Psicología desarrollo personal
EL COSTO EMOCIONAL DE ESCONDER QUIÉN ERES
EL COSTO EMOCIONAL DE ESCONDER QUIÉN ERES
Vivimos en una sociedad que, aunque parece cada vez más
permisiva y liberal, sigue juzgando cada uno de nuestros actos, condicionando
así nuestro modo de ser y actuar. A veces esa presión social llega a ser
tan fuerte, que podemos sentirnos “obligados” a esconder quiénes somos,
características que nos definen pero que creemos que – por una u otra razón –
no encajan en el entorno donde nos desenvolvemos.
Psicólogos de la Universidad del Sur de Illinois nos alertan
de que mantener una identidad oculta tiene un alto costo emocional, un costo
que quizá no vale la pena pagar.
Los riesgos de esconder quién eres para intentar encajar
Tenemos dos identidades: una visible y otra oculta. Hay
cosas prácticamente imposibles de esconder que, de una u otra manera, conforman
nuestra identidad. Tal es el caso de nuestro origen étnico, el sexo y la
estatura. También hay características de personalidad que nos resultan
difíciles de ocultar, como la extroversión o la timidez. Todas esas
características, sumadas a aquellas que dejamos entrever sin problemas
conforman nuestra identidad visible, la que perciben los demás.
Sin embargo, también tenemos características que no queremos
sacar a la luz, como puede ser nuestra orientación sexual, determinados
problemas psicológicos, ciertas motivaciones o la pertenencia a grupos Políticos
o grupos religiosos minoritarios. Esas características conforman nuestra
identidad oculta.
Existen muchas razones que nos llevan a querer ocultar
algunos aspectos de nuestra identidad. Podemos pensar, por ejemplo, que quienes
conforman nuestra red social nos rechazarán si supieran la verdad, o quizá solo
queremos evitar conflictos porque sabemos que piensan de manera diferente.
Quizá nos sentimos obligados a ocultar ciertos aspectos de nuestra identidad
porque representan un estigma a nivel social o simplemente porque queremos
seguir disfrutando de ciertos privilegios que estarían vetados para nuestra
auténtica identidad.
Sin embargo, un estudio realizado en la Universidad del Sur
de Illinois reveló que las personas con “estigmas” visibles – como puede ser el
género, la raza o una discapacidad según el contexto cultural en que se
desenvuelven – siempre están expuestas, por lo que se ven obligadas a
prepararse psicológicamente para gestionar esas interacciones sociales nocivas.
Eso significa que, si bien esas personas se exponen a un
mayor número de conflictos, también desarrollan más herramientas para afrontar
la adversidad, de manera que al final, esas características supuestamente
negativas se convierten en un aliciente para crecer emocionalmente y
desarrollar la resiliencia. Aunque parece paradójico, lo que inicialmente era
una desventaja, se transforma en una situación que genera ventajas añadidas.
Las personas con “estigmas” que se pueden ocultar, como
puede ser la depresión o la orientación sexual, tienen la posibilidad de esconder
esas características y pasar como uno más para encajar en el grupo y evitar las
consecuencias negativas. Sin embargo, ocultar partes de la identidad puede
llegar a ser extremadamente agotador porque nos vemos obligados a usar
continuamente una especie de disfraz o máscara social, lo cual demanda un
enorme “trabajo emocional”.
Tener una identidad oculta nos obliga a estar en guardia en
todo momento, atentos a lo que decimos o no decimos, a que nuestras actitudes
no desvelen lo que queremos ocultar. Eso nos aboca a una “actuación
superficial” en la que intentamos adaptarnos lo más posible a los demás, lo
cual hará que experimentemos una sensación de falta de autenticidad.
En algunos casos, cuando los rasgos que escondemos son
pilares esenciales de nuestra identidad, podemos llegar a sentir que somos un
“fraude”, lo cual terminará minando nuestra autoconfianza y autoestima. El
hecho de ocultar una parte de nosotros, de cierta forma, también indica que
usamos la vara de medir de los demás y que no aceptamos plenamente esa
característica. A la larga, para evitar los conflictos con los demás,
desarrollamos conflictos internos. Ya lo había dicho Rita Mae Brown: “La
recompensa por la conformidad es gustarle a todo el mundo excepto a ti”.
Estos psicólogos advierten: “ocultar la identidad puede
hacer que nos sintamos socialmente aislados, deprimidos y ansiosos, afectando
nuestro rendimiento y salud”. De hecho, aunque ocultamos ciertas cosas para
encajar en el grupo, en el fondo sabemos que no encajamos plenamente, por lo
que podemos sentirnos aún más aislados, aunque resulte paradójico.
La “explosión” por agotamiento emocional
Según la investigación, es probable que terminemos sacando a
la luz esa identidad oculta debido al agotamiento emocional que experimentamos.
La tensión que se genera por ocultar esos rasgos termina causando un estado
de agotamiento psicológico que nos hace “explotar”.
En ese caso, lo más probable es que desvelemos nuestra
identidad oculta de la peor manera posible, confirmando así nuestros mayores
temores, ya que ese acto no estará marcado por la madurez psicológica sino
por el resentimiento, la ira y la tensión. Culparemos a los demás por habernos
“obligado” a ocultar lo que somos, lo cual solo ahondará aún más la brecha.
También seremos más propensos a revelar esos rasgos ocultos
si solemos mantenernos en contacto con nuestras emociones. Si tenemos una
elevada Inteligencia Emocional, es menos probable que ocultemos rasgos
importantes de nuestra personalidad ya que seremos capaces de gestionar los
posibles conflictos y discrepancias que surjan.
Otra condición para revelar los rasgos ocultos es la
importancia que le concedemos a mantener un sentido de la identidad bien
integrado. Si para nosotros la congruencia es un valor importante, la disonancia
que experimentamos ocultando partes de nuestra identidad es tan grande que nos
llevará a revelar – más temprano que tarde – esos rasgos.
Culturas intolerantes promueven identidades ocultas
Por desgracia, aún existen contextos en los que algunas personas
se ven abocadas a ocultar algunos rasgos de su identidad. De hecho, estos
investigadores confirmaron que la apertura social, la tolerancia y la
posibilidad de expresar los verdaderos sentimientos son determinantes para que
una persona decida revelar su identidad oculta.
Si el entorno no es favorable, es muy difícil ser auténtico.
No es casual que Ralph Waldo Emerson escribiera que “el mayor logro en
la vida es ser uno mismo, en un mundo que está constantemente tratando de
hacerte alguien diferente”, simplemente porque quiere que todos encajemos
en unos moldes predeterminados.
Al contrario, una cultura que acepta la expresión individual
favorece que sus miembros sean auténticos y permite normalizar las identidades
ocultas. Esa cultura necesita aceptar que todos somos diferentes, que no nos
gustan las mismas cosas, que no opinamos de la misma manera y, sobre todo, que
no aspiramos a lo mismo.
El único límite es aquel en el que la libertad de uno invada
la libertad del otro. Esa cultura de auténtica aceptación redunda en un bien
para todos porque la autenticidad implica riqueza y diversidad, el terreno
fértil para que todos podamos crecer y aprender de los demás.
Una cultura que condena a los miembros diferentes y los
segrega es una cultura que se autofagocita y se condena al empobrecimiento
intelectual y emocional. En esa cultura, el problema no reside en las personas
que luchan por vencer sus miedos e intentan mostrarse al mundo por lo que son,
reside en los grupos y mecanismos de opresión que son alimentados por
prejuicios y se muestran reacios al cambio.
La libertad no significa nada, a menos que puedas ser
auténtico
El miedo a ser rechazados nos paraliza, empequeñece e
incluso hace que nos olvidemos de quienes somos realmente, convirtiéndonos en
una triste sombra de lo que podríamos haber sido. Cuando algo que forma parte
de nuestro ser no nos deja ser, tenemos un problema que necesitamos resolver cuanto
antes.
Expresar nuestra verdadera identidad puede ser un proceso
desafiante, pero a la larga nos sentiremos más satisfechos con nosotros mismos,
menos ansiosos y deprimidos e incluso podríamos encontrar más apoyo social, o
al menos un apoyo más genuino, un apoyo a nuestro verdadero “yo” y no a la
máscara social que habíamos construido.
Para dar ese paso, en realidad el mayor obstáculo que
debemos superar son las inseguridades que hemos ido alimentando en nuestro
interior.
La clave radica en preguntarnos si necesitamos más energía
para ocultar que para revelar nuestro verdadero ser. Si el costo emocional que
estamos pagando por ocultar nuestra identidad realmente vale la pena.
Enfrentarnos a esos miedos puede ser extremadamente liberador e incluso puede cambiar
la realidad que nos rodea.
Aunque quizá todo puede resumirse en esta genial frase de Fritz Perls,
quien sabía en primera persona lo que es pertenecer a un grupo marginado,
cuando dijo: “Sé quién eres y di lo que sientes, porque aquellos que se molestan
no importan y los que importan no se molestarán”.
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