PSICOLOGÍA/ DESARROLLO PERSONAL
SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO,
SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO,
Buscamos la libertad como un
ciego busca sus llaves, a tientas. Como resultado, no es extraño que terminemos
imbuidos en una búsqueda infructuosa, condenada de antemano al fracaso, sin
darnos cuenta que lo que buscamos fuera se encuentra dentro. Sin darnos cuenta
de que la libertad externa no es ni más ni menos que la medida en que hemos
sabido conquistar la libertad interna, parafraseando a Gandhi.
Los estoicos pueden darnos una
increíble lección sobre la libertad, en especial Epicteto, que durante una
parte de su vida fue esclavo en Roma. Para ese filósofo, la auténtica libertad
no implica únicamente deshacerse de las cadenas de la sociedad, sus normas y
las presiones a las que nos someten los demás, sino liberarnos de nosotros
mismos, de las cadenas que a veces nos imponemos. Y ese es un concepto que
ahora, más que nunca, deberíamos interiorizar.
Apatheia: La libertad que nace de
la ecuanimidad
La apatheia es,
para los estoicos, el estado mental que alcanzamos cuando nos liberamos de las
alteraciones emocionales; o sea, cuando somos capaces de gestionar nuestras
pasiones y emociones de tal manera que estas no generen un deseo por cosas que
se escapan de nuestro control.
No se trata de asumir una actitud
indiferente ante el mundo o sucumbir a la apatía, sino de lograr un estado de
ecuanimidad en el cual hemos alcanzado la sabiduría suficiente como para
diferenciar aquello que podemos cambiar y lo que no, aquello que está en
nuestras manos y lo que se escurre entre ellas, aquello por lo que vale la pena
luchar y lo que debemos dejar ir.
Si no somos capaces de establecer
esa diferenciación y nos apegamos a cosas que escapan de nuestro control,
terminaremos siendo esclavos de nuestras emociones y deseos, condenados a
sufrir inútilmente porque poco podemos hacer para cambiar el curso de esos
acontecimientos.
Séneca ponía un ejemplo que hace
eco en todos nosotros por su fuerza emocional: “Si quieres que tus hijos, tu
esposa y las personas que amas vivan para siempre, eres estúpido: porque deseas
que lo que no puedes controlar esté bajo tu control y que lo que pertenece a
los demás te pertenezca a ti”.
De hecho, el filósofo pensaba que
si deseamos y dependemos de cosas que controlan los demás, también corremos el
riesgo de convertirnos en sus esclavos. Si nuestra autoestima depende de la
aceptación de quienes nos rodean, estamos encadenados a ellos. Si dejamos que
la ruleta del destino mezcle nuestras emociones, también somos sus esclavos. La
vía para alcanzar la auténtica libertad, por ende, sería deshacerse de esos
apegos y deseos.
“El dueño de uno es esa
persona que tiene el poder de otorgar o quitar lo que queremos o no
queremos. Quien quiera ser libre, no debería querer nada, ni evitar nada
que esté controlado por otros. De lo contrario, estará obligado a ser su
esclavo”, pensaba Epicteto.
La mente como punto de partida de
la libertad
Los estoicos pensaban que lo
único que tenemos la certeza de poder controlar es nuestra mente. En el Enquiridión, Epicteto afirma que tenemos el poder para
generar nuestra paz interior y que nadie más puede darnos esa tranquilidad,
solo nosotros podemos alcanzarla. El camino, obviamente, no es fácil.
Pero podemos partir aceptando que
existen muchas cosas que no podemos controlar. Así, en vez de gastar energía
inútilmente en alimentar esos deseos, podremos reencauzar esa fuerza en aquello
que sí podemos controlar.
Epicteto nos explica cómo nuestra
manera de enfocar las cosas puede hacernos más libres o, al contrario, hacer
que nos preocupemos y suframos más de la cuenta: “La enfermedad es un
impedimento para el cuerpo, pero no para el poder de elección, a menos que así
lo elijas. La cojera es un impedimento para la pierna, pero no para el
poder de elección. Debes aplicar esto a todo lo que te sucede, porque
encontrarás que cualquier cosa es un impedimento para otra cosa, pero no para
ti”.
Epicteto sabía muy bien de lo que
hablaba ya que él mismo era cojo, al parecer de nacimiento. Por eso, sus
palabras no son teoría sino práctica. Estaba convencido de que los sucesos
externos solo tendrán el poder que nosotros les confiramos. Si nos apegamos a
algo, y no podemos cambiarlo, terminaremos sufriendo, imbuidos en un bucle
autodestructivo.
Si cambiamos foco, se produce ese
milagro en el que nada cambia, pero todo cambia para nosotros. Explicaba: “Con
respecto a todo lo que te sucede, recuerda enfocar la atención en ti mismo y
buscar qué capacidad te ayudará a lidiar con eso. Si te enfrentas a un trabajo
duro, encontrarás resistencia. Si te reprenden, encontrarás
tolerancia. De esta manera, si te acostumbras, las apariencias no te
llevarán por mal camino”.
Se trata, por ende, de encontrar
la cualidad o habilidad justa para equilibrar los sucesos, incluso los más
negativos, de manera que no alteren demasiado nuestra paz interior o incluso se
conviertan en una oportunidad para dar un paso más hacia la auténtica libertad.
“Cada vez que algo nos
moleste, altere o aflija, no debemos culpar a los otros, sino a nosotros
mismos; es decir, a nuestras propias opiniones. Una persona inmadura
reprocha a los demás el mal que le acontece; una persona que ha comenzado
a madurar se reprocha a sí mismo; pero una persona madura no reprocha nada
al otro ni a sí mismo”.
Cuando se llega a ese grado de
madurez, se puede disfrutar de la apatheia que veneraban los estoicos, esa que
nos garantiza la libertad más plena de todas: la libertad interior.
Fuente: Epícteto de Frigia
(2015) Manual de vida. Barcelona: Ediciones Rosacruces.
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