psicología / Desarrollo Personal
7 DÍAS TIENE LA SEMANA “ALGÚN DÍA” NO ES NINGUNO DE ELLOS
7 DÍAS TIENE LA SEMANA “ALGÚN DÍA” NO ES NINGUNO DE ELLOS
Si sueles posponer las cosas diciendo “algún día lo haré”,
debes saber que “algún día” no es uno de los 7 días de la semana. La costumbre
de posponer ad infinitum– o hasta que no te quede más remedio que
afrontar la situación – no es una buena idea y terminará pasándote factura
porque los problemas que no se resuelven suelen seguir creciendo en esa zona
donde los relegamos.
El peso de los problemas irresueltos
A menudo nos agobia más el recordatorio de las tareas
pendientes, que afrontarlas. Postergar las tareas y las decisiones no harán que
su peso desaparezca de nuestra mente, al contrario, se convertirán en una carga
adicional. Cada vez que aplazamos algo, nuestra mente subconsciente marca
un post-it, una advertencia que se mantiene activa como un foco
rojo.
Si asumimos el hábito de postergar todo aquello que no
queremos afrontar, nuestra mente terminará repleta de post-it mentales.
Esos recordatorios constantes se transforman en fuente de tensión, mal humor y
confusión mental. Como resultado, al peso del problema que hemos postergado, se
le suma el peso del recordatorio constante, más la incertidumbre por no saber
cómo terminará todo.
Cuando tenemos muchos post-it mentales corremos el riesgo de
sufrir un bloqueo mental. La perspectiva de todos los problemas y asuntos que
debemos resolver simplemente nos resulta abrumadora. Y nuestro equilibrio
mental cae bajo su peso. En muchos casos, ese desgaste se traduce en
síntomas psicofísicos, desde un dolor de cabeza emocional recurrente
hasta el agotamiento constante o problemas dermatológicos.
Si procrastinar es tan malo, ¿por qué lo hacemos?
Biopsicólogos de la Ruhr-Universität Bochum tienen
la respuesta. Examinaron el cerebro de 264 personas para comprender por qué
algunos tienen la tendencia a postergar las tareas en vez de abordarlas
directamente. Descubrieron que las personas con un control de acción
deficiente tenían una amígdala más grande. Además, la conexión funcional
entre la amígdala y la llamada corteza cingulada anterior dorsal era más
débil. ¿Qué significa esto?
La amígdala es una especie de epicentro emocional que activa
la respuesta de lucha o huida. Cuando nos enfrentamos a una situación, sea cual
sea, la amígdala trae a colación experiencias similares del pasado para
determinar si ese estímulo es peligroso o no. También nos advierte sobre las
posibles consecuencias emocionales negativas de nuestras acciones. En otras
palabras, decide en cuestión de segundos si esa situación es peligrosa y, por
ende, algo que debemos evitar.
La amígdala también elige entre una serie de opciones de
comportamiento, priorizando algunas e inhibiendo otras. Eso significa que las
personas con una amígdala más grande han aprendido de sus errores pasados y
evalúan sus acciones futuras y las consecuencias de manera más meticulosa. Sin
embargo, lo que podría parecer positivo, tiene un lado negativo.
La corteza cingulada anterior dorsal usa la información que
le proporciona la amígala para elegir las acciones que debemos poner en
práctica. Si la interacción entre la amígdala y la corteza cingulada anterior
dorsal es más débil, la amígdala realizará su trabajo de análisis emocional
pero no podemos ejecutar con éxito las correspondientes acciones. De hecho, los
investigadores constataron que las personas con una amígdala más grande se
sienten más ansiosas por las consecuencias negativas de una acción, por lo que
suelen dudar y postergan las cosas.
No estamos “condenados” a procrastinar
Esa conexión “defectuosa” entre la amígdala y la corteza
cingulada anterior dorsal se ha ido formando a lo largo de los años, es el
resultado de comportamientos del pasado en los cuales decidimos que era mejor
aplazar el problema.
La buena noticia es que podemos corregirlo porque nuestro
cerebro tiene una gran neuroplasticidad, lo cual significa que podemos cambiar
las conexiones funcionales. Neurocientíficos de la Universidad de Pittsburg,
por ejemplo, mostraron que bastan 8 semanas de meditación
mindfulness para reducir el volumen de la amígdala, de manera que esta sea
menos reactiva y deje de considerarlo todo como una amenaza, a la vez que
aumenta el volumen de la corteza prefrontal, que es aquella que nos ayuda a
tomar decisiones racionales, mejorando la conexión entre ambas.
Por tanto, la próxima vez que te plantees dejar esa tarea
para “algún día”, intenta descubrir por qué la postergas y plantéate un plan de
acción para afrontarla.
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