psicología / Desarrollo Personal
INSULTAR A OTRA PERSONA SOLO DEMUESTRA INMADUREZ Y FALTA
DE ARGUMENTOS
Prácticamente todos hemos sido objeto de comentarios insultantes e incluso es probable que en alguna ocasión hayamos insultado a alguien. De hecho, la costumbre de insultar es universal y transversal a todas las culturas.
Sin embargo, los insultos son la forma más baja de expresar
un desacuerdo. No encierran racionalidad ni argumento, sino que dan un portazo
al entendimiento y acaban con toda posibilidad de diálogo. Insultar es tanto la
expresión de una incapacidad para mantener el autocontrol como de la ausencia
de razones válidas con las cuales desmontar el discurso del otro. Por eso
Diógenes decía que «el insulto deshonra a quien lo profiere, no a quien lo recibe
«.
¿Por qué insultamos?
Generalmente insultamos convencidos de que la culpa es del
otro. Es el otro quien hace las cosas mal, nos provoca o decepciona. Por algún
u otro motivo, la situación nos enfada y reaccionamos insultando a la persona
que consideramos culpable de hacernos sentir esas emociones desagradables.
A menudo el insulto también es el resultado de una
percepción de amenaza. Cuando creemos que una persona amenaza nuestros planes o
los frustra, respondemos insultándola. De hecho, insultar a una persona es una
respuesta relativamente habitual cuando creemos que ha violado las normas y los
valores sociales con los que nos identificamos.
En cualquier caso, el insulto es una manera desadaptativa de
regular nuestras emociones. Nos ayuda a liberar la tensión y la activación
fisiológica que producen la ira o la frustración. El insulto es una reacción
primaria, una forma de desahogo rápido y fácil. Eso significa que, cuanto más
enfadados estemos, más agraviante será el insulto.
Además, los insultos no solo son una válvula de escape para
las emociones, sino que también nos sirven de justificación. Insultar a una
persona implica echarle la culpa, la tenga o no. Es echar balones fuera y
apuntar el dedo acusatorio sobre alguien que, supuestamente, es el responsable
de nuestro malestar y de la situación generada. Por eso, los insultos también
son una forma de escapar de nuestras responsabilidades.
Los tipos de insultos más comunes
Investigadores de la Universidad de Michigan analizaron las
personalidades “altamente evaluativas”, aquellas personas que suelen juzgar a
los demás y a sí mismas de manera rígida. Así descubrieron cuáles eran los
tipos de insultos más comunes que utilizaban:
1. Inutilidad. Muchos
insultos cotidianos se centran precisamente en resaltar la inutilidad de la
persona. Su objetivo es menoscabar su valor haciéndole sentir un inútil,
incapaz o insignificante. Así se pretende restar valor y mérito a la persona
insultada.
2. Estupidez. Dado
que la inteligencia es un valor muy preciado en la mayoría de las culturas, no
es extraño que muchos insultos se enfoquen en esta característica. Catalogar a
una persona como estúpida, tonta o ignorante es un intento de restarle valor a
sus ideas y borrarla intelectualmente.
3. Depravación
moral. Todas las culturas tienen una serie de valores compartidos y
convenciones sociales. Las personas que se saltan las normas quedan en riesgo
de exclusión social porque se considera que ponen en riesgo el statu
quo. Por esa razón muchos insultos se dirigen a las conductas consideradas
como deplorables, vergonzosas o inaceptables.
4. Peculiaridad. Otro
tipo de insulto se centra en las características más peculiares de las
personas, fundamentalmente aquellas que se perciben como demasiado alejadas de
la norma y que generan una sensación de incomodidad. En ese caso, se intenta
hacer pasar la persona como la “oveja
negra”, la cual no merece atención ni respeto por ser diferente.
¿Qué deben saber las personas que insultan?
El insulto es maltrato. Insultar a la pareja es maltrato.
Insultar a un hijo, un compañero de trabajo, un amigo, los padres o incluso a
esa persona que no conocemos de nada en Internet, también es maltrato. Es
agresividad. Falta de respeto. Déficit de empatía. Y, sobre todo, es
muestra de una increíble pobreza intelectual.
De hecho, el insulto dice más de quien insulta que de quien
es insultado. Dice que esa persona no es capaz de controlarse. Que no tiene
argumentos convincentes con los cuales rebatir las ideas del otro. Que su
rigidez cognitiva le impide dialogar. Que su inseguridad es tan grande que siente
la necesidad de insultar. Y que no es capaz de lidiar con la incomodidad que
genera lo diferente.
La persona que insulta también debe comprender que pedir
perdón no soluciona mucho. Cuando los insultos se convierten en un hábito,
pueden terminar causando mucho daño a los demás. De hecho, un estudio realizado
en la Universidad Estatal de Illinois comprobó que incluso los insultos más
sutiles afectan nuestro desempeño cognitivo.
Por tanto, si una persona es insultada repetidamente, estos
tendrán un efecto negativo. Esas heridas al intelecto y la autoestima no son
tan fáciles de sanar y, sin duda, no se resuelven pidiendo perdón.
En su lugar, las personas de insulto fácil deben aprender a
discrepar sin atacar. Convivir con las diferencias escuchando al otro.
Pensar antes de hablar para no entrar en la dinámica de la frustración y los
insultos. Deben comprender que las cosas no son únicamente como ellas las ven y
que no son poseedores de una verdad absoluta que les permita juzgar a los demás
con prepotencia.
¿Cómo responder a un insulto sin perder la calma?
Los insultos suelen percibirse como un ataque que
desencadena a su vez otros insultos. Esa espiral no hace bien a nadie. Para no caer
en ese bucle tóxico, el primer paso es comprender que insultar
significa ofender a alguien provocándolo e irritándolo
con palabras o acciones, pero también significa que tenemos el poder
para no darnos por aludidos. Una manera asertiva para responder a un
insulto es:
- Hechos. Describir
la situación que nos molesta limitándonos a los hechos. Por ejemplo: “he
notado que cuando me equivoco, me insultas diciendo que soy un inútil”.
- Emociones. Expresar cómo
nos hace sentir ese comportamiento, sin recriminaciones. Por ejemplo: “Cuando
me dices que soy un inútil me siento triste, avergonzado y frustrado”.
- Empatía. Empatizar
con la persona, por difícil que resulte, para intentar comprender su punto
de vista. Por ejemplo: “Entiendo que no lo haces con mala intención,
quizá mis errores te alteran”.
- Alternativas. Brindar
alternativas de solución para resolver el problema. Por ejemplo: “Me
gustaría que me ayudarás a mejorar, pero necesito que cambies tu manera de
hacerme ver los errores. Avanzaré más si me orientas en vez de insultarme”.
Por supuesto, no siempre es posible dialogar con las
personas que insultan. Si creemos que no podemos llegar a un entendimiento, lo
mejor suele ser priorizar nuestro equilibrio mental y olvidarse del asunto. A
veces, hay batallas que no vale la pena luchar.
Fuentes:
Banks, B. M. & Landau, S. E. (2021) Cognitive Effects of
Racial Microaggressions Directed at Black College Women. The
Journal of Negro Education; 90(1): 84-95.
No hay comentarios:
Publicar un comentario