ANSIEDAD/ ESTRÉS
EXISTEN DIFERENTES TIPOS DE ESTRÉS – Y NO TO
DOS SON MALOS
El estrés se ha convertido en el enemigo público número uno. Todos los mensajes nos alertan de los peligros que encierra. Se conoce que la exposición al estrés precipita la aparición de diferentes trastornos psicológicos, desde la ansiedad y los ataques de pánico hasta la depresión.
Sin embargo,
existen diferentes tipos de estrés y todos no son necesariamente negativos. De
hecho, eventos positivos de la vida que nos hagan particular ilusión, como
puede ser una mudanza, la llegada de un hijo o un nuevo proyecto de trabajo,
también pueden generar estrés.
¿Qué es el estrés
exactamente?
En la
Antigua Grecia, Hipócrates ya se refería a una “enfermedad” como el estrés que
combinaba elementos de patetismo (sufrimiento) y ponos (trabajo
incesante e implacable). Sin embargo, el concepto de estrés tal y como lo
conocemos en la actualidad surgió en 1956, de la mano del Hans Selye. Este
endocrinólogo estableció la diferenciación entre el concepto de estrés y el
factor estresante, para distinguir entre el estímulo y nuestra respuesta.
Así, la
definición de estrés hace referencia a una respuesta psicofisiológica que se
activa cuando una situación supera nuestros recursos de afrontamiento
habituales. Cuando nos sentimos desbordados por un desafío físico o emocional
nuestro cuerpo y mente reaccionan movilizando todos sus recursos para ayudarnos
a responder de manera rápida y adaptativa ante la situación. Sin embargo, si el
estrés se mantiene a lo largo del tiempo, terminaría agotando nuestros
recursos, de manera que podría provocar daños a nivel físico y psicológico.
El mecanismo de
acción del estrés
De hecho, se
trata de un mecanismo evolutivo que nos activa para afrontar mejor un peligro
potencial. La activación del estrés suele seguir un patrón que se repite:
- Se produce un
evento estresante y el sistema nervioso autónomo desencadena una respuesta
inmediata.
- La respuesta al
estrés activa el sistema nervioso simpático, inundando el cuerpo con
hormonas como el cortisol y la noradrenalina.
- Esos cambios
hormonales agudizan los sentidos, aumentan la frecuencia cardíaca y la
presión arterial, aceleran la respiración y sumen el cerebro en un estado
de hiperconciencia.
- La parte del
cerebro responsable de la calma emocional y la relajación física, el
sistema nervioso parasimpático, está sobrepasada.
- Ese “cóctel
neurológico” de hormonas y sobreactivación de áreas cerebrales provoca un
estallido de energía y concentración, desencadenando además emociones como
la ira, la agresión y la ansiedad.
Cuando nos
enfrentamos a un peligro real, esta reacción es muy útil porque nos permite
sobrevivir, en especial en entornos particularmente peligrosos como los que
existían en el pasado. Sin embargo, nuestra química cerebral de “lucha o huida”
se ha mantenido como una característica básica de los procesos psicológicos y
se activa incluso cuando no la necesitamos.
Si
percibimos que una situación es estresante, se produce esta reacción, sin
importar si ese evento representa un peligro real o no, la liberación de
hormonas y el estado de hiperconciencia son los mismos. Eso significa que
es posible experimentar síntomas físicos intensos con solo pensar en algo
estresante. De hecho, el propio Selye afirmó que “el estrés no es lo que te
sucede, sino cómo reaccionas ante ello”.
¿Cuáles son los
tipos de estrés?
A grandes
rasgos, existen dos tipos de estrés: el distrés y el eustrés. El distrés es el
estrés negativo que experimentamos cuando nos sentimos desbordados, angustiados
y tensos debido a situaciones que percibimos como negativas y amenazantes.
En cambio,
el eustrés es un estrés positivo que nos permite reaccionar rápidamente y
adaptarnos a los cambios. El problema es que la línea entre el eustrés y el
distrés es muy final y fácil de cruzar. De hecho, si las situaciones de eustrés
se mantienen a lo largo del tiempo pueden dar lugar al distrés.
1. Estrés
basal
La vida
cotidiana puede ser estresante. Lidiar con los problemas del trabajo, las
obligaciones en el hogar, los compromisos sociales y los conflictos familiares
suele producir cierto nivel de activación sostenido a lo largo del tiempo. Se
trata de un estrés basal o subyacente con el que nos acostumbramos a lidiar y
cuyo nivel varía de una cultura a otra según los retos que presente y de
persona a persona según su capacidad para lidiar con esos desafíos.
Un
experimento realizado en la Universidad de Radboud Nijmegen comprobó que
niveles de estrés basal relativamente elevados actúan como un factor protector
ante una situación estresante, generando una respuesta menos intensa del eje
hipotálamo-pituitario-adrenal. Eso significa que la exposición a situaciones
relativamente estresantes puede ayudarnos a desarrollar nuestros recursos de
afrontamiento, de manera que no seremos tan reactivos.
2. Eustrés
La
palabra eustrés está formada
por el prefijo griego eu, que significa bueno. Por eso, se utiliza
para referirse a un nivel de “estrés bueno”. Este tipo de estrés se caracteriza
por durar poco, apenas unas horas o un par de días, de manera que no
desencadenaría respuestas psicofisiológicas dañinas a medio y largo plazo.
A diferencia
del distrés, que genera angustia y ansiedad, el eustrés energiza y motiva. De
hecho, a menudo facilita un estado de atención focalizada y gran energía que
nos permite afrontar el desafío. Según la Ley Yerkes Dodson, el eustrés genera
un nivel de ansiedad óptimo que catapulta nuestro rendimiento. El eustrés sería
el responsable, por ejemplo, de que podamos terminar un proyecto de trabajo a
tiempo o que encontremos la fuerza en medio de la adversidad o la energía para
realizar algo que nos apasiona.
3. Distrés
- Estrés agudo
El estrés
agudo es una reacción intensa del cuerpo ante una amenaza, ya sea real o
imaginada, que puede poner en riesgo nuestro bienestar físico o psicológico.
Este tipo de estrés suele producirse de repente y su nivel aumenta rápidamente
ya que su principal misión es prepararnos para la lucha o la huida.
El estrés
agudo es común tras experimentar una situación crítica e inesperada, como puede
ser un desastre natural, una agresión, pero también la muerte de una persona
significativa o la pérdida del trabajo. Este tipo de estrés consume una enorme
cantidad de recursos fisiológicos y emocionales, de manera que, si no se
desactiva a tiempo, puede llegar a provocar síntomas físicos en poco tiempo.
No solo
genera una gran angustia, sino que suele conducir a un estado de agotamiento
extremo. De hecho, a menudo desencadena síntomas neurovegetativos como mareos,
nauseas y palpitaciones. En casos extremos incluso puede provocar desmayos o
reactivar viejas patologías.
- Estrés acumulativo
Cuando el
nivel de estrés es alto y se mantiene a lo largo del tiempo, se hace referencia
a un estrés acumulativo o crónico. Cuando nos exponemos
constantemente a situaciones que generan tensión y no somos capaces de
liberarnos de la angustia que generan, el estrés termina acumulándose y
desencadena una serie de reacciones a nivel físico, como la inflamación, que
pueden provocar diferentes enfermedades. Este tipo de estrés suele conducir a
un estado de apatía y comportamiento desorganizado. Genera ansiedad y
preocupación, sumiéndonos en un bucle de negatividad y aprehensión.
Este tipo de
estrés es habitual cuando sentimos que perdemos el control de nuestra vida o
cuando diferentes circunstancias negativas se concentran en un periodo corto de
tiempo y no somos capaces de lidiar con su impacto emocional. De hecho, un
estudio realizado en la Universidad de Cambridge comprobó que cuando el nivel
de estrés basal se mantiene muy alto durante mucho tiempo, generando un aumento
de cortisol sostenido, sin poder relajarnos, afecta el funcionamiento del eje
hipotálamo-pituitario-adrenal y conduce a la depresión.
Fuente
Henckens, M. et. Al. (2016) Interindividual differences in stress sensitivity:
basal and stress-induced cortisol levels differentially predict neural
vigilance
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