la trampa de imaginar un futuro
aterrador si tenemos miedo o un futuro gris si estamos deprimidos. Nuestras
emociones negativas se traducen en pensamientos que terminan moldeando nuestras
reacciones.
¿Cómo desactivarlo?
Las emociones influyen en nuestro pensamiento. Es un hecho.
Pero podemos comprender que se trata tan solo de un factor en la ecuación.
Necesitamos separar nuestras reacciones emocionales de los sucesos. Así
podremos entender que el hecho de que tengamos miedo no significa
necesariamente que el mundo sea un lugar amenazante. Solo lo estamos viendo así
en ese momento.
Fuente Klein C. & Helweg-Larsen, M. (2002)
Perceived Control and the Optimistic Bias: A Meta-Analytic Review. Psychology
& Health; 17(4): 437-446.
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