23 mayo 2019

DECIR “SÍ” CUANDO QUIERES DECIR “NO”


Psicología /desarrollo personal                                                                               
DECIR “SÍ” CUANDO QUIERES DECIR “NO”
Alguien te pide algo y le dices que sí, quizá no de inmediato, pero terminas cediendo, aunque en realidad no quieras hacerlo. Sin embargo, tan pronto como ese “sí” sale de tu boca, algo en tu interior se bloquea. Empiezas a pensar en todo lo que conllevará ese nuevo compromiso o responsabilidad. Quizá recuerdas la última vez que ayudaste a esa persona y que no apreció lo que hiciste por ella. O acuden a tu mente los problemas en el plano personal que representó para ti brindar esa ayuda. 
Entonces tu cerebro se pone en marcha para inventar excusas, mientras deseas fervientemente que no sea demasiado tarde para echarte atrás. Pero como ya has dado tu palabra, recapacitas, le echas el freno de mano a las excusas y decides que le ayudarás. Por última vez. Y te vuelcas en ello. De nuevo. Y así una y otra vez.
Si este escenario te resulta familiar y se repite cada vez más en tu vida, hasta el punto de sentirte usado y manipulado, es probable que necesites poner límites. Si no lo haces, terminarás sobrecargado, saturado de tareas y responsabilidades que probablemente no te corresponden y te generan un gran agobio y estrés. 
¿Por qué digo si cuando quiero decir no? 
– Haces por los demás lo que te gustaría que hicieran por ti. Si siempre estás dispuesto a ayudar a los demás, incluso cuando esa ayuda representa una carga pesada para ti, es probable que te mueva un profundo sentido del deber. Te muestras dispuesto porque esperas que los demás hagan lo mismo, porque te han enseñado que el autosacrificio es un valor positivo que todos deberíamos poner en práctica. El problema es que muchas personas no estarán dispuestas a hacer lo mismo por ti, y probablemente se aprovecharán de esa bondad. 
– Quieres cumplir la palabra dada. Es probable que seas una persona responsable, por lo que una vez que te comprometes con algo, lo llevas a término. Quizá no valoraste con atención lo que suponía esa demanda y te precipitaste en responder, pero como crees que no es lícito cambiar de opinión y retirar la ayuda brindada, sigues adelante, aunque ello suponga un gran sacrificio para ti. 
– Temes perder a esa persona. Si siempre dices sí cuando quieres decir no a una persona, es probable que en el fondo te motive el miedo a la pérdida. No estableces límites porque temes que esa persona te rechace o abandone si no cedes a sus demandas o no estás a su disposición. En ese caso, es probable que estés a un paso de sufrir el efecto felpudo. 
– No quieres que los demás piensen mal de ti. En algunas ocasiones, es probable que cedas ante las presiones de los demás porque quieres evitar la onda expansiva que podría provocar tu negativa. Por ejemplo, si te niegas a ayudar a un amigo, te preocupa lo que pensarán de ti el resto de tus amigos y si te niegas a ayudar a un familiar, te preocupa la reacción del resto de tu familia. 
– Tienes complejo de salvador. En este caso, es probable que sientas una imperiosa necesidad de “salvar”, “cuidar” o “ayudar” a otras personas, incluso a costa de sacrificar tus necesidades. Este comportamiento se sustenta en la creencia de que quienes se entregan a los demás, son mejores. Por tanto, se trata de personas que intentan apuntalar su identidad entregándose a los otros.  
– No te valoras lo suficiente. Si dices sí continuamente cuando querrías decir no, anteponiendo las necesidades de los demás a las tuyas, es probable que tengas un problema de autoestima. Si no te valoras lo suficiente, si no valoras tu tiempo y energía, serás más propenso a ceder a las demandas de quienes te rodean ya que consideras que sus necesidades y deseos son más importantes y valiosos que los tuyos. 
Los peligros de decir sí cuando quieres decir no 
– Resentimiento. Una de las principales consecuencias de no poner límites es que terminarás cediendo a las presiones de los demás y luego, cuando las cosas no salgan bien, te sentirás resentido. Es probable que termines sintiéndote enojado, frustrado y molesto porque te has sometido a una gran presión y quizá ni siquiera has recibido el reconocimiento adecuado. 
– Deterioro de la relación. Cuando una persona pide continuamente y tú cedes, se establece un desequilibrio de poder en el que llevas las de perder. No es extraño que estas relaciones terminen resintiéndose o incluso rompiéndose pues es probable que culpes a esa persona de tu insatisfacción y termines descargando sobre ella esas frustraciones. Una situación que podría haberse evitado estableciendo límites sanos desde el inicio. 
– Insatisfacción y estrés. Ceder continuamente a las demandas de los demás suele acarrear una gran dosis de estrés. Esos nuevos compromisos y/o responsabilidades añaden una tensión adicional, que terminará generando una profunda insatisfacción personal ya que tus necesidades quedarán insatisfechas. De tanto volcarte en los demás, te olvidarás de ti. 
Aprender a decir “no” de manera asertiva 
Brené Brown, una trabajadora social que ha pasado una década estudiando la vergüenza, la vulnerabilidad y la compasión realizó un descubrimiento asombroso: las personas más compasivas son también aquellas que más límites establecen. Esto echa por tierra la creencia popular de que las personas compasivas son aquellas que siempre están dispuestas a ayudar y dibuja un perfil psicológico diferente.
Brown afirma que “la sostenibilidad del dar y amar sin caer en el resentimiento y la amargura solo puede provenir de un sentimiento de abundancia personal. Y esa abundancia personal no existirá sin límites. 
“Cuando no establecemos límites o no los respetamos, nos sentimos manipulados y usados. Por tanto, atacamos a las personas que consideramos responsables, en lugar de abordar su comportamiento. 
“Nos resulta difícil entender que podemos ser compasivos y aceptar a esas personas mientras las responsabilizamos por sus comportamientos”. 
En su discurso hay varios puntos importantes que debemos hacer nuestros para aprender a decir “no”: 
– Asume que establecer límites no significa ser grosero, agresivo, egoísta o insensible. Establecer límites es, en el fondo, un acto de autocompasión y autodeterminación porque implica ser conscientes de nuestras necesidades y derechos. Debemos entender que el amor y el respeto por los demás comienzan por el amor y el respeto propios. 
– Ponte límites. Quizá asumes ciertos compromisos y responsabilidades porque no eres consciente de tus límites, crees que puedes con todo, que podrás hacer tu parte y la de los demás, aunque en realidad no es así. Para evitar este «error de cálculo», antes de poner límites a tu relación con los demás, debes poner límites a ti mismo. Esos límites te permitirán evitar comportamientos que te perjudiquen, de manera que no te pases de la raya exigiéndote demasiado. Sé honesto contigo mismo y determina lo que puedes y no puedes hacer, y también aquello que no quieres hacer.
– Sé consciente de tus necesidades. Tienes tanto derecho a satisfacer tus necesidades como los demás, lo cual significa que no debes permitir que dicten lo que puedes hacer con tu tiempo y a qué debes destinar tus energías. Priorizarte no es un pecado. Partiendo de tus necesidades, determina cuánto, cómo, dónde y hasta qué punto puedes ayudar. 
– Tómate un tiempo para reflexionar. Para aprender a decir no necesitas dar un paso atrás. Establecer una distancia psicológica te permitirá sopesar los pros y los contras del compromiso que estás a punto de contraer. Por tanto, cuando alguien te pida algo que demanda un gran compromiso, no respondas inmediatamente, dile que necesitas más tiempo para reflexionar sobre el asunto. Así no te tenderás una trampa y, si concluyes que no puedes hacer lo que te piden, no habrás empeñado tu palabra.
– Céntrate en aquello a lo que renuncias. Es muy difícil mantenerse firme en los límites que has establecido cuando una parte de ti piensa que ayudar a esa persona es lo “correcto”, cuando una parte de ti te está diciendo que eres una «mala persona» porque piensas solo en ti mismo. Para contrarrestar este pensamiento necesitas cambiar de foco y centrarte en aquello que tendrás que sacrificar, en las cosas a las que tendrás que renunciar por decir “sí”. 
– “Ayudar” no siempre ayuda. Facilitar la vida a los demás no siempre es una ayuda. A veces pensamos que ahorrarle problemas, dificultades y conflictos a los demás es positivo y es lo «adecuado», pero de esta manera también podríamos estar arrebatándoles oportunidades de crecimiento. Al impedir que esa persona se enfrente a los problemas de la vida, también podrías estar impidiéndole desarrollar su resiliencia.
La clave radica en el equilibrio. En ser conscientes de que hay un momento para decir si y otro para decir no. La filósofa Ayn Rand nos recuerda que «el principio de que se debe ayudar a aquellos que se encuentran en una emergencia no puede extenderse al punto de considerar que todos los sufrimientos humanos constituyen una emergencia y convertir el infortunio de algunos en una hipoteca sobre nuestra vida».

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