30 junio 2019

CUANDO LA INFORMACIÓN SE CONVIERTE EN UNA “DROGA”


CUANDO LA INFORMACIÓN SE CONVIERTE EN UNA “DROGA”
¿No puede dejar de revisar tu móvil, aunque no estés esperando ningún mensaje importante? ¿Entras varias veces a los diarios para comprobar las noticias? ¿Sientes curiosidad por saber más sobre tu vecino o compañero de trabajo, aunque no tienes ninguna intención de relacionarte con él? ¿“Espías” lo que los demás comparten en sus redes sociales solo por mera curiosidad?
¡La culpa es de tu cerebro! Investigadores de la Universidad de Berkeley descubrieron que la información actúa sobre el sistema de recompensa del cerebro de la misma manera que los alimentos o las drogas.
A veces, solo queremos saber
Somos curiosos. No es un secreto. La curiosidad nos anima a explorar y descubrir. Pero quizá somos mucho más curiosos y cotillas de lo que estaríamos dispuestos a admitir. Y quizá esa curiosidad puede hacer que nos saturemos con información inútil. O que nos quedemos atrapados en un bucle de búsqueda en el que jamás pasamos a la acción, aturdidos por la cantidad de opciones, la cantidad de factores a considerar y la información nueva que aparece cada día y que contradice a la anterior, generando caos y eliminando el espacio para la necesaria reflexión.
Estos investigadores escanearon el cerebro de las personas mientras estaban inmersas en un juego de apuestas. Cada participante recibió una serie de billetes de la lotería y debía decidir cuánto estaba dispuesto a pagar para obtener más información sobre las probabilidades que tenía de ganar. En algunos casos, la información era valiosa, como cuando había mucho dinero en juego, pero en otros casos esa información no aportaba prácticamente nada, como cuando había poco dinero en juego.
Se apreció una tendencia: los participantes solían sobrevalorar la importancia y el valor de la información. Y cuanto mayor era el riesgo o las probabilidades de ganar, más aumentaba la curiosidad por esa información, aunque en realidad esta no tenía ningún influjo en sus decisiones. Es decir, solo querían saber, por saber.
Los investigadores creen que este comportamiento indica que no solo buscamos información que nos resulte beneficiosa o valiosa por algún motivo, sino que nos gusta obtener información en sentido general, la usemos o no. Es como querer saber si recibiremos una oferta de trabajo, aunque no tengamos la intención de aceptarla.
La anticipación nos sirve para determinar cuán bueno o malo puede ser algo. Anticipar una recompensa más placentera hará que la información parezca más valiosa de lo que es en realidad”, apuntaron los investigadores.
Los escáneres cerebrales revelaron que la información activaba las zonas del cerebro relacionadas con la recompensa, aquellas que provocan una descarga de dopamina y que también se activan en los casos de adicción.
Concluyeron que “para el cerebro, la información es su propia recompensa, independientemente de si es útil o no […] De la misma manera en que a nuestro cerebro le gustan las calorías vacías de la comida chatarra, la información le hace sentir bien, aunque no sea útil”.
Más información no siempre es mejor
Solemos pensar que cuanta más información, mejor. No siempre es así. A veces atiborrarse de información puede implicar un detrimento del análisis, la reflexión y el pensamiento crítico. Consumir información como se consume una droga implica que no existe un procesamiento de la misma, por lo que es un acto inútil.
En un mundo que nos bombardea de información constantemente, debemos tenerlo muy presente o corremos el riesgo de perdernos en un mar de noticias y contenidos específicamente creados para “doparnos”, no para crecer o animarnos a reflexionar.
De hecho, un estudio anterior realizado en la Universidad de California reveló que las redes sociales activan la amígdala y el núcleo estriado, estructuras involucradas en las emociones y la anticipación de las recompensas, que son las mismas que se activan en las adicciones.
El deseo de obtener más y más información, sin hacer nada provechoso con ella, genera el mismo comportamiento impulsivo que se aprecia en las adicciones, silenciando el sistema inhibitorio que nos permite retomar el control.
Por supuesto, eso no significa que debemos dejar de informarnos. Significa que debemos ser críticos con la información que consumimos y, sobre todo, que necesitamos pasarla por un tamiz. ¿Realmente vale la pena perder tanto tiempo de nuestra vida consumiendo información que olvidaremos al día siguiente?

29 junio 2019

A PARTIR DE HOY, NO VOY A DEJAR QUE NADA NI NADIE ME DESANIME


Psicología / Desarrollo Personal   
 A PARTIR DE HOY, NO VOY A DEJAR QUE NADA NI NADIE ME DESANIME
Me he propuesto invertir en mí, procurar que desde hoy mismo nadie me quite las ganas, los ánimos, la sonrisa. Digo “no” a permitir que alguien, sea quien sea, me desanime. Desde este momento no importarán las nubes grises, los trenes que se retrasan o las piedras que quieran aparecer en el camino, porque mi día es solo mío, mi vida me pertenece y he decidido vivirla con optimismo.
Asumir este enfoque personal, este mensaje cargado de apertura, resistencia y motivación no es algo precisamente fácil. Tal y como nos explicaba Richard Lazarus, uno de los mayores expertos en temas de estrés y ansiedad, cada día surgirán las más variadas y caprichosas situaciones, imposibles de controlar en gran parte, esas que nos llenarán de contradicciones, esas que nos ocasionarán tensión, desánimo y hasta frustración.
“No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmalazado”
-Miguel de Cervantes-
Por otro lado, tal y como todos sabemos, el desánimo puede tener múltiples orígenes: una palabra poco acertada por parte de nuestra pareja, un comentario crítico de nuestro jefe o incluso ese contexto social y político que nos rodea, tan desbaratado y circense a veces, provoca que se nos apaguen las ganas y hasta el optimismo en un momento dado. Que esto pase es algo normal, siempre que la frecuencia no lo haga habitual ni que la intensidad lo haga un terremoto de una escala muy grande.
No podemos olvidar que el desánimo de ayer, sumado al desánimo de hoy, va creando poso. Así, y en caso de permitir que ese sustrato se vaya acumulando día tras día en el escenario de nuestra mente, lo que ocurrirá es que alimentaremos al demonio de la indefensión, y con él a la propia depresión. Sin embargo, hay buena noticia, porque existe un remedio sensacional para evitar que esto llegue a suceder: aprender a pensar mejor.

Cuando el desánimo lo origina una baja autoestima
Hay personas que tienen esa habilidad, esa particular distinción: la de “robar los ánimos”. Lo hacen de modo natural, a veces sin darse cuenta y otras de forma declarada, con alevosía. Por ejemplo, esta práctica es bastante común en el seno de muchas familias, ahí donde los progenitores dan forma a una crianza y una educación basada en el desprecio, en quitar mérito a los esfuerzos, gustos e iniciativas de los propios niños.
Son dinámicas que atentan por completo contra el desarrollo psicosocial y emocional de los pequeños. Prácticas donde es común escuchar frases como “nunca serás lo bastante bueno para esto o lo otro” o “con ese carácter tuyo a ti no te va a querer nadie”. Lo más complejo de estas situaciones es que llega un momento en la vida de ese niño, convertido en ya en adolescente, en el que ya no necesitará escuchar esos mensajes de su entorno familiar para vivir instalado de forma perpetua en el jardín del desánimo.
La propia mente ya los crea, ya los codifica de forma natural al disponer de una devastadora voz interna que le repetirá aquello de “tú no puedes, tú no sabes, tú no mereces”. No hará falta por tanto que nadie lo desanime, porque pocas cosas son tan efectivas como la propia autocrítica, nada es tan peligroso al fin y al cabo como esa educación disfuncional que alienta la construcción de una baja autoestima.

Así, es muy posible que sean muchas las personas, adultos hechos y derechos, que se identifiquen con esta misma situación, con esta misma herida interior por donde se escapan todas sus oportunidades por sentirse válidos, capaces de aspirar y lograr aquello que desean.
Debemos entender por tanto que no solo es necesario quitar poder a todo aquel que nos desanime, a quien venga con la clara voluntad de apagar nuestra luz, nuestra alegría y entereza. Es necesario a su vez hacer un viaje interior para cambiar el discurso interior de esa voz crítica que osa invalidarnos, ese enemigo de nuestra mente que se atreve también a decirnos que no valemos para ser felices.

Tres sencillas claves para que nada ni nadie te desanime
Hace muy poco, un equipo de psicólogos británicos liderados por Andrew Lane  desarrollaron una sencilla técnica de motivación que más tarde emitiría la BBC en uno de sus programas de ciencia. La estrategia en sí puede parecer muy elemental; sin embargo, no nos equivoquemos, porque en realidad nos obliga a poner en práctica una serie de dimensiones psicológicas que no se consiguen en un día ni en dos.
De hecho, son el resultado de un trabajo constante donde poder hacer frente a esa voz crítica de nuestro interior, e incluso a esas relaciones disfuncionales en las que a veces estamos inmersos. Relaciones que, casi sin darnos cuenta, también nos roban el ánimo, las ganas y las perspectivas. Veamos a continuación cuáles son esas tres claves.

  • Diálogo interno con visualización. El diálogo interno es la mejor estrategia para hacer frente a todos esos vacíos en nuestra autoestima, para tomar conciencia de todas esas piezas sueltas que nos impiden tomar el control sobre nuestra vida. Asimismo, el equipo de psicólogos británicos estableció que un modo de facilitar esta técnica era añadiendo visualizaciones positivas en nuestra mente, ahí donde hallar la calma y un escenario seguro donde encontrarnos con nosotros mismos.
  • Eres el jefe. Al diálogo interno y a la visualización le añadimos ahora una verbalización, una frase motivadora y de poder: “tú eres el jefe, tú tienes el mando y el control, que nadie te desanime, que nadie te quite ese poder”. 
  • Planifica. El desánimo no solo se vence dejando a un lado a quienes osan contagiarnos con sus amarguras, con sus críticas o malas artes. Esto es importante tenerlo muy en cuenta, porque la mejor medicina para que nada ni nadie nos desanime es planificando nuestros sueños, clarificando objetivos, priorizando necesidades y deseos personales.
Al fin y al cabo, cuando uno tiene una ilusión y motivación para alcanzarla, lo que digan y hagan los demás carece de importancia. Alimentemos por tanto ese motor en nuestro día a día, ese que funciona gracias a una buena autoestima y la seguridad de quien tiene claro qué quiere en su vida y qué y a quién es mejor evitar.
“La felicidad depende de la calidad de tus pensamientos”
-Marco Aurelio-

26 junio 2019

LOS LAPSUS VERBALES… ¿QUÉ ESCONDEN ESTOS ERRORES?


CURIOSIDADES DE LA PSICOLOGÍA

LOS LAPSUS VERBALES… ¿QUÉ ESCONDEN ESTOS ERRORES?

¿Quién no se ha equivocado nunca mientras hablaba y ha confundido una palabra por otra? ¿Se trata solo de un error o ese lapsus verbal indica algo más profundo a nivel psicológico? ¿Se trata quizá de un mensaje del inconsciente? Se estima que por cada 1.000 palabras dichas, cometemos uno o dos errores. Si tenemos en cuenta que el ritmo medio de expresión es de 150 palabras por minuto, se produciría un error cada siete minutos de conversación continua. Por ende, la mayoría de nosotros cometemos entre 7 y 22 errores verbales cada día, aunque a veces no nos damos cuenta de algunos de ellos.

¿Por qué se producen los lapsus verbales?

En 1901 Sigmund Freud acuñó esas «metidas de pata» con el nombre impronunciable de “fehlleistungen” (en español sería actos erróneos). Freud consideraba que se trataba de un pensamiento, necesidad o deseo inconsciente que se revelaba de esta forma, a través del discurso.

Así, el lapsus freudiano se invoca para explicar un comportamiento extraño y vergonzoso desde el punto de vista social, como, por ejemplo, cuando un hombre saluda a la esposa de su anfitrión diciéndole: “encantado de vencer” porque realmente siente una atracción sexual por esta mujer y desearía predominar sobre el esposo.

Freud también cuenta otro ejemplo en el que uno de sus pacientes, estresado por sus dificultades económicas, intentó negarse a seguir tomando el medicamento diciendo: «Por favor, no me dé más recibos porque no puedo tragarlos «. Obviamente, este tipo de errores no son casuales sino una expresión de una necesidad latente.

No obstante, un contemporáneo de Freud, Rudolf Meringer, brindó una explicación mucho menos “excitante” para estos deslices. Según este filólogo, los errores lingüísticos serían simplemente unas cáscaras de banana en el camino de la oración, sencillos cambios accidentales de las unidades lingüísticas, ni más ni menos.

La investigación moderna ha retomado este tema, pero desde una perspectiva diferente. Gary Dell, profesor de lingüística y la psicología en la Universidad de Illinois, sostiene que los lapsus linguae son la muestra de la capacidad de una persona para usar el lenguaje y sus componentes.

En su opinión, los conceptos, palabras y sonidos están interconectados en el cerebro a través de tres redes: léxico, semántico y fonológico. Y el habla surge de la interacción de estas. Pero de vez en cuando estas redes, que operan a través de un proceso que él denominó «propagación de la activación,» viajan a saltos. Como consecuencia, el resultado puede ser un lapsus o un error al hablar.

Por ejemplo, imaginemos que queremos decir la palabra “cultivar”. En este momento nuestra mente activa una red semántica que está compuesta por, nada menos y nada más, que unas 30.000 palabras. En este punto, también se ponen en marcha todos los significados relacionados con la palabra cultivar e incluso nuestras experiencias personales con ese término.

Por si fuera poco, nuestra red fonológica debe activarse para buscar los sonidos adecuados para pronunciar la palabra. Y todo no termina ahí, también debemos buscar la correspondencia gramatical para que la palabra se escuche adecuadamente dentro de la oración. Como podrás imaginar, es muy fácil que nuestro cerebro se confunda. Lo extraño sería que no lo hiciera.

Por eso, en ocasiones solo llegamos a pronunciar las primeras sílabas de la palabra errónea ya que inmediatamente nos damos cuenta del equívoco y lo solucionamos. Por supuesto, será mucho más fácil confundir las palabras con un sonido similar, como, por ejemplo: hospitalidad con hostilidad o insinuar con incinerar. Así, la mayoría de los lapsus verbales no son sino cáscaras de bananas producidas por una “sobrecarga” del cerebro.

¡Pero otros no lo son!

¿Qué esconden los errores al hablar?

Algunos errores al hablar pueden estar provocados por la incidencia de los significados. Por ejemplo, cuando pensamos en el nombre de una persona, inmediatamente acuden a nuestra mente las vivencias relacionadas con esta. De esta forma, esas experiencias o deseos podrían ser los causantes del error. En fin, serían lapsus verbales provocados por los pensamientos intrusivos.

El problema radica en que mientras más nos esforzamos por suprimir estos pensamientos, más frecuentes se vuelven y, por ende, no es raro que terminen manifestándose a través de errores lingüísticos. Por supuesto, mientras más distraídos estemos, más errores cometeremos.

Esto lo demuestra un curioso experimento desarrollado en la Universidad de California en la cual los psicólogos le pidieron a hombres heterosexuales que hablaran sobre sus profesiones delante de una mujer vestida de forma provocativa. Se apreció que estos hombres cometían más lapsus de contenido sexual que quienes habían sido entrevistados por otro hombre. Esto se debe a que nuestro cerebro tiene una capacidad atencional limitada y no puede controlar tantos procesos a la vez.

Para evitar estos errores hay una solución bastante sencilla: hablar lentamente para pensar qué vamos a decir.


25 junio 2019

LA FUERZA INTERIOR


psicología / Desarrollo Personal                                                                             LA FUERZA INTERIOR
CÓMO DESARROLLAR LA FUERZA INTERIOR:

A pesar de las dificultades, los obstáculos que en un primer momento parecían insuperables y los problemas aparentemente irresolubles, tenemos una increíble capacidad para superar la adversidad y seguir avanzando. Lo que nos guía a través de las situaciones más duras de la vida es nuestra fuerza interior.
La fuerza interior nos ayuda a recuperarnos de una enfermedad grave, a salir del agujero negro en el que nos sume la pérdida de una persona querida y a levantarnos tras un fracaso recomponiendo los pedazos rotos para seguir adelante. Gracias a la fuerza interior no solo resistimos la adversidad, sino que salimos fortalecidos de las circunstancias más complicadas.
¿Qué es la fuerza interior exactamente?
La fuerza interior es un recurso psicológico que promueve el bienestar y facilita la curación. Es la capacidad para protegernos ante la adversidad manteniendo una actitud positiva, esperanzadora y optimista que nos permita proyectarnos al futuro confiando en nuestros recursos para lidiar con el problema.
La fuerza interior descansa sobre tres pilares fundamentales:
1.      Resiliencia. Es la fuerza que nos empuja hacia la supervivencia incluso en las condiciones más difíciles, la cual se alimenta de la confianza en nuestras capacidades y recursos para salir adelante. Implica un equilibrio entre la perseverancia – mantener nuestro rumbo a pesar de todo y de todos – y la flexibilidad para adaptar nuestro pensamiento y comportamiento a las circunstancias, por duras que sean. La resiliencia nos permite doblarnos sin rompernos, convirtiéndonos en sobrevivientes.
2.      Sentido de la vida. Es la capacidad para encontrar un significado a la vida, para explicarnos lo que nos ocurre y comprender las circunstancias más difíciles, de manera que podamos elegir las estrategias de afrontamiento más adecuadas para lidiar con las situaciones estresantes. Implica además la plena conciencia de que somos libres para elegir nuestra actitud ante lo que sucede, lo cual nos permite empoderarnos y mantener cierto grado de control sobre la situación.
3.      Autotrascendencia. Es la capacidad para moverse intra, inter y transpersonalmente más allá del yo. Implica trascender los intereses personales, de manera que podamos asumir una distancia psicológica que nos ayuda a poner todo lo que nos ocurre en perspectiva para ir un paso más allá de la preocupación. Gracias a la autotrascendencia podemos expandir los límites personales e incluso tomarnos con sentido del humor las experiencias aparentemente más negativas. De esta manera logramos atravesar los periodos difíciles sin venirnos abajo, asumiendo las dificultades con mayor entereza.
¿Por qué necesitamos desarrollar la fuerza interior?
La fuerza interior es una de las herramientas más valiosas para la vida. Es lo que nos mantiene con esperanza y nos anima a seguir adelante, lo que subsiste cuando todo lo demás se ha desmoronado. No solo nos permite superar la adversidad, sino que nos ayuda a capear mejor la tormenta, manteniendo una actitud más positiva que nos permite seguir confiando en nuestras capacidades.
Un estudio desarrollado en la Universidad de Åland, por ejemplo, comprobó que a medida que las mujeres envejecen, el riesgo de sufrir depresión aumenta en un 20%. Sin embargo, la fuerza interior es un factor protector que no solo las mantiene a salvo de la depresión, sino que también las conduce a involucrarse en actividades positivas y significativas que mejoran su salud.
Otra investigación realizada en la Universidad de Utah reveló que la fuerza interior es uno de los factores más importantes para determinar la calidad de vida de las personas que sobreviven al cáncer ya que les permite enfrentar con mayor entereza y positividad la enfermedad.
Debemos pensar en la fuerza interior como en una inversión para la vida. Cuantos más problemas afrontemos, más confiaremos en nuestras potencialidades para salir adelante – pase lo que pase – y más preparados estaremos para lidiar con los problemas futuros sin venirnos abajo. Aunque no tengamos un plan de acción, aunque jamás nos hayamos enfrentado a ese obstáculo, la fuerza interior nos brinda el empuje necesario para no desfallecer.
7 características de las personas con fuerza interior
1.      Tienen un locus de control interno. Reza como si Dios cuidase de todos, pero actúa como si todo dependiese de ti”, dice un refrán popular. Y las personas que tienen una gran fuerza interior lo ponen en práctica al pie de la letra. Desarrollan un locus de control interno, lo cual significa que toman las riendas de su vida y asumen sus responsabilidades. No culpan a los demás o al mundo por sus problemas, sino que intentan resolverlos.
2.      Obvian las cosas sobre las que no pueden influir. Solemos pensar que la fuerza de voluntad es una fuente inagotable, pero no es así. Si hemos pasado todo el día ejerciendo un férreo autocontrol, durante la noche seremos más propensos a caer en la autoindulgencia. Eso significa que la fuerza de voluntad es una cualidad que debemos aprender a dosificar. Por eso, las personas con fuerza interior suelen concentrarse en lo que verdaderamente cuenta y pasan de las causas perdidas o aquellas que se escapan de su control. Esta actitud les permite focalizar su energía y lograr sus objetivos. Son personas pragmáticas que contribuyen hasta donde pueden y no se martirizan cuando no pueden hacer más.
3.      No se quejan continuamente. De vez en cuando las quejas pueden tener un poder catártico pero los lamentos continuos – una característica endémica de nuestra sociedad – solo sirven para centrarnos en los aspectos negativos de las situaciones y, de paso, perder una energía y un tiempo extremadamente valiosos. Las personas con fuerza interior asumen una actitud diferente: no se sientan a llorar sobre la leche derramada, emplean esa energía para reorganizar su estrategia y volver a la carga. Son capaces de centrar sus recursos en lo que realmente vale la pena.
4.      Son capaces de adaptarse a las circunstancias, por duras que sean. Las personas con fuerza interior son muy flexibles. Incluso manteniéndose fiel a su sistema de valores, logran reorganizar su comportamiento según vayan cambiando las circunstancias. En vez de luchar contra viento y marea malgastando una energía preciosa, siguen la corriente y el fluir natural de las cosas para lograr sus objetivos. Y cuando no es posible, son capaces de cambiar su meta planteándose un objetivo más asequible y racional. No se trata de resignación sino de madurez y sabiduría, de saber distribuir los recursos en aquellas cosas que realmente darán frutos.
5.      No intentan impresionar a nadie, su objetivo es superarse a sí mismas. En una cultura tan competitiva como la nuestra, muchas personas actúan movidas por una motivación extrínseca. Es decir, buscan logros como si fueran medallas para colgarse en el pecho, medallas que le granjeen la aprobación o admiración de los demás. Las personas con fuerza interior no pretenden impresionar a nadie, tienen la suficiente confianza en sí mismas como para perseguir sus propios sueños. Su objetivo no es ser mejor que los demás, sino superar sus propias limitaciones.
6.      Ven el pasado como una fuente de información – nada más. La mayoría de las personas viven atadas, de alguna u otra forma, a su pasado. Sin embargo, a menudo el pasado se convierte en un fardo demasiado pesado que les impide avanzar. Las personas con fuerza interior, al contrario, no se quedan atadas al pasado, aprenden de sus errores y siguen adelante. El pasado no las define. Comprenden que un fracaso es tan solo una oportunidad para aprender y fortalecer su resiliencia. De esta manera el pasado se convierte en una fuente de empoderamiento, más que en un fardo de culpas.
7.      Aplican la gratitud. Las personas con fuerza interior son conscientes del enorme poder de la gratitud, por eso la practican a diario. Eso les permite poner el foco en las cosas positivas, en vez de centrarse únicamente en los problemas y obstáculos de la vida. También les permite comprender mejor sus potencialidades y aprovechar sus fortalezas para enfrentar la adversidad. Al aprovechar los efectos de la gratitud, estas personas encuentran la tranquilidad y el coraje necesarios para enfrentar cualquier problema desde una perspectiva más equilibrada.
¿Cómo desarrollar la fuerza interior?
– Elige un problema. La clave consiste en elegir un problema específico. Puedes pensar que la vida no es justa – y tienes razón, a veces no lo es – pero ello no te ayudará a enfocarte en tus recursos psicológicos y desarrollar la fuerza interior. Céntrate en una situación específica y analiza cómo te está afectando psicológicamente. Comprueba su impacto en tu cuerpo. ¿Cómo reaccionas físicamente cuando piensas en esa situación?
– Asume una distancia psicológica. Todos los problemas no se solucionan siguiendo el mismo camino. Asumir una distancia psicológica de lo que está ocurriendo te permitirá evaluar las cosas en perspectiva. Puedes preguntarte: ¿Qué harías si hubieses tenido ese problema cuando eras un niño? ¿Y si se presentara siendo ya anciano? También te ayudará ponerte en el lugar de otra persona e imaginar qué haría.
– Decide, sin dilación. Muchas veces nos quedamos atrapados en los problemas porque no tomamos decisiones. De esta manera corremos el riesgo de que el problema siga creciendo, y lo que es aún peor, se mantendrá activo como un foco de atención en nuestra mente, provocando un gran desgaste emocional. Por tanto, debes asegurarte de no postergar demasiado la decisión. No esperes al momento «correcto», porque es probable que nunca llegue. Y hazle más caso a tu Inteligencia Intuitiva.
– Empodérate con el pasado. Puedes usar el pasado a tu favor para activar la fuerza interior. Solo tienes que recordar otra situación difícil en la que también te sentías igual de mal y recordar cómo saliste de ella. Este ejercicio de memoria te ayudará a restarle impacto a lo que te está ocurriendo, te permitirá comprender que al final, todo llega y todo pasa, y te servirá para activar la confianza en ti, en tu capacidad para salir adelante. 


24 junio 2019

LA GRATITUD TE PUEDE CAMBIAR LA VIDA RADICALMENTE


psicología / Desarrollo Personal                                                                             
LA GRATITUD TE PUEDE CAMBIAR LA VIDA RADICALMENTE

La gratitud es una pieza clave en la filosofía budista, pero en Occidente apenas hemos comenzado a redescubrir su enorme poder. De hecho, la gratitud es uno de los caminos que nos conduce a la felicidad y su práctica puede cambiar radicalmente nuestra vida porque nos permite adoptar una perspectiva diferente, más centrada en el aquí y ahora, focalizada en lo que tenemos, más que en lo que nos falta.
En los últimos años la Psicología científica también se ha comenzado a interesar por la gratitud, dando lugar a una serie de estudios que demuestran su importancia para mejorar nuestro bienestar emocional.
Siete efectos de la gratitud que cambiarán tu vida
1.      Te hará más feliz. La gratitud se experimenta de formas diferentes: hay personas que cuentan sus dones, otras disfrutan lo que la vida les ha dado y otras deciden compartir con los demás. Sin embargo, no importa qué forma adopte, se ha comprobado que el mero hecho de sentirse agradecidos nos permite ser más felices.
En un estudio realizado en la Universidad de California los psicólogos les pidieron a algunos participantes que, durante 10 semanas, hicieran una lista de las cosas por las que podían sentirse agradecidos. Otros simplemente debían escribir sobre un tema neutro. Al cabo de ese tiempo, se apreció que las personas que habían practicado la gratitud referían sentirse un 25% más felices y satisfechas con la vida.
2.                 Te reportará mayor satisfacción. La gratitud no implica solamente sentirse mejor sino también pensar mejor. En otras palabras, no se trata de una sensación efímera sino de una forma de pensar que perdura a lo largo del tiempo y que genera cambios en nuestra actitud y visión del mundo.
Por eso, las personas que tienen motivos para sentirse agradecidos y los reconocen, también se sienten más satisfechos con su vida. Y es que la gratitud nos incita a cambiar el prisma a través del cual vemos el mundo, nos permite darnos cuenta de las cosas que tenemos y nos enseña a centrarnos en los aspectos positivos, más que en las carencias. Al respecto, Erich Fromm afirmó: “si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás”.
3.                 Hará que los demás estén más dispuestos a ayudarte. Cuando damos las gracias, no solo estamos expresando nuestra gratitud, sino que también estamos motivando a esa persona a ayudarnos de nuevo. Cuando le agradecemos a alguien su ayuda le estamos diciendo que reconocemos su esfuerzo y que este ha sido importante para nosotros.
En un estudio realizado en la Universidad de Pennsilvania se pudo apreciar que cuando las personas recibían un simple correo electrónico de agradecimiento aumentaba su disposición a volver a ayudar, de un 32% hasta un 66%, casi el doble. También se apreció que lo que motivaba a las personas a brindar su apoyo era saber que eran apreciados y valiosos para alguien.
4.                 Te ayudará a combatir el materialismo. Todos necesitamos determinadas cosas para vivir, pero en algunas ocasiones el deseo de tener más escapa a nuestro control. Obviamente, la sociedad también se encarga de exacerbar ese consumismo. Sin embargo, ir en pos de las posesiones solo nos asegura una gran dosis de estrés y una insatisfacción permanente.
El problema radica en que el consumismo y el materialismo nos llevan a centrarnos continuamente en lo que no tenemos, más que en sentirnos satisfechos con lo que ya hemos logrado. Por eso, una excelente estrategia para combatir ese materialismo es practicar la gratitud. Ten siempre en mente la frase de Epicuro: “No eches a perder lo que tienes deseando lo que no tienes; recuerda que lo que tienes ahora fue una vez algo que solo deseabas”.
5.                 Aumentará tu autocontrol. No es cierto que las emociones afectan negativamente nuestra razón, o al menos no siempre. Para tomar buenas decisiones no siempre es necesario “calcular” y tener la “mente fría”. De hecho, sentirnos agradecidos nos guía a tomar mejores decisiones.
En un estudio desarrollado en la Northeastern University los psicólogos le dijeron a las personas que les darían 54 dólares inmediatamente, o 80 dólares dentro de 30 días. Antes de tomar una decisión generaron diferentes estados emocionales: alegría, gratitud o neutralidad. Curiosamente, solo las personas que experimentaron gratitud decidieron aplazar la recompensa. El secreto radica en que al sentirnos agradecidos nos despojamos del egoísmo y nos vestimos de paciencia, potenciando el autocontrol.
6.                 Mejorará tu salud. La gratitud disminuye el estrés cotidiano. Cuando nos sentimos agradecidos, percibimos que todo funciona bien en nuestro mundo, es como si nuestro «yo» estuviera en perfecta sintonía con el universo. Por eso, no es extraño que la gratitud termine impactando positivamente nuestra salud física.
De hecho, un estudio realizado en la Grant MacEwan University descubrió que dedicar tan solo 15 minutos a listar las razones por las que podemos sentirnos agradecidos, antes de dormir, mejora cualitativamente la calidad del sueño. También se ha apreciado que las personas que practican la gratitud mantienen hábitos de vida más sanos y tienen una mayor esperanza de vida.
7.                 Te ayudará a ser más resiliente. Si tenemos en cuenta que, antes o después la adversidad tocará a nuestra puerta, comprenderemos la importancia de desarrollar estrategias para lidiar con los problemas y el sufrimiento que estos pueden ocasionar. La gratitud es una forma para desarrollar la resiliencia.
Reconocer aquellas cosas por las que podemos sentirnos agradecidos, incluso en los peores momentos, es una habilidad esencial para lidiar mejor con los problemas y adoptar una actitud resiliente. Así lo han demostrado diferentes estudios, entre ellos uno realizado con los veteranos de la guerra de Vietnam, en el cual se apreció que aquellos que experimentaban gratitud eran menos propensos a sufrir estrés postraumático.
Tres ejercicios sencillos para desarrollar la gratitud
La buena noticia es que la gratitud es un sentimiento que se puede cultivar. Solo debes proponértelo. De hecho, considera que el peor enemigo de la gratitud es el hábito. Cuando nos acostumbramos a algo y lo damos por sentado, dejamos de percibir su importancia y disminuye nuestra satisfacción. Es como cuando entramos a una habitación y percibimos el olor a pan recién horneado, pero al poco tiempo, nos acostumbramos y dejamos de olerlo. En ese caso, tendremos que salir de la habitación y volver a entrar para percibir con la misma intensidad el aroma. Con la gratitud sucede algo similar, a veces es necesario dirigir conscientemente la vista hacia los motivos que tenemos para sentirnos agradecidos.
1.      Lleva un diario de la gratitud. Se trata de un diario muy peculiar porque no es necesario que escribas demasiado, solo debes anotar las razones por las cuales puedes sentirte agradecido. Cada vez que te venga a la mente un motivo, por pequeño que sea, escríbelo. Quizás al principio te resulte difícil porque la tendencia natural es a centrarse solo las grandes metas pero a medida que vayas desarrollando ese sentimiento, te asombrará descubrir miles de razones por las cuales puedes sentirte agradecido.
2.      Encuentra cada día en 3 motivos por los cuales sentirte agradecido. Lo ideal es que todas las noches, antes de irte a la cama, pienses en tres razones por las que puedes experimentar gratitud. Deben ser cosas que te han sucedido a lo largo del día. Es probable que haya jornadas en las que todo ha salido mal, te resultará más difícil encontrar esas razones, pero si te esfuerzas, descubrirás que existen. El simple hecho de estar vivos y saludables son razones más que suficientes para sentirse agradecidos.
3.      Mira al futuro. Un secreto para potenciar la gratitud consiste en mirar al futuro, para apreciar el presente. De hecho, un estudio muy curioso realizado en el Pomona Collegede California desveló que lo que hace tan valiosos los pensamientos sobre la gratitud es la perspectiva de que determinadas experiencias terminarán. Cuando miras al futuro y te das cuenta de que quizás muchas de las cosas de las que disfrutas hoy, no estarán mañana, te sentirás enormemente agradecido. Pensar en las pérdidas no implica adoptar una actitud pesimista, sino que nos ayuda a apreciar más lo que tenemos y a disfrutarlo, mientras podamos.

23 junio 2019


PSICOLOGÍA/ INTELIGENCIA
UN ESTUDIO REVELA QUE EL ESTILO DE VIDA MODERNO NOS ESTÁ VOLVIENDO MÁS ESTÚPIDOS
Nuestro estilo de vida moderno está bajo la lupa. Cada vez más personas se cuestionan si nuestra forma de vivir potencia la inteligencia o, al contrario, nos hace caer en una especie de sopor mental, como si estuviéramos en piloto automático. Los científicos también se han planteado esta pregunta y llevan décadas analizando nuestro cociente intelectual. Sus resultados no son esperanzadores.
Efecto Flynn: Los años en los que florecía la inteligencia
Las pruebas para medir el cociente intelectual que se han ido aplicando desde el siglo XX sugirieron que la inteligencia humana estaba aumentando. Es lo que se conoce como efecto Flynn. En 1980 James R. Flynn recopiló datos de 35 países usando los test de inteligencia estandarizados WISC y Raven. Descubrió que el CI aumentaba una media de 3 puntos cada diez años.
¿Por qué se ha producido ese incremento en la inteligencia?
Existen varias hipótesis. Una de ellas apunta a la mejoría de la alimentación, la cual aporta todos los nutrientes necesarios para que el cerebro se desarrolle y alcance su máximo potencial. Otra teoría apunta hacia la tendencia a crear familias con menos hijos, lo cual permite brindarles un ambiente más desarrollador a los pequeños. Una última hipótesis se refiere a la creciente complejización del entorno, la cual actuaría como un estímulo para la inteligencia.
El declive de la inteligencia
En 2004 investigadores de la Universidad de Oslo dieron la voz de alarma indicando lo que podría ser el final del efecto Flynn. A partir del análisis del cociente intelectual de 500.000 personas, observaron que en la década de 1990 se evidenció un pico en los resultados obtenidos en las pruebas de inteligencia, pero posteriormente ese crecimiento se detuvo e incluso se observó una ligera disminución en los subtest de razonamiento numérico.
No han sido los únicos, ese mismo año un grupo de psicólogos de la Universidad de Adelaida del Sur en Australia presentaron los resultados de 20 años de investigaciones con niños de edades comprendidas entre los 6 y 13 años que acudieron a la misma escuela. Sus resultados indican que desde 1981 hasta 2001 el cociente de inteligencia dejó de crecer e incluso constataron una disminución en la velocidad de procesamiento.
¿A qué se debe esa disminución del cociente intelectual?
La teoría disgénica es una de las explicaciones más extendidas. Según esta teoría, las personas más inteligentes y con mayor nivel educativo suelen tener menos hijos, lo cual terminaría afectando estadísticamente el nivel de inteligencia general. A la vez, es probable que las personas con menor cociente intelectual tengan más hijos y estos reciban menos educación, de manera que obtendrán resultados más bajos en los test de inteligencia, lo que contribuiría a una disminución en los resultados con el tiempo y un “embotamiento” de la población general.
¿La era de la «cultura chatarra»?
Un estudio más reciente llevado a cabo en la Universidad de Michigan que evaluó los datos de más de 700 000 personas confirmó el declive de al menos 7 puntos por generación, el cual comenzó a mediados de 1970, como revela el gráfico que aparece a continuación. Estos investigadores afirmaron que “el declive en la inteligencia refleja factores ambientales y no cambios en la herencia disgénica”.
Estudio realizado en la Universidad de Michigan muestra la disminución del cociente intelectual.
Estos psicólogos compararon precisamente el cociente intelectual de hermanos nacidos en años diferentes y descubrieron que, en vez de ser similares, como sugiere la teoría disgénica, las puntuaciones de CI a menudo difieren significativamente. Esto significa que nuestra inteligencia está determinada por la sociedad en la que crecemos, los intereses que esta promueve y la educación que recibimos.
Si crecemos en una sociedad que promueve el pensamiento libre – de verdad – y fomenta la creatividad, es probable que desarrollemos al máximo nuestra inteligencia. Si la sociedad nos aleja de la reflexión proponiéndonos contenidos exclusivamente pensados para “matar el tiempo” y nos dicta continuamente qué debemos hacer, no tendremos la oportunidad de desarrollar nuestras habilidades de resolución de problemas.
Hoy, más que nunca, la tecnología digital está controlando nuestra atención de manera adictiva. A diferencia del televisor, la “caja tonta” que se quedaba en casa, el móvil nos acompaña a todas partes, convirtiéndose en un agente disruptor que reclama continuamente nuestra atención sumiéndonos en un estado de “conciencia mínima”. Y sin atención, no puede haber pensamiento crítico.
No solo consumimos comida chatarra sino también “cultura chatarra”. Y eso se refleja en nuestra capacidad para resolver problemas, elegir la información relevante y, en última instancia, formarnos un pensamiento crítico. La decisión está en nuestras manos.
Fuentes:
Bratsberg, B. & Rogeberg , B. (2018) Flynn effect and its reversal are both environmentally caused. PNAS; 115 (26): 6674-6678.
Sundet, J. M.; Barlaug, D. G. & Torjussen, T. M. (2004) The end of the Flynn effect? : A study of secular trends in mean intelligence test scores of Norwegian conscripts during half a century. Intelligence; 32(4): 349-362.

21 junio 2019

¿DÓNDE ESTÁ EL LÍMITE DE LA TOLERANCIA?


psicología / Desarrollo Personal                                                                             
¿DÓNDE ESTÁ EL LÍMITE DE LA TOLERANCIA?

La tolerancia se comprende de formas muy diversas, hay quienes piensan que es una capacidad para asimilar influencias nocivas sin presentar una reacción de rechazo, hay otros que van un paso más allá para afirmar que la tolerancia es la cualidad de coexistir con lo diferente sin tener prejuicios. Lo cierto es que en muchas ocasiones cuando escuchamos la palabra tolerancia vienen a nuestra mente las acepciones: flexibilidad, condescendencia y, ¿por qué no? también los vocablos: sumisión y aceptación cognitiva, pero no emocional.
Y es que a través del tiempo la tolerancia ha asumido un sentido negativo que se expresa en la frase: “te acepto pero no te comprendo (ni quiero hacerlo)”; es un contenido de valor emocional negativo que está asociado a la resignación. Así, la tolerancia también se relaciona en el imaginario popular con la resistencia estoica y la pasividad.
La palabra tolerancia implica en primer lugar: “una situación o una persona a tolerar” y en segundo lugar: “un motivo por el cual ser tolerantes”. Más allá de qué o a quién debemos tolerar, lo verdaderamente interesante es la motivación por la cual decidimos ser tolerantes. Imaginen una situación en la que hayan sido particularmente tolerantes ¿por qué lo han hecho?
Cuando somos tolerantes porque creemos que no podemos hacer nada estamos mostrando una suerte de desesperanza aprendida, nos estamos rindiendo ante la situación o la persona. Obviamente, en este caso la tolerancia adquiere matices negativos porque nos convertimos en personas apáticas, desinteresadas y no comprometidas con la realidad.
Cuando manifestamos la tolerancia porque creemos que no podemos incidir sobre la situación que estamos vivenciando estamos encerrándonos en un círculo de inmovilismo, aceptamos lo que no podemos cambiar pero no estamos de acuerdo con ello. La trampa estriba en que una vez que asumimos una actitud tolerante los niveles de conflicto que percibimos disminuyen notablemente y esto ayuda a mantener el mismo estado de cosas, hace que todo se mantenga igual.
Entonces, cuando nos planteamos ser tolerantes el primer paso que debemos dar es analizar cuáles son nuestras razones. Si somos tolerantes porque no tenemos esperanzas de cambio entonces sólo nos sumiremos en un círculo de desinterés que no nos conduce a ningún sitio.
No obstante, existe la tolerancia activa, una tolerancia que no implica pasividad, sino que comprende y acepta (cognitiva y emocionalmente) a la otra persona o situación. En este caso la tolerancia no adquiere pespuntes grises porque tolerar significa coexistir y comprender al otro, aún si no estamos dispuestos a comportarnos de la misma manera.
Aunque la diferencia entre la tolerancia pasiva y la tolerancia positiva pueda parecer muy nimia, lo cierto es que el simple hecho de aceptar emocionalmente un hecho, comprenderlo desde el punto de vista cognitivo y asumirlo, no como una opción desesperada, sino como un proceso decisional consciente; marca una diferencia notable en nuestra actitud hacia la situación y hacia nosotros mismos. En este caso la tolerancia no sería un mínimo, sino un máximo de lo que se puede lograr a pesar de las diferencias.
No obstante, para que la tolerancia sea un proceso positivo se deben presentar varios factores:
– La disposición a la concesión y a establecer una relación de intercambio
– El mantenimiento de una relación de equidad donde ambas partes detenten un poder que asegure la no sumisión
– El encuentro y la priorización de una serie de intereses comunes
– La posibilidad de ejercer y demostrar libremente las contradicciones y las diferencias
Estos factores garantizan que tolerar no sea un acto de sumisión o una alternativa única sino una decisión consciente. No obstante, cuando estos factores se manifiestan normalmente se presenta un contrasentido: las personas no desean ser tolerantes simplemente por miedo o porque son demasiado rígidas en sus patrones de comportamiento y de valoración del otro (pero éste ya sería otro tema de discusión).

Así, más allá de si se asume una tolerancia pasiva o positiva, hay quienes se preguntan dónde está el límite de la tolerancia. En este sentido me gusta pensar en la tolerancia como una suerte de zona de desarrollo próximo; es decir, un espacio que aún no se ha desarrollado pero que puede alcanzarse con la ayuda de otras personas. Esta zona de desarrollo próximo será más o menos estrecha en relación con los prejuicios, los hábitos, los estereotipos o las convicciones que posea cada persona y la rigidez o flexibilidad que demuestre para cambiar los mismos. Asumiendo la tolerancia como una zona compartida con otras personas y enmarcada en una situación específica podemos comprender que un comportamiento tolerante puede serlo «aquí y ahora» pero puede no manifestarse mañana porque las condiciones del entorno (o de la propia persona) han variado.
En sentido general, el límite de la tolerancia (la tolerancia positiva) se establecerá allí donde la persona no pueda ir un paso más allá debido a que su sistema de valores se lo impide, debido a que lo que considera que es “bueno” y “correcto” ya no se aplica al caso en cuestión.
Me gustaría terminar estas reflexiones/inflexiones sobre la tolerancia recordando una frase de Perls que destaca la importancia de ser tolerantes preservando las diferencias individuales: “Yo hago mis cosas y tú haces las tuyas. No estoy en este mundo para cumplir tus expectativas, ni tú estás para cumplir las mías. Tú eres Tú, y Yo soy Yo. Si por casualidad nos encontramos será hermoso. Si no, entonces no hay nada que hacer”.
Fuente: Calviño, M. (2001) Análisis dinámico del comportamiento. La Habana: Editorial Félix Varela.

20 junio 2019

RODÉATE DE PERSONAS POSITIVAS, GENTE QUE TE SUME Y QUE SE PREOCUPE POR DEJAR HUELLAS


RODÉATE DE PERSONAS POSITIVAS, GENTE QUE TE SUME Y QUE SE PREOCUPE POR DEJAR HUELLAS
Psicología/ cuento Psicológico

Había un joven que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa de clavos y le pidió que, cada vez que perdiera la paciencia, clavara un clavo detrás de la puerta de su habitación.
El primer día, el joven clavó 37 clavos detrás de la puerta. Día tras día, a medida que aprendía a controlar su mal genio, tenía que recurrir a menos clavos. 

Así, un buen día descubrió que era mucho más fácil controlar su ira e impulsividad, que seguir clavando clavos detrás de la puerta. 
Cuando se lo comentó a su padre, este le sugirió una tarea diferente: sacar un clavo por cada día que logrará controlar su mal carácter. 
Así lo hizo el joven, y los días pasaron, hasta que no quedaron más clavos en la puerta. Entonces su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. 

– Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos los agujeros que has dejado en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia, dejas en las personas cicatrices como las que ves. Insultar a alguien es fácil, reparar el daño mucho más difícil y, aun así, la cicatriz perdurará por siempre. Porque una ofensa verbal es tan dañina como la violencia física.
En aquel momento, el joven comprendió el verdadero alcance de las palabras.
Las palabras marcan nuestro cerebro, tanto como las acciones
No se trata de una simple fábula, la ciencia ha comprobado que las palabras tienen profundas repercusiones en nuestro cerebro, y que estas son más profundas de lo que sospechábamos. 
Un estudio realizado en la Universidad Médica de Jena, en Alemania, desveló que las palabras relacionadas con el sufrimiento activan los circuitos del dolor en nuestro cerebro. Estos investigadores reclutaron a 16 personas y les pidieron que escucharan diferentes palabras, algunas de valencia positiva, neutra o negativa. Mientras tanto, escaneaban sus cerebros.
Así, pudieron apreciar que ante palabras como agotador, afligido, pellizco o aplastamiento, nuestro cerebro reacciona activando los circuitos neuronales relacionados con el dolor. En práctica, es casi como si estuviésemos viviendo esas experiencias.
Por eso, es importante que siempre estemos atentos a nuestras palabras, para que estas no se conviertan en clavos que dejan heridas. De la misma forma, debemos rodearnos de personas que estén dispuestas a hacer lo mismo, que dejen huellas, no cicatrices.
La diferencia entre dejar huellas y dejar cicatrices
Jorge Luis Borges decía: “Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada.” 
Cada relación que establecemos siempre implica un intercambio, nos enriquece o nos lastima. Por eso, es importante cerciorarse de que elegimos a las personas adecuadas, personas especiales que sean capaces de dejar una huella positiva en nuestra vida.
De hecho, existe una enorme diferencia entre dejar huellas y dejar cicatrices. Las cicatrices son una señal de dolor, una herida que indica que se ha causado un daño. Las cicatrices son marcas que no elegimos tener, son el recuerdo constante de un hecho doloroso. Es cierto que nos pueden haber ayudado a crecer, pero a la fuerza.
Al contrario, las huellas son marcas que dejan los momentos agradables que compartimos con personas especiales, son aprendizajes valiosos que nos permiten crecer sin traumas, de forma fluida. Hay personas que se esfuerzan por dejar su huella, ya sea a través de la dedicación, el amor o la generosidad. Estas personas son un apoyo y nos ayudan a reconstruirnos, enriqueciendo nuestro “yo”.
Sin embargo, también hay personas tóxicas que, con sus actitudes y comportamientos, van dejando cicatrices a su paso. Estas personas adoptan una actitud egoísta, no controlan su impulsividad y terminan causando un gran sufrimiento. Si estás rodeado de personas así, es conveniente que te plantees limpiar tu entorno y ser más selectivo en tus relaciones. 
Cuando elijas a las personas que te van a acompañar a lo largo de la vida, recuerda que no basta con que no te lastimen físicamente, hay heridas mucho más profundas que son causadas por las palabras. Rodéate de personas positivas, gente que sume y que se preocupe por dejar huellas, que puedan darle un sentido más amplio a tu vida. 
Porque en la vida, no se trata simplemente de dar pasos, sino de dejar huellas perdurables en el otro. Y porque en muchos casos, la manera de dar vale mucho más que lo que se da. 
Haz tuyos los versos de Dulce María Loinaz: “Si he de bajar hasta la entraña de tu tierra a buscar el diamante que he soñado, guarda el diamante tú, que no lo cambio por mis sueños. De sueños resonados pude vivir hasta ahora; de diamante ofrecido con desgano, yo no podría vivir un solo día.
Y, por supuesto, compórtate de la misma manera: asegúrate de dejar huellas en los demás, no causes heridas que dejarán cicatrices.
*

Las relaciones personales nos trascienden en cierta forma porque, aunque estamos acostumbrados a tratarlo todo de una forma general, en realidad, cuando hablamos de temas humanos, toda generalidad resulta injusta. Cada persona es única e irrepetible y los lazos que se crean entre dos personas también lo son. Las relaciones personales están marcadas por el misterio en tanto que no responden únicamente a una cuestión de voluntad: ¿Por qué surge la química con algunas personas mientras que, con otras, el sentimiento no es positivo? *

19 junio 2019

LAS LEYES QUE GOBIERNAN LAS EMOCIONES


Psicología /desarrollo personal                                                                              
LAS LEYES QUE GOBIERNAN LAS EMOCIONES

Las emociones han sido las cenicientas de la Ciencia Psicológica por muchos años. El camino andado por la Psicología en relación con los procesos cognoscitivos es muy largo y amplio pero las emociones siempre han sido relegadas a un segundo plano en tanto su estudio muchas veces nos conduce a los vericuetos de la subjetividad más profunda. No obstante, en la actualidad su estudio está cobrando nuevos auges. Tanto es así que uno de sus principales investigadores, Fridja, nos proponen también algunas leyes para comprender nuestras emociones cotidianas.
La Ley del significado situacional. Esta ley nos indica que las emociones derivan de las situaciones que vivimos, pero va un paso más allá para afirmar que generalmente las situaciones similares generarán respuestas emocionales muy parecidas. Es decir, las cosas que nos enfadan, probablemente nos continuarán enfadando durante mucho tiempo; si tememos a los insectos probablemente nos continuaremos asustando ante los mismos… aunque variemos la intensidad de la respuesta emocional, existe una gran posibilidad de que idénticas situaciones despierten siempre la misma emoción.
La Ley de la preocupación. Nosotros sentimos porque nos preocupamos, porque mostramos cierto interés hacia algo o alguien. Las emociones se despiertan porque algo nos resulta particularmente significativo y halla un eco en nuestro sistema de valores.
La Ley de la realidad aparente. Todo lo que a nosotros nos parezca real, despertará respuestas emocionales reales. En otras palabras, la forma en la cual interpretamos las más diversas situaciones determinará nuestra emocionalidad. Esta es la razón por la cual los filmes o los libros de mala calidad no despiertan nuestras emociones, porque los asumimos como hechos irreales mientras que un buen libro o un excelente filme nos hace vivenciar la ficción cual si fuese un hecho real en el cual nos involucramos emocionalmente.
La Ley la Ley de la habituación. Nuestra respuesta emocional decrece cuando nos vamos acostumbrando a los eventos, es como si desarrollaramos cierto umbral de sensibilidad que aumenta con la repetición. Tal es el caso del personal médico que se acostumbra a la muerte.
La Ley del cambio. Al contrario de la ley de la habituación, esta ley hace referencia a que, cuando vivenciamos un cambio, respondemos de manera altamente emociógena ante el mismo.
La Ley de las emociones comparadas. A lo largo de la vida desarrollamos un marco de referencia emocional con el cual, muchas veces de manera inconsciente, comparamos nuestras respuestas emocionales y la intensidad de estas. De esta forma controlamos la intensidad emocional y no mostramos un overreacted.
La Ley de la asimetría hedónica. Aunque según la ley de la habituación la recurrencia debe minimizar el impacto emocional de los hechos; hay algunas circunstancias que se escapan a esta regla. Así, hay cosas a las cuales no nos acostumbramos y cada vez que nos debemos enfrentar a las mismas activamos una emoción igualmente fuerte. Sin embargo, estos hechos suelen tener implicaciones negativas como puede ser la pérdida de un ser querido o la pérdida del trabajo mientras que aquellos hechos que despiertan emociones positivas son más influenciados por el hábito, observándose respuestas cada vez más pobres ante los mismos. En resumen: tenemos una tendencia a acostumbraros a los hechos felices, pero ante el dolor nos mostramos igualmente emocionales.
La Ley de conservación de los momentos emocionales. Los eventos mantienen su poder emocional a través de los años si no los revaloramos nuevamente a la luz de las nuevas experiencias. Así, a menos que reflexionemos sobre la verdadera importancia de haber desaprobado un antiguo examen, éste seguirá acechándonos desde nuestra memoria para activarse en cualquier momento como un recuerdo vergonzoso o doloroso.
La Ley del cierre. Tendemos a responder de forma absoluta ante nuestras emociones y éstas nos guían a un camino u otro totalmente antagónico. En otras palabras, cuando estamos tomados emocionalmente vemos las cosas en blanco y negro por lo cual nuestros comportamientos o posibles decisiones no tendrán matices. De ahí que el conocimiento popular aconseje tomar las decisiones cuando pase la borrasca emocional.
La. Ley del cuidado y las consecuencias. Las personas normalmente tienen la posibilidad de reconsiderar sus emociones y modificarlas en relación con sus posibles consecuencias. Por ejemplo, la ira puede provocar sentimientos violentos dirigidos hacia otras personas, pero somos capaces de valorar lo que sentimos, delimitar responsabilidades y reorganizar nuestro comportamiento. Desgraciadamente esta es una de las leyes que no siempre se cumple.
1 La. Ley de la descarga brillante. Sabemos que el impacto emocional de los acontecimientos depende en gran medida de nuestra interpretación de estos. Así, las personas tienden a reinterpretar las situaciones para disminuir el impacto emocional negativo de las mismas. El problema radica en que usualmente generamos una reinterpretación ilusoria.
La. Ley de la gran ganancia. Cuando una situación negativa puede brindarnos una ganancia emocional, tendemos a reinterpretarla y utilizarla a nuestro favor. Quizás el ejemplo más común es cuando nos percatamos de que con nuestro enojo podemos hacer que las demás personas respeten nuestra orden.
Por supuesto, podemos discrepar de algunas de estas leyes, pero les pido que las analicen como el primer intento de brindarle una sistematización al complejo mundo de las emociones. Así, aunque no las tomemos al pie de la letra, pueden servirnos como punto de partida para reflexionar sobre cómo se manifiestan en cada uno de nosotros.