26 febrero 2022

¿POR QUÉ LOS HOMBRES LEEN CADA VEZ MENOS POESÍA?

psicología / Desarrollo Personal                                                                             
¿POR QUÉ   LOS HOMBRES LEEN CADA VEZ MENOS POESÍA?

 

 


El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro”, escribió Goethe. Vivimos en una sociedad que supuestamente se ha apartado de la barbarie y, sin embargo, leemos cada vez menos poesía. El cambio en nuestros valores y prioridades explica esa supuesta contradicción: nos informamos más, pero disfrutamos menos de la lectura como placer en sí misma. Comprendemos las palabras, pero se nos escabullen sus significados más ocultos.

De hecho, la poesía es un alimento para el alma. Despierta emociones. Juega con las palabras y los significados. Sigue sus propias normas. Libremente. Le tiende trampas a la razón. Se escabulle de los significantes estrechos. Abre nuevos horizontes. Reclama una atención plena. Anima a fluir.

Quizá es precisamente por todo eso que leemos cada vez menos poesía. De hecho, el filósofo Byung-Chul Han cree que estamos desarrollando como sociedad cierta fobia a la poesía porque ya no somos receptivos a ese maravilloso caos literario con el que necesitamos conectar a un nivel emocional y estético.

Usamos un lenguaje pragmático despojado de su carácter lúdico

Han piensa que en los últimos tiempos hemos empobrecido el papel del lenguaje, relegándolo a un mero transmisor de informaciones y productor de sentidos. Con las prisas cotidianas, el lenguaje se ha convertido en un instrumento eminentemente práctico, despojándolo de sus significantes. Obviamente, “el lenguaje como medio de información suele carecer de esplendor, no seduce”, como apunta Han.

En la sociedad moderna no tenemos tiempo para detenernos a degustar un poema que juega con el lenguaje y espolea la imaginación más allá de lo práctico. Imbuidos en las prisas cotidianas, “nos hemos vuelto incapaces de percibir las formas que resplandecen por sí mismas”, según Han.  

De hecho, “en los poemas se disfruta del propio lenguaje. El lenguaje trabajador e informativo, por el contrario, no se puede disfrutar […] En cambio, el lenguaje juega en los poemas. El principio poético devuelve al lenguaje su gozo al romper radicalmente con la economía de la producción de sentido. Lo poético no produce” y en una sociedad obsesionada con la producción, los resultados y los objetivos no hay espacio para demorarse en aquello cuyo fin en sí mismo sea el placer.

La poesía está hecha para sentir y se caracteriza por lo que denomina sobreexcedente y significantes […] “El exceso, el sobreexcedente de significantes, es lo que hace que el lenguaje parezca mágico, poético y seductor. Esa es la magia de la poesía”. En cambio, “la cultura de la información pierde esa magia […] Vivimos en una cultura del significado que rechaza el significante, la forma, por superficial. Es hostil al gozo y la forma”, explica Han.

A diferencia del significado, que es lo más esencial, los significantes se refieren a las formas y lo simbólico. El significado hace referencia al contenido, el concepto o la idea mientras que el significante es su expresión, la manera en que se transmite ese contenido, concepto o idea. Sin embargo, “la poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos”, como escribiera Juan Ramón Jiménez. En la poesía es tan importante lo que se dice como la manera en que se dice.

Hoy tenemos demasiada prisa por llegar al contenido y aferrar la idea. Queremos llegar al meollo del asunto. Y eso nos lleva a olvidarnos del aspecto lúdico que descansa en las formas y las expresiones. Por eso, la poesía que resuena emocionalmente tiene cada vez menos cabida en la sociedad actual.

La pereza cognitiva y el vacío del alma

El hecho de que cada vez leamos menos poesía no se debe únicamente a nuestra renuncia a los significantes y las formas, también sienta sus raíces en la creciente cultura de lo políticamente correcto. En una cultura que impone cada vez más reglas que no se pueden traspasar, los poemas resultan insurreccionales y transgresivos porque juegan con las imprecisiones y las ambigüedades oponiéndose firmemente a esa mera producción de significado.

Los poemas juegan con lo no expresado. Quedan abiertos a interpretaciones. Se adentran en el terreno de lo incierto. Y eso nos genera cada vez más aversión. Nos hace sentir incómodos, como si camináramos sobre un terreno minado. En ese contexto, los poemas representan en sí mismos un acto de rebelión contra una sociedad esencialmente productiva.

Más allá de esa incomodidad social, la poesía también demanda un trabajo cognitivo que muchos ya no están dispuestos a hacer. A fin de cuentas, la mayoría de los lectores están acostumbrados a leer e ir decodificando el texto a partir de su sintaxis, generalmente de carácter claro y directo. Eso significa que estamos entrenados para entender un texto de manera casi inmediata y «mecánica». Leemos con la razón. Sin embargo, como la poesía discurre a través de una sintaxis indirecta, a muchas personas les parece “ininteligible”.

Su sintaxis peculiar, tropos y metáforas dislocan nuestro sentido de “lo directo”. Por más que busquemos, no existe una univocidad en la lectura del texto. Eso nos descoloca. Nos obliga a buscar otros puntos de referencia, muchas veces en nuestro interior.

Parafraseando a Octavio Paz, cada poema es único y cada lector debe buscar algo en ese poema, pero a menudo lo que encuentra es lo que lleva dentro. Si estamos demasiado ocupados mirando fuera, obsesionados con la cultura de la productividad y acostumbramos a un lenguaje eminentemente pragmático, leer poesía nos resultará un ejercicio demasiado fútil y enrevesado. Entonces nos damos por vencidos. No nos damos cuenta de que esa incapacidad para jugar con los significantes es la expresión de una incapacidad lúdica para disfrutar más allá de lo dado y esperado en la vida.

Fuente: Han, B. (2020) La desaparición de los rituales. Herder: Barcelona.

A MEDIDA QUE ENVEJECEMOS NOS HACEMOS MÁS AUTÉNTICOS

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A MEDIDA QUE ENVEJECEMOS NOS HACEMOS MÁS AUTÉNTICOS

¿


Crees que hoy te conoces mejor que en el pasado? ¿Piensas que eres más auténtico a medida que pasan los años? ¿Crees que en el futuro serás más auténtico de lo que eres hoy?

Estas fueron algunas de las preguntas que un grupo de psicólogos de la Universidad de Texas plantearon a un grupo de personas para descubrir si existe un patrón en la manera en que pensamos sobre nuestro “yo”.

La derogación del viejo “yo”

En un primer momento, los investigadores reclutaron a 250 estudiantes universitarios y les pidieron que indicaran cuánto coincidía su “yo” de la época del instituto con el “yo” actual. También les pidieron que estimaran cuánto se parecería su “yo” actual con el “yo” cuando terminaran la carrera.

Todos pensaban que el nivel de autenticidad aumenta a medida que pasan los años.

Los investigadores se preguntaron si ese fenómeno también ocurría en otras edades, así que reclutaron a otras 134 personas con edades comprendidas entre los 19 y 67 años. Les pidieron que dividieran su vida en tres capítulos: pasado, presente y futuro, y que escribieran una descripción para cada uno, evaluando su nivel de autoconocimiento y autenticidad.

Una vez más, las personas reportaron conocerse mejor y ser más auténticos con el paso de los años. Los psicólogos también descubrieron que cuanto mayor es la autoestima, más grande son las expectativas de ser más auténticos a medida que se madura.

Este fenómeno se conoce como la “derogación del viejo yo”. En práctica, cuando miramos a un pasado que consideramos lejano, tendemos a derogar ese antiguo “yo” a favor de la identidad actual. De hecho, en la mayoría de los casos, cuando miramos atrás para desempolvar el “yo” antiguo, podemos analizarlo con cierta distancia psicológica, adoptando la perspectiva de una tercera persona, casi ajena a esa identidad.

Esa distancia se produce porque, aunque somos conscientes de que esa persona éramos nosotros, no nos sentimos plenamente identificados puesto que encontramos demasiadas discrepancias con nuestra forma de pensar y ser actual.

Sin embargo, ¿es una ilusión o realmente somos más auténticos?

El permiso de la insolencia que conceden los años

Una amiga que ya cuenta con varias décadas en el calendario, suele decir que “los años conceden el permiso de la insolencia”. Se refería a que con la madurez psicológica nos atrevemos a ser más auténticos, a expresar lo que realmente sentimos y pensamos “sin pelos en la lengua”. Nos conocemos mejor, sabemos lo que queremos y lo que no queremos, y eso nos brinda una gran seguridad y autoconfianza para mostrarnos tal cual somos.

Durante la adolescencia y juventud, estamos en plena búsqueda de nuestra identidad. Suelen ser etapas confusas en las que exploramos diferentes identidades. También necesitamos ser aceptados por el grupo, por lo que en muchas ocasiones nos dejamos influenciar por los demás, supeditándonos a sus intereses y metas.

A medida que maduramos – lo cual no siempre coincide con el paso de los años puesto que se madura a través de las experiencias, no por el simple hecho de que el calendario siga adelante – vamos consolidando nuestra identidad. Esa identidad no es estática, sino que sigue cambiando con el curso de la vida, pero vamos comprendiendo mejor quiénes somos, perfilamos nuestras metas, priorizamos nuestras necesidades, asentamos nuestro sistema de valores… En fin, le vamos dando a cada cosa el lugar que merece en nuestra vida.

Cuando maduramos, hacemos nuestra la frase de Oscar Wilde: “Sé tú mismo. Los demás puestos están ocupados”. Aprendemos a aceptarnos, con nuestras virtudes y defectos, porque comprendemos que somos maravillosa e imperfectamente únicos.

El regalo de la experiencia es que nos permite ser, sin estridencias, con absoluta y sencilla naturalidad. Te permite ser quien quieras ser. Te das cuenta de que agradar a todo el mundo significa terminar defraudándote y, finalmente, te otorgas el permiso para ser auténtico.

Sin embargo, no debemos dar por descontado esa autenticidad, hay que trabajar para deshacerse de los lazos sociales que la maniatan. El escritor estadounidense Patrick Rothfuss nos perfila un camino muy interesante para ir desarrollando ese “yo” auténtico: “Sé lo bastante listo como para conocerte a ti mismo, lo bastante valiente para ser tú mismo y lo bastante insensato como para cambiarte y, al mismo tiempo, seguir manteniéndote auténtico”.

Si sigues ese camino, llegarás al punto en el que no necesitas demostrarle nada a nadie, excepto a ti mismo. Y esa increíble libertad es premio suficiente

Fuentes:

Seto, E. & Schelegel, R. J. (2018) Becoming your true self: Perceptions of authenticity across the lifespan. Self and Identity; 17(3): 310-326.

20 febrero 2022

LAS OFENSAS, ESTÁN EN LA BOCA DE QUIENES LAS DICEN Y EN LOS OÍDOS DE QUIENES LASESCUCHAN

psicología / Desarrollo Personal                                                                             
LAS OFENSAS, ESTÁN EN LA BOCA DE QUIENES LAS DICEN Y EN LOS OÍDOS DE QUIENES LASESCUCHAN


En tiempos convulsos en los que las opiniones se polarizan y la crispación se palpa en el ambiente, las ofensas se han convertido prácticamente en la única arma que blanden algunas personas para “defender” sus argumentos. Como resultado, el sentimiento de ofensa crece generando una ola de resentimiento.

Sin embargo, lo cierto es que las ofensas no se deben únicamente a ataques directos ni son un fenómeno moderno. También pueden provenir de personas cercanas que quizá no tenían la intención de ofendernos. Como aquella vez que un jefe hizo una broma de mal gusto sobre nuestro trabajo. O cuando alguien nos dio su opinión sincera sobre nuestro nuevo corte de pelo. O aquella vez que alguien criticó nuestro estilo de crianza o nuestro estilo de vida… Los motivos para ofenderse son tantos como personas existen.

Comprender el concepto de ofensa en la Psicología

La ofensa no es más que un sentimiento causado por un golpe al honor de una persona, el cual contradice su autoconcepto y la imagen que tiene de sí misma. La persona se siente ofendida cuando cree que alguien ha dicho o hecho algo que va en contra de sus normas más importantes y/o sus valores neurálgicos.

De hecho, sentirse ofendido pertenece a lo que se conoce como “emociones autoconscientes”, de manera que comparte redes con la vergüenza, la culpa y el orgullo. Al igual que estas emociones, la ofensa se produce debido a un ataque que consideramos personal y que pone en entredicho de alguna manera nuestro ego. 

En 1976, el psicólogo Wolfgang Zander intentó explicar el proceso psicológico que da lugar a la ofensa. En un primer momento, buscamos las posibles causas de la ofensa e intentamos darles un sentido. En un segundo momento valoramos la intensidad de la ofensa teniendo en cuenta las reacciones emocionales que ha generado y analizamos si el ofensor comparte o no nuestras creencias. Por último, en un tercer momento, decidimos cómo reaccionar.

Por supuesto, muchas veces esas fases ocurren rápidamente y se solapan, de manera que a veces es difícil ejercer un control consciente sobre ellas. A veces, simplemente reaccionamos automáticamente ante lo que consideramos una ofensa, enfadándonos y atacando a la persona. Sin embargo, existe otra posibilidad más allá de limitarnos a reaccionar cuando nos pinchan.

¿Por qué nos ofendemos realmente?

Los motivos por los que nos ofendemos son múltiples. Un experimento realizado en la Universidad de Michigan desveló la complejidad que se esconde detrás de las ofensas. Los psicólogos pidieron a un actor que chocara con los participantes en el estudio y los llamaran “gilipollas”. Comprobaron que los hombres del norte de Estados Unidos prácticamente no se vieron afectados por el insulto, pero los sureños se lo tomaron muy a pecho.

Sus niveles de cortisol y testosterona aumentaron, reconocieron sentirse molestos y más dispuestos a responder con agresividad. Los psicólogos concluyeron que en las culturas donde la reputación, el honor y la masculinidad son valores importantes para defender, los hombres tienen más probabilidades de sentirse ofendidos y reaccionar con hostilidad ante lo que consideran un insulto.

Sin duda, sentirse ofendido es un estado emocional complejo en el que intervienen factores personales, pero también atribuciones causales internas o externas, así como factores relacionales que influyen en nuestra interpretación de lo que ha sucedido y que determinan, en cierta medida, no solo si nos sentimos ofendidos sino la magnitud de ese sentimiento y la proporcionalidad de la respuesta.

En sentido general, los principales factores que median la respuesta ofensiva son:

  • Importancia de la relación. Cuanto más importante sea el tipo de relación que mantenemos con el ofensor, más intenso será el sentimiento de ofensa. Por ejemplo, si un jefe nos dice algo negativo, reaccionaremos más intensamente que si ese comentario lo realiza un compañero de trabajo desconocido. El nivel de autoridad de una persona en nuestra vida también influye, lo cual podría explicar por qué solemos sentirnos menos ofendidos por los comentarios o comportamientos de quienes percibimos como nuestros iguales, como los amigos.
  • Experiencias previas. Las experiencias son una de las razones principales por las que la gente se ofende. Las experiencias dan forma a nuestra personalidad y condicionan nuestra manera de pensar y responder ante las circunstancias, muchas veces sin ser plenamente conscientes de ello. Por tanto, si hemos tenido experiencias negativas previas con una persona, es probable que tengamos la tendencia a interpretar toda interacción con ella de manera negativa y sentirnos ofendidos.  
  • Nivel de seguridad personal. Si una persona tiene un fuerte concepto de sí mismo, es menos probable que se ofenda. Las personas más seguras de sí no permiten que los demás lastren su autoestima ni ceden su control. De hecho, la autoestima juega un papel crucial en el sentimiento de ofensa ya que puede desencadenar emociones relevantes como la vergüenza y el orgullo. Si tenemos una autoestima baja o artificialmente elevada, es más probable que nos convirtamos en personas susceptibles que se ofenden por todo.
  • Presión social y cultural. La sociedad y la cultura a las que pertenecemos y en las que nos desenvolvemos también tienen ciertas expectativas. Nos transmiten maneras de comportarnos y formas de responder que son consideradas como apropiadas o inapropiadas, ofensivas o inofensivas, según los valores y las normas morales compartidas. Por esa razón, existen palabras y comportamientos que se consideran “ofensivos” y se espera que si somos diana de ellos, nos defendamos.

Eso significa que, culturalmente, existen “ofensas” reconocidas como tal y comportamientos que se consideran ofensivos e indeseables. Cuando somos víctimas de esas ofensas, la sociedad y la cultura nos valida para que nos sintamos ofendidos e inferiores en términos de control percibido, lo cual se traduce inmediatamente en una necesidad de restaurar nuestro sentido de poder. Por eso reaccionamos poniéndonos a la defensiva o atacando a quien nos ha ofendido.

Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de elegir. La ofensa es mitad de quien la profiere y mitad de quien se da por aludido.

Tenemos una opción: podemos tomar o ignorar la supuesta ofensa. Para ello, podemos verla como si fuera un “obsequio indeseado”. Tenemos la opción de darnos por aludidos, dejar que el ofensor hiera nuestro ego y enfadarnos, irritarnos y perder el control. O, al contrario, podemos aprender a blindar nuestra autoestima. Liberar nuestros sentimientos del yugo de lo que piensen y opinen los demás. Y decidir no ofendernos porque, a fin de cuentas, las ofensas suelen decir más del nivel del ofensor que del supuesto ofendido. Así podremos lograr que las ofensas no nos dañen y devolveremos el golpe de sarcasmo o la hostilidad a la persona que lo generó.

Fuente

02 febrero 2022

PORQUÉ NECESITAMOS APRENDER A VIVIR EL PRESENTE SIN PENSAR TANTO EN EL FUTURO

psicología /desarrollo personal      
PORQUÉ NECESITAMOS APRENDER A VIVIR EL PRESENTE SIN PENSAR TANTO EN EL FUTURO


Si la felicidad siempre depende de algo que esperas en el futuro, estarás persiguiendo una utopía que siempre se te escapará, hasta que el futuro, y tú mismo, desaparezcan en el abismo de la muerte”, escribió el filósofo Alan Watts. Y, sin embargo, nos cuesta mucho vivir en el presente sin pensar en el futuro. La perspectiva del mañana no nos abandona, sino que acapara gran parte de nuestra atención para avisarnos de todos los problemas, inconvenientes y obstáculos que podemos encontrar o para recordarnos todo lo que aún no hemos hecho.

Sin embargo, “a menos que seas capaz de vivir plenamente en el presente, el futuro es un engaño. No tiene ningún sentido hacer planes para un futuro que nunca podrás disfrutar porque cuando tus planes maduren seguirás viviendo en un futuro más allá. Nunca podrás tumbarte y decir con total satisfacción: ‘¡Ahora voy a disfrutar!’ La educación te ha privado de esa capacidad porque te estaba preparando para el futuro en vez de mostrarte cómo estar vivo ahora”, advirtió Watts.

Con la vista puesta en el futuro, olvidamos cómo vivir el presente

Vivimos en una cultura completamente hipnotizada por la ilusión del tiempo, en la que el llamado momento presente se siente únicamente como un instante infinitesimal entre un pasado todopoderosamente causal y un futuro absorbentemente importante. No tenemos presente. Nuestra conciencia está casi completamente preocupada por la memoria y la expectativa. No nos damos cuenta de que nunca hubo, hay ni habrá otra experiencia que la presente. Como resultado, hemos perdido el contacto con la realidad. Confundimos el mundo del que se habla, se describe y se mide con el mundo que realmente es”.

Por desgracia, nuestra sociedad nos educa para tener la vista puesta siempre en el futuro. Nos enseña a plantearnos metas, siempre más ambiciosas, de manera que ni siquiera nos deja tiempo para disfrutar de nuestros logros porque inmediatamente comenzamos a mirar más allá. Sumergidos en ese horizonte escurridizo, nos resulta imposible estar plenamente presentes para disfrutar el “aquí y ahora”.

Cuando nos centramos en alcanzar nuestras metas, nuestro mundo se reduce, es como si entráramos en un túnel que nos impide ver lo que hay fuera porque pasamos gran parte del tiempo mirando a la luz/meta que se dibuja en el horizonte. De esa manera olvidamos vivir el presente, nuestra mente siempre está en otra parte que se nos antoja más importante y urgente que el aquí y ahora. Como resultado, no es extraño que terminemos desconectados de nuestra realidad, comportándonos de manera desadaptativa, lo cual termina causándonos más problemas de los que resuelve.

Watts explica que “ese es el dilema humano: pagamos un precio por cada aumento de conciencia. Al recordar el pasado podemos planificar el futuro. Pero la capacidad de planificar para el futuro se ve contrarrestada por la ‘capacidad’ de temer al dolor y a lo desconocido. Además, el desarrollo de un sentido del pasado y del futuro nos da un vago sentido del presente. En otras palabras, parece que llegamos a un punto en el que las ventajas de ser conscientes se ven superadas por sus desventajas, en el que la sensibilidad extrema nos vuelve inadaptados”.

Ser, la clave para vivir el presente sin pensar en el futuro obsesivamente

La mayoría de las personas no se plantean metas más ambiciosas simplemente para crecer, ampliar su zona de confort y ponerse a prueba, sino que se identifican con sus logros y los usan como una “tarjeta de presentación” para justificar su existencia.

La sociedad del rendimiento nos “obliga”, de cierta forma, a excusar nuestra existencia mostrando los resultados que hemos alcanzado. No valemos por lo que somos, valemos por lo que logramos. Esa mentalidad nos empuja a mirar al futuro continuamente, olvidándonos del presente. Nos empuja a hacer y planear, haciendo que nos olvidemos de ser y estar.

Para escapar de esa mentalidad, Watts explica que debemos comprender que “el sentido de la vida es simplemente estar vivo. Es muy claro, obvio y simple. Sin embargo, todo el mundo corre presa del pánico como si fuera necesario alcanzar algo más allá de sí mismos”. Necesitamos ser conscientes de que “solo temenos el ahora. No viene de ninguna parte ni va a ninguna parte. No es permanente, sino impermanente”, y eso significa que para aprovecharlo tenemos que aprender a vivir el presente imbuyéndonos en la experiencia actual.

No obstante, es importante tener en cuenta que “existen dos maneras de entender una experiencia. La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así etiquetarla y definirla. Eso significa interpretarla de acuerdo con los recuerdos y el pasado. La segunda es ser consciente de lo que sucede tal como es, como cuando, imbuidos en una alegría intensa, olvidamos el pasado y el futuro, dejamos que el presente lo llene todo, y así ni siquiera nos detenemos a pensar: ‘soy feliz’”.

Por tanto, para vivir el presente sin pensar en el futuro continuamente, debemos aprender a ser y estar. El secreto radica en comprometernos con el aquí y ahora, siendo conscientes de que esa constelación de instantes fugaces es todo lo que tenemos para disfrutar de la vida.

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BEBEMOS APRENDER A VIVIR EL PRESENTE SIN PENSAR TANTO EN EL FUTURO



Si la felicidad siempre depende de algo que esperas en el futuro, estarás persiguiendo una utopía que siempre se te escapará, hasta que el futuro, y tú mismo, desaparezcan en el abismo de la muerte”, escribió el filósofo Alan Watts. Y, sin embargo, nos cuesta mucho vivir en el presente sin pensar en el futuro. La perspectiva del mañana no nos abandona, sino que acapara gran parte de nuestra atención para avisarnos de todos los problemas, inconvenientes y obstáculos que podemos encontrar o para recordarnos todo lo que aún no hemos hecho.

Sin embargo, “a menos que seas capaz de vivir plenamente en el presente, el futuro es un engaño. No tiene ningún sentido hacer planes para un futuro que nunca podrás disfrutar porque cuando tus planes maduren seguirás viviendo en un futuro más allá. Nunca podrás tumbarte y decir con total satisfacción: ‘¡Ahora voy a disfrutar!’ La educación te ha privado de esa capacidad porque te estaba preparando para el futuro en vez de mostrarte cómo estar vivo ahora”, advirtió Watts.

Con la vista puesta en el futuro, olvidamos cómo vivir el presente

Vivimos en una cultura completamente hipnotizada por la ilusión del tiempo, en la que el llamado momento presente se siente únicamente como un instante infinitesimal entre un pasado todopoderosamente causal y un futuro absorbentemente importante. No tenemos presente. Nuestra conciencia está casi completamente preocupada por la memoria y la expectativa. No nos damos cuenta de que nunca hubo, hay ni habrá otra experiencia que la presente. Como resultado, hemos perdido el contacto con la realidad. Confundimos el mundo del que se habla, se describe y se mide con el mundo que realmente es”.

Por desgracia, nuestra sociedad nos educa para tener la vista puesta siempre en el futuro. Nos enseña a plantearnos metas, siempre más ambiciosas, de manera que ni siquiera nos deja tiempo para disfrutar de nuestros logros porque inmediatamente comenzamos a mirar más allá. Sumergidos en ese horizonte escurridizo, nos resulta imposible estar plenamente presentes para disfrutar el “aquí y ahora”.

Cuando nos centramos en alcanzar nuestras metas, nuestro mundo se reduce, es como si entráramos en un túnel que nos impide ver lo que hay fuera porque pasamos gran parte del tiempo mirando a la luz/meta que se dibuja en el horizonte. De esa manera olvidamos vivir el presente, nuestra mente siempre está en otra parte que se nos antoja más importante y urgente que el aquí y ahora. Como resultado, no es extraño que terminemos desconectados de nuestra realidad, comportándonos de manera desadaptativa, lo cual termina causándonos más problemas de los que resuelve.

Watts explica que “ese es el dilema humano: pagamos un precio por cada aumento de conciencia. Al recordar el pasado podemos planificar el futuro. Pero la capacidad de planificar para el futuro se ve contrarrestada por la ‘capacidad’ de temer al dolor y a lo desconocido. Además, el desarrollo de un sentido del pasado y del futuro nos da un vago sentido del presente. En otras palabras, parece que llegamos a un punto en el que las ventajas de ser conscientes se ven superadas por sus desventajas, en el que la sensibilidad extrema nos vuelve inadaptados”.

Ser, la clave para vivir el presente sin pensar en el futuro obsesivamente

La mayoría de las personas no se plantean metas más ambiciosas simplemente para crecer, ampliar su zona de confort y ponerse a prueba, sino que se identifican con sus logros y los usan como una “tarjeta de presentación” para justificar su existencia.

La sociedad del rendimiento nos “obliga”, de cierta forma, a excusar nuestra existencia mostrando los resultados que hemos alcanzado. No valemos por lo que somos, valemos por lo que logramos. Esa mentalidad nos empuja a mirar al futuro continuamente, olvidándonos del presente. Nos empuja a hacer y planear, haciendo que nos olvidemos de ser y estar.

Para escapar de esa mentalidad, Watts explica que debemos comprender que “el sentido de la vida es simplemente estar vivo. Es muy claro, obvio y simple. Sin embargo, todo el mundo corre presa del pánico como si fuera necesario alcanzar algo más allá de sí mismos”. Necesitamos ser conscientes de que “solo tenemos el ahora. No viene de ninguna parte ni va a ninguna parte. No es permanente, sino impermanente”, y eso significa que para aprovecharlo tenemos que aprender a vivir el presente imbuyéndonos en la experiencia actual.

No obstante, es importante tener en cuenta que “existen dos maneras de entender una experiencia. La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así etiquetarla y definirla. Eso significa interpretarla de acuerdo con los recuerdos y el pasado. La segunda es ser consciente de lo que sucede tal como es, como cuando, imbuidos en una alegría intensa, olvidamos el pasado y el futuro, dejamos que el presente lo llene todo, y así ni siquiera nos detenemos a pensar: ‘soy feliz’”.

Por tanto, para vivir el presente sin pensar en el futuro continuamente, debemos aprender a ser y estar. El secreto radica en comprometernos con el aquí y ahora, siendo conscientes de que esa constelación de instantes fugaces es todo lo que tenemos para disfrutar de la vida.