10 septiembre 2019
Terapia del perdón: Quien no perdona a tiempo, sufre a destiempo
psicología tratamientos psicológicos
Terapia del perdón: Quien no perdona
a tiempo, sufre a destiempo
Hace muchos años, unos soldados
fueron hechos prisioneros por las tropas enemigas. Los soldados pasaron años en
una celda minúscula, donde apenas tenían espacio para caminar. Durante esos
años, se hicieron grandes amigos, hablaban a menudo de sus familias y se
apoyaban mutuamente para sobrevivir.
Cada cierto tiempo, uno de los
guardias los sacaba de la celda y llevaba a una sala de interrogatorios, en la
cual a veces recurrían a métodos poco convencionales, para intentar que
revelaran información relevante sobre su ejército.
Los soldados jamás confesaron, pero
pasaron años infernales, sufriendo burlas y humillaciones, además de todo tipo
de carencias. Aquel guardia se había convertido en su peor pesadilla.
Un buen día, la guerra entre ambos
países terminó y fueron liberados. Los dos soldados se dieron un gran abrazo de
despedida y cada quien tomó su rumbo.
Al cabo de diez años, los soldados
volvieron a encontrarse. A uno se le veía visiblemente recuperado, casi feliz.
Los dos hombres se pusieron al corriente de sus vidas.
Sin embargo, no pudieron evitar
rememorar los años que habían pasado juntos en cautividad. Uno de ellos
preguntó:
– ¿Has perdonado a aquel guardia?
– Sí, me ha costado, pero finalmente
he logrado pasar página – respondió el antiguo soldado que se veía más feliz.
– Yo no he podido, sigo guardándole
rencor. ¡Lo odiaré mientras viva!
– Entonces aún te tiene prisionero –
se limitó a responder con tristeza su compañero.
Esta historia refleja a la
perfección a quién hace más daño el odio y rencor. Y nos muestra cómo
perdonar nos libera.
La ira y el rencor se vuelven contra
quien los siente
Perdón. Esta palabra tan corta
encierra todos nuestros ángeles y demonios interiores. Por desgracia, su uso a
través de los siglos ha dado pie a mal interpretaciones de su significado,
hasta el punto que muchas personas ni siquiera quieren oír hablar de su
existencia.
Quienes no quieren aprender a
perdonar reaccionan con indignación, rechazo e ira ante la simple idea del
perdón. Por supuesto, no se puede obligar a nadie a perdonar. Pero anclarse en
la ira, el resentimiento y la rabia no es un “castigo” para quien nos hizo daño
sino para nosotros mismos. Buda dijo: “Aferrarse a la ira es como aferrarse
a una brasa candente con la intención de tirársela a otro; pero eres tú quien
se quema”.
Un metaanálisis de 25 estudios
realizado en el University College de Londres desveló
que existe una fuerte correlación entre la ira y la hostilidad mantenidas a lo
largo del tiempo y el riesgo de sufrir ataques cardíacos. Estas emociones
también se han asociado a otros problemas de salud, como el cáncer.
No es extraño. Otro estudio llevado
a cabo en la Universidad de California en el que se le dio seguimiento a 332
personas durante cinco semanas descubrió que el nivel de estrés era
directamente proporcional a la cantidad de resentimiento e ira, mientras que
este disminuía cuando las personas perdonaban.
Otro estudio realizado por esos mismos
psicólogos con 148 personas halló que quienes acumulaban más estrés vital
tenían una peor salud mental. Curiosamente, las personas que eran capaces de
perdonar, aunque también vivieron experiencias difíciles, no tenían una mala
salud mental. Esto significa que el perdón es capaz de borrar el impacto
negativo del estrés y la angustia que generan algunos acontecimientos.
Perdonar no es excusar ni minimizar
el acto negativo
Muchas personas entienden el perdón
como un acto a través del cual se excusa o minimiza el suceso perjudicial.
Algunas incluso piensan que significa olvidar lo que nos han hecho. Nada más
lejos de la realidad.
Perdonar significa exclusivamente
recordar la ofensa desde un nuevo punto de vista que no despierte sentimientos
tan negativos, liberando en nuestra mente al agredido y permitiendo que el daño
no se perpetúe dentro de nosotros. Perdonar no es un acto de liberación para
quien cometió el mal sino para la persona que lo sufrió.
De hecho, para perdonar ni siquiera
es necesario «reconciliarse» con la persona que nos ha infringido el daño. No
se trata de convertirnos en su amigo. El perdón es un acto íntimo que nos
permite recuperar el control sobre nuestra vida y el bienestar que habíamos
perdido porque éramos víctima de esas emociones negativas.
Las 6 reglas de la terapia del
perdón
1.
Perdonar no
equivale a olvidar. Perdonar no
significa olvidar lo ocurrido. Una persona que ha sido víctima del maltrato,
que ha sido abandonada o a quien le han causado grandes daños, no olvidará lo
ocurrido y tampoco necesita hacerlo porque puede utilizar esas experiencias
como “combustible” para construir la resiliencia.
2.
Perdonar no
es minimizar la experiencia. Perdonar no
significa decir “Lo que ha ocurrido está bien, no fue tan malo después de
todo”. De hecho, para perdonar es necesario asumir que lo que ha ocurrido
ha sido terrible y nos ha dejado cicatrices. Pero también significa dejar que
esas cicatrices se curen en vez de echar sal continuamente sobre la herida.
3.
Perdonar no
es signo de debilidad. Perdonar no
es señal de debilidad, ingenuidad o necedad, es un gran signo de inteligencia
y madurez psicológica porque significa que, a pesar de todo, has
decidido seguir adelante, no dejando que el pasado condicione tu futuro.
4.
Para
perdonar no es necesario que el agresor se disculpe. Los agresores no siempre reconocen
el daño que han causado, pero eso no es motivo para quedarnos atascados en el
odio. Para perdonar no es necesario recibir una petición de disculpas ni un
resarcimiento. El perdón es un acto interno que nos beneficia a nosotros
mismos, no necesitamos que quien nos hizo daño se arrepienta.
5.
Perdonar es
un proceso. El perdón no
es todo o nada, blanco o negro. Es un proceso y, como todo proceso, puede tener
retrocesos y altibajos. Es posible que de vez en cuando resurja la ira y quizá
algunos daños no lograremos perdonarlos por completo, pero en una escala del 1
al 10, podemos acercarnos a un 7 o un 8, lo cual es suficiente para ciertos
actos atroces.
6.
Perdonar es
por tu salud y bienestar. Aferrarse a
la ira y el resentimiento es tóxico para ti. Conduce a la depresión, el enfado
crónico y la amargura. Perdonar no es un acto que haces por quien te hizo daño
sino por tu propio bien. No perdonas al otro para hacerle un favor, sino para
hacerte un favor a ti mismo.
Los 4 pasos de la terapia del perdón
Cuando no somos capaces de perdonar
un hecho negativo que nos ha ocurrido, comenzamos a alimentar sentimientos de
venganza, rabia y dolor emocional. A menudo se desencadena un proceso de
victimización unido a pensamientos rumiativos respecto del suceso. La terapia
del perdón intenta detener ese proceso nocivo.
1.
Expresar las
emociones. Sea cual sea
el daño que te han infringido, debes saber que es perfectamente comprensible y
normal que te sientas mal. Puedes experimentar diferentes sentimientos, desde
ira hasta tristeza o dolor. No es conveniente que intentes reprimir y esconder
esos sentimientos, sino que los expreses. Lo que se reprime continúa
afectándote desde el inconsciente, generando más sufrimiento e ira.
La técnica de la silla vacía es una
excelente herramienta para sacar fuera todas esas emociones. Consiste en
sentarte delante de una silla vacía e imaginar que la persona que te ha hecho
daño está ahí. Dile todo lo que deseas, desde el daño que te ha causado y por
qué hasta cómo te sientes por ello. Suele ser una técnica muy catártica y, si
guardas mucho resentimiento, puedes aplicarla varias veces.
2.
Comprender
el por qué. El cerebro
es un maniático del control, por lo que cuando nos hacen daño, siempre
intentamos darle una explicación. El problema es que, en muchos casos, siguiendo
nuestro razonamiento no lo entenderemos. A veces esa búsqueda de explicación
puede convertirse en un proceso malsano que se vuelva en nuestra contra.
En muchos casos, simplemente debemos
aceptar que no hay una explicación más allá del azar. Hay eventos terribles que
ocurren porque estábamos en el momento incorrecto en el peor lugar posible.
Aceptar esa explicación es el primer paso para lograr cerrar ese capítulo
oscuro de nuestra vida.
3.
Reconstruir
la seguridad. Para
perdonar es imprescindible tener una cantidad razonable de seguridad, lo cual
significa saber que ese acto no volverá a ocurrir. Por supuesto, nunca podremos
estar seguros al 100% pero si albergamos demasiado miedo, nos resultará
imposible perdonar. En ocasiones reconstruir la seguridad no es un proceso que
dependa de las condiciones externas sino de nosotros mismos, y depende de la
reconstrucción de nuestra autoconfianza.
4.
Dejar
ir. Este suele ser el paso
más difícil. Se trata de una decisión que se debe tomar conscientemente y que,
de cierta forma, implica prometerse a sí mismos que no guardaremos rencor por
lo ocurrido. Ese dejar ir significa también abandonar el papel de víctima y
recuperar la fuerza. Para ello, es fundamental dejar ir la ira que siempre
guardamos, impedir que ese enojo siga ejerciendo una influencia nociva en
nuestra vida.
El perdón pleno implica aceptación y
comprensión
Perdonar es un proceso complejo que
demanda transformaciones profundas en las concepciones que tenemos sobre el
suceso. Se trata de cambios importantes que afectan tanto el área cognitiva
como afectiva.
De hecho, el perdón pleno, según Bob
Enright, psicólogo de la Universidad de Wisconsin y uno de los primeros en
investigar sobre el acto de perdonar, no significa simplemente pasar página y
seguir adelante. Va mucho más allá porque implica ver a la persona que nos dañó
como un ser multidimensional cuyas acciones estaban mal. La escritora Emma
Goldman dijo «antes de que podamos perdonarnos los unos a los otros, tenemos
que entendernos «.
El perdón pleno no solo ofrece
tranquilidad emocional sino incluso comprensión hacia la persona que nos
lastimó. Desde ese punto de vista, el suceso negativo deja de dolernos y podemos
recuperar el equilibrio emocional que habíamos perdido antes de perdonar.
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