29 noviembre 2019

FÁBULA DEL TONTO


FÁBULA DEL TONTO
¿Quién es tonto y quién es listo? ¿Qué es ser inteligente? Binet, que creó el primer test para medir la inteligencia definió así esta capacidad humana: “inteligencia es lo que mide mi test”. Ya hace tiempo que se sabe que ser inteligente no es tener la capacidad de almacenar muchos conocimientos abstractos o de memorizar los textos más largos y complejos. Ya hace mucho que se descubrió que hay inteligencias múltiples, que la inteligencia puede desarrollarse, que depende del contexto y que tiene que ver con la forma de vida. ¿Es inteligente la persona que no sabe relacionarse, que vive desgraciadamente, que no sabe aceptarse a sí misma, aunque haya alcanzado el máximo nivel académico en la mejor Universidad del mundo?
Es inteligente aquella persona que sabe vivir dignamente y que es capaz de situarse de forma razonable en el mundo. Fracasa la inteligencia, dice José Antonio Marina en su preciso libro “La inteligencia fracasada”, cuando nos convertimos en seres desgraciados.
Repito: ¿quién es tonto y quién es inteligente? Una querida amiga me envía un aleccionador relato sobre la cuestión. Se titula “Fábula del tonto”. Dice así:
Se cuenta que en un lugar del interior un grupo de personas se divertían con el tonto del pueblo, un pobre infeliz de poca inteligencia que vivía haciendo pequeños recados y recibiendo limosnas.
Diariamente algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una grande de 50 céntimos y otra más pequeña, pero de 1 peso.
Él siempre tomaba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. Le dejaban llevarse la moneda de 50 céntimos mientras le miraban burlonamente.
Un día alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:
– Lo sé, señor, no soy tan tonto, vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el juego se acabará y no volveré a ganar mi moneda.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero de ella se pueden extraer varias conclusiones.
Quien parece tonto, no siempre lo es.
Los verdaderos tontos de esta historia son los que quieren aparecer como inteligentes.
Una ambición desmedida puede acabar cortando la fuente de ingresos.
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan buena opinión de nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensen los demás de nosotros sino lo que pensamos de nosotros mismos.
Y, sobre todo, el verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente.
Como decía, esta fábula es aleccionadora, como suelen serlo las fábulas. Y centra la atención en lo que es inteligencia y estupidez. Cuestión de gran interés que tendría que plantear casi obsesivamente la educación. ¿Cómo desarrollar la inteligencia? ¿Cómo no caer en la estupidez?
Quien se amarga la existencia de manera creciente y profunda, ¿es una persona inteligente? ¿Por qué consideramos inteligentes a las personas que escriben libros o saben muchas cosas, si no fuesen capaces de entender la vida, de comprender al prójimo y de aceptarse a sí mimas?
Hay quien se considera inteligente porque sabe engañar, porque sabe explotar a los otros, porque es capaz de vivir sin dar golpe, porque es capaz de hacer dinero fácilmente, porque se aprovecha de todo y de todos… Hay quien considera tonto a quien ayuda, a quien paga sus impuestos, a quien cumple las leyes, a quien respeta al prójimo, a quien trabaja, a quien se esfuerza… Cuando pensamos así, nos instalamos en una gran equivocación.
Se suele pensar que es inteligente el pícaro, el descarado, el aprovechado. Alguna vez he contado que un anciano que acudió a las oficinas del censo en la ciudad argentina de Santiago del Estero fue preguntado por el funcionario de turno:
– ¿Cuántos hijos tiene usted?
– Cinco, respondió.
– ¿Todos vivos?, inquirió el funcionario.
– No. Dos trabajan, contestó con plena convicción el anciano.
La contestación dejó meridianamente claro cuál era su visión de la inteligencia. Ser inteligente es vivir del cuento, ser inteligente es vivir sin dar golpe, ser inteligente es vivir a costa de los demás.
El fracaso de la inteligencia es la desgracia, es la infelicidad, es la maldad. El fin más importante de la educación debería ser enseñar a ser felices. “La inteligencia fracasa, dice Marina en el libro citado, cuando se equivoca en la elección de marco. El marco de superior jerarquía para el individuo es su felicidad. Es un fracaso de la inteligencia aquello que lo aparte o le impida conseguir la felicidad”.
Está visto que hay quien sitúa el marco en otras esferas: en el dinero, en el poder, en la fama, en el alcohol, en la droga. Está claro que no constituyen en sí mismos un verdadero y sostenible marco de felicidad.
Lo que digo para los individuos lo aplico también a las sociedades. ¿Cuándo nos comportamos de manera inteligente como ciudadanos y ciudadanas? Cuando contribuimos a crear y a mantener una comunidad justa, solidaria, compasiva y, en definitiva, feliz. Si cada vez fuésemos más prósperos y más infelices habría que pensar si no estaríamos instalados en la estupidez.
Vuelvo de nuevo al libro de Marina: “Son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad privada y pública, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia”.
Son enemigos de la inteligencia el pesimismo, la pereza, el fanatismo, el desamor, el odio, la injusticia, las diversas adicciones, la sumisión, la cobardía, el fatalismo, la rutina que conduce al conformismo… Esos poderosos enemigos acaban derrotando a la inteligencia.
Pero pienso que hemos de mantener el optimismo respecto a la capacidad (individual y colectiva) que tiene el ser humano de aprender, de mejorar, de construir una sociedad mejor. El optimismo es la gran condición que nos pone en el camino de la inteligencia.

28 noviembre 2019

FORMAS DE DISCUTIR CON UNA PERSONA ENFADADA SIN ENFADARSE


psicología/desarrollo personal                                                                                  
  FORMAS DE DISCUTIR CON UNA PERSONA ENFADADA SIN ENFADARSE
Discutir con una persona enfadada no es sencillo. Para esa persona no hay términos medios. Todo es malo, negativo, frustrante… Y no es difícil que termine contagiándonos esa desdicha y amargura.
Por desgracia, no siempre es posible lograr que esa persona vea el lado más positivo y brillante de la vida, por lo que a veces no nos queda más remedio que blindarnos contra la amargura.
¿Cómo surge la amargura?
Nadie nace siendo una persona amargada y resentida. La amargura es algo que se va desarrollando con el tiempo. Como apuntara Franz Kafka: “El gesto de amargura del hombre es, con frecuencia, sólo el petrificado azoramiento de un niño”.
La amargura es un sentimiento difícil de definir ya que encierra diferentes emociones. El resentimiento, la ira y la tristeza juegan un papel protagónico, pero también hay una pizca de decepción y frustración.
De hecho, la gente amargada suele haber pasado por varias decepciones a lo largo de su vida. El problema es que no ha sido capaz de pasar página, se ha quedado estancada en esas situaciones, regurgitando lo que le ha sucedido, reviviendo los hechos una y otra vez. Eso le genera esa profunda frustración interior, aderezada por el hecho de que le resulta imposible volver atrás para tomar otras decisiones. 
La persona amargada se ha quedado anclada a un pasado que no puede cambiar, y eso le frustra. A lo cual se le suma que ha elegido – de manera más o menos consciente – ver a través de un prisma negativo lo ocurrido, sacando conclusiones generalizadoras que reafirman su visión pesimista del mundo, la vida y los demás.
El amargado siente que ha perdido el control de su vida, ha caído en un estado de indefensión aprendida marcado por un entumecimiento emocional en el que prácticamente solo hay espacio para las emociones negativas. Esta persona ha asumido el papel de víctima, ha puesto fuera de sí el locus de control asumiendo una actitud derrotista. Como dijera Paul Watzlawick: “Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende”.
El impacto emocional que implica lidiar con una persona amargada
A menudo las personas amargas se relacionan desde una postura culpable y poco empática. En sus relaciones personales pueden caer en la tentación de culpar a los demás cuando las cosas van mal o no fluyen como esperaban.
Debido a su locus de control externo, sienten un impulso a buscar culpables fuera de sí, por lo que en ese momento su empatía se “apaga”. Estas personas están tan saturadas por sus sentimientos negativos que no tienen la mente lo suficientemente clara como para practicar el respeto mutuo y percibir los sentimientos y necesidades de los demás. 
Por eso, quienes tienen que relacionarse con personas amargadas pueden sentir que es imposible razonar con ellas, siempre terminan sintiendo que nada de lo que hacen es lo suficientemente bueno o se ven arrastradas a una serie de conflictos interpersonales o a la visión pesimista del mundo. A la larga, esa situación puede llegar a ser desgastante emocionalmente.
Las claves para lidiar con la gente amargada y resentida
  • Asumir que no es nada personal. Las personas frustradas y amargadas suelen tener relaciones interpersonales conflictivas con los demás, no solo con nosotros. Eso significa que, en la mayoría de los casos, no tiene nada en nuestra contra, se trata tan solo de su manera habitual de relacionarse. Comprender que no se trata de un asunto personal nos ayudará a mantener nuestras emociones bajo control y asumir la necesaria distancia psicológica para lidiar mejor con esa dosis de amargura y frustración.
  • Comprender qué les sucede. La empatía une. Las personas amargadas y frustradas, aunque pueden ser difíciles de tratar, no son malas, tan solo llevan una pesada carga emocional sobre sus espaldas de la cual no han sabido deshacerse. Se trata de personas que, aunque no suelen reconocerlo, llevan una carga abrumadora de desilusión, ira y tristeza que a menudo las esclaviza. Generalmente no saben cómo gestionar asertivamente sus emociones, por lo que necesitan ayuda. Por eso, una dosis de empatía, paciencia, amabilidad y compasión puede ser el antídoto perfecto. Debemos recordar que las personas felices son aquellas que se sienten amadas, respetadas y validadas, y que normalmente no suelen molestar ni maltratar a los demás.
  • Detectar los activadores de la amargura. Por suerte, las personas amargadas no suelen expresar su resentimiento constantemente. Lo habitual es que tengan algunos puntos sensibles que activan la amargura. Es en ese momento cuando se vuelven extremadamente pesimistas o desarrollan comportamientos pasivo-agresivos. Conocer cuáles son los activadores de la amargura nos permitirá, por una parte, evitarlos y, por otra, saber que cuando se activan esas personas serán más conflictivas, por lo que en esos momentos es mejor cambiar de argumento o dejarles a solas para que reflexionen.
  • Detener los comportamiento pasivo-agresivos. La gente amargada no suele comportarse de manera abiertamente hostil, sino que enmascara esa ira bajo una actitud pasivo-agresiva. Es importante saber detectar esos comportamientos y ponerles freno porque pueden llegar a ser muy dañinos. Dirigir el dedo acusatorio hacia los demás para que carguen con culpas que no le corresponden, lanzar indirectas o jugar con los silencios son algunas de las estrategias pasivo-agresivas más comunes en cuyas redes no debemos caer. Ser empáticos con una persona y comprender de dónde proviene su amargura no significa participar gustosamente en su juego.
En cualquier caso, debemos recordar que amargarnos y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos a la negatividad e intentar solucionar nuestros problemas. Es más fácil ser desagradable que positivo, pero sin duda también es muchísimo más dañino para nosotros mismos y quienes nos rodean.

26 noviembre 2019

LEYES QUE GOBIERNAN NUESTRAS EMOCIONES


 PSICOLOGÍA / desarrollo personal
LEYES QUE GOBIERNAN NUESTRAS EMOCIONES
Las emociones han sido las cenicientas de la Ciencia Psicológica por muchos años. El camino andado por la Psicología en relación con los procesos cognoscitivos es muy largo y amplio pero las emociones siempre han sido relegadas a un segundo plano en tanto su estudio muchas veces nos conduce a los vericuetos de la subjetividad más profunda. No obstante, en la actualidad su estudio está cobrando nuevos auges. Tanto es así que uno de sus principales investigadores, Fridja, nos proponen también algunas leyes para comprender nuestras emociones cotidianas.
1. Ley del significado situacional. Esta ley nos indica que las emociones derivan de las situaciones que vivimos, pero va un paso más allá para afirmar que generalmente las situaciones similares generarán respuestas emocionales muy parecidas. Es decir, las cosas que nos enfadan, probablemente nos continuarán enfadando durante mucho tiempo; si tememos a los insectos probablemente nos continuaremos asustando ante los mismos… aunque variemos la intensidad de la respuesta emocional, existe una gran posibilidad de que idénticas situaciones despierten siempre la misma emoción.
2. Ley de la preocupación. Nosotros sentimos porque nos preocupamos, porque mostramos cierto interés hacia algo o alguien. Las emociones se despiertan porque algo nos resulta particularmente significativo y halla un eco en nuestro sistema de valores.
3. Ley de la realidad aparente. Todo lo que a nosotros nos parezca real, despertará respuestas emocionales reales. En otras palabras, la forma en la cual interpretamos las más diversas situaciones determinará nuestra emocionalidad. Esta es la razón por la cual los filmes o los libros de mala calidad no despiertan nuestras emociones, porque los asumimos como hechos irreales mientras que un buen libro o un excelente filme nos hace vivenciar la ficción cual si fuese un hecho real en el cual nos involucramos emocionalmente.
4. Ley de la habituación. Nuestra respuesta emocional decrece cuando nos vamos acostumbrando a los eventos, es como si desarrollaramos cierto umbral de sensibilidad que aumenta con la repetición. Tal es el caso del personal médico que se acostumbra a la muerte.
5. Ley del cambio. Al contrario de la ley de la habituación, esta ley hace referencia a que, cuando vivenciamos un cambio, respondemos de manera altamente emociógena ante el mismo.
6. Ley de las emociones comparadas. A lo largo de la vida desarrollamos un marco de referencia emocional con el cual, muchas veces de manera inconsciente, comparamos nuestras respuestas emocionales y la intensidad de estas. De esta forma controlamos la intensidad emocional y no mostramos un overreacted.
7. Ley de la asimetría hedónica. Aunque según la ley de la habituación la recurrencia debe minimizar el impacto emocional de los hechos; hay algunas circunstancias que se escapan a esta regla. Así, hay cosas a las cuales no nos acostumbramos y cada vez que nos debemos enfrentar a las mismas activamos una emoción igualmente fuerte. Sin embargo, estos hechos suelen tener implicaciones negativas como puede ser la pérdida de un ser querido o la pérdida del trabajo mientras que aquellos hechos que despiertan emociones positivas son más influenciados por el hábito, observándose respuestas cada vez más pobres ante los mismos. En resumen: tenemos una tendencia a acostumbramos a los hechos felices, pero ante el dolor nos mostramos igualmente emocionales.
8. Ley de conservación de los momentos emocionales. Los eventos mantienen su poder emocional a través de los años si no los revaloramos nuevamente a la luz de las nuevas experiencias. Así, a menos que reflexionemos sobre la verdadera importancia de haber desaprobado un antiguo examen, éste seguirá acechándonos desde nuestra memoria para activarse en cualquier momento como un recuerdo vergonzoso o doloroso.
9. Ley del cierre. Tendemos a responder de forma absoluta ante nuestras emociones y éstas nos guían a un camino u otro totalmente antagónico. En otras palabras, cuando estamos tomados emocionalmente vemos las cosas en blanco y negro por lo cual nuestros comportamientos o posibles decisiones no tendrán matices. De ahí que el conocimiento popular aconseje tomar las decisiones cuando pase la borrasca emocional.
10. Ley del cuidado y las consecuencias. Las personas normalmente tienen la posibilidad de reconsiderar sus emociones y modificarlas en relación con sus posibles consecuencias. Por ejemplo, la ira puede provocar sentimientos violentos dirigidos hacia otras personas, pero somos capaces de valorar lo que sentimos, delimitar responsabilidades y reorganizar nuestro comportamiento. Desgraciadamente esta es una de las leyes que no siempre se cumple.
11. Ley de la descarga brillante. Sabemos que el impacto emocional de los acontecimientos depende en gran medida de nuestra interpretación de estos. Así, las personas tienden a reinterpretar las situaciones para disminuir el impacto emocional negativo de las mismas. El problema radica en que usualmente generamos una reinterpretación ilusoria.
12. Ley de la gran ganancia. Cuando una situación negativa puede brindarnos una ganancia emocional, tendemos a reinterpretarla y utilizarla a nuestro favor. Quizás el ejemplo más común es cuando nos percatamos de que con nuestro enojo podemos hacer que las demás personas respeten nuestra orden.
Por supuesto, podemos discrepar de algunas de estas leyes, pero les pido que las analicen como el primer intento de brindarle una sistematización al complejo mundo de las emociones. Así, aunque no las tomemos al pie de la letra, pueden servirnos como punto de partida para reflexionar sobre cómo se manifiestan en cada uno de nosotros.

Fuente: Fridja, N. (1988) The law of emotion. American Psychologist; 43: 349-358.

25 noviembre 2019

¿CUÁN FELICES SOMOS?


psicología/desarrollo personal                                                                                  
PSICOLOGÍA DE LA FELICIDAD: ¿CUÁN FELICES SOMOS?
Daniel Gilbert es un psicólogo social de la Universidad de Harvard que dirige un laboratorio sobre Psicología Hedónica. En otras palabras, investiga la felicidad humana, tema muy discutido, pero no agotado.
Pero antes de adentrarnos en sus resultados investigativos detengámonos un segundo y respondamos esta sencilla pregunta: en una escala de felicidad del 0 al 100, ¿qué puntuación te otorgarías? ¿cuán feliz te sientes ahora mismo?
Dejemos en suspenso la respuesta y centrémonos en otra pregunta: ¿pueden predecir con cierta precisión cuáles serán tus reacciones emocionales ante eventos futuros? Probablemente pienses que si, pero…
Las investigaciones conducidas por Gilbert le han llevado a verificar que las personas efectivamente no logran prever con cierta certidumbre cómo actuarán en un futuro y son incapaces de determinar qué cosas las hará felices y qué cosas no. Esto tiene varias implicaciones, por una parte, indica que aquello que hoy consideramos catastrófico o intolerable mañana podría variar sustancialmente mientras que, por otro lado, aquello que imaginamos será una fuente segura de felicidad podría no serlo.
Según Gilbert los seres humanos, como generalidad, tienden a ser «moderadamente felices», independientemente de su suerte o de los hechos que vivan. Cuando las personas deben puntuarse en una escala de felicidad del 0 al 100 tienden a ubicarse en un 75. Por supuesto, no siempre las personas se mantienen en este número, unas pocas veces se puntúan con un 100 mientras que lo que resulta más usual son las caídas drásticas al 20 o al 10 cuando se vivencian crisis de pareja, la pérdida de personas queridas, enfermedades… Pero posteriormente se vuelve al número mágico.
¿Por qué sucede esto?
Se debe, sobre todo, a un mecanismo de racionalización compensatoria mediante el cual, cuando ocurren cosas desagradables las personas tienden a hallar justificaciones que amortizan el impacto emocional. Por ejemplo, después de una separación las personas se dicen: «no era la mujer/hombre justa/o para mi»; luego de una promoción largamente esperada pero no recibida las personas se consuelan: «realmente tengo más necesidad de pasar tiempo con mi familia»; si vivencian una pérdida piensan: «era el destino, Dios lo ha llamado a un sitio mejor»… y así, de manera casi infinita, las excusas son muchas.
Esta racionalización interviene solo cuando el evento ya ha sucedido; sin embargo, si solamente lo imaginamos, no somos capaces de racionalizar el posible impacto y prevemos que nuestra reacción será mucho más negativa. Así, nos pasamos la vida temiendo las más disímiles catástrofes que probablemente jamás sucedan pero que sin lugar a dudas inciden en nuestro presente. Nos preocupamos sin sentido.
Por supuesto, todos no ponemos en acción el mismo mecanismo de racionalización, las personas deprimidas reaccionan como si viviesen en una suerte de problemática sin salida.
Entonces… si no somos muy certeros en determinar cuáles serán nuestras fuentes de felicidad, ¿cuál sería el predictor de cuán felices podríamos llegar a ser? Gilbert asevera que el mejor predictor de felicidad son las relaciones humanas, la cantidad de tiempo que las personas pasan entre sus amigos y familiares.
Lo curioso es que las personas se percatan de que sacrifican su verdadera felicidad para ir en la búsqueda de mitos como la realización profesional, el éxito laboral o la acumulación de propiedades materiales cuando para Gilbert, y en eso coincido plenamente con él, la verdadera pobreza y la más aguda infelicidad humana se halla en la soledad afectiva.
Fuente:Dreyfus, C. (2008, Abril) The Smiling profesor. New York Times.

23 noviembre 2019

DIFERENCIAS ENTRE ANSIEDAD Y ANGUSTIA QUE DEBES CONOCER


Psicología /Ansiedad  

DIFERENCIAS ENTRE ANSIEDAD Y ANGUSTIA QUE DEBES CONOCER

La ansiedad y la angustia son dos conceptos psicológicos que se han popularizado y que muchas personas utilizan indistintamente, como sinónimos. Sin embargo, existen sutiles diferencias entre ansiedad y angustia que pueden ayudarnos a gestionar mejor nuestros estados emocionales y buscar soluciones más eficaces.

¿Por qué se confunden los términos ansiedad y angustia?

Sigmund Freud fue el primero en introducir el concepto de angustia en la Psicología. En aquel momento usó el término alemán “angst” para indicar un estado de ánimo con afecto negativo que no tiene un objeto específico, pero genera una activación fisiológica.

El término “angst” fue traducido al inglés como “anxiety”, aunque también existe la palabra “anguish”, si bien se utiliza mucho menos. Sin embargo, en español adquirió un doble significado: ansiedad y angustia. Esa es la razón por la que en el lenguaje popular se utilizan indistintamente, para describir un estado de inquietud, intranquilidad y desasosiego ante una sensación de peligro difusa que genera un miedo exagerado y desadaptativo en la vida cotidiana.

El miedo: La emoción adaptativa que se encuentra en la base de la ansiedad y la angustia
El miedo es un recurso adaptativo que nos protege ante un peligro potencial. Es una herramienta natural que nos alerta de que podemos estar en riesgo y necesitamos protegernos. De hecho, este mecanismo se activa automáticamente ante lo que se conoce como “situaciones E” (escape, estrés o emergencia). 
Básicamente, lo que ocurre es que el cerebro emocional reconoce señales que indican que podemos estar en peligro y desata una respuesta casi instantánea que nos empuja a reaccionar. En ese momento se liberan neurotransmisores como la adrenalina, dopamina y norepinefrina, que nos permiten actuar de manera más eficaz ante la situación peligrosa. 
Estos neurotransmisores son los responsables de que los músculos se tensen preparándose para la reacción, el ritmo cardíaco se acelere y la respiración sea más entrecortada, entre otros muchos cambios que ocurren a nivel fisiológi
Más adelante, las señales que el cerebro emocional reconoció como peligrosas pasan al cerebro racional, donde se analiza si realmente representan un riesgo o si se trata de una falsa alarma y podemos relajarnos.
Como se puede apreciar, el miedo es una respuesta adaptativa que resulta muy ventajosa y tiene un importantísimo valor funcional. El problema ocurre cuando esa respuesta se desata ante situaciones que no representan un auténtico peligro o cuando se produce un secuestro emocional, de manera que el cerebro racional no puede “desconectar” la respuesta de miedo.
En esos casos el miedo suele generar angustia y ansiedad. 
¿Qué es la ansiedad?
La ansiedad es una respuesta de anticipación a un peligro futuro imprevisible. Se experimenta como una sensación vaga y desagradable que refleja cierta aprensión y un miedo de carácter difuso.
De hecho, el miedo es una reacción ante un peligro más concreto mientras que la ansiedad es una respuesta ante la anticipación del peligro. Esa es la razón por la que normalmente conocemos la causa del miedo, pero nos resulta difícil especificar la causa de la ansiedad.

La ansiedad se manifiesta como un estado de expectación negativa ante algo que puede ocurrir. A menudo la persona tiene la sensación de que algo malo está a punto de pasar, pero no puede explicar exactamente de qué se trata.
Puede estar causada por varias situaciones, como, por ejemplo: cuando tenemos demasiada información que no somos capaces de procesar, cuando experimentamos incertidumbre porque no tenemos suficiente información, cuando nos sentimos impotentes ante algo o cuando tenemos dificultades para aceptar determinadas situaciones como la muerte de un ser querido.

Ese estado de expectación y miedo constante puede dar lugar a diferentes trastornos de ansiedad, desde la ansiedad generalizada hasta los distintos tipos de fobias.
¿Qué es la angustia?
La angustia se caracteriza por una sensación intensa de incomodidad emocional, que normalmente es el resultado de un estado de inquietud extrema, una profunda sensación de indefensión e impotencia frente a un peligro que parece inminente pero que también tiene un carácter vago y difuso. 

Generalmente es un sentimiento relacionado con situaciones de desesperación, donde la persona percibe que ha perdido la capacidad para actuar libremente y no tiene el control de lo que está sucediendo.

La angustia se suele vivir como una sensación física de constricción y opresión; es decir, la persona la vivencia como un sufrimiento físico generalizado.

Al predominar síntomas fisiológicos, como la sudoración, respiración entrecortada, aceleración del ritmo cardíaco, tensión muscular e incluso temblores, la reacción del organismo suele ser de paralización y sobrecogimiento, mientras se atenúa la nitidez con la que la persona percibe lo que está ocurriendo. 

De hecho, en algunos casos la angustia se puede entender como un instinto básico de protección que hace que la persona se bloquee para ponerse a salvo del peligro.

La angustia puede ser adaptativa o no, en dependencia de su intensidad y la respuesta de la persona. La angustia normal no representa un problema pero la angustia patológica es una reacción desproporcionada ante la situación que se está viviendo, siendo más primaria e intensa. En el pasado ese tipo de angustia se calificaba como "estereotipada y anacrónica" ya que revive continuamente el pasado, o "fantasmagórica" ya que imagina un peligro probablemente inexistente.
Cuando la angustia adquiere un carácter patológico genera trastornos como las crisis de ansiedad, también conocidos como ataques de pánico o crisis de angustia. Se trata de episodios de corta duración en los que la persona experimenta un miedo intenso y se bloquea. Por eso en el ámbito de la Psicología Clínica, la angustia se comprende como un subtipo de los trastornos de ansiedad o como un síntoma de estos.

¿Cuáles son las diferencias entre ansiedad y angustia?
1. La angustia normalmente tiene un efecto eminentemente paralizante mientras que la ansiedad activa reacciones motoras de sobresalto que impulsan a la persona a buscar soluciones para enfrentar la amenaza. La persona angustiada suele bloquearse y no puede hacer más de una tarea a la vez, mientras que la persona ansiosa siente una activación interior que la lleva a involucrarse en varias tareas, para canalizar esa energía.

2. En la angustia existe un predominio de los síntomas físicos, que se viven de manera particularmente intensa, mientras que en la ansiedad predominan los síntomas psicológicos, como la preocupación por el futuro y la sensación de aprensión.

3. La angustia suele hacer que la persona perciba con menos nitidez lo que está ocurriendo, en un intento por protegerse de una situación con la que no es capaz de lidiar mientras que la ansiedad normalmente aguza los sentidos y los fenómenos se perciben con mayor claridad.
estrés y ansiedad
Muchas veces estrés y ansiedad se usan como sinónimos, entendiendo en ambos casos un mismo tipo de reacción emocional, caracterizada por alta activación fisiológica. Sin embargo, existen tradiciones diferentes a la hora de estudiar ambos fenómenos. El estrés es un proceso más amplio de adaptación al medio. La ansiedad es una reacción emocional de alerta ante una amenaza. Digamos que dentro del proceso de cambios que implica el estrés, la ansiedad es la reacción emocional más frecuente. Muchos estímulos o situaciones pueden provocar en el individuo la necesidad de movilizar recursos para dar respuesta a las demandas de dicho estímulo, o para volver al estado inicial de equilibrio en el que se encontraba inicialmente. Al estímulo le llamamos estresor, o situación estresante.

Fuentes:APA (2014) Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Madrid: Editorial Médica Panamericana.

19 noviembre 2019

EL SILENCIO ES FUNDAMENTAL PARA NUESTRO EQUILIBRIO PSICOLÓGICO

psicología/desarrollo personal                                                                                  

EL SILENCIO ES FUNDAMENTAL PARA NUESTRO EQUILIBRIO PSICOLÓGICO. 
Vivimos en un mundo demasiado agitado. Cuando salimos a la calle nos encontramos con personas q
El miedo al silencio 
ue hablan constantemente por sus teléfonos móviles, conductores que tocan el claxon de sus coches y los ruidos más diversos que provienen de donde menos esperamos. Estos sonidos forman nuestra banda sonora cotidiana y nos hemos acostumbrado tanto a ellos que ya no nos acordamos de cómo es el silencio, de esa maravillosa sensación que nos embarga cuando no se escucha nada. Sin embargo, el silencio es fundamental para nuestro equilibrio psicológico.
Nuestra generación, y la de nuestros padres, ha crecido en un mundo tan ruidoso que prácticamente nos hemos convertidos en adictos al sonido, es como si no pudiésemos vivir sin él. De hecho, muchas personas siempre tienen encendido el televisor solo para escuchar el sonido, es como si le tuviesen miedo al silencio.
Y no es para menos porque el silencio nos permite conectar rápidamente con nuestro mundo interior, con esa parte que normalmente permanece oculta y a la cual tememos porque nos plantea preguntas que quizás no estamos preparados para responder. Estar en silencio prácticamente equivale a mirar dentro de nosotros y a veces lo que vemos no nos gusta (o nos asusta). Por eso a menudo preferimos buscar refugio en el ruido, vivir de manera excesiva para no dejarle un minuto a la introspección. 
El poder del silencio 
La ausencia de ruidos externos nos permite centrarnos en nuestro interior por lo que el silencio se convierte en una herramienta ideal para reencontrar nuestro verdadero “yo”, para ser plenamente conscientes de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. 
Hay un ejercicio fantástico que te permitirá volver a conectar con el universo: simplemente busca un lugar tranquilo y silencioso, mejor aún si estás rodeado de la naturaleza, y cierra los ojos. Concéntrate en las diferentes partes de tu cuerpo y en las sensaciones que percibes. Intenta no pensar en nada, simplemente focalízate en el momento presente y disfruta del silencio. Siente cómo el sol acaricia tu piel, percibe el viento en el rostro, la arena en los pies... Lo importante es que te focalices en las sensaciones que estás experimentando en ese momento, que disfrutes del silencio y que limpies tu mente de cualquier preocupación.

Este ejercicio es tan poderoso para reencontrar el equilibrio y la paz interior que bastan tan solo cinco minutos y luego regresarás a la vida cotidiana como nuevo, más relajado y lleno de energía. De hecho, es una excelente técnica para comenzar la jornada con buen pie. 


Además de la tranquilidad que nos transmite, el silencio también es un arma excelente para potenciar la creatividad. Recuerda que a menudo nuestra mente inconsciente está trabajando en los problemas, pero a veces no escuchamos sus soluciones porque le prestamos más atención al ruido que proviene del medio que a esa pequeña voz interior. Sin embargo, si de vez en cuando te quedases solo contigo mismo, es probable que esa creatividad encuentre los cauces adecuados para fluir con más facilidad. 


Como punto final, os recuerdo una frase de Thomas Carlyle: “el silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas grandes”.

14 noviembre 2019

LOS LAPSUS VERBALES… ¿QUÉ ESCONDEN ESTOS ERRORES?


CURIOSIDADES DE LA PSICOLOGÍA

LOS LAPSUS VERBALES… ¿QUÉ ESCONDEN ESTOS ERRORES?

¿Quién no se ha equivocado nunca mientras hablaba y ha confundido una palabra por otra? ¿Se trata solo de un error o ese lapsus verbal indica algo más profundo a nivel psicológico? ¿Se trata quizá de un mensaje del inconsciente? Se estima que, por cada 1.000 palabras dichas, cometemos uno o dos errores. Si tenemos en cuenta que el ritmo medio de expresión es de 150 palabras por minuto, se produciría un error cada siete minutos de conversación continua. Por ende, la mayoría de nosotros cometemos entre 7 y 22 errores verbales cada día, aunque a veces no nos damos cuenta de algunos de ellos.

¿Por qué se producen los lapsus verbales?

En 1901 Sigmund Freud acuñó esas «metidas de pata» con el nombre impronunciable de “fehlleistungen” (en español sería actos erróneos). Freud consideraba que se trataba de un pensamiento, necesidad o deseo inconsciente que se revelaba de esta forma, a través del discurso.

Así, el lapsus freudiano se invoca para explicar un comportamiento extraño y vergonzoso desde el punto de vista social, como, por ejemplo, cuando un hombre saluda a la esposa de su anfitrión diciéndole: “encantado de vencer” porque realmente siente una atracción sexual por esta mujer y desearía predominar sobre el esposo.

Freud también cuenta otro ejemplo en el que uno de sus pacientes, estresado por sus dificultades económicas, intentó negarse a seguir tomando el medicamento diciendo: «Por favor, no me dé más recibos porque no puedo tragarlos «. Obviamente, este tipo de errores no son casuales sino una expresión de una necesidad latente.

No obstante, un contemporáneo de Freud, Rudolf Meringer, brindó una explicación mucho menos “excitante” para estos deslices. Según este filólogo, los errores lingüísticos serían simplemente unas cáscaras de banana en el camino de la oración, sencillos cambios accidentales de las unidades lingüísticas, ni más ni menos.

La investigación moderna ha retomado este tema, pero desde una perspectiva diferente. Gary Dell, profesor de lingüística y la psicología en la Universidad de Illinois, sostiene que los lapsus linguae son la muestra de la capacidad de una persona para usar el lenguaje y sus componentes.

En su opinión, los conceptos, palabras y sonidos están interconectados en el cerebro a través de tres redes: léxico, semántico y fonológico. Y el habla surge de la interacción de estas. Pero de vez en cuando estas redes, que operan a través de un proceso que él denominó «propagación de la activación,» viajan a saltos. Como consecuencia, el resultado puede ser un lapsus o un error al hablar.

Por ejemplo, imaginemos que queremos decir la palabra “cultivar”. En este momento nuestra mente activa una red semántica que está compuesta por, nada menos y nada más, que unas 30.000 palabras. En este punto, también se ponen en marcha todos los significados relacionados con la palabra cultivar e incluso nuestras experiencias personales con ese término.

Por si fuera poco, nuestra red fonológica debe activarse para buscar los sonidos adecuados para pronunciar la palabra. Y todo no termina ahí, también debemos buscar la correspondencia gramatical para que la palabra se escuche adecuadamente dentro de la oración. Como podrás imaginar, es muy fácil que nuestro cerebro se confunda. Lo extraño sería que no lo hiciera.

Por eso, en ocasiones solo llegamos a pronunciar las primeras sílabas de la palabra errónea ya que inmediatamente nos damos cuenta del equívoco y lo solucionamos. Por supuesto, será mucho más fácil confundir las palabras con un sonido similar, como, por ejemplo: hospitalidad con hostilidad o insinuar con incinerar. Así, la mayoría de los lapsus verbales no son sino cáscaras de bananas producidas por una “sobrecarga” del cerebro.

¡Pero otros no lo son!

¿Qué esconden los errores al hablar?

Algunos errores al hablar pueden estar provocados por la incidencia de los significados. Por ejemplo, cuando pensamos en el nombre de una persona, inmediatamente acuden a nuestra mente las vivencias relacionadas con esta. De esta forma, esas experiencias o deseos podrían ser los causantes del error. En fin, serían lapsus verbales provocados por los pensamientos intrusivos.

El problema radica en que mientras más nos esforzamos por suprimir estos pensamientos, más frecuentes se vuelven y, por ende, no es raro que terminen manifestándose a través de errores lingüísticos. Por supuesto, mientras más distraídos estemos, más errores cometeremos.

Esto lo demuestra un curioso experimento desarrollado en la Universidad de California en la cual los psicólogos le pidieron a hombres heterosexuales que hablaran sobre sus profesiones delante de una mujer vestida de forma provocativa. Se apreció que estos hombres cometían más lapsus de contenido sexual que quienes habían sido entrevistados por otro hombre. Esto se debe a que nuestro cerebro tiene una capacidad atencional limitada y no puede controlar tantos procesos a la vez.

Para evitar estos errores hay una solución bastante sencilla: hablar lentamente para pensar qué vamos a decir.

Fuente:

Pincott, J. (2012, Marzo) Slips of the tongue. En: Psychology Today.


11 noviembre 2019

CONVERTIR LOS CONFLICTOS EN OPORTUNIDADES!


psicología /desarrollo personal                                                                                  
¡CÓMO CONVERTIR LOS CONFLICTOS EN OPORTUNIDADES!
Todos, en algún que otro momento, hemos tenido conflictos, ya sea con nuestros amigos, pareja, hijos, compañeros de trabajo e incluso con nosotros mismos. Los conflictos surgen cuando no somos capaces de articular nuestra perspectiva con los puntos de vista ajenos y no estamos dispuestos a ceder, parapetándonos detrás de nuestras creencias, como si de una muralla se tratase. 
De hecho, en realidad la causa más común de los conflictos no radica en la diferencia de criterios o motivaciones sino en la incapacidad para encontrar un punto en común, en la negación a ceder. Obviamente, estas posturas producen malentendidos, disgustos y peleas. 
Sin embargo, los conflictos no son necesariamente negativos, podemos convertirlos en oportunidades para aprender, para crecer como personas y para desarrollar la flexibilidad. Los conflictos nos permiten adentrarnos en perspectivas diferentes a la nuestra y ampliar nuestra mente. También pondrán a prueba nuestras habilidades sociales y nos ayudarán a ser más empáticos y asertivos. Por supuesto, para obtener estas ventajas, es importante saber manejar los conflictos.
5 ideas para aprender a manejar los conflictos y sacar provecho
1. Reconoce y valora los aspectos importantes para la otra persona. Cuando estamos en presencia de un conflicto es fundamental discriminar cuál es el aspecto que nos ha llevado a esa contradicción. No se trata del problema de base sino de la discrepancia que nos impide ponernos de acuerdo. Una vez que hayas detectado cuál es la verdadera causa del conflicto, intenta comprender por qué es importante para la otra persona. Por un minuto, ponte en su lugar, asume su perspectiva y haz tuyos sus valores. Solo así podrás entender el verdadero alcance del problema.

2. Mantén bajo control las emociones. Las emociones son un arma de doble filo ya que en ocasiones, sobre todo cuando nos enfrentamos a un conflicto, nos juegan malas pasadas al tomar el mando y hacernos decir o hacer cosas inapropiadas. Por eso, para convertir un conflicto en una oportunidad es fundamental que aprendas a manejar tus emociones. Por supuesto, no siempre es fácil tomar el mando emocional, en esos casos, lo mejor es que postergues la conversación. Explícale a la otra persona que en esos momentos no estás en la mejor disposición para resolver un conflicto y que será mejor que aplacéis el asunto hasta que puedas enfrentarlo con más calma y la mente despejada. De la misma forma, si notas que tu interlocutor está demasiado exaltado, hazlo notar y pídele postergar la conversación.

3. Muestra una actitud positiva, abierta a diferentes soluciones. A menudo las personas se parapetan en su posición y no quieren oír hablar de alternativas que no sean las que ellos proponen. Esta actitud defensiva solo servirá para que tu interlocutor se encierre a su vez, en un búnker. Como resultado, no lograréis avanzar. Por eso, lo mejor es acudir al conflicto con una actitud abierta, dispuesta al diálogo y, sobre todo, con la meta de alcanzar una solución que sea satisfactoria para ambos. Al final, esta actitud se reflejará en tus gestos y palabras y terminará por hacer que todo fluya con mayor facilidad.

4. Maximiza la empatía. No basta con que comprendas racionalmente al otro, también es importante que entiendas sus motivos y sus sentimientos, sobre todo cuando se trata de un conflicto con personas a las que te unen lazos afectivos. Remontarte atrás en el tiempo y recordar sus experiencias de vida seguramente te ayudará a comprender por qué se siente de determinada manera. Por supuesto, también es importante que seas capaz de despertar la empatía. Pídele a la otra persona que se ponga en tu lugar y explícale cómo te sientes. 

5. Sé proactivo. No decidir es peor que tomar una mala decisión. Los conflictos interpersonales suelen generar una gran carga emocional que acarrea consecuencias en el plano personal y social. Por eso, evadirlo casi nunca es la mejor solución ya que solo te traerá preocupaciones y estrés. Después de que hayas sopesado los pros y los contras, decídete a enfrentar el problema. Quizás no logres solucionarlo a la primera, pero al menos estarás dando pasos para buscar una alternativa.

09 noviembre 2019

EL PENSAMIENTO ANTICIPATORIO: ¿PENSAR O NO PENSAR?


 psicología/ desarrollo personal                                                                                   
EL PENSAMIENTO ANTICIPATORIO: ¿PENSAR O NO PENSAR?
Iniciemos este intento de reflexión con una pequeña historia:
«Un hombre está haciendo algunos cambios en su casa. De repente se da cuenta de que necesita un taladro eléctrico, pero no lo tiene y todas las tiendas están cerradas. Entonces recuerda que su vecino tiene uno. Irá a pedírselo prestado, pero… le asalta una duda: ¿y si no quiere prestármelo? Entonces recuerda que la última vez que se vieron el vecino no se mostró tan comunicativo como en otras ocasiones. Quizás tenía prisa, pero quizás se sentía molesto por algo que he hecho. Evidentemente, si está molesto conmigo no me prestará el taladro. Se inventará cualquier excusa y yo quedaré en una posición totalmente ridícula. ¿Pensará que es más importante que yo solo porque tiene una herramienta que necesito? Pero, ese es el colmo de la arrogancia…»
En síntesis, que el hombre no pudo terminar su trabajo porque sus pensamientos le impidieron ir a solicitar la ayuda necesaria. Pero además, es muy probable que cuando se vuelva a encontrar con el vecino lo salude de una manera fría o que deje traslucir su molestia; fundándose en una serie de ideas erróneamente preconcebidas.
Este tipo de razonamiento o autodiálogo se convierte en un sinvivir cotidiano que conduce al camino más certero para amargarse la vida.
La cultura occidental es racionalizadora por excelencia; hay incluso quienes afirman que la racionalización está institucionalizada porque todo se intenta solucionar a partir de la descomposición en partes y la anticipación de los posibles errores. Así, nos vemos envueltos en miles de pequeños pensamientos cotidianos que nos asaltan mientras cruzamos una calle, cuando tomamos un café, cuando estamos esperando en una fila, cuando alguien nos saluda… invariablemente le estamos buscando un sentido a todo lo que sucede a nuestro alrededor; a la mirada del señor del autobús, a la risa de la dependienta, a la confusión del compañero de trabajo… la lista es interminable. Intentar brindarle un significado a lo que nos rodea es un proceso bastante normal, que muchas veces transcurre de manera automática para que podamos responder congruentemente con los estímulos que nos llegan constantemente del entorno pero hay que reconocer que en muchas ocasiones, francamente, cruzamos la frontera de lo sano para lindar con lo patológico.
La mayoría de estos pensamientos no tienen muchas repercusiones pero existen algunos que, más que soluciones, acarrean verdaderos problemas. Eso sucede porque deseamos encontrarle un sentido a determinadas situaciones o comportamientos pero realmente no tenemos todas las informaciones necesarias como para hacer una evaluación objetiva de lo que está sucediendo. Entonces echamos mano a nuestras creencias (que pueden ser más o menos acertadas, más o menos flexibles) para explicar rocambolescamente aquello que en muchas ocasiones bastaría con preguntar.
Anticipar los posibles resultados de nuestras acciones es totalmente válido y característico del ser humano, pero cuando este pensamiento se sustenta más en nuestras percepciones prejuiciadas que en una realidad compartida, provoca una ansiedad considerable en quien intenta racionalizar e incluso determina negativamente sus relaciones interpersonales y por supuesto, limita en extraordinaria medida el éxito que se puede alcanzar.
Una solución al alcance de la mano es preguntar; preguntar siempre que podamos para poder conformarnos un cuadro lo más cercano a la realidad posible. De las respuestas o del silencio de nuestro interlocutor, siempre obtendremos una información valiosísima que nos facilitará tomar la mejor decisión posible sin caer en las distorsiones cognitivas.