19 marzo 2019
UNA PARÁBOLA BUDISTA QUE NOS MUESTRA CUÁL ES LA ACTITUD JUSTA PARA APRENDER EN LA VIDA
Una comunidad pidió
a un sabio maestro budista que les diese una serie de discursos sobre su
filosofía, ya que consideraban que era la mejor manera de aprender. Tras mucho
insistir, el maestro accedió. Hizo una pregunta sencilla:
- ¿Saben de qué voy
a hablar en el discurso de hoy?
- No - contestaron
todos al unísono.
Al cabo de los
días, los miembros de la comunidad volvieron a buscarlo. Entonces el sabio les
preguntó:
- ¿Saben hoy de qué
les hablaré?
- Sí - contestaron
esta vez, habiéndose puesto previamente de acuerdo.
- Pues si ya saben
de qué voy a hablar, no me necesitan – y el maestro volvió a marcharse.
Empecinados en que
aquella era la única vía para comprender el budismo, reflexionaron y regresaron
donde el maestro. Esta vez concluyeron que sería mejor contestar que unos sí
sabían de qué hablaría y otros no, en caso de que el sabio les volviera a preguntar.
En efecto, reunidos todos esperando el discurso, el maestro preguntó:
- ¿Y hoy saben de
qué hablaré?
- Unos sí lo
sabemos, otros no – respondieron satisfechos.
- En ese caso -
dijo el sabio sonriendo - que los que saben, instruyan a quienes no saben.
Y se marchó para no
regresar jamás.
Esta parábola nos
alerta sobre nuestra concepción limitada del conocimiento y nos indica que las
cosas que realmente valen la pena se aprenden mediante la experiencia directa y
la búsqueda interior, comprometiéndonos con el cambio, no esperando que alguien
venga a indicarnos el camino.
El papel de las experiencias en la búsqueda
del conocimiento
Schopenhauer
también sugiere que una mente llena de ideas abstractas sobre el mundo,
entiéndase ideas no enraizadas en la experiencia personal, tendrá la tendencia
a imponer sus ideas, en vez de permitir que los fenómenos mundanos toquen las
“cuerdas cognitivas” de la conciencia.
“En lugar de
desarrollar las facultades de discernimiento del niño y enseñarle a juzgar y
pensar por sí mismo, el maestro usa todas sus energías para llenar su mente de
pensamientos de otras personas”, afirmó el filósofo.
Schopenhauer aboga
por una “educación natural”, aquella en la que experimentamos el mundo y luego
lo resumimos en principios generales. Por eso califica la educación escolástica
como “artificial”.
“El método
artificial consiste en escuchar lo que otras personas dicen, aprender y leer, y
así tener la cabeza repleta de ideas generales antes de que tengas algún tipo
de relación con el mundo tal como es, y que puedas verlo por ti mismo Te dirán
que las observaciones particulares que se han utilizado para llegar a estas
ideas generales las tendrás más adelante en el curso de la experiencia; pero
hasta que llegue ese momento, estarás aplicando erróneamente tus ideas generales,
juzgas a los hombres y las cosas desde un punto de vista equivocado, los ves
desde una perspectiva equivocada y los tratas de manera incorrecta. Así es como
la educación pervierte la mente”.
Schopenhauer creía
que la educación artificial que no se basa en la experiencia directa nos lleva
a acumular demasiadas nociones preconcebidas con las cuales juzgamos el mundo,
lo cual genera una “ansiedad nerviosa” y una “confianza errónea”, una especie
de disonancia cognitiva perpetua cuando intentamos encerrar al mundo dentro de
nuestro ordenado esquema de Cómo están las cosas, en lugar de tratar de
experimentar por nosotros mismos.
Sus ideas no
difieren de o que en el taoísmo se denomina “conocimiento convencional”. “Por
su naturaleza misma, el conocimiento convencional es un sistema de
abstracciones. Consiste en signos y símbolos en los que las cosas y los sucesos
quedan reducidos a esquemas generales.
“Existe otro
conocimiento, sin embargo, que es el que interesa a las filosofías orientales
centrado en comprender la vida directamente, en vez de quedarse atrapados en
los términos lineales y abstractos de las palabras y el pensamiento”,
escribió Alan Watts.
El conocimiento,
ese que realmente nos puede cambiar y nos permite crecer, debe partir de la
curiosidad. La curiosidad nos anima a explorar y descubrir para llegar a
nuestras propias verdades, no para abrazar las verdades que alguien nos ha
contado.
Esa curiosidad nos
permite experimentar la realidad, de verdad, sin intentar encajarla en nuestra
limitada concepción del mundo. Eso puede desestabilizar nuestro sistema de
creencias y conceptos, pero no es algo malo, todo lo contrario. Después de que
la escuela arme nuestra concepción del mundo, debemos dedicarnos a
cuestionarla, ponerla a prueba y, en definitiva, reflexionar sobre todo lo que
nos han enseñado.
Después de todo, el
pensamiento crítico es lo que nos hace libres.
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