psicología/
desarrollo personal
EL PENSAMIENTO ANTICIPATORIO: ¿PENSAR O
NO PENSAR?
Iniciemos este intento de reflexión con
una pequeña historia:
«Un hombre está haciendo algunos cambios
en su casa. De repente se da cuenta de que necesita un taladro eléctrico, pero
no lo tiene y todas las tiendas están cerradas. Entonces recuerda que su vecino
tiene uno. Irá a pedírselo prestado, pero… le asalta una duda: ¿y si no quiere
prestármelo? Entonces recuerda que la última vez que se vieron el vecino no se
mostró tan comunicativo como en otras ocasiones. Quizás tenía prisa, pero
quizás se sentía molesto por algo que he hecho. Evidentemente, si está molesto
conmigo no me prestará el taladro. Se inventará cualquier excusa y yo quedaré
en una posición totalmente ridícula. ¿Pensará que es más importante que yo solo
porque tiene una herramienta que necesito? Pero, ese es el colmo de la
arrogancia…»
En síntesis, que el hombre no pudo
terminar su trabajo porque sus pensamientos le impidieron ir a solicitar la
ayuda necesaria. Pero además, es muy probable que cuando se vuelva a encontrar
con el vecino lo salude de una manera fría o que deje traslucir su molestia;
fundándose en una serie de ideas erróneamente preconcebidas.
Este tipo de razonamiento o autodiálogo
se convierte en un sinvivir cotidiano que conduce al camino más certero para
amargarse la vida.
La cultura occidental es racionalizadora
por excelencia; hay incluso quienes afirman que la racionalización está
institucionalizada porque todo se intenta solucionar a partir de la
descomposición en partes y la anticipación de los posibles errores. Así, nos
vemos envueltos en miles de pequeños pensamientos cotidianos que nos asaltan
mientras cruzamos una calle, cuando tomamos un café, cuando estamos esperando
en una fila, cuando alguien nos saluda… invariablemente le estamos buscando un
sentido a todo lo que sucede a nuestro alrededor; a la mirada del señor del
autobús, a la risa de la dependienta, a la confusión del compañero de trabajo…
la lista es interminable. Intentar brindarle un significado a lo que nos rodea
es un proceso bastante normal, que muchas veces transcurre de manera automática
para que podamos responder congruentemente con los estímulos que nos llegan
constantemente del entorno pero hay que reconocer que en muchas ocasiones,
francamente, cruzamos la frontera de lo sano para lindar con lo patológico.
La mayoría de estos pensamientos no tienen
muchas repercusiones pero existen algunos que, más que soluciones, acarrean
verdaderos problemas. Eso sucede porque deseamos encontrarle un sentido a
determinadas situaciones o comportamientos pero realmente no tenemos todas las
informaciones necesarias como para hacer una evaluación objetiva de lo que está
sucediendo. Entonces echamos mano a nuestras creencias (que pueden ser más o
menos acertadas, más o menos flexibles) para explicar rocambolescamente aquello
que en muchas ocasiones bastaría con preguntar.
Anticipar los posibles resultados de
nuestras acciones es totalmente válido y característico del ser humano, pero
cuando este pensamiento se sustenta más en nuestras percepciones prejuiciadas
que en una realidad compartida, provoca una ansiedad considerable en quien
intenta racionalizar e incluso determina negativamente sus relaciones
interpersonales y por supuesto, limita en extraordinaria medida el éxito que se
puede alcanzar.
Una solución al alcance de la mano es
preguntar; preguntar siempre que podamos para poder conformarnos un cuadro lo
más cercano a la realidad posible. De las respuestas o del silencio de nuestro
interlocutor, siempre obtendremos una información valiosísima que nos
facilitará tomar la mejor decisión posible sin caer en las distorsiones
cognitivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario