psicología desarrollo personal
MADUREZ PSICOLÓGICA: EL ARTE DE VIVIR EN PAZ CON LO QUE
NO PODEMOS CAMBIAR
Madurar significa salir de nuestra visión egocéntrica para
comprender que existe un mundo más amplio y complejo, un mundo que a menudo nos
pondrá a prueba y que no siempre satisfará nuestras expectativas, ilusiones y
necesidades. Y sin embargo, cuando maduramos somos capaces de vivir en paz en
ese mundo, aceptando todo aquello que no nos gusta pero que no podemos
cambiar.
Negar la realidad: Un mecanismo de afrontamiento inmaduro
e inadaptativo
La negación es un mecanismo de afrontamiento que implica
negar fervientemente la realidad, a pesar de los hechos. Generalmente este
mecanismo se pone en marcha por dos motivos: 1. Porque nos aferramos a unas
ideas rígidas que no queremos cambiar o, 2. Porque no contamos con los
mecanismos psicológicos necesarios para afrontar la situación.
En ambos casos, negar la realidad nos permite reducir la
ansiedad ante una situación que nuestro cerebro emocional ya ha catalogado como
particularmente inquietante o incluso amenazante. El problema es que la
realidad siempre gana.
Si un acosador nos aborda en medio de la calle, no cerramos
los ojos repitiéndonos mentalmente: “¡Esto no está ocurriendo!”.
Comprendemos que estamos en peligro y escapamos o pedimos ayuda. Sin embargo,
no reaccionamos de la misma manera con el resto de las situaciones de nuestra
vida. Cuando algo no nos gusta, nos decepciona o entristece, ponemos en marcha
el mecanismo de negación.
Negar vehementemente los hechos no hará que cambien. Al contrario,
nos conducirá a tomar decisiones poco adaptativas que pueden terminar
causándonos más daño. La persona madura, al contrario, acepta la realidad, no
con resignación sino con inteligencia. De hecho, el psiquiatra alemán Fritz
Kunkel dijo que “ser maduro significa encarar, no evadir, cada nueva crisis
que viene”.
El arte de encontrar el equilibrio en la adversidad
“Érase una vez un hombre a quien le alteraba tanto ver su
propia sombra y le disgustaban tanto sus propias pisadas que decidió librarse
de ellas.
“Se le ocurrió un método: huir. Así que se levantó y echó
a correr, pero cada vez que ponía un pie en el suelo había otra pisada,
mientras que su sombra le alcanzaba sin la menor dificultad.
“Atribuyó el fracaso al hecho de no correr suficientemente
deprisa. Corrió más y más rápido, sin parar, hasta caer muerto.
“No comprendió que le habría bastado con ponerse en un
lugar sombreado para que su sombra se desvaneciera y que, si se sentaba y se
quedaba inmóvil, no habría más pisadas”.
Esta parábola de Zhuangzi nos recuerda una frase de Ralph
Waldo Emerson: “La madurez es la edad en que uno ya no se deja engañar por
sí mismo”. El escritor se refería a ese momento en el cual somos plenamente
conscientes de los mecanismos psicológicos que ponemos en marcha para lidiar
con la realidad y proteger nuestro “yo”, a ese momento en el que nos percatamos
que la realidad puede ser difícil pero que nuestra actitud y perspectiva son
dos variables esenciales en esa ecuación.
Por eso, la madurez psicológica pasa inevitablemente por el
autoconocimiento, implica conocer las zancadillas mentales que nos ponemos para
no avanzar, los mecanismos que usamos para evadirnos de la realidad y las
creencias erróneas que nos mantienen atados.
Ese conocimiento es básico para lidiar con los problemas y
obstáculos que nos pone la vida. Por desgracia, hay personas que, como el
hombre de la historia, nunca llegan a alcanzar ese nivel de autoconocimiento y
terminan creando más confusión y problemas, alimentando la infelicidad y el
caos interior.
Alcanzar la madurez psicológica no implica aceptar
pasivamente la realidad asumiendo una postura resignada sino ser capaces de mirar
con otros ojos lo que sucede, aprovechando ese golpe para consolidar nuestra
resiliencia, conocernos mejor e incluso crecer.
William Arthur Ward dijo: “Cometer errores es humano y
tropezar es común; la verdadera madurez es ser capaz de reírse de sí mismo”.
Ser capaz de reírnos de nuestros antiguos temores porque ahora nos parecen
grotescos, de nuestras preocupaciones magnificadas y de esos obstáculos
“insalvables” que en realidad no eran, es una enorme muestra de crecimiento.
Reirnos de nuestras viejas actitudes y creencias no solo significa que forman
parte del pasado, sino que han dejado de tener cualquier influjo emocional
sobre nosotros.
La verdadera madurez psicológica llega cuando practicamos la
aceptación radical, cuando miramos a los ojos la realidad y, en vez de venirnos
abajo, nos preguntamos: “¿Cuál es el próximo paso?”. Eso significa que,
aunque la realidad puede ser dolorosa, no nos quedamos atrapados en el papel de
víctimas sufriendo inútilmente, sino que protegemos nuestro equilibrio
emocional adoptando una actitud proactiva.
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