01 mayo 2021
SEGÚN UN ESTUDIO FACEBOOK ALIMENTA NUESTRO EGO,
PSICOLOGÍA/TECNOLOGÍA
¿Has
recibido una crítica despiadada?
¿Te han
rechazado un proyecto?
¿Algo
no ha salido según tus planes?
Entonces
es más probable que revises Facebook.
Una
nueva investigación realizada en la Universidad de Wisconsin descubrió que
solemos recurrir a esta red social de manera inconsciente para calmar nuestro
ego herido.
Los efectos de Facebook en el ego
Los
psicólogos se preguntaron si existe alguna relación entre el uso de Facebook y
nuestro ego. Reclutaron a 88 estudiantes universitarios y les pidieron que
dieran un discurso breve. Mientras los participantes esperaban los
comentarios, les permitieron mirar su perfil en Facebook o el de otra persona.
Al cabo
de unos minutos recibieron una retroalimentación negativa sobre su discurso,
independientemente de cuan bien o mal lo hubieran hecho y les pidieron pidió
que calificaran cuán precisa era esa crítica sobre su
desempeño. Curiosamente, las personas que habían mirado su perfil en
Facebook se mostraron menos a la defensiva cuando recibieron la
retroalimentación negativa, en comparación con quienes miraron el perfil de
otra persona.
Esto
hizo sospechar a los investigadores que navegar por perfil de Facebook podría
tener un impacto directo sobre nuestro ego. Por eso idearon un segundo
experimento.
En esta
ocasión, los estudiantes recibieron comentarios positivos o negativos sobre su
discurso. Pero esta vez les dieron la posibilidad de navegar por su perfil
de Facebook u otros sitios online, como YouTube o webs de noticias. Los
psicólogos notaron que quienes recibieron comentarios negativos tenían más
probabilidades de elegir Facebook que las personas que recibieron una
retroalimentación positiva. Sin embargo, no supieron explicar su elección.
Estos
resultados sugieren que los perfiles de Facebook podrían usarse como una
estrategia de autoafirmación para calmar el ego herido.
¿Cómo Facebook alimenta el ego?
Todo
parece indicar que recurrimos a las redes sociales en busca de consuelo cuando
las cosas no nos salen como esperábamos y nuestro ego sale mal herido. Se
convierten en una especie de mecanismo de compensación para calmar el dolor que
nos ha provocado una crítica, humillación o desaire. De hecho, se conoce que
los “me gusta” y comentarios de apoyo que recibimos en nuestras publicaciones
tienen un efecto positivo en nuestra autoestima.
No
obstante, el impacto psicológico de nuestro perfil en redes sociales como
Facebook va más allá. Otro estudio muy interesante desarrollado en la
Universidad Tecnológica de Texas descubrió que elegir una autorepresentación
verdadera en el perfil de las redes sociales (brindando un reflejo honesto de
nosotros mismos y nuestra vida) solo producía felicidad a las personas con una
alta autoestima.
Sin
embargo, la auto representación estratégica, que significa elegir solo
contenido positivo para crear una impresión más favorable de sí mismo, hacía
felices tanto a las personas con una alta autoestima como a aquellas con una
baja autoestima.
Eso
significa que nuestro perfil de Facebook u otras redes sociales nos recuerda
nuestras características más positivas, esas de las que nos sentimos
particularmente orgullosos, lo cual nos ayuda a alimentar nuestra autoestima y
reparar los daños que ha sufrido nuestro ego.
De
hecho, la autoafirmación es un proceso que se produce en gran medida a través
de nuestras actividades cotidianas. Todos experimentamos la necesidad de
vernos como personas valiosas, dignas y buenas. Satisfacemos esa necesidad
cuando tomamos conciencia de los aspectos definitorios de nuestra identidad,
como los valores, las metas y las relaciones personales positivas. Nuestros
perfiles en las redes sociales nos recuerdan precisamente nuestra mejor
versión.
Por
tanto, los investigadores concluyen que “la extraordinaria cantidad de
tiempo que la gente pasa en Facebook puede ser un reflejo de su deseo de
satisfacer las necesidades del ego, las cuales son fundamentales para la condición
humana”.
No es oro todo lo que reluce
No
debemos olvidar que en muchos casos nuestros perfiles en las redes sociales
representan una versión idealizada de uno mismo, con fotos, publicaciones y
contenidos con los que nos identificamos y aprobamos. Eso nos puede ayudar a
calmar un ego herido y aumentar nuestra autoestima. Pero debemos asegurarnos de
que no se convierta en la norma.
Buscar
consuelo en una imagen idealizada de nosotros mismos, es como intentar
protegerse de un bombardeo en una casa de cristal. A la larga, no servirá de
mucho. Cuando vivimos un contratiempo o un revés importante, evadirnos en las
redes sociales no solucionará el problema. Lo mejor es hacer un ejercicio de
instrospección y análisis para aprender de los errores y crecer.
Fuentes:
C. L. Toma & J. T. Hancock. (2013) Self-Affirmation Underlies Facebook
Use. Personality
and Social Psychology Bulletin; 39 (3): 321.
09 abril 2021
COMPASIÓN: LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LOS DEMÁS A LEVANTARSE
psicología - psicología -desarrollo
personal
COMPASIÓN: LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LOS DEMÁS A LEVANTARSE
Durante siglos la
inteligencia estuvo relacionada con la lógica. Se pensaba que ser inteligentes
nos garantizaba el éxito en la vida. Sin embargo, en los últimos años han
surgido nuevos tipos de inteligencia que son mejores predictores del éxito, la
satisfacción y el bienestar que el cociente intelectual. Hoy sabemos que
desarrollar la Inteligencia Emocional es más importante que tener un
C.I. alto.
Existen diferentes
tipos de inteligencias, pero una de las más interesantes es precisamente la más
infravalorada, la inteligencia compasiva. Cuando mostramos compasión ocurre un
pequeño milagro porque no solo ayudamos al otro sino que nos ayudamos a
nosotros mismos. Por eso, nada mejor que aplicar la frase de Dalai Lama: «Si
quieres que otros sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz tú,
practica la compasión.
La diferencia entre empatía y compasión
La empatía es
la capacidad que nos permite ponernos en la piel del otro y llegar a experimentar
sus sentimientos y estados emocionales. Se piensa que nuestro cerebro está
cableado para la empatía. Gracias a las neuronas espejo podemos
experimentar en carne propia lo que sienten los demás, sobre todo cuando se
trata de personas cercanas.
Sin embargo, la
compasión es un estadio superior porque implica un nivel de compromiso
consciente para aliviar el dolor o sufrimiento del otro. De hecho, aunque
muchas personas la confunden con la lástima, en realidad es una capacidad muy
compleja que sería conveniente desarrollar.
La compasión cuenta
con tres componentes fundamentales:
1. Emocional,
es una emoción que surge cuando vemos a otra persona sufrir, la cual genera una
fuerte reacción en el sistema cerebral vinculado al bienestar.
2. Cognitivo,
implica prestarle atención al sufrimiento ajeno, evaluar su intensidad y
reflexionar sobre nuestras capacidades para intervenir de manera eficaz.
3. Conductual,
implica un compromiso consciente de hacer algo para aliviar el sufrimiento de
esa persona.
Los increíbles beneficios de la compasión
Conectar con los
demás de manera significativa nos ayuda a disfrutar de una mejor salud mental y
física e incluso nos permite recuperarnos más rápido de una enfermedad.
Al parecer, la clave
radica en que la inteligencia compasiva mejora nuestro bienestar psicológico
por el simple hecho de que el acto de dar es más placentero que el de
recibir.
Un estudio realizado
en los Institutos Nacionales de Salud mostró que los «centros de placer» en el
cerebro; es decir, las partes que se activan cuando experimentamos placer,
responden tanto cuando recibimos dinero como cuando lo donamos a la caridad.
En otro experimento
realizado en la Universidad de Columbia Británica, a los participantes les
dieron una suma de dinero. La mitad de ellos recibieron instrucciones para que
gastaran el dinero en ellos mismos, a la otra mitad les dijeron que lo gastaran
en otros. Al final, quienes habían gastado dinero en los demás reportaron
sentirse mucho más felices que quienes habían gastado dinero en sí mismos.
Otra razón por la
cual la compasión es tan beneficiosa es porque crea un estado de bienestar
positivo, una felicidad serena que tiene enormes repercusiones a nivel
físico.
De hecho, una
investigación realizada en la Universidad de California desveló que los niveles
de inflamación celular de las personas que practicaban la compasión y se
catalogaban como “muy felices” eran muy bajos. La inflamación es un precursor
de numerosas enfermedades, entre ellas el cáncer y las patologías
neurodegenerativas.
Sin embargo, lo
curioso de este estudio fue que las personas que se calificaron como “muy
felices” simplemente porque tenían una “buena vida”, lo cual se relaciona con
la felicidad hedonista, presentaban niveles de inflamación más alto.
Esto nos indica que
no es meramente la felicidad, sino lo que se conoce como eudemonía, una palabra
que proviene del griego y que se traduce erróneamente como felicidad pero que
en realidad significa plenitud de ser. Los investigadores descubrieron que las
personas con niveles más bajos de inflamación eran aquellas que tenían un
sentido de la vida, en la cual la compasión tenía un papel importante.
La compasión se puede aprender
Richard Davidson,
neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, se ha dedicado a analizar los
efectos de la compasión a nivel cerebral. Después de un viaje a la India, donde
practicó la meditación, Davidson conoció a Dalai Lama, quien le propuso que
estudiara la amabilidad, la ternura y la compasión.
En uno de sus
experimentos, entrenó a los participantes en lo que se conoce como meditación
compasiva, una antigua técnica del budismo para
fomentar los sentimientos de cuidado hacia las personas que están sufriendo. En
la meditación, los participantes visualizaban un momento en que alguien había
sufrido y luego deseaban aliviar su sufrimiento.
Los participantes
practicaron con diferentes tipos de personas, empezando por un ser querido,
alguien por quien podían sentir compasión fácilmente. Luego siguieron consigo
mismos y más tarde con un extraño. Por último, practicaron la compasión hacia
alguien con quien tenían un conflicto activo, una “persona difícil”, como un
compañero de trabajo problemático.
A otro grupo de
personas les enseñó la técnica de reestructuración cognitiva, según la cual
debían aprender a replantearse sus pensamientos para ser menos negativos.
El experimento duró
tan solo dos semanas, un período de tiempo relativamente corto cuando se trata
de cambiar los sentimientos y apreciar cambios a nivel cerebral.
Entonces Dadvidson
puso a prueba la compasión de los participantes pidiéndoles que participaran en
un juego altruista. Los participantes vieron que una de las personas del juego
solo le había dado a la víctima 1 dólar, de los 10 que tenían a su disposición.
Luego les tocó decidir cuánto querían aportar de su propio dinero.
Las personas que
habían sido entrenadas en la meditación compasiva eran más propensas a
compartir su dinero para ayudar a las víctimas mientras que quienes utilizaron
la reestructuración cognitiva mostraron menos compasión.
Sin embargo, lo más
interesante fue que durante el experimento se evaluaron los cambios a nivel
cerebral. Las imágenes no dejaron lugar a dudas: quienes practicaron la
meditación compasiva mostraron un incremento en la actividad de la corteza
parietal inferior, una región involucrada en la empatía y la comprensión de
otros. También se apreció un aumento de la actividad en la corteza prefrontal
dorsolateral y el núcleo accumbens, dos zonas del cerebro involucradas en la
regulación emocional y las emociones positivas.
Esto significa que
la compasión es una capacidad que se puede desarrollar.
Un ejercicio para desarrollar la compasión
Para desarrollar la
compasión, podemos ir tomando conciencia de lo que han hecho los otros por
nosotros, o lo que nosotros mismos hemos hecho por los demás. Es importante
intentar recrear las emociones y sentimientos que hemos experimentado
en ambos casos.
También puedes
practicar este ejercicio de meditación compasiva:
1. Céntrate en el
presente y haz conscientes tus emociones, sensaciones, sentimientos y
pensamientos.
2. Piensa en
alguien a quien quieres y que esté sufriendo. Piensa en las diferentes
manifestaciones de ese sufrimiento, las hayas observado directamente o no.
Recuerda que el sufrimiento no siempre se manifiesta de la misma manera y a
veces la persona puede intentar esconderlo, como en el caso de la depresión
sonriente. Por eso la atención activa desempeña un rol tan importante en el
desarrollo de la compasión.
3. Piensa en cómo podrías ayudar a esa persona a superar su sufrimiento.
Deséalo con fuerza. Es probable que tu cuerpo reaccione ante esa movilización
mental. Mantén ese pensamiento durante un rato y fíjate en tus
sensaciones.
4. Piensa en tu propio sufrimiento y traspasa ese deseo de ayudar y mejorar a
los otros a ti mismo. Este paso te ayudará a fomentar la autocompasión, de
manera que desarrollarás una mejor relación contigo mismo.
Puedes repetir este ejercicio primero con un desconocido y luego con alguien
que no te caiga bien, en cuyo caso el ejercicio resultará muy liberador ya que
también te ayudará a liberarte del odio y el rencor.
Y recuerda esta frase del Premio Novel de la Paz Albert Schweitzer: «Mientras
el círculo de la compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no
hallará la paz por sí mismo«.
Fuente:Davidson, R. et. Al. (2013) Compassion Training Alters Altruism and
Neural Responses to Suffering. Psychological
Science; 24(7): 1171–1180.
Diferencia entre compasión y lástima algo que todo el mundo debe entender
psicología -
psicología -desarrollo personal
Diferencia entre compasión y lástima algo que todo el mundo debe entender
Muchas personas piensan que compasión y lástima es lo mismo. No es así. Las separa un mundo. Además, sus efectos sobre las personas que las experimentan o que son objeto de esa lástima o compasión son totalmente diferentes.
Podemos sentir
lástima por quien está peor que nosotros, por esa persona que no ha tenido
tanta suerte, por quien no ha logrado cumplir sus sueños y ha sido apaleado sin
contemplaciones por la vida. Y si nos identificamos con ese cuadro, incluso
podemos llegar a sentir lástima por nosotros mismos. Sin embargo, la lástima es
un callejón sin salida mientras que la compasión es una ventana abierta a la
esperanza.
Las raíces de la lástima
Aristóteles creía
que la lástima era una emoción. De hecho, nos duele ver que otra persona lo
pasa mal. De cierta forma, empatizamos con su dolor. Sentimos pena y tristeza.
A veces también rabia. Sin embargo, pocas veces hacemos algo.
Y es que la lástima
también está vinculada a la inactividad. Nos lleva a ver ese dolor ajeno desde
una distancia psicológica que muchas veces nos hace sentir en un
escalón superior, como si de cierta forma estuviéramos a salvo de la desgracia
ajena.
Cuando sentimos
lástima, nos ubicamos por encima de esa persona, ya sea infantilizándola o
convirtiéndola en una pobre víctima. Creemos que no puede hacer nada por sí
sola para salir de ese estado lamentable y que necesita de un “salvador”.
De hecho, la lástima
puede llevarnos a perpetuar el sufrimiento ajeno y el propio. Si sentimos pena
por una persona, es posible que no seamos completamente honestos con ella y,
aunque nos demos cuenta de su problema, no lo saquemos a colación porque
pensamos que no podrá soportarlo.
Por lástima, muchas
personas también mantienen relaciones que han dejado de ser satisfactorias y
desarrolladoras, sin darse cuenta de que la compañía por pena no mitiga la
soledad, sino que acrecienta el vacío interior. Por lástima, no señalamos los
errores a los demás y cerramos los ojos ante sus desaciertos, lastrando así sus
posibilidades de crecimiento.
Por tanto, la
lástima también termina siendo agotadora para quien la experimenta. Drena su
energía mientras le ata de pies y manos para impedirle ayudar a la otra persona
a solucionar el problema. Así la lástima suele terminar generando una víctima
cada vez más impotente y un salvador sufriente.
La vía de la compasión
“La lástima tiene
sus raíces en el miedo y en una sensación de arrogancia y condescendencia, a
veces incluso en una complacida sensación de ‘me alegro de no ser yo’”,
como explicó Sogyal Rimpoché. En cambio, “desarrollar la compasión implica
reconocer que todos somos iguales y que sufrimos de manera semejante, es
respetar a los que sufren y saber que uno no es distinto de nadie ni superior.
Cuando logramos desarrollar esa actitud, nuestra primera reacción ante la
persona que sufre no es de simple lástima, sino de una profunda compasión”.
Mientras que la
lástima nos mantiene alejados de la persona que sufre, la compasión nos acerca.
No es casual que en la iconografía tibetana Avalokiteshvara, el buda de la
compasión se suela representar con un millar de ojos que ven el dolor en todos
los rincones del universo, pero también con un millar de brazos para ayudar a todos
los que lo necesiten.
La compasión hace
más humano a quien la ofrece y a quien la recibe. Nos hace sentir cerca de esa
persona porque nos reconocemos en ella, nos damos cuenta de que podríamos estar
perfectamente en su lugar. Y nos motiva a actuar para, en la medida de lo
posible, aliviar su sufrimiento. La compasión es más noble, grandiosa y
proactiva que la lástima. De hecho, “la compasión no es auténtica si no es
activa”, como apuntara Sogyal Rimpoché.
Cuando sentimos
compasión, no juzgamos. No nos colocamos en un escalón superior ni pretendemos
decidir qué está bien o mal. Simplemente nos ponemos en el lugar de la otra
persona y le brindamos nuestro apoyo. La compasión no implica ver a
los demás como víctimas sino como entes activos de su destino. No necesitamos
convertirnos en sus salvadores sino tan solo ayudarles a salir de esa
situación.
05 marzo 2021
¿POR QUÉ COMPARTIMOS LAS HISTORIAS A TRAVÉS DE LAS REDES SOCIALES?
Psicología / comunicación
¿POR QUÉ COMPARTIMOS LAS HISTORIAS A TRAVÉS DE LAS REDES
SOCIALES?
Según Jonah Berger,
profesor de la Universidad de Pensilvania, las emociones desempeñan un rol
esencial en nuestro deseo de compartir las historias. Por ende, aquellas
noticias que despierten nuestras emociones y provoquen cierto nivel de
excitación (entendido como activación arousal), tendrán muchas más
probabilidades de ser compartidas a través de las redes sociales. Así, la
simple activación de nuestro sistema nervioso autónomo nos impulsa a la transmisión
social.
En una investigación
anterior este psicólogo halló que las historias más compartidas del New York
Times tenían un aspecto en común: evocaban emociones positivas o en su
ausencia, provocaban emociones muy intensas y negativas como la ira. Al
contrario, las historias menos compartidas fueron las que evocaban la tristeza.
A partir de estos
resultados Berger se preguntó el porqué de este comportamiento selectivo. Para
responder a esta pregunta diseñó dos experimentos. En el primero de ellos participaron
93 estudiantes que vieron pequeños videos que generaban cierto nivel de
ansiedad o de diversión (emociones con un mayor nivel de activación arousal) y
videos que propiciaban la tristeza o pequeñas dosis de alegría (emociones con
un menor nivel de activación arousal).
Posteriormente se le
presentó un artículo y un video de contenido emocional neutro y se les preguntó
si deseaban compartirlo con sus amigos o familiares. Los resultados no dejaron
lugar a dudas: quienes experimentaban un mayor nivel de activación arousal (en
este caso promovido por el video anterior), mostraban una tendencia mucho más
fuerte a compartir el contenido del artículo que habían leído.
En el segundo
experimento se involucraron a 40 estudiantes a los cuales se les pidió que
trotaran (una tarea diseñada para aumentar el nivel de activación arousal) o
que se quedaran tranquilos en su lugar durante el tiempo de un minuto.
Posteriormente se les pidió que leyeran un artículo de tono neutral y se les
preguntó si desearían enviarlo por correo electrónico a sus amigos. Una vez
más, aquellos que se habían sometido a la actividad física para aumentar su
nivel de activación, mostraron la tendencia a compartir la información.
Se conoce que las
emociones como el miedo, la ira o la diversión están acompañadas por una gran
activación arousal que, al parecer, nos compulsaría a compartir información.
Para aquellos que no conocen qué es la activación arousal, baste decir que es
un estado de activación fisiológica y psicológica que determina el nivel de
alerta y vigilia e incide en el desempeño de la persona.
Obviamente, esto no
quiere decir que otros factores propios del contenido como la novedad, la
calidad o la importancia no incidan en el hecho de que una noticia se propague
con más facilidad que otras. Y es que más allá de lo excitados que podamos
llegar a sentirnos, la lógica nos dice que compartimos lo que nos resulta
interesante.
No obstante, lo que a la
mayoría de las personas podría parecerle un pequeño descubrimiento; en el
ámbito de la publicidad y la creación de videos y contenidos virales podría
tener una enorme repercusión.
Fuente: Berger, J. (2011)
Arousal Increases Social Transmission of Information. Psychological
Science; 22(7): 891-893.
03 marzo 2021
CUANDO AMES MÁS LA VIDA DE LO QUE AMAS A TUS MIEDOS ALCANZARÁS TU MEJOR VERSIÓN
DESARROLLO
PERSONAL
CUANDO AMES MÁS TU VIDA DE LO QUE AMAS A TUS MIEDOS ALCANZARÁS
TU MEJOR VERSIÓN
Cuenta en su libro “La mujer singular y la ciudad” que tenía grandes metas y deseaba cambiar muchas cosas de sí misma, pero le resultaba más fácil soñar despierta, “deseando que las cosas fueran diferentes para ser diferente ella misma”, que comprometerse con el cambio y ponerse manos a la obra.
En el fondo,
lo que la detenía eran sus miedos. Esos miedos atávicos que todos arrastramos y
que, aunque no siempre reconocemos, se convierten en un límite que nos impide
ser la persona que podríamos y querríamos ser.
Gornik se
propuso tomarse en serio la tarea. Y comprendió que para vivir plenamente
necesitaba “amar más la vida de lo que amaba a sus miedos”.
El apego a los miedos
Aunque
parezca absurdo, no nos apegamos únicamente a las cosas y relaciones que nos
hacen sentir bien. También podemos apegarnos a situaciones que nos dañan porque
estas contribuyen a mantener un equilibrio que, si bien puede ser precario o
incluso insatisfactorio, es el único que conocemos y nos reporta cierta
seguridad.
Los miedos
nos ayudan a mantenernos en nuestra zona de confort. Son una especie de
guardianes. Nos avisan que, si no les prestamos atención, iremos por nuestra
cuenta y riesgo. De hecho, muchas veces los escenarios que despliegan esos
miedos ante nuestros ojos son tan terribles que terminan convenciéndonos de que
estamos mejor bajo su ala.
Entonces nos
apegamos a esos temores como si fueran una tabla salvavidas. Quizá nos damos
cuenta de que esos miedos no nos permiten avanzar, pero también nos damos
cuenta – al menos inconscientemente – de que tampoco tendremos que arriesgarnos
demasiado. Así mantenemos un equilibrio mediocre durante gran parte de la vida.
Nuestros
miedos, que en un principio debían cumplir solo una función protectora, se
convierten en culpas y excusas, barrera y escudo con los que nos mantenemos “a
salvo de la vida”, aunque ese mantenerse a salvo implique no vivir plenamente.
El temor más paralizante
Cuando se
trata de alcanzar nuestra mejor versión, existe un miedo altamente paralizante:
el temor a no estar a la altura. No se trata del miedo al fracaso, sino del
miedo a intentarlo, pero quedarnos a un palmo de la meta. Haberlo hecho bien,
pero no lo suficiente. Habernos esforzado y darnos cuenta de que no pudimos
alcanzar la meta añorada.
Lo que nos
asusta no es el “fracaso” en sí, sino lo que ese intento fallido dice de
nosotros, el golpe a nuestro ego. Para evitar que ese miedo se materialice,
muchas veces preferimos evitar el riesgo, mantenernos en nuestra zona de
confort, donde no crecemos, pero al menos nos sentimos a salvo.
Optamos por
no comprometemos. Hacemos las cosas necesarias, aquellas imprescindibles, pero
no nos entregamos por completo a la consecución de la meta. De esa forma, si se
cumplen los peores presagios, tendremos una excusa para proteger a nuestro ego
dolorido.
Soltar amarras para ser la mejor versión de ti mismo
La única
manera para alcanzar nuestra mejor versión y vivir de manera más plena consiste
en superar nuestros miedos. No significa deshacernos de ellos por completo sino
seguir adelante a pesar de ellos.
Debemos ser
conscientes de que muchos de nuestros temores más profundos y paralizantes se
han formado en nuestros primeros años de vida. En aquel momento, tenían una
función protectora porque éramos vulnerables, pero ahora es probable que no
tengan razón de ser.
Es probable
que otros temores que dan forma a nuestro mundo ni siquiera sean fruto de
nuestras experiencias directas, sino que los hayamos heredado de nuestros
padres u otras figuras de autoridad. Nuestros padres no solo pueden
transmitirnos el miedo a volar o a los espacios cerrados sino también miedos
mucho más limitantes como el temor al fracaso, a no estar a la altura o al
rechazo social.
Superar esos
miedos es una decisión consciente que implica apostar por nosotros y
comprometernos con nuestro crecimiento para darnos la oportunidad de llegar
hasta donde podamos llegar y ser todo lo que podamos ser. Así podremos “volver
a ese lugar del espíritu en el que es aceptable hacer el esfuerzo”, como
dijera Gornick.
28 febrero 2021
técnicas psicológicas eficaces para controlar la ira y la agresividad
TRATAMIENTOS
PSICOLÓGICOS
técnicas
psicológicas eficaces para controlar la ira y la agresividad
¿Te enfadas a menudo, pero no sabes cómo controlar la ira y pierdes el control? No eres el único. Nos ha ocurrido a todos. De hecho, la ira es una respuesta que se activa cuando sentimos que han defraudado nuestras expectativas o las cosas no salen según nuestros planes.
Sin embargo,
cuando damos rienda suelta a la ira, solemos decir o hacer cosas de las que
después nos arrepentimos. Como dijera Ambrose Bierce, un escritor
norteamericano, “habla sin controlar la ira y harás el mejor discurso del
que podrás arrepentirte”. Por eso es esencial que aprendamos a manejar los
ataques de ira y, a ser posible, prevenirlos.
La leyenda
de los dos lobos que nos ayuda a comprender la ira
Cuentan que
un día, un anciano Cherokee pensó que había llegado el momento de transmitir
una gran enseñanza
de vida a su nieto. Le pidió que le acompañara al bosque y, sentados
debajo de un gran árbol, comenzó a contarle la lucha que tiene lugar en el
corazón de cada persona:
“Querido
nieto, debes saber que en la mente y en el corazón de cada ser humano existe
una lucha perenne. Si no eres consciente de ello, tarde o temprano te
asustarás y quedarás a merced de las circunstancias. Esta batalla existe
incluso en el corazón de una persona anciana y sabia como yo.
“En mi
corazón habitan dos lobos enormes, uno blanco y el otro negro. El lobo blanco
es bueno, gentil y amoroso, le gusta la armonía y combate solo cuando debe
protegerse o cuidar a los suyos. El lobo negro, al contrario, es violento e
iracundo. El más mínimo contratiempo desata su ira por lo que pelea
continuamente y sin razón. Su pensamiento está lleno de odio pero su rabia es
inútil porque solo le causa problemas. Cada día, estos dos lobos luchan dentro
de mi corazón.”
El nieto le
preguntó al abuelo: “Al final, ¿cuál de los dos lobos gana la batalla?”
El anciano
le respondió: “Ambos, porque si yo alimentase solo al lobo blanco, el lobo
negro se escondería en la oscuridad y apenas me distrajera un poco, atacaría
mortalmente al lobo bueno. Al contrario, si presto atención e intento
comprender su naturaleza, puedo utilizar su fuerza cuando la necesite. Así,
ambos lobos pueden convivir con cierta armonía”.
El nieto
estaba confundido: “¿Cómo es posible que venzan ambos?”
El anciano
Cherokee sonrió y le explicó: “El lobo negro tiene algunas cualidades que
podemos necesitar en ciertas situaciones, es temerario y determinado, también
es astuto y sus sentidos están muy aguzados. Sus ojos acostumbrados a las
tinieblas pueden alertarnos del peligro y salvarnos.
“Si le
doy de comer a ambos, no tendrán que luchar encarnizadamente entre sí para conquistar
mi mente y así yo podré elegir a qué lobo recurrir en cada ocasión”.
¿Qué
necesitamos comprender para controlar el enojo?
Esta antigua
leyenda nos deja una enseñanza muy valiosa: la rabia reprimida es como un
lobo hambriento, muy peligrosa. Si no sabemos controlarla, en cualquier momento
puede tomar el control. Por eso, no debemos esconder o reprimir los
sentimientos negativos, sino que tenemos que aceptarlos, comprenderlos y
reencauzarlos.
Cuando
sufrimos un ataque de ira se produce un secuestro emocional en toda
regla. La amígdala, una estructura del cerebro, toma el control y “desconecta”
los lóbulos frontales, que son los que nos permiten reflexionar y autocontrolarnos.
Por eso, cuando nos sentimos enfadados podemos terminar diciendo o haciendo
cosas de las que después nos arrepentimos.
En cambio,
la ira también es una emoción con un gran poder dinamizador. Nos empuja a la
acción y en ciertas condiciones puede ser tan necesaria como el miedo. A veces,
por ejemplo, las injusticias nos enfadan. O nos enfadamos porque alguien le ha
hecho daño a los demás. En esos casos, la ira es perfectamente comprensible.
Eso
significa que no debemos demonizar la ira sino aceptarla como una emoción más.
Cuando creemos que somos malas personas por experimentar ira o enfado,
tendremos la tendencia a intentar esconder esas emociones, incluso de nosotros
mismos, de manera que es más probable que terminemos estallando cuando se
acumule demasiada presión.
Por otra
parte, a veces la ira no expresada puede generar otros problemas. Puede
conducir, por ejemplo, a comportamientos pasivo-agresivos, como vengarse
de las personas de forma indirecta, sin decirles por qué, en lugar de
afrontarlas, o incluso puede conducir a desarrollar una personalidad marcada
por el cinismo y la hostilidad.
Por tanto,
la clave para controlar la ira consiste en reconocer sus signos antes de llegar
al punto de no retorno. Así podremos aprovechar su enorme empuje psicológico
sin caer en sus redes. Tenemos que aprender a canalizar la ira y expresarla de
una manera asertiva.
15
técnicas para el control de la ira
1. Tiempo
fuera
Esta técnica
para controlar la ira es muy sencilla: consiste en realizar una pausa mental
antes de responder. En realidad, la ira no es como un volcán que explota al improviso,
sino que es más bien un proceso en el que la rabia y el enojo van creciendo y
fortaleciéndose. Por eso, cuando notes las primeras señales de la ira, haz una
pausa mental: puedes contar hasta 10, respirar profundamente o hacer algo que
te relaje. Con este sencillo truco lograrás establecer una distancia
psicológica y recuperar el control sobre tus emociones.
2.
Conviértete en un observador externo
Cuando
colocas un dedo sobre la salida de agua de un grifo, obtienes un chorro más
potente que puedes dirigir a tu antojo, pero si haces demasiada presión u
obstaculizas mucho la boca del grifo, el agua se expandirá en todas las
direcciones, fuera de control. Lo mismo sucede con la rabia cuando intentas reprimirla
o esconderla, llegará un punto en el que no podrás controlar sus consecuencias.
¿Cuál es la solución? Quita el dedo del grifo, deja que la ira fluya y
obsérvala como si fueras un experimentador en un laboratorio. Tienes que buscar
aquellas cosas que te ayuden a calmarte y canalizar esa ira, como dar un paseo,
escuchar música, respirar profundamente…
3. Busca
el origen de la ira
Escribir
tiene un poder catártico por lo que puedes aprovecharlo para aprender a
controlar la ira. Si sueles enfadarte a menudo y sufres ataques de ira, es
recomendable que lleves un diario terapéutico. Responde a estas tres
preguntas: 1. ¿Qué o quién te está haciendo enfadar?, 2. ¿Por qué esa
persona/situación te pone nervioso? y por último, 3. ¿Cómo puedes
usar esa ira a tu favor? No olvides que también existe una ira más
“positiva”. Por ejemplo, si te sientes enfadado, puede ser un buen momento para
practicar deporte, así no solo te relajarás, sino que probablemente mejorarás
tu rendimiento y salud. Recuerda que la ira no es más que energía, por lo que
puedes usarla a tu favor canalizándola a través de una actividad de manera que
te resulte beneficiosa.
4.
Expresa lo que sientes asertivamente
El hecho de
que seamos capaces de controlar la ira, no significa que debamos esconderla o
sentirnos avergonzados. En ocasiones es importante que nuestro interlocutor
comprenda cómo nos ha hecho sentir para que esa situación no se repita. En ese
caso, explícale de la forma más clara, directa y calmada posible, el motivo de
tu enojo. A veces el simple hecho de reconocer que nos hemos enojado y
hacérselo notar a la otra persona tiene un poder catártico que nos ayuda a
calmarnos y liberar la tensión. Como norma general, las emociones no se deben
negar ni esconder, solo hay que expresarlas de forma asertiva sin dañar al
otro.
5. Habla
en primera persona
Cuando nos
enfadamos, tenemos la tendencia a hablar usando términos más generales o
incluso acusamos a nuestro interlocutor. De esta forma generamos un
crescendo de malestar que conducirá a un callejón sin salida. Por eso, una
técnica muy sencilla para controlar la ira consiste en hablar siempre en
primera persona, evita apuntar con el dedo al otro, expresa tus ideas y emociones,
asumiendo la responsabilidad por ellas. Reconocer que te has enfadado, por
ejemplo, es un buen comienzo.
6. No
generalices
Expresiones
como “nunca” o “siempre” son comunes cuando estamos irritados y enojados, pero
solo sirven para añadir más leña al fuego. Por eso, cuando estés molesto,
intenta no generalizar, sé específico y céntrate en el problema a solucionar.
Recuerda que la lógica siempre vence la ira ya que el enfado se alimenta de la
irracionalidad. Toma las riendas del asunto y no te vayas por las ramas,
intenta llegar a un acuerdo que sea satisfactorio para ambos.
7. Piensa
en términos de soluciones
La mayoría
de las personas piensa en términos de problemas, sobre todo cuando experimentan
emociones negativas como la rabia y el enojo porque estas desarrollan una
especie de visión en túnel que no les deja ver más allá de aquello
que les frustra. De esta forma, cada cual se atrinchera detrás de los problemas
y estos crecen. Sin embargo, como la ira normalmente surge de los desacuerdos y
conflictos, centrarse en las posibles soluciones puede darle un vuelco radical
a la situación, haciendo que ambas partes ganen. Por eso, es conveniente que no
te centres en los problemas, sino en las posibles soluciones.
8.
Proyéctate al futuro
La ira tiene
el poder para trastocar la importancia de las cosas. Cuando nos enojamos, las
nimiedades se magnifican ante nuestros ojos y nos enfadamos aún más. Cuando nos
enfadamos ira perdemos la perspectiva y nos convertimos en personas más
egoístas, lo cual afecta profundamente a quienes están a nuestro alrededor. Por
eso, la próxima vez que te enfades, simplemente pregúntate: lo que me está
haciendo enfadar, ¿será importante dentro de 5 años? Es probable que no.
Por tanto, con esta pregunta muy sencilla podrás reencuadrar la situación y
adoptar una perspectiva más racional y objetiva.
9. Aplica
la reestructuración cognitiva
Para
controlar la ira tendrás que cambiar tu forma de pensar. Cuando nos enojamos,
nuestro diálogo interior cambia para reflejar esas emociones, pero de esa
manera corremos el riesgo de que terminemos exagerando todo. Por tanto, presta
más atención a lo que te dices cuando te enfadas. Intenta reemplazar esos
pensamientos por otros más racionales. Por ejemplo, en vez de decirte:
“esto es horrible, todo está arruinado”, puedes decirte que es frustrante y
comprensible que estés molesto, pero no se trata del fin del mundo.
10. No
quieras tener razón a toda costa
En la base
de la rabia muchas veces se esconde un mensaje muy sencillo: “quiero que las
cosas se hagan a mi manera”. Las personas que se enojan a menudo piensan
que tienen la verdad en la mano, por lo que cualquier cosa que bloquee sus
planes se convierte automáticamente en una afrenta difícil de tolerar. Por
tanto, para aprender a controlar la ira, es fundamental deshacernos de la
necesidad de tener la razón. Simplemente debemos asumir que la mayoría de los
conflictos y problemas que surgen en la vida cotidiana no son una afrenta
personal.
11. Deja
ir el rencor
A veces, la
ira no está provocada por la situación que estamos viviendo sino por nuestras
vivencias anteriores, aunque no siempre somos conscientes de ello. Es decir,
llegamos a determinada situación arrastrando una gran carga de rencor. De esta
forma, cualquier cosa que la otra persona diga o haga, se convertirá en la
mecha que enciende una rabia que ya estaba a punto de estallar. Por eso, para
controlar la ira es fundamental dejar ir el rencor. Ten siempre en mente un
antiguo proverbio: “si me ofendes por primera vez, la culpa es tuya, si me
ofendes por segunda vez, la culpa es mía”.
Busca el
lado divertido
Puede
parecer una misión imposible. De hecho, cuando estamos enfadados es difícil ver
las cosas con sentido del humor. Sin embargo, el “humor tonto” es una
estrategia muy eficaz para controlar la ira. No se trata de que te rías de los
problemas para que desaparezcan sino tan solo para desdramatizar y generar un
estado de ánimo que te permita enfrentarlos de manera más constructiva. Puedes
hacer una broma, que no sea sarcástica (porque este tono solo servirá para caldear
aún más los ánimos), o incluso puedes recrear la situación que estás viviendo
en tu mente, añadiéndole detalles simpáticos o descabellados.
Reconoce
y evita tus disparadores
Todos
tenemos determinados puntos rojos, situaciones o personas que nos resultan
irritantes y nos hacen perder la calma. Reconocer esos botones que nos hacen
saltar nos ayudará a controlar el enojo. No se trata de que huir de los
problemas y hacer de la evitación nuestro estilo de afrontamiento, pero en la
medida de lo posible es conveniente evitar las situaciones que pueden generar
rabia e ira. Por ejemplo, si sueles discutir con tu pareja cuando vuelves del
trabajo porque estás cansado, evita los temas delicados hasta que logres
relajarte. Si sabes que vas a afrontar situaciones que puedan irritarte, es
conveniente que realices un pequeño ejercicio de visualización antes: imagina
cómo te comportarás en la situación en cuestión y piensa en los problemas que
pueden surgir. Si tienes un guion mental preestablecido, te resultará más fácil
mantener la calma.
Piensa en
las consecuencias
Es
importante reflexionar sobre la ira y sus consecuencias. Piensa en cómo te sentiste
y cuánto tiempo te costó volver a la normalidad. Reflexiona sobre lo que
conseguiste con ese comportamiento. Te darás cuenta de que el principal
perjudicado probablemente habrás sido tú. La ira es una emoción muy dañina que
te arrebata la paz interior y desestabiliza tu equilibrio psicológico
por lo que muy pronto llegarás a la conclusión de que no vale la pena
enfadarse. La próxima vez que sientas cómo crece la ira dentro de ti,
pregúntate: ¿vale la pena perder mi estabilidad mental por eso?
Intenta
ser empático
Cuando nos
enfadamos es difícil pensar en los demás. Podemos sentirnos heridos,
humillados, vejados o menospreciados y adoptamos una postura más egocéntrica.
Frases como “¿Por qué has hecho algo así?”, “¡Cómo pudiste!” o “¿En qué estabas
pensando?” son recriminaciones retóricas que no conducen a ninguna parte. En su
lugar, debemos intentar comprender su comportamiento poniéndonos en su piel. A
veces esa persona simplemente tiene otras preocupaciones o prioridades. O
simplemente se ha equivocado.
Enfadados
crónicos: Niños eternos
En algunas
circunstancias, sobre todo cuando se comete una injusticia, es comprensible que
reaccionemos con cierto grado de ira. Sin embargo, hay personas que se han
convertido en enfadados crónicos, se molestan con cualquier cosa y no logran
superar esa emoción, sino que la cargan consigo y la llevan allí donde vayan.
El enfado
crónico es una característica infantil que denota que no somos capaces
de superar la frustración y que queremos tener siempre la razón. En
estos casos, es conveniente plantearse algunas preguntas:
– ¿Por qué
elijo enojarme ante cada situación?
– ¿Qué hago
para crear situaciones que generan continuamente ira?
– ¿Es la
única manera en la que puedo reaccionar?
– ¿A quién
estoy castigando con ese comportamiento?
– ¿Por qué
quiero estar permanentemente enojado?
– ¿Qué
pensamientos causan o alimentan esa ira?
– ¿Cómo mis
actitudes influyen en los demás?
– ¿Es esa la
vida que quiero?
Las personas
que sufren enfado crónico creen que la ira es la única manera para obtener lo
que desean. Por eso, es importante que comprendan que existen otras formas de
reaccionar que son mucho más eficaces y menos dañinas para todos, incluyendo
para ellos mismos. Mírate al espejo y pregúntate qué quieres realmente y qué te
hace feliz. Luego, pon manos a la obra.
Fuentes:
Jensen, L.
A. et. Al. (2007) Do Big Five personality traits associated with self-control
influence the regulation of anger and aggression? Journal of Research in
Personality; 41(2): 403-424.
23 febrero 2021
CAUSAS DE LA RESISTENCIA AL CAMBIO QUE TE PARALIZAN
psicología /desarrollo personal
AUSAS DE LA RESISTENCIA AL CAMBIO QUE TE PARALIZAN
La resistencia
al cambio es una de las principales causas del inmovilismo. Cuando no
aceptamos el cambio, sino que nos aferramos a viejas formas de pensar o hacer
las cosas nos condenamos a vivir en el terreno de la frustración y la
insatisfacción. En algunos casos esa resistencia al cambio genera respuestas
desadaptativas que conducen a trastornos psicológicos.
“El cambio
es la única cosa inmutable”, como dijera Schopenhauer. Aunque lo sabemos,
no siempre podemos evitar que se desencadene una fuerza opuesta para intentar
mantener inmutable el estado de las cosas. De hecho, en nuestra vida cotidiana
solemos funcionar por inercia. Esa inercia nos lleva a mantener el statu quo y
aferrarnos a lo que conocemos para mantener el equilibrio que tanto esfuerzo
nos costó conseguir.
Al igual que
nuestro organismo tiende a la homeostasis para mantener el equilibrio de sus
funciones, nuestro cerebro prefiere trabajar en “modo ahorro de energía”
evitando sobresaltos y grandes revoluciones que le obliguen a cambiar sus
patrones neuronales, esos que nos permiten reaccionar de manera automática. Sin
embargo, esa inercia no siempre es positiva y muchas veces puede volverse en
nuestra contra porque la vida cambia y debemos ser capaces de adaptarnos.
Las causas que propician la resistencia al cambio
Algunas
personas son más resistentes al cambio mientras que otras son más abiertas.
Diferentes estudios han demostrado que quienes tienen una elevada Inteligencia
Emocional suelen aceptar mejor los cambios. También se ha apreciado que quienes
reaccionan de manera demasiado emocional, tienen un pensamiento más rígido, son
más apegadas a las costumbres y desarrollan un enfoque cortoplacista son más
propensas a resistirse a los cambios.
No obstante,
independientemente de las características de personalidad, existen otras causas
de la resistencia al cambio. Se trata de situaciones o miedos comunes que todos
podemos experimentar y que nos llevan a aferrarnos inútilmente al pasado:
1.
Miedo a perder el control. Cuando nos enfrentamos a
situaciones nuevas para las cuales no tenemos puntos cardinales que nos
permitan orientarnos, podemos sentir que tiembla el suelo bajo nuestros pies.
Nuestro sentido de la autodeterminación y autonomía se resquebrajan y nos
atemoriza la perspectiva de perder el control. Esa sensación no es agradable,
por lo que nuestro primer impulso es aferrarnos a lo conocido para volver a
sentirnos seguros. Cuando esta es la causa de la resistencia al cambio conviene
recordar que el control es tan solo una ilusión.
2.
Exceso de incertidumbre. Algunos cambios pueden hacernos sentir como si estuviéramos
caminando por una cuerda floja con los ojos vendados, por lo que es normal que
generen una fuerte resistencia. Cuando no sabemos qué va a suceder, es
comprensible que prefiramos quedarnos donde estamos, aunque no nos sintamos
completamente bien en ese lugar. A veces simplemente preferimos un mal conocido
a un bueno por conocer, como dice el refrán popular. Superar la inercia demanda
un mínimo de seguridad y confianza. Cuando no las tenemos, es más fácil
atrincherarnos en nuestra zona de confort. En estos casos, debemos
recordarnos que la incertidumbre, aunque sea difícil de gestionar, no es
nuestro enemigo.
3.
¡Sorpresa! Las situaciones que nos toman por sorpresa suelen generar
una reacción defensiva. Todos necesitamos un poco de tiempo para acostumbrarnos
a algunas ideas o prepararnos para afrontar ciertas circunstancias, incluso las
más positivas. Por eso, cuando los cambios se producen de manera inesperada,
nuestra primera reacción es dar un paso atrás para protegernos de lo
desconocido. No obstante, en estos casos la resistencia al cambio suele
atenuarse a medida que vayamos procesando lo ocurrido.
4.
Demasiado radical. Todos los cambios traen algo diferente, pero ¿cuán
diferente? Somos seres de hábitos. Las rutinas se automatizan y nos brindan
cierta seguridad en nuestro día a día, hacen que nuestra vida sea más
predecible, por lo que los cambios demasiado radicales suelen
desestabilizarnos. De hecho, es más fácil aceptar un gran cambio cuando se
produce paso a paso, que transformaciones radicales que hacen tambalear
nuestras creencias y desatan los nudos que nos atan a tierra. Los grandes
cambios simplemente pueden confundirnos y asustarnos porque nos dejan sin
puntos cardinales para orientarnos. En este caso, debemos pensar que los
cambios radicales pueden representar una gran oportunidad para replantearnos
muchas cosas de nuestra vida, que de otra manera habría seguido en piloto
automático.
5.
Falta de confianza. ¿Puedo hacerlo? Una de las causas de la resistencia al
cambio es precisamente el miedo a no poder con todo o no tener las habilidades
o la fuerza necesaria para afrontar ese nuevo escenario. A veces, por ejemplo,
podemos sentirnos demasiado viejos para empezar desde cero. O podemos dudar de
nuestras competencias para desenvolvernos en entornos nuevos para los cuales no
nos hemos preparado. En esos casos, un periodo de familiarización que nos
permita adentrarnos poco a poco en el cambio puede bastar para ganar confianza.
6.
Temor a las repercusiones. Los cambios suelen ser como una
piedra que cae en un estanque. Comienzan con una onda pequeña pero esas ondas
se van replicando y agrandando hasta alcanzar dimensiones insospechadas. Por
eso, a veces la causa de la resistencia al cambio se encuentra en el temor a
las consecuencias que no podemos prever, no sabemos cómo gestionar o
simplemente escapan de nuestro control. Cuando realizamos cambios drásticos en
nuestra vida, por ejemplo, nos pueden preocupar las repercusiones que tendrán
en las personas más cercanas. A veces, ese miedo nos mantiene atados, aunque
sepamos que el cambio es la mejor solución. En estos casos, podemos intentar
minimizar el impacto de esas repercusiones.
7.
Miedo al rechazo. Muchos cambios traen la semilla de la novedad, no solo para
nosotros sino para quienes nos rodean. A veces, no nos atrevemos a tomar una
decisión simplemente porque tememos que los demás no la acepten y terminen
rechazándonos. El miedo a separarnos del grupo que identificamos como una
fuente de seguridad y protección es una de las causas de la resistencia al
cambio que nos mantiene atados a circunstancias que no son idóneas para
nosotros. En estos casos necesitamos superar ese miedo al rechazo por medio de
la autoafirmación.
8.
Traumas pasados. Los fantasmas del pasado siempre están al acecho. Mientras
todo permanece estable, se mantienen tranquilos, pero cuando aparece algo
diferente, pueden entrar en acción. El cambio puede reabrir viejas heridas,
activar resentimientos históricos o recordarnos antiguos fracasos. Encontrar
una nueva pareja, por ejemplo, puede activar todas las heridas emocionales del
pasado, haciendo que nos alejemos por temor a que nos vuelvan a herir. Para
superar ese miedo necesitamos sanar el pasado antes de navegar hacia el futuro.
Debemos darnos tiempo para sanar, de manera que las viejas heridas no se
vuelvan a abrir y podamos acoger el cambio con serenidad y alegría.
9.
Agotamiento. Hay etapas en la vida en la que estamos tan saturados que
cualquier cambio, por pequeño que sea, se convierte en la gota que colma el
vaso. Hay situaciones de gran estrés o de incertidumbre en las cuales
simplemente no podemos lidiar con más cambios porque nuestros recursos
psicológicos no dan abasto. Esos cambios, ya sean positivos o negativos,
simplemente representan para nosotros más trabajo y tensión, por lo que es
comprensible que nos resistamos. En este caso, el problema no es el cambio en
sí sino nuestro estado psicológico, esa resistencia al cambio solo está
poniendo de manifiesto que hay cosas que tenemos que solucionar para
reencontrar la serenidad.
10. Amenaza real. A
veces, los cambios encierran una amenaza real. En situaciones de gran
incertidumbre o en aquellas que debemos tomar decisiones importantes, la
posibilidad de equivocarnos planea sobre nuestras cabezas como una sombra
amenazante. Eso genera un temor comprensible que causa la resistencia al
cambio. En otros casos no se trata de una amenaza intrínseca sino más bien del
dolor que puede generar ese cambio. De hecho, la mayoría de los cambios
importantes en la vida implican un cambio de dirección en el que debemos
renunciar a algo o dejar a alguien detrás. Eso puede doler. Entonces la
perspectiva del dolor nos paraliza. Sin embargo, debemos recordar que cada
decisión siempre implica una renuncia, de manera que solo se trata de tener
claras nuestras prioridades y metas en la vida.
Comprender
las causas de la resistencia al cambio nos ayudará a minimizar la incomodidad
que experimentamos ante las situaciones nuevas, ya sean positivas o negativas.
Cuando aceptamos el cambio, todo fluye mejor y experimentamos infinitamente
menos dolor.
Fuentes:
Di Fabio, et.
Al. (2014) Emotional Intelligence or Personality in Resistance to Change?
Empirical Results in an Italian Health Care Context. Journal
of Employment Counseling; 51(4): 146-157.