30 septiembre 2019

7 FORMAS EN LAS QUE EL SILENCIO PUEDE CAMBIAR TU VIDA


Psicología desarrollo personal                                                                               
7 FORMAS EN LAS QUE EL SILENCIO PUEDE CAMBIAR TU VIDA
El ruido puede convertirse en una música de fondo que nos acompaña a lo largo de nuestra rutina cotidiana. Sin embargo, se ha demostrado que el ruido activa nuestro sistema nervioso e incrementa el nivel de estrés. De hecho, varios estudios realizados cerca de grandes aeropuertos europeos han desvelado que los niños que viven cerca de estas zonas tienen mayores niveles de tensión arterial. En el caso de los adultos el problema es aún mayor ya que existe una mayor incidencia de enfermedades cardíacas e hipertensión.
Estos resultados no deben sorprendernos ya que el ruido puede aumentar los niveles de cortisol, y cuando estos se mantienen elevados a lo largo del tiempo terminan provocando desequilibrios en el sistema inmunitario y en el metabolismo. De hecho, si haces la prueba, te darás cuenta de que al pasar de un sitio con mucho ruido a un lugar silencioso, tu cuerpo se relaja automáticamente, es como si la tensión te abandonara.
Desgraciadamente, muy pocas personas son conscientes de la importancia del silencio en nuestras vidas. Sin embargo, abrazar el silencio puede provocar cambios muy positivos.
1. el silencio Te ayuda a conectar con tu “yo” más profundo. Sentarnos en silencio, simplemente para disfrutar de la quietud, nos permite conectar con nuestro “yo” más profundo. Ese estado de calma nos invita a mirar dentro de nosotros, por lo que terminaremos descubriendo cosas nuevas. De hecho, el silencio nos enseña a estar cómodos con nosotros mismos, a sentirnos a gusto sin hacer nada, disfrutando de nuestra compañía. Algo que muy pocas personas saben hacer.
2. el silencio Te permite estar más atentos a los detalles. Estar tranquilos y en silencio nos ayuda a desarrollar la atención y la concentración. De hecho, nos permite mantenernos atentos a los pequeños detalles, abriendo considerablemente nuestra percepción del mundo. Cuando estamos en un entorno ruidoso, nuestros sentidos simplemente se restringen, pero cuando comenzamos a abrazar el silencio nuestra percepción se amplía.
3. el silencio Te enseña a desarrollar la gratitud. La tranquilidad nos ayuda a ver la vida desde perspectivas diferentes. Cuando estamos a solas con nuestros pensamientos, con total tranquilidad, podemos comenzar a vislumbrar las mil y una razones por las cuales podemos sentirnos agradecidos. El simple hecho de estar ahí ya es una buena razón para sentirse agradecidos.
4. el silencio Te motiva a abrazar la simplicidad. Cuando estamos en silencio, apreciamos detalles que no habíamos notado. En esos momentos nos damos cuenta de que para ser felices y tener una vida plena no necesitamos mucho, basta aprender a disfrutar de lo que tenemos ahora mismo. El silencio, ese estar a solas contigo mismo, te enseñará el valor de la simplicidad para tu vida.
5. el silencio Te permite saber qué deseas. La vertiginosidad de la vida cotidiana a menudo no solo hace que mantengamos relaciones frágiles y superficiales con los demás sino incluso con nosotros mismos. Cuando estamos sumidos en el ruido no tenemos tiempo para preguntarnos qué deseamos realmente. Al contrario, el silencio estimula la introspección y nos hace preguntarnos qué queremos y hacia dónde nos dirigimos.
6. el silencio Te ayuda a relajarte. Las primeras veces que te sientes en silencio, sin hacer nada, te resultará muy extraño y probablemente no dures más de cinco minutos. Esto se debe a que estás demasiado acostumbrado al exceso de estímulos. Sin embargo, si perseveras, notarás cómo el silencio te ayuda a relajarte, no solo a nivel mental sino también físico. 
7. el silencio Te da una lección de coraje. Muchas personas piensan que el coraje consiste en enfrentar los miedos, pero en realidad la valentía consiste en enfrentar nuestros propios temores. Cuando estás en silencio a solas descubres esos miedos que están dentro de ti y que normalmente oculta el ruido. Entonces te darás cuenta de que muchos de ellos son infundados, y crecerás como persona.

25 septiembre 2019

LA RESISTENCIA AL CAMBIO

psicología desarrollo personal 
LA RESISTENCIA AL CAMBIO?
Algunos lo llaman cambio, otros progreso e incluso hay quienes le llaman adaptación. Algunas personas desarrollan prácticamente una fobia al cambio mientras que otras son casi adictas a la novedad que estos implican. Las primeras prefieren la regularidad, la previsibilidad y las cosas a la antigua. Los adictos a los cambios aman la novedad, lo diferente y la incertidumbre.
En cualquier caso, la vida en sí misma es un cambio. Ya lo había dicho Schopenhauer: «El cambio es la única cosa inmutable». Por eso, es fundamental desarrollar un nivel de tolerancia al cambio que nos permita lidiar con las transformaciones sin que estas afecten demasiado nuestro equilibrio psicológico.
¿Qué es la resistencia al cambio individual?
El concepto de resistencia al cambio en las organizaciones es muy conocido, pero la resistencia al cambio personal es una idea menos popular, si bien no deja de ser muy importante.
En Psicología el concepto de resistencia al cambio se refiere a las personas que experimentan una angustia emocional provocada por la perspectiva de una transformación o por el cambio que se está produciendo.
Durante los primeros años de la Psicología, la resistencia al cambio individual se analizaba simplemente como un problema de motivación. Por tanto, se pensaba que, para eliminar esa resistencia, bastaba conseguir que la persona se motivara. 
Sin embargo, ahora sabemos que cuando alguien se resiste al cambio es porque existen diferentes áreas problemáticas, ya sea debido a características de personalidad, su historia de vida o su situación actual. Desde esta perspectiva, la resistencia al cambio personal es una increíble oportunidad para bucear en nuestro interior.
De hecho, podemos sentirnos motivados por el cambio, pero si algo nos retiene, como el miedo, la motivación no será suficiente para vencer la resistencia. Por eso un cambio siempre es una oportunidad de autodescubrimiento.
El ciclo de la resistencia al cambio personal
Kubler-Ross propuso un ciclo emocional que las personas siguen en los casos de duelo pero que se aplica perfectamente a cualquier otro tipo de cambio en la vida que nos neguemos a aceptar.

Fuentes:
Oreg, S. (2003). Resistance to change: Developing an individual differences measure. Journal of Applied Psychology, 88(4), 680-693.                                              

22 septiembre 2019

CUANDO CREEMOS QUE UNA PERSONA NOS HA AGRAVIADO A PROPÓSITO, EL DOLOR DUELE MÁS


psicología desarrollo personal                                                
CUANDO CREEMOS QUE UNA PERSONA NOS HA AGRAVIADO A PROPÓSITO, EL DOLOR DUELE MÁS El dolor no es una experiencia objetiva – o al menos no tan objetiva como pensamos. Existen muchísimos factores psicológicos que pueden amplificar o reducir el dolor. El simple hecho de que una persona amada nos tome la mano, por ejemplo, puede aminorar nuestra percepción del dolor.
No es un secreto que nuestros estados mentales pueden alterar la experiencia del dolor. Si logramos relajarnos, el dolor se aliviará, pero si nos enfadamos las punzadas serán más intensas. Sin embargo, ahora psicólogos de la Universidad de Harvard han descubierto que nuestra percepción de las intenciones de los demás también puede influir en la intensidad del dolor. O sea, si creemos que una persona nos hizo daño a propósito, sentiremos más dolor.
Si creemos que alguien nos lastimó a propósito, el dolor será mayor
Los investigadores reclutaron a 48 personas, a cada una de las cuales se les asignó un compañero que podía administrarles un tono audible o una descarga eléctrica. A algunos se les dijo que esa persona podía elegir si administrar la descarga eléctrica o el sonido, a otros se les dijo que no tenía elección.
A pesar de que el voltaje de la descarga eléctrica era idéntico en los dos grupos, aquellos que pensaban que su compañero les estaba administrando las descargas intencionalmente, calificaron la experiencia como significativamente más dolorosa. Curiosamente, quienes creían que las descargas no dependían de la voluntad del compañero, se fueron acostumbrando a las mismas, calificándolas paulatinamente como menos dolorosas.
Estos resultados indican que nuestra experiencia del dolor, y probablemente también el sufrimiento que experimentamos como resultado, también dependen de si creemos que alguien nos causó ese dolor con toda intención. El dolor intencional no solo se experimenta con mayor intensidad sino que se mantiene estable, mientras que podemos llegar a acostumbrarnos al dolor involuntario, disminuyendo la molestia que este genera.
El daño involuntario no se repite, el daño intencional sí
Los psicólogos creen que esa diferencia podría deberse a un mecanismo evolutivo destinado a garantizar nuestra supervivencia. Cuanto más nos duele algo, más probabilidades existen de que nos demos cuenta y hagamos todo lo posible por buscar su causa y erradicarla.
Si se trata de un daño accidental, lo más probable es que ocurra sola una vez, y no tendremos necesidad de hacer nada más al respecto. Si una persona nos ha pinchado por error, es probable que no vuelva a pasar.
Sin embargo, si se trata de un daño intencional, es probable que vuelva a ocurrir, de manera que nuestro cerebro debe tomar nota para hacer algo al respecto lo antes posible. Para asegurarse de que vamos a reaccionar, no solo aumenta nuestro umbral de percepción del dolor, sino que lo mantiene porque esta es una señal de amenaza para nuestra supervivencia.
¿Los daños emocionales siguen ese mismo patrón?
La manera en que experimentamos el dolor y los eventos negativos de la vida está condicionada por múltiples factores. Si creemos que una persona nos ha lastimado intencionalmente, nuestro sufrimiento emocional será mayor porque a la herida se le sumará la sensación de haber sido engañados o traicionados.
Fuente:
Gray, K. & Wegner, D. M. (2008) The Sting of Intentional Pain. Psychological Science; 19 (12): 1260-1262.

17 septiembre 2019

EL SONIDO DEL SILENCIO: UN MARAVILLOSO LIBRO ILUSTRADO PARA ESCUCHAR NUESTRA VOZ INTERIOR EN EL RUIDOSO MUNDO MODERNO


libros Psicología educativa
EL SONIDO DEL SILENCIO: UN MARAVILLOSO LIBRO ILUSTRADO PARA ESCUCHAR NUESTRA VOZ INTERIOR EN EL RUIDOSO MUNDO MODERNO
"Hay muchas cosas buenas que no podemos decir si nos vemos obligados a gritar", afirmó el filósofo estadounidense Henry David Thoreau. Un año antes había escrito en su diario: “Quiero oír el silencio de la noche, porque el silencio es algo positivo que merece ser escuchado”. 
Hoy, un siglo y medio después, nos encontramos inmersos en una sociedad que confunde los gritos con la autoridad y la voz con la esencia. Parece que hemos olvidado lo que Susan Sontag dijo hace medio siglo: "el silencio permanece, ineludiblemente, como una forma de comunicar", con su propio discurso.
Sin duda, existen muchos tipos de silencio, pero "el silencio fértil de la conciencia, pastoreando el alma", en palabras del sociólogo Paul Goodman, es el que más necesitamos porque solo este nos permite encontrar el necesario equilibrio para vivir.
Esa es precisamente la idea que inspiró a la escritora Katrina Goldsaito, con la ayuda de la ilustradora Julia Kuo, a realizar este maravilloso libro titulado "El sonido del silencio". Se trata de la historia de un niño llamado Yoshio, que descubre la belleza evasiva del silencio en medio del bullicio de la ciudad de Tokio.
Seguimos a Yoshio mientras sale de su casa una mañana lluviosa y se zambulle en la sinfonía de sonidos urbanos de la ciudad, las "gotas de agua golpeando su paraguas", las "botas pisando los charcos". El niño disfruta todos y cada uno de esos sonidos.
Sin embargo, mientras recorre este camino plagado de maravillas auditivas, de repente le cautiva un sonido precioso. Sin dudarlo, sigue esas notas hasta encontrar a una anciana que afina su koto.

La anciana tocó para el niño. ¡Las notas le hicieron cosquillas en los oídos a Yoshio! Cuando terminó, Yoshio reconoció: “¡Me encantan los sonidos, pero nunca había escuchado un sonido igual!"
La anciana se rió.
"¿Tienes un sonido favorito?”, le preguntó Yoshio.
"El sonido más hermoso", dijo la anciana, "es el sonido del silencio".
“¿El silencio? - preguntó Yoshio. Pero la anciana se limitó a dedicarle una sonrisa y volvió a su trabajo."
Asombrado por el críptico mensaje, el niño se puso en marcha decidido a encontrar el sonido del silencio.

Se encaminó al sitio más tranquilo que conocía, el bosque de bambú que se encontraba detrás de la escuela, pero incluso allí el silencio era interrumpido por el sonido de las cañas de bambú mecidas por el viento.

Mientras Yoshio regresaba a casa, siguió buscando el silencio, en la estación de tren, cuando se sentó a la mesa a comer con sus padres… Pensó que lo encontraría en el cuarto de baño, pero incluso allí sus dedos hacían ruido mientras jugueteaban con el agua.
Espero pacientemente hasta que cayó la noche, pero incluso en ese momento escuchaba el sonido distante de la radio de un vecino.

A la mañana siguiente, llegó a la escuela antes que los demás y se sentó a leer una historia, que lo absorbió por completo, transportándolo a ese lugar que había estado buscando infructuosamente durante el día anterior.
De repente, en medio de una página, lo oyó.
No había ruidos de pasos, ni gente parloteando, ni radios, ni cañas de bambú entrechocando, ni las notas del koto.
En ese breve instante, Yoshio ni siquiera podía oír el sonido de su propia respiración. Todo estaba dentro de él. Pacífico, como el jardín después de nevar, como las mantas rellenas de plumas que se secan al sol.
El silencio había estado allí todo el tiempo”.
En ese momento Yoshio comprendió algo que olvidamos con facilidad: el silencio no es la ausencia de sonido sino la presencia plena, la conciencia de escucha interior, una sintonía del oído con la mente y una orientación del espíritu hacia la calma interior.

16 septiembre 2019

UNA DESILUSIÓN NO ES MÁS QUE UNA SITUACIÓN QUE TE AYUDA A SALIR DEL LUGAR INCORRECTO


Desarrollo Personal
*UNA DESILUSIÓN NO ES MÁS QUE UNA SITUACIÓN QUE TE AYUDA A SALIR DEL LUGAR INCORRECTO
Antes o después, la desilusión tocará a tu puerta. Puede ser una desilusión de pareja. Una decepción en el trabajo. Un proyecto que no llegó a buen puerto. Algo que te hacía ilusión pero que no pudiste conseguir. La pérdida de algo o alguien importante para ti...
De hecho, ¿sabías que las personas que se sienten decepcionadas continuamente tienen un riesgo mayor de padecer problemas físicos y/o emocionales? Estas personas suelen tener más dolores de cabeza y dificultades gastrointestinales, así como estrés crónico y depresión.

La buena noticia es que la desilusión, como todo en la vida, tiene dos caras: puedes dejar que te suma en la tristeza más profunda o aprender la lección y seguir adelante. Tú decides.
La desilusión se alimenta de la brecha entre tus expectativas y la realidad 
La desilusión es una forma de tristeza, una sensación de pérdida que se produce como resultado de una brecha dolorosa entre tus expectativas y la realidad. Te decepcionas cuando tus esperanzas no encuentran respaldo en la realidad. De hecho, el filósofo Eric Hoffer dijo que "la decepción es una especie de bancarrota: la bancarrota de un alma que ha gastado demasiado en esperanza y expectativa". 
Si te preparas para obtener lo mejor y que todo marche sobre ruedas, los contratiempos que encontrarás a lo largo del camino te desmotivarán y decepcionarán. Cuando crees que “necesitas” tener algo para ser feliz o sentirte satisfecho, estás preparando el terreno para la desilusión. Cuando alimentas demasiadas expectativas, te estás preparando para una gran desilusión.
Por supuesto, no siempre podemos evitar la desilusión ya que nuestro cerebro está programado para anticiparse a los eventos y muchas veces esperamos lo mejor. Confiamos en que el proyecto que tanto nos ilusiona y en el que hemos invertido tanto tiempo y esfuerzo llegue a buen puerto. Confiamos en que los demás se comporten correctamente. Confiamos en que nuestra pareja nos apoye… 
Sin embargo, a veces las cosas se tuercen. Entonces sobreviene la decepción. No podemos evitarlo, pero podemos decidir cómo reaccionar. Aunque las desilusiones no son agradables, nos brindan una información muy valiosa sobre nosotros mismos, nuestras expectativas y las otras personas. Cada desilusión llega con una enseñanza, depende de nosotros aprovecharla. 
Obviamente, quedarse atascado en la decepción no es una buena idea. El evento ya ha sucedido. Es pasado. No puedes volver atrás para cambiarlo. Puedes reflexionar sobre lo ocurrido, y es conveniente que lo hagas para que saques alguna enseñanza, pero no puedes olvidar que estás mirando por un espejo retrovisor. Cuando conduces, de vez en cuando debes mirar por el espejo retrovisor, pero durante la mayor parte del trayecto debes mantener la vista al frente, en el futuro. Si miras demasiado hacia atrás, te expones a tener un accidente con consecuencias más graves. 
La desilusión también es una gran maestra de vida, simplemente te está diciendo que, por algún motivo, has terminado en el lugar erróneo. La desilusión te alerta de que estás viviendo una situación que no te agrada y, por tanto, debería convertirse en un agente de cambio, un motivo para reaccionar y salir de ese sitio donde no te sientes a gusto. En vez de lamentarte, deberías preguntarte por qué has terminado ahí y, sobre todo, qué puedes hacer para no regresar a ese lugar. 
Los 4 jinetes del apocalipsis de la desilusión 
1. ¿Qué? Creer que solo una cosa puede brindar felicidad 
La exposición constante a la publicidad transmite la idea de que solo podemos ser felices si tenemos determinadas cosas. De esta forma, podemos comenzar a supeditar nuestra felicidad al nivel adquisitivo. Sin darnos cuenta, dejamos que las cosas determinen cuán felices somos. Y cuando no logramos alcanzar lo que deseamos, nos sentimos desilusionados e infelices. 
Lo curioso es que obtener determinadas cosas no es garantía de felicidad. De hecho, a menudo cuando alcanzamos algunas cosas, nos damos cuenta de que no nos reportan la alegría y satisfacción que esperábamos. La satisfacción que nos brindan las cosas es muy efímera. Al contrario, las experiencias que disfrutamos nos reportan una felicidad más duradera. Por tanto, es una falacia pensar que solo podremos ser felices si alcanzamos determinadas cosas. 
2. ¿Quién? Creer que solo existe una persona que puede satisfacer nuestros deseos 
Las mayores desilusiones suelen provenir de nuestras relaciones interpersonales. Cuando esperamos que los demás se comporten de cierta manera y no lo hacen, nos sentimos decepcionados. El problema, obviamente, radica en nuestras expectativas. 
En muchos casos, somos víctima del “Efecto Halo”, según el cual, atribuímos arbitrariamente cualidades positivas o negativas a las personas de acuerdo con nuestras primeras impresiones. En práctica, hacemos inferencias a partir de características aisladas, sobre cómo se comportarán esas personas. Cuando esas expectativas no se cumplen, nos sentimos decepcionados. Cuando depositamos esperanzas en una persona y esta no las satisface, nos desilusionamos. 
No podemos escapar del efecto halo, pero podemos ser conscientes de su existencia. En vez de pensar: “debería interesarse por mí” y sentirnos mal si no sucede, deberíamos preguntarnos: “¿qué podemos hacer para que esa persona se interese por mí?”. En el fondo, se trata de asumir las riendas de la situación, siendo conscientes de que existe un margen para la decepción, en vez de limitarnos a alimentar expectativas. 
3. ¿Cuándo? Establecer un límite de tiempo para obtener lo que deseamos 
No solo albergamos expectativas sobre lo que queremos conseguir sino también sobre el lapso de tiempo en el que lo queremos obtener. Por desgracia, una sociedad que gira a una velocidad de vértigo, donde las necesidades se satisfacen rápidamente apenas aparecen, nos ha hecho pensar que debemos tenerlo todo, inmediatamente. Si no alcanzamos nuestras metas rápidamente, nos sentimos desilusionados, creemos que hemos fracasado. 
No nos damos cuenta de que muchas veces la vida no nos dice “No” sino tan solo “Espera”. Todos tenemos nuestro propio ritmo, compararnos con los demás es totalmente contraproducente. No debemos ponernos límites de tiempo demasiado cortos, sobre todo cuando nuestros sueños son muy ambiciosos. La vida no es una carrera de velocidad sino de resistencia. Por tanto, no te impongas límites de tiempo arbitrarios y poco realistas. Aprende a aplicar más el concepto de Wu-Wei. 
4. ¿Cómo? Hemos arreglado ideas sobre cómo se van a unir todas. 
Quizá la expectativa más difícil a la que debemos renunciar para evitar las desilusiones se refiere al cómo debemos hacer las cosas, cómo debemos sentir y pensar y cómo deben comportarse los demás. Es normal que cuando nos planteemos ciertas metas o nos involucremos en una relación, establezcamos una hoja de ruta. Esa hoja de ruta prevé cómo irá todo. 

La vida se encargará de hacernos saber que no podemos controlar todo. Si tienes esquemas muy bien elaborados y te aferras a ellos, tendrás más probabilidades de sentirte desilusionado. Existen diferentes caminos para alcanzar el mismo objetivo, tenemos que mantenernos abiertos a todas las posibilidades. Si la vida no funciona según tu guión, no significa que no puedas obtener lo que quieres, sino tan solo que debes cambiar la estrategia. 

De hecho, Abraham Maslow explicó que una de las características de las personas autorrealizadas es la habilidad para distinguir los medios de los fines. Estas personas son capaces de mantenerse enfocadas en sus objetivos, estando abiertas a diferentes medios para conseguirlos. La vida te cambia las reglas del juego continuamente, la clave está en saber adaptarse y aprovechar las oportunidades. 

15 septiembre 2019

 IGNORAR LAS MALAS NOTICIAS NO LAS HARÁ DESAPARECER


Psicología /desarrollo personal
 IGNORAR LAS MALAS NOTICIAS NO LAS HARÁ DESAPARECER

“No escondas la cabeza como el avestruz”, solemos decirle a quienes intentan escapar de los problemas evitándolos. A pesar de que no es cierto que los avestruces escondan la cabeza en la arena ante el peligro, este mito se ha fijado con tanta fuerza en el imaginario popular que incluso ha servido para bautizar un sesgo cognitivo que todos hemos sufrido alguna que otra vez: el Efecto Avestruz.
¿Qué es el Efecto Avestruz?
El Efecto Avestruz es un sesgo cognitivo que implica la tendencia a evitar toda aquella información negativa que catalogamos, de manera más o menos consciente, como “peligrosa”. Es un mecanismo de atención selectiva de la información mediante el cual evitamos aquella que tiene connotaciones negativas para nosotros. En práctica, sería ignorar las situaciones de riesgo o las señales de estas, pretendiendo que no existen.
El término fue acuñado por los investigadores Dan Galai y Orly Sade, quienes monitorearon los comportamientos de los inversores en bolsa y notaron que estos tendían a revisar más los indicadores económicos cuando la bolsa iba bien, pero cuando iba mal, monitoreaban menos los datos. También descubrieron que este fenómeno se agudiza cuando tomamos una decisión que encierra un elevado nivel de incertidumbre.
Obviamente, el Efecto Avestruz no se aplica solo a los inversores. Un estudio realizado en el Reino Unido reveló que solo el 10% de las personas a quienes les preocupan sus finanzas, las monitorean – y lo hacen solo una vez al mes. El 90% restante ni siquiera revisa sus cuentas, lo cual les impide tomar medidas para sanear su economía.
El Efecto Avestruz no se queda relegado al plano económico, sino que se extiende prácticamente a todas las esferas de nuestra vida cotidiana. Otro estudio realizado en la Universidad de Minnesota, por ejemplo, reveló que el 20% de las personas que se inscribieron a un programa para perder peso jamás se habían pesado, lo cual indica que evitaban las señales confirmatorias del problema.
Para comprender este fenómeno ni siquiera tenemos que recurrir a los estudios científicos, hay momentos difíciles en la vida en los que solo nos apetece meter la cabeza en un hueco bajo tierra para “desaparecer” y esperar a que todo se resuelva. Nos gusta imaginar que no está ocurriendo nada y que los problemas se solucionarán solos. Es una fantasía que, de cierta forma, nos calma y reconforta. Lo peor de todo es que en muchas ocasiones, no somos plenamente conscientes de que estamos escondiendo la cabeza en la arena.
¿Cuándo actuamos como el avestruz?
Existen diferentes situaciones que nos pueden llevar a ser víctimas del Efecto Avestruz:
1.      Cuando perdemos el rumbo. En ocasiones, cuando perdemos el rumbo en la vida, la desorientación y la incertidumbre pueden ser tan grandes que preferimos no saber en qué punto estamos. Evitamos reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta ahí y hacia donde debemos encaminar nuestros pasos. De esta manera cedemos el control de nuestra vida, dejamos las decisiones enteramente en manos de las circunstancias.
2.      Cuando tenemos que lidiar con situaciones negativas desagradables. Hay circunstancias que tienen un impacto emocional tan grande que llegamos a percibirlas como un peligro para nuestro «yo». En esos casos, suele ser tentador esconder la cabeza bajo tierra y fingir que no está pasando nada.
3.      Cuando no tenemos los recursos psicológicos para hacer frente a los problemas. A veces, hay situaciones que nos desbordan psicológicamente. Cuando no contamos con las herramientas psicológicas necesarias, no tenemos la suficiente confianza en nosotros mismos o no hemos desarrollado la resiliencia, preferimos ignorar el problema e imaginar que todo está bien.
¿Por qué preferimos ignorar algunos problemas en vez de afrontarlos?
Somos víctimas del Efecto Avestruz porque el problema que debemos afrontar representa una incongruencia con nuestras actitudes, expectativas y/o creencias. Dado que evitamos la disonancia cognitiva y preferimos mantener una imagen positiva de nosotros mismos, si ese problema nos obliga a replantearnos algunos de nuestros aspectos y nos lleva a reconocer que estábamos equivocados, podríamos preferir evitarlo.
Las personas que sufren el Efecto Avestruz reciben información relevante, pero deciden intencionalmente no evaluar sus implicaciones, rechazando esos datos. En otras palabras: evitamos o incluso negamos la información cuando esta nos obliga a confrontar e interiorizar decepciones que preferiríamos evitar.
En cualquier caso, el Efecto Avestruz es un mecanismo psicológico que activamos para intentar escapar de los sentimientos negativos asociados a ese problema o conflicto. Si ignoramos el problema y evitamos pensar en sus implicaciones, también evitaremos los sentimientos negativos que suele generar. Es una especie de escudo psicológico, aunque eso no significa que sea una estrategia adaptativa.
No por mucho evitar, desaparece el problema más temprano
Ignorar los problemas, pretender que no existen, no los solucionará. Al contrario, el Efecto Avestruz puede generar serias consecuencias en nuestra vida.
  • Tomar peores decisiones. Al no aceptar la existencia del problema, tampoco recopilaremos información activamente que nos permita sopesar todas las opciones y tomar la mejor decisión posible. Como resultado, es probable que las circunstancias decidan en nuestro lugar o que nos veamos obligados a decidir cuando estemos contra la espada y la pared. Y cuando estamos contra las cuerdas, es difícil tomar buenas decisiones.
  • Infelicidad permanente. Se dice que la ignorancia es felicidad, pero la ignorancia fingida no lo es. Ignorar es un acto consciente, lo cual significa que ese problema o conflicto, aunque pretendamos que no existe, sigue estando activo en alguna parte de nuestra mente, generando tensión, incertidumbre y, por supuesto, infelicidad.
  • Efecto bolo de nieve. Una de las consecuencias más nefastas del Efecto Avestruz es que puede convertirse en una bola de nieve que crece mientras rueda montaña abajo, arrastrando a su paso todo lo que encuentra. Una persona que no se somete a un examen médico importante porque teme que le den un mal resultado, a la larga estará empeorando su situación. Huir de los problemas generalmente solo sirve para agravarlos.
  • Imposibilidad de alcanzar las metas. Un estudio llevado a cabo en Finlandia reveló que las personas que se plantean ahorrar energía, pero no supervisan el consumo de electricidad de su hogar, no son capaces de actuar para reducir su consumo. Asimismo, una persona que ignore los conflictos en su relación no podrá determinar con precisión los problemas y, por ende, perderá oportunidades para solucionarlos mientras aún está a tiempo. Si ignoramos un problema, seremos incapaces de analizar objetivamente la situación en la que nos encontramos y, por ende, nos resultará mucho más difícil alcanzar nuestras metas. De hecho, la probabilidad de desviarnos de nuestros objetivos e involucrarnos en actividades irrelevantes aumenta.
¿Cómo evitar el Efecto Avestruz?
En “Vidas Paralelas”, Plutarco escribió: “El primer mensajero que dio la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes que éste le cortó la cabeza por sus dolores; y sin ningún hombre atreverse a llevar más información, y sin ninguna inteligencia del todo, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran”.
Ser conscientes de que esconder la cabeza para negar la realidad no es un mecanismo de afrontamiento adaptativo es el primer paso para evitar el Efecto Avestruz. Necesitamos comprender que, por más que intentemos esconder la realidad, esta no cambiará, simplemente porque no hay escondite lo suficientemente grande. La verdad no cambia según nuestra capacidad para gestionarla.  La única forma de eliminar los problemas es aceptarlos y superarlos.
En algunos casos, cuando estamos demasiado implicados emocionalmente y la situación nos atemoriza, puede ser conveniente pedir ayuda a un observador externo, una persona que pueda valorar la situación de manera más objetiva y nos indique si realmente estamos rehuyendo el problema. Luego necesitamos aplicar la aceptación radical. Solo cuando aceptamos lo que ocurre, estaremos listos para afrontar el problema.
No cabe duda de que sacar la cabeza del hueco puede ser aterrador, pero enfrentar los problemas nos permitirá restaurar la paz interior. Además, si aprovechamos esa experiencia «negativa», saldremos fortalecidos de ella y confiaremos mucho más en nuestra capacidad para resolver los problemas. Lo interesante es que mientras más dificultades afrontemos en la vida, menor será la tendencia a esconder la cabeza.
Fuentes:
Webb, T. L. et. Al. (2013) ‘The Ostrich Problem’: Motivated Avoidance or Rejection of Information About Goal Progress. Social and Persnality Psychology Compass;7(11): 794-807.

14 septiembre 2019

EL RIESGO DE NO PRIORIZAR TU BIENESTAR

Psicología desarrollo personal                                                                               
EL RIESGO DE NO PRIORIZAR TU BIENESTAR
Cada día tomamos decenas o cientos de decisiones. La mayoría son más o menos intrascendentes, como decidir qué desayunaremos o cómo nos vestiremos. Pero también hay decisiones que pueden dar un vuelco a nuestra vida, decisiones que pueden cambiar nuestro derrotero y que nos harán más o menos felices.
La manera de tomar decisiones varía de una persona a otra. Hay quienes son muy meticulosos y escriben una lista de pros y contras, sopesando en una balanza cada detalle. Otros se dejan llevar por sus corazonadas, decidiendo a golpe de Inteligencia Intuitiva.
Sin embargo, independientemente del método que usemos para tomar las decisiones, la psicóloga Christina Iglesia considera que existe una pregunta que siempre deberíamos plantearnos: ¿es bueno para mi equilibrio mental?
Abismo emocional: El riesgo de no priorizar tu bienestar
Todo lo que hacemos – y lo que no hacemos – tiene un impacto directo en nuestra salud mental. Cada decisión que tomamos – y que no tomamos – nos define. Cada día tenemos la oportunidad de tomar decisiones que pueden contribuir a nuestro bienestar emocional o, al contrario, desestabilizarlo.
Sin embargo, pocas veces somos conscientes del impacto de esas decisiones, pocas veces nos paramos a reflexionar sobre el nivel de estrés, felicidad, bienestar o frustración que generan las pequeñas y grandes decisiones que tomamos.
Al obviar nuestro bienestar, corremos el riesgo de ir tomando una serie de “malas” decisiones que tendrán un efecto acumulativo y que irán deteriorando nuestro equilibrio emocional, hasta hacerlo trizas. Como resultado, podemos caer en una espiral de decisiones autodestructivas que generen cada vez más estrés, frustración, ira o rencor.
Una decisión lleva a la otra, casi sin darnos cuenta, por inercia, mientras nos deslizamos – lenta pero inexorablemente – por un abismo que nos lleva a tocar fondo emocionalmente, sin saber muy bien cómo hemos llegado hasta ahí.
¿Por qué no solemos priorizar nuestro bienestar psicológico? Existen diferentes razones:
1. Porque no nos han enseñado a priorizar nuestro equilibrio emocional. Porque nos han transmitido el mensaje – completamente erróneo – de que pensar en nosotros es una actitud egoísta.
2. Porque no nos preocupamos lo suficiente por nuestro bienestar psicológico. Quizá porque damos por sentado – equivocadamente – que nuestro equilibrio emocional es a prueba de balas y no se puede romper.
3. Por la fuerza de la costumbre, porque nos han enseñado que existen otros factores más importantes a considerar, como el dinero o el deber.
Cuando las prioridades están claras, las decisiones son sencillas
Dar un papel protagónico a nuestra salud mental en la lista de pros y contras a la hora de tomar una decisión nos facilitará enormemente ese proceso. Nos evitará decir “sí” solo porque nos sentimos culpables o porque creemos que “debemos” hacerlo, cuando en realidad esa decisión nos hace sentir mal, es incompatible con nuestras necesidades y desencadena una tensión emocional completamente innecesaria.
Preguntarnos si lo que estamos a punto de hacer puede mejorar nuestra salud psicológica es una especie de brújula que nos sirve de guía para tomar desde las pequeñas decisiones cotidianas hasta aquellas más grandes y complejas. ¿Ese nuevo proyecto de trabajo es bueno para mi equilibrio psicológico? ¿Esta relación es buena para mi salud mental? ¿Discutir para tener razón es bueno para mi paz interior?  
Tenemos derecho a considerar nuestro equilibrio emocional antes de tomar cualquier tipo de decisión. De hecho, es conveniente que nos tomemos el tiempo necesario para cuestionarnos todos nuestros hábitos cotidianos, para peguntarnos cómo inciden en nuestra salud psicológica. Así descubriremos aquellos comportamientos que son beneficiosos y los que deberíamos cambiar. ¿Qué actividades potencian nuestro bienestar emocional? ¿Qué nos hace sentir llenos de energía y felices? ¿Qué nos hace sentir tranquilos y relajados?
Esa simple pregunta puede marcar un antes y un después en nuestra vida porque nos ayudará a prevenir el agotamiento psicológico, a evitar todas esas cosas que nos están drenando emocionalmente y nos permitirá colocar en su lugar hábitos más saludables que nos hagan sentir más plenos.
Por supuesto, no se trata de caer en el hedonismo extremo. Habrá momentos en los que tengamos que tomar decisiones difíciles que generen tensión. A veces, para lograr grandes metas, o simplemente para ayudar a quienes lo necesitan, debemos sacrificar un poco de paz y serenidad. Sin embargo, esas decisiones no se deben tomar a la ligera, movidos por automatismos, sino que deben ser decisiones conscientes.
En ese caso, debemos preguntarnos ¿cuánto bienestar psicológico estamos dispuestos a sacrificar? Sin perder de vista que poner en el centro nuestra salud mental y darle la importancia que merece, significa cuidarnos y protegernos. Porque, aunque no seamos frágiles emocionalmente, a golpe de concesiones y postergaciones, nuestra salud psicológica terminará resintiéndose.
Recuerda que «no somos el producto de nuestras circunstancias, somos el producto de nuestras decisiones «, como escribiera Steven Covey.

10 septiembre 2019

Terapia del perdón: Quien no perdona a tiempo, sufre a destiempo


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Terapia del perdón: Quien no perdona a tiempo, sufre a destiempo

Hace muchos años, unos soldados fueron hechos prisioneros por las tropas enemigas. Los soldados pasaron años en una celda minúscula, donde apenas tenían espacio para caminar. Durante esos años, se hicieron grandes amigos, hablaban a menudo de sus familias y se apoyaban mutuamente para sobrevivir. 

Cada cierto tiempo, uno de los guardias los sacaba de la celda y llevaba a una sala de interrogatorios, en la cual a veces recurrían a métodos poco convencionales, para intentar que revelaran información relevante sobre su ejército.

Los soldados jamás confesaron, pero pasaron años infernales, sufriendo burlas y humillaciones, además de todo tipo de carencias. Aquel guardia se había convertido en su peor pesadilla.

Un buen día, la guerra entre ambos países terminó y fueron liberados. Los dos soldados se dieron un gran abrazo de despedida y cada quien tomó su rumbo.

Al cabo de diez años, los soldados volvieron a encontrarse. A uno se le veía visiblemente recuperado, casi feliz. Los dos hombres se pusieron al corriente de sus vidas. 

Sin embargo, no pudieron evitar rememorar los años que habían pasado juntos en cautividad. Uno de ellos preguntó:

– ¿Has perdonado a aquel guardia?

– Sí, me ha costado, pero finalmente he logrado pasar página – respondió el antiguo soldado que se veía más feliz.

– Yo no he podido, sigo guardándole rencor. ¡Lo odiaré mientras viva!

– Entonces aún te tiene prisionero – se limitó a responder con tristeza su compañero.

Esta historia refleja a la perfección a quién hace más daño el odio y rencor. Y nos muestra cómo perdonar nos libera.

La ira y el rencor se vuelven contra quien los siente

Perdón. Esta palabra tan corta encierra todos nuestros ángeles y demonios interiores. Por desgracia, su uso a través de los siglos ha dado pie a mal interpretaciones de su significado, hasta el punto que muchas personas ni siquiera quieren oír hablar de su existencia.

Quienes no quieren aprender a perdonar reaccionan con indignación, rechazo e ira ante la simple idea del perdón. Por supuesto, no se puede obligar a nadie a perdonar. Pero anclarse en la ira, el resentimiento y la rabia no es un “castigo” para quien nos hizo daño sino para nosotros mismos. Buda dijo: “Aferrarse a la ira es como aferrarse a una brasa candente con la intención de tirársela a otro; pero eres tú quien se quema”.

Un metaanálisis de 25 estudios realizado en el University College de Londres desveló que existe una fuerte correlación entre la ira y la hostilidad mantenidas a lo largo del tiempo y el riesgo de sufrir ataques cardíacos. Estas emociones también se han asociado a otros problemas de salud, como el cáncer.

No es extraño. Otro estudio llevado a cabo en la Universidad de California en el que se le dio seguimiento a 332 personas durante cinco semanas descubrió que el nivel de estrés era directamente proporcional a la cantidad de resentimiento e ira, mientras que este disminuía cuando las personas perdonaban.

Otro estudio realizado por esos mismos psicólogos con 148 personas halló que quienes acumulaban más estrés vital tenían una peor salud mental. Curiosamente, las personas que eran capaces de perdonar, aunque también vivieron experiencias difíciles, no tenían una mala salud mental. Esto significa que el perdón es capaz de borrar el impacto negativo del estrés y la angustia que generan algunos acontecimientos.

Perdonar no es excusar ni minimizar el acto negativo

Muchas personas entienden el perdón como un acto a través del cual se excusa o minimiza el suceso perjudicial. Algunas incluso piensan que significa olvidar lo que nos han hecho. Nada más lejos de la realidad.

Perdonar significa exclusivamente recordar la ofensa desde un nuevo punto de vista que no despierte sentimientos tan negativos, liberando en nuestra mente al agredido y permitiendo que el daño no se perpetúe dentro de nosotros. Perdonar no es un acto de liberación para quien cometió el mal sino para la persona que lo sufrió.

De hecho, para perdonar ni siquiera es necesario «reconciliarse» con la persona que nos ha infringido el daño. No se trata de convertirnos en su amigo. El perdón es un acto íntimo que nos permite recuperar el control sobre nuestra vida y el bienestar que habíamos perdido porque éramos víctima de esas emociones negativas.

Las 6 reglas de la terapia del perdón

1.      Perdonar no equivale a olvidar. Perdonar no significa olvidar lo ocurrido. Una persona que ha sido víctima del maltrato, que ha sido abandonada o a quien le han causado grandes daños, no olvidará lo ocurrido y tampoco necesita hacerlo porque puede utilizar esas experiencias como “combustible” para construir la resiliencia.

2.      Perdonar no es minimizar la experiencia. Perdonar no significa decir “Lo que ha ocurrido está bien, no fue tan malo después de todo”. De hecho, para perdonar es necesario asumir que lo que ha ocurrido ha sido terrible y nos ha dejado cicatrices. Pero también significa dejar que esas cicatrices se curen en vez de echar sal continuamente sobre la herida.

3.      Perdonar no es signo de debilidad. Perdonar no es señal de debilidad, ingenuidad o necedad, es un gran signo de inteligencia y madurez psicológica porque significa que, a pesar de todo, has decidido seguir adelante, no dejando que el pasado condicione tu futuro.

4.      Para perdonar no es necesario que el agresor se disculpe. Los agresores no siempre reconocen el daño que han causado, pero eso no es motivo para quedarnos atascados en el odio. Para perdonar no es necesario recibir una petición de disculpas ni un resarcimiento. El perdón es un acto interno que nos beneficia a nosotros mismos, no necesitamos que quien nos hizo daño se arrepienta.

5.      Perdonar es un proceso. El perdón no es todo o nada, blanco o negro. Es un proceso y, como todo proceso, puede tener retrocesos y altibajos. Es posible que de vez en cuando resurja la ira y quizá algunos daños no lograremos perdonarlos por completo, pero en una escala del 1 al 10, podemos acercarnos a un 7 o un 8, lo cual es suficiente para ciertos actos atroces.

6.      Perdonar es por tu salud y bienestar. Aferrarse a la ira y el resentimiento es tóxico para ti. Conduce a la depresión, el enfado crónico y la amargura. Perdonar no es un acto que haces por quien te hizo daño sino por tu propio bien. No perdonas al otro para hacerle un favor, sino para hacerte un favor a ti mismo.

Los 4 pasos de la terapia del perdón

Cuando no somos capaces de perdonar un hecho negativo que nos ha ocurrido, comenzamos a alimentar sentimientos de venganza, rabia y dolor emocional. A menudo se desencadena un proceso de victimización unido a pensamientos rumiativos respecto del suceso. La terapia del perdón intenta detener ese proceso nocivo.

1.      Expresar las emociones. Sea cual sea el daño que te han infringido, debes saber que es perfectamente comprensible y normal que te sientas mal. Puedes experimentar diferentes sentimientos, desde ira hasta tristeza o dolor. No es conveniente que intentes reprimir y esconder esos sentimientos, sino que los expreses. Lo que se reprime continúa afectándote desde el inconsciente, generando más sufrimiento e ira.

La técnica de la silla vacía es una excelente herramienta para sacar fuera todas esas emociones. Consiste en sentarte delante de una silla vacía e imaginar que la persona que te ha hecho daño está ahí. Dile todo lo que deseas, desde el daño que te ha causado y por qué hasta cómo te sientes por ello. Suele ser una técnica muy catártica y, si guardas mucho resentimiento, puedes aplicarla varias veces.

2.                 Comprender el por qué. El cerebro es un maniático del control, por lo que cuando nos hacen daño, siempre intentamos darle una explicación. El problema es que, en muchos casos, siguiendo nuestro razonamiento no lo entenderemos. A veces esa búsqueda de explicación puede convertirse en un proceso malsano que se vuelva en nuestra contra.

En muchos casos, simplemente debemos aceptar que no hay una explicación más allá del azar. Hay eventos terribles que ocurren porque estábamos en el momento incorrecto en el peor lugar posible. Aceptar esa explicación es el primer paso para lograr cerrar ese capítulo oscuro de nuestra vida.

3.                 Reconstruir la seguridad. Para perdonar es imprescindible tener una cantidad razonable de seguridad, lo cual significa saber que ese acto no volverá a ocurrir. Por supuesto, nunca podremos estar seguros al 100% pero si albergamos demasiado miedo, nos resultará imposible perdonar. En ocasiones reconstruir la seguridad no es un proceso que dependa de las condiciones externas sino de nosotros mismos, y depende de la reconstrucción de nuestra autoconfianza.

4.                 Dejar ir. Este suele ser el paso más difícil. Se trata de una decisión que se debe tomar conscientemente y que, de cierta forma, implica prometerse a sí mismos que no guardaremos rencor por lo ocurrido. Ese dejar ir significa también abandonar el papel de víctima y recuperar la fuerza. Para ello, es fundamental dejar ir la ira que siempre guardamos, impedir que ese enojo siga ejerciendo una influencia nociva en nuestra vida.

El perdón pleno implica aceptación y comprensión

Perdonar es un proceso complejo que demanda transformaciones profundas en las concepciones que tenemos sobre el suceso. Se trata de cambios importantes que afectan tanto el área cognitiva como afectiva.

De hecho, el perdón pleno, según Bob Enright, psicólogo de la Universidad de Wisconsin y uno de los primeros en investigar sobre el acto de perdonar, no significa simplemente pasar página y seguir adelante. Va mucho más allá porque implica ver a la persona que nos dañó como un ser multidimensional cuyas acciones estaban mal. La escritora Emma Goldman dijo «antes de que podamos perdonarnos los unos a los otros, tenemos que entendernos «.

El perdón pleno no solo ofrece tranquilidad emocional sino incluso comprensión hacia la persona que nos lastimó. Desde ese punto de vista, el suceso negativo deja de dolernos y podemos recuperar el equilibrio emocional que habíamos perdido antes de perdonar.

Fuentes:


03 septiembre 2019

ATAQUES DE PÁNICO O CRISIS DE ANGUSTIA: SUS SÍNTOMAS Y CAUSAS

Trastornos psicológicos
ATAQUES DE PÁNICO O CRISIS DE ANGUSTIA: SUS SÍNTOMAS Y CAUSAS

"No puedo respirar, siento que me estoy asfixiando. Percibo que estoy en peligro y tengo la necesidad urgente de escapar del sitio donde esté. Simplemente no puedo razonar ni controlarme." Este es el sentir de las personas que sufren crisis de angustia y aunque probablemente alguien que nunca haya sufrido un ataque de pánico no pueda llegar a percibir en toda su magnitud este trastorno, lo cierto es que las personas que lo padecen viven en una angustia permanente, a la expectativa de cuando será el próximo golpe e intentando evitar toda situación que pueda convertirse en un desencadenante para el ataque. Tanto es así que la mayoría termina por recluirse en la casa en el intento de escapar de estas sensaciones tan molestas.

La característica principal de una crisis de angustia es la aparición aislada y temporal de miedo o malestar intenso, que se acompaña de al menos cuatro de un total de los siguientes SÍNTOMAS:
1. Palpitaciones o aumento de la frecuencia cardíaca
2. Sudoración
3. Temblores
4. Sensación de ahogo o falta de aliento
5. Sensación de atragantarse
6. Opresión en el pecho
7. Náuseas o molestias abdominales
8. Mareos o desmayos
9. Sensación de irrealidad o de estar separado del propio cuerpo
10. Miedo a perder el control o a volverse loco
11. Miedo a morir
12. Sensaciones de entumecimiento u hormigueo
13. Escalofríos o sofocaciones
La crisis se inicia de forma brusca y alcanza su máxima expresión con rapidez (normalmente en diez minutos o menos). En estos momentos las personas experimentan un miedo intenso, sienten que están a punto de morir, sufrir un infarto, temen perder el control o "volverse locos". En consecuencia experimentan un deseo urgente de huir del lugar.
Al ir repitiéndose, estas crisis pueden presentar un menor componente de miedo, pero lo usual es que la persona comience a evitar los lugares y condiciones en las cuales se produjeron las crisis de manera que su rango de acción se reduce considerablemente. En algunas ocasiones el miedo que experimenta la persona a volver a vivenciar estas crisis llega a ser tan grande que esta tensión provoca una nueva crisis ante situaciones que no debían actuar como detonantes. Existen casos de personas que pierden el conocimiento, la capacidad de hablar durante días e incluso la posibilidad de moverse durante las horas que le siguen al ataque.
Sin embargo, todos los ataques no se presentan de la misma forma, así, existen tres tipos de crisis de angustia, que se diferencian por el modo de inicio y por la presencia o ausencia de desencadenantes ambientales:
- CRISIS DE ANGUSTIA INESPERADAS. El inicio de la crisis no se asocia a desencadenantes ambientales particulares, es decir, no existe ningún motivo aparente que actúe como detonador del ataque.
- CRISIS DE ANGUSTIA SITUACIONALES. La crisis aparece inmediatamente después de que la persona ha estado expuesta a un estímulo ambiental como pueden ser: ver una araña, una serpiente, entrar en una multitud... En ocasiones se desata incluso ante la anticipación del estímulo; es decir, ante la idea de que pueda aparecer la araña, la serpiente o un tumulto de personas. Estos episodios están más vinculados con las fobias sociales y específicas.
- CRISIS DE ANGUSTIA RELACIONADAS CON UNA SITUACIÓN DETERMINADA. Estos casos son más peculiares en tanto las crisis pueden aparecer como consecuencia de determinado estímulo ambiental pero no necesariamente después de que la persona ha estado expuesta ante el estímulo e incluso no siempre se desatan. Estos episodios normalmente son frecuentes en el trastorno de angustia aunque también pueden ser diagnosticados en personas con fobias específicas.
Terminemos este pequeño recorrido por las crisis de angustia con algunas pinceladas numéricas que nos permitirán analizar en su justa medida la incidencia de este trastorno:
- Se estima que alrededor del 15% de la población mundial ha sufrido una crisis de angustia o la sufrirá en algún momento de sus vidas.
- En los EUA los ataques de pánico han aumentado a una velocidad alarmante, entre los años 1980 y 1995 su incidencia en la población adulta norteamericana aumentó en un 150%.
- Después del derrumbe de las torres gemelas el 11% de la población madrileña (representa a 275 mil personas) vivieron crisis de angustia continuadas.

En síntesis, un trastorno que nos mantendrá ocupados en artículos posteriores donde intentaremos llegar a su verdadera esencia.

FUENTES:  Nardone, G. (2003). Más allá del miedo. Barcelona:
Editorial Paidós Ibérica.
Goodwin, R. D. (2003) The prevalence of panic attacks in the United States: 1980 to 1995. Journal of Clinical Epidemiology;56(9):914-6.
Pichot, P. et. Al. (2001) DSM-IV "Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales". Mason: Barcelona.