psicología / Desarrollo Personal
¿POR QUÉ LOS HOMBRES LEEN CADA VEZ MENOS POESÍA?
“El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro”, escribió Goethe. Vivimos en una sociedad que supuestamente se ha apartado de la barbarie y, sin embargo, leemos cada vez menos poesía. El cambio en nuestros valores y prioridades explica esa supuesta contradicción: nos informamos más, pero disfrutamos menos de la lectura como placer en sí misma. Comprendemos las palabras, pero se nos escabullen sus significados más ocultos.
De hecho, la poesía es un alimento para el alma. Despierta
emociones. Juega con las palabras y los significados. Sigue sus propias normas.
Libremente. Le tiende trampas a la razón. Se escabulle de los significantes
estrechos. Abre nuevos horizontes. Reclama una atención plena. Anima a fluir.
Quizá es precisamente por todo eso que leemos cada vez menos
poesía. De hecho, el filósofo Byung-Chul Han cree que estamos desarrollando
como sociedad cierta fobia a la poesía porque ya no somos receptivos a ese
maravilloso caos literario con el que necesitamos conectar a un nivel emocional
y estético.
Usamos un lenguaje pragmático despojado de su carácter
lúdico
Han piensa que en los últimos tiempos hemos empobrecido el
papel del lenguaje, relegándolo a un mero transmisor de informaciones y
productor de sentidos. Con las prisas cotidianas, el lenguaje se ha convertido
en un instrumento eminentemente práctico, despojándolo de sus significantes.
Obviamente, “el lenguaje como medio de información suele carecer de
esplendor, no seduce”, como apunta Han.
En la sociedad moderna no tenemos tiempo para detenernos a
degustar un poema que juega con el lenguaje y espolea la imaginación más allá
de lo práctico. Imbuidos en las prisas cotidianas, “nos hemos vuelto
incapaces de percibir las formas que resplandecen por sí mismas”, según
Han.
De hecho, “en los poemas se disfruta del propio lenguaje.
El lenguaje trabajador e informativo, por el contrario, no se puede disfrutar
[…] En cambio, el lenguaje juega en los poemas. El principio poético devuelve
al lenguaje su gozo al romper radicalmente con la economía de la producción de
sentido. Lo poético no produce” y en una sociedad obsesionada con la
producción, los resultados y los objetivos no hay espacio para demorarse en
aquello cuyo fin en sí mismo sea el placer.
“La poesía está hecha para sentir y se caracteriza por lo
que denomina sobreexcedente y significantes […] “El exceso, el sobreexcedente
de significantes, es lo que hace que el lenguaje parezca mágico, poético y
seductor. Esa es la magia de la poesía”. En cambio, “la cultura de la
información pierde esa magia […] Vivimos en una cultura del significado que
rechaza el significante, la forma, por superficial. Es hostil al gozo y la
forma”, explica Han.
A diferencia del significado, que es lo más esencial, los
significantes se refieren a las formas y lo simbólico. El significado hace
referencia al contenido, el concepto o la idea mientras que el significante es
su expresión, la manera en que se transmite ese contenido, concepto o idea. Sin
embargo, “la poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de
los símbolos”, como escribiera Juan Ramón Jiménez. En la poesía es tan
importante lo que se dice como la manera en que se dice.
Hoy tenemos demasiada prisa por llegar al contenido y
aferrar la idea. Queremos llegar al meollo del asunto. Y eso nos lleva a
olvidarnos del aspecto lúdico que descansa en las formas y las expresiones. Por
eso, la poesía que resuena emocionalmente tiene cada vez menos cabida en la
sociedad actual.
La pereza cognitiva y el vacío del alma
El hecho de que cada vez leamos menos poesía no se debe
únicamente a nuestra renuncia a los significantes y las formas, también sienta
sus raíces en la creciente cultura de lo políticamente correcto. En una cultura
que impone cada vez más reglas que no se pueden traspasar, los poemas resultan
insurreccionales y transgresivos porque juegan con las imprecisiones y las
ambigüedades oponiéndose firmemente a esa mera producción de significado.
Los poemas juegan con lo no expresado. Quedan abiertos a
interpretaciones. Se adentran en el terreno de lo incierto. Y eso nos genera
cada vez más aversión. Nos hace sentir incómodos, como si camináramos sobre un
terreno minado. En ese contexto, los poemas representan en sí mismos un acto de
rebelión contra una sociedad esencialmente productiva.
Más allá de esa incomodidad social, la poesía también
demanda un trabajo cognitivo que muchos ya no están dispuestos a hacer. A fin
de cuentas, la mayoría de los lectores están acostumbrados a leer e ir
decodificando el texto a partir de su sintaxis, generalmente de carácter claro
y directo. Eso significa que estamos entrenados para entender un texto de
manera casi inmediata y «mecánica». Leemos con la razón. Sin embargo, como la
poesía discurre a través de una sintaxis indirecta, a muchas personas les
parece “ininteligible”.
Su sintaxis peculiar, tropos y metáforas dislocan nuestro
sentido de “lo directo”. Por más que busquemos, no existe una univocidad en la
lectura del texto. Eso nos descoloca. Nos obliga a buscar otros puntos de
referencia, muchas veces en nuestro interior.
Parafraseando a Octavio Paz, cada poema es único y cada
lector debe buscar algo en ese poema, pero a menudo lo que encuentra es lo que
lleva dentro. Si estamos demasiado ocupados mirando fuera, obsesionados con la
cultura de la productividad y acostumbramos a un lenguaje eminentemente
pragmático, leer poesía nos resultará un ejercicio demasiado fútil y
enrevesado. Entonces nos damos por vencidos. No nos damos cuenta de que esa
incapacidad para jugar con los significantes es la expresión de una incapacidad
lúdica para disfrutar más allá de lo dado y esperado en la vida.
Fuente: Han, B. (2020) La desaparición de los rituales.
Herder: Barcelona.
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