Aquella interesante idea no murió allí. Fyodor Dostoievski
la retomó en su novela “Los endemoniados” cuando escribió: “Belinsky era
como el hombre inquisitivo de Krylov, que no se dio cuenta del elefante en el
museo…”. Aunque fue Mark Twain quien perfiló mejor el concepto en “El robo
del elefante blanco”, haciendo referencia a la ineptitud y falta de lógica que
subyace a ese comportamiento.
Más tarde, The New York Times recogió la frase, que luego
pasó a convertirse en una expresión popular que se utiliza para referirse a
algo obvio que pasa desapercibido o de lo que nadie quiere hacerse cargo. La
expresión indica una verdad evidente que es ignorada, aunque también puede
tratarse de un problema que nadie quiere discutir o un riesgo que nadie está
dispuesto a asumir.
Dado que es imposible pasar por alto la existencia de un
elefante en la habitación, las personas se sienten obligadas a fingir que el
elefante no existe, evitando lidiar con el enorme problema que representa. Sin
embargo, lo cierto es que obviar su presencia suele terminar generando
problemas aún mayores.
¿Cómo detectar el elefante en la habitación?
La mayoría de las personas piensan que, si tuviesen un
elefante dentro de su habitación, lo notarían inmediatamente. Sin embargo, no
siempre es así, sobre todo en el escurridizo terreno de las relaciones
interpersonales. De hecho, mientras más grande sea ese elefante, mayor será
nuestra tendencia a ignorarlo porque más complejo y sensible será el problema.
Un ejemplo usual de este fenómeno se produce cuando le
detectan una enfermedad grave o terminal a un amigo. Algunas personas no saben
cómo reaccionar y su manera de ser “cuidadosos”, para no herir la sensibilidad
del otro, consiste en evitar el tema. Esas personas comienzan a actuar como si
estuvieran caminando sobre terreno minado, cambian su comportamiento y la
relación que antes era distendida y natural se vuelve tensa y artificial. Dejan
de ser los amigos que eran, para convertirse en los amigos que evitan el
problema más obvio, apremiante y difícil.
El elefante también se suele colar en las relaciones de
pareja. Un ejemplo clásico es cuando ambos son conscientes de que la relación
ya no da más y no tienen motivos para estar juntos, pero no abordan el tema,
esperando que sea el otro quien lo saque a colación y asuma la responsabilidad
por la ruptura.
Ese comportamiento evitativo también puede apreciarse en los
padres cuyos hijos tienen algún problema, ya se trate de una discapacidad
física, un trastorno psicológico o cualquier otra enfermedad. Dado que la
realidad es muy dura de aceptar, los padres evitan hablar de ella y niegan su
existencia, lo cual impone una “ley del silencio” entre amigos y familiares, a
quienes les resulta muy difícil poder ayudarlos y normalmente terminan
aceptando la presencia de ese elefante en la habitación.
Por supuesto, este fenómeno también se aprecia a nivel
social, sobre todo cuando se trata de un tema tabú, como puede ser la raza, la
religión, la homosexualidad, la enfermedad mental o incluso el suicidio. En
estos casos, las personas simplemente asumen que es más “educado” evitar el
tema.
En sentido general, cualquier problema puede convertirse en
un elefante en la habitación si no lo abordamos y preferimos ignorarlo. Puede
tratarse de un asunto delicado que podría herir la sensibilidad de los demás,
un gran problema que no sabemos cómo solucionar o un conflicto que demanda correr
un riesgo que no estamos dispuestos a asumir.
En esos casos, se llega a un consenso implícito, según el
cual todas las personas implicadas deciden ignorar el problema, aunque este
sigue flotando en el ambiente, como una nube negra que enrarece el aire.
Obviamente, ignorar algo no significa solucionarlo, por lo que a menudo el
problema crece.
¿Por qué no es una buena idea ignorar el elefante en la
habitación?
Una serie de experimentos muy interesantes llevados a cabo
sobre los prejuicios raciales arrojan luz sobre el fenómeno del elefante en la
habitación. En estos estudios se apreció que cuando las personas intentan usar
palabras “políticamente correctas” para no ofender a alguien por el color de su
piel o grupo étnico, pueden ser percibidas como más frías, distantes, poco
empáticas y hasta más racistas.
El problema es que esas personas pretenden activar
conscientemente lo que se conoce como “ceguera al color”, pero ello solo
provoca el efecto contrario, activando aún más los estereotipos raciales. Entonces
se ven obligados a luchar contra esos prejuicios y buscar las palabras
“correctas”, lo cual les genera una gran ansiedad, que termina haciéndoles
parecer menos auténticos y más racistas. De esa forma, evitar el elefante en la
habitación refuerza su existencia.
Negar la realidad no hará que desaparezca. Cuando existe un
problema o un conflicto de base, si no se soluciona y se buscan sus causas, es
probable que termine creciendo, generando a su vez nuevas dificultades. Por
tanto, mientras más tarde se aborde el problema, más difícil será solucionarlo
ya que mayores serán sus ramificaciones.
Por otra parte, esa evitación hará que las relaciones
interpersonales se distorsionen. Cuando debemos caminar sobre una superficie
llena de cristales afilados, tendremos que pensar y elegir cuidadosamente
nuestras palabras, por lo que la relación perderá su espontaneidad. Entonces
somos víctimas de lo que pretendíamos evitar ya que es probable que ignoráramos
el tema para no dañar la relación, pero al final esta termina resquebrajándose.
También debemos tener presente que evitar al elefante en la
habitación suele ser un proceso que demanda un gran esfuerzo cognitivo y
emocional. La represión de ciertos contenidos, sobre todo cuando son
emocionalmente significativos, provoca un gran desgaste que termina pasando
factura a nivel psicológico.
¿Cómo sacar al elefante de la habitación?
Abordar temas delicados suele ser difícil. Pero debemos
hacerlo. Es imposible relacionarse de manera natural, auténtica y distendida
con una persona cuando nos separa un asunto tan importante. ¿Cómo hacerlo?
1. Escoge
el momento adecuado. Hay veces en las que es necesario esperar un
poco, hasta que la otra persona esté preparada para abordar el asunto. Puedes
tantear el terreno haciendo una ligera referencia y, si la otra persona no está
preparada para hablar de ello, dale un poco más de tiempo. A veces el simple
hecho de desenmascarar el “elefante” es suficiente para diluir la tensión que
este generaba en el ambiente. Es como hacer un guiño de complicidad que dice: «sé
que tenemos un problema, cuando estés preparado hablaremos de ello e
intentaremos solucionarlo «.
2. Calibra
tus expectativas y ármate de paciencia. Los temas difíciles no suelen
tener una solución fácil, por lo que es importante que en el momento de abordar
el problema no albergues demasiadas expectativas. De hecho, es común que las
otras personas implicadas se nieguen a abordar el asunto, recurran a excusas o
no se muestren abiertas a tus sugerencias. Es normal, se trata de una actitud
defensiva. Es probable que para resolver el asunto tengas que abordarlo varias
veces desde diferentes perspectivas. Así que ármate de paciencia.
3. Sé
honesto, habla desde el corazón. No es necesario practicar el sincericidio,
pero en los temas delicados, la honestidad suele ser la mejor baza. Expresa tus
sentimientos y opiniones de la manera más directa posible, sin dañar al otro,
pero sin dar demasiadas vueltas que puedan dar pie a malinterpretaciones. Y no
olvides plantear lo que, para ti, podría ser la mejor solución o, al menos, una
alternativa a la situación actual.
4. Recurre
al sentido del humor. El humor suele ser una excelente estrategia para
restarle dramatismo a las situaciones y crear un ambiente más relajado,
logrando que los demás bajen la guardia y no se pongan a la defensiva. No
obstante, debes evitar hacer un uso excesivo del mismo, de manera que parezca
que estás menospreciando el problema. Usa el humor inteligentemente, para
introducir el tema o de manera puntual en la conversación, para disminuir la
tensión.
5. Gestiona
las emociones. Los temas complicados se convierten en elefantes en la
habitación precisamente porque tocan nuestras fibras más sensibles. Eso
significa que su abordaje puede generar auténticos tsunamis emocionales en las
personas involucradas. Debes estar preparado para lidiar con esas emociones,
que pueden ir desde una profunda tristeza hasta la ira. Y por supuesto, también
tendrás que estar preparado para gestionar tus propia decepción o frustración.
Siempre que sea posible, intenta que no haya muchos
elefantes dando vueltas por tu vida. Son problemas grandes, que rompen
relaciones y hacen añicos tu equilibrio emocional.
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