01 junio 2019

VIVIR EN PAZ CON LO QUE NO PODEMOS CAMBIAR


Psicología /desarrollo personal

VIVIR EN PAZ CON LO QUE NO PODEMOS CAMBIAR
La madurez psicológica se puede definir de muchas formas, aunque quizá fue el escritor escocés M. J. Croan quien mejor resumió este concepto: “La madurez es cuando tu mundo se abre y te das cuenta de que no eres el centro de él”.
La madurez psicológica no llega, obligatoriamente, con el paso de los años, es necesario realizar un profundo trabajo interior que muchas veces implica una deconstrucción de nuestros patrones de pensamiento y formas de ver el mundo. No se es más maduro porque pasen los años, se es más maduro porque aprovechamos mejor las experiencias de la vida para comprendernos y comprender el mundo.
¿Qué es la madurez psicológica – y qué no es?
La madurez psicológica no solo implica conocerse bien, sino ser conscientes de que no somos el centro del universo y que necesitamos coexistir con una realidad que a menudo va en contra de nuestros deseos y esfuerzos.
Madurar significa dejar atrás nuestra visión egocéntrica para comprender que existe un mundo más amplio y complejo, un mundo que a menudo nos pondrá a prueba y que no siempre satisfará nuestras expectativas, ilusiones y necesidades.
A pesar de ello – o quizá gracias a ello – cuando maduramos somos capaces de vivir en paz en ese mundo, aceptando todo aquello que no nos gusta pero que no podemos cambiar. Esta frase de Max Stirner resume esa idea: “El hombre maduro difiere del joven en que toma el mundo como es, sin ver por todas partes males que corregir, entuertos que enderezar, y sin pretender moldearlo a su ideal”.
Por tanto, la madurez psicológica no es simplemente adaptarse al medio, la cultura y la sociedad – eso sería exactamente lo opuesto de la madurez – sino encontrar la vía para ser auténticos tomando nota del medio, la cultura y la sociedad en la que vivimos.
Negar la realidad: Un mecanismo de afrontamiento inmaduro y desadaptativo
La negación es un mecanismo de defensa que implica negar fervientemente la realidad, a pesar de que las evidencias y los hechos nos muestren lo contrario. Generalmente este mecanismo se pone en marcha por dos motivos: 1. Porque nos aferramos a unas ideas rígidas que no queremos cambiar o, 2. Porque no contamos con los mecanismos psicológicos necesarios para afrontar la situación.
En ambos casos, negar la realidad nos sirve para reducir la ansiedad ante una situación que nuestro cerebro emocional ya ha catalogado como particularmente inquietante o incluso amenazante. El problema es que la realidad siempre nos gana la partida. No podemos escondernos eternamente de la realidad.
Si un acosador violento nos aborda en medio de la calle, no cerramos los ojos repitiéndonos mentalmente: “¡Esto no está ocurriendo!”. Comprendemos que estamos en peligro y escapamos o pedimos ayuda. Sin embargo, no reaccionamos de la misma manera en muchas otras situaciones de nuestra vida. Cuando algo no nos gusta, nos decepciona o entristece, solemos activar el mecanismo de negación.
Negar vehementemente los hechos no hará que cambien. Al contrario, nos conducirá a tomar decisiones poco adaptativas que pueden terminar causándonos más daño. Debemos tener claro que para adaptarnos a la realidad, cambiarla o sacar provecho de ella, el primer paso es aceptarla.
La persona que ya ha alcanzado cierto grado de madurez psicológica, al contrario, acepta la realidad, no con resignación sino con inteligencia. En este sentido, el psiquiatra alemán Fritz Kunkel dijo que “ser maduro significa encarar, no evadir, cada nueva crisis que viene”.
Madurez emocional: El arte de encontrar el equilibrio en la adversidad 
“Érase una vez un hombre a quien le alteraba tanto ver su propia sombra y le disgustaban tanto sus propias pisadas que decidió librarse de ellas.
“Se le ocurrió un método: huir. Así que se levantó y echó a correr, pero cada vez que ponía un pie en el suelo había otra pisada, mientras que su sombra le alcanzaba sin la menor dificultad.
“Atribuyó el fracaso al hecho de no correr suficientemente deprisa. Corrió más y más rápido, sin parar, hasta caer muerto. 
“No comprendió que le habría bastado con ponerse en un lugar sombreado para que su sombra se desvaneciera y que, si se sentaba y se quedaba inmóvil, no habría más pisadas”. 
Esta parábola de Zhuangzi recuerda una frase de Ralph Waldo Emerson: “La madurez es la edad en que uno ya no se deja engañar por sí mismo”. El escritor se refería a ese momento en el cual somos plenamente conscientes de los mecanismos psicológicos que ponemos en marcha para lidiar con la realidad y proteger nuestro “yo”, a ese momento en el que nos percatamos que la realidad puede ser difícil pero que nuestra actitud y perspectiva son dos variables esenciales en esa ecuación.
Por eso, la madurez emocional pasa inevitablemente por el autoconocimiento, implica conocer las zancadillas mentales que nos ponemos para no avanzar, los mecanismos que usamos para evadirnos de la realidad y las creencias erróneas que nos mantienen atados a pensamientos y actitudes que no nos aportan nada o incluso nos dañan.
Ese conocimiento es básico para lidiar con los problemas y obstáculos que nos plantea la vida. Por desgracia, hay personas que, como el hombre de la historia, nunca llegan a alcanzar ese nivel de autoconocimiento y terminan creando más confusión y problemas, alimentando la infelicidad y el caos interior. Al fin y al cabo, podemos huir de muchas cosas, pero no podemos huir de nosotros mismos. Y si no solucionamos nuestros conflictos interiores, los reproduciremos allá donde estemos.
Alcanzar la madurez psicológica no implica aceptar pasivamente la realidad asumiendo una postura resignada más parecida a la triste rendición de la indefensión aprendida que a la serenidad, sino ser capaces de mirar con otros ojos lo que sucede, aprovechando ese supuesto golpe para consolidar nuestra resiliencia, conocernos mejor e incluso crecer.
La verdadera madurez emocional llega cuando practicamos la aceptación radical, cuando miramos a los ojos la realidad y, en vez de venirnos abajo, nos preguntamos: “¿Cuál es el próximo paso?”. Eso significa que, aunque la realidad puede ser dolorosa, no nos quedamos atrapados en el papel de víctimas sufriendo inútilmente, sino que protegemos nuestro equilibrio mental adoptando una actitud proactiva.
¿Cómo desarrollar la madurez psicológica? Empieza por reírte de ti mismo
William Arthur Ward dijo: “Cometer errores es humano y tropezar es común; la verdadera madurez es ser capaz de reírse de sí mismo”. Ser capaz de reírnos de nuestros antiguos temores porque ahora nos parecen grotescos, de nuestras preocupaciones magnificadas y de esos obstáculos “insalvables” que en realidad no lo eran, es una enorme muestra de crecimiento.
Un estudio desarrollado en la Universidad de Carolina del Norte reveló que el sentido del humor está relacionado con la resiliencia y el bienestar psicológico. Pero todo tipo de humor no vale, solo el humor que se vierte sobre uno mismo, sobre nuestras experiencias de vida, está relacionado con la madurez psicológica y tiene un enorme impacto en nuestros estados emocionales negativos, aliviando la angustia. De hecho, varias investigaciones han demostrado que el sentido del humor es una pieza clave para recuperarnos de la adversidad.
Reirnos de nuestras viejas actitudes, creencias y reacciones no solo significa que forman parte del pasado, sino que han dejado de tener cualquier influjo emocional sobre nosotros. Esa capacidad para reírnos de nosotros mismos también nos permite adoptar una actitud más desapegada y acostumbrar a nuestro ego a los embates de la vida, de manera que no sea tan susceptible y deje de percibir todo como un peligro ante el cual necesita protegerse.
Al fin y al cabo, la madurez psicológica es un proceso de crecimiento continuo que implica, por una parte, el autodescubrimiento trascendental y por otra, la apertura al mundo. Solo así nos convertimos en personas plenas que han hallado el sentido de su vida.

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