28 noviembre 2019

FORMAS DE DISCUTIR CON UNA PERSONA ENFADADA SIN ENFADARSE


psicología/desarrollo personal                                                                                  
  FORMAS DE DISCUTIR CON UNA PERSONA ENFADADA SIN ENFADARSE
Discutir con una persona enfadada no es sencillo. Para esa persona no hay términos medios. Todo es malo, negativo, frustrante… Y no es difícil que termine contagiándonos esa desdicha y amargura.
Por desgracia, no siempre es posible lograr que esa persona vea el lado más positivo y brillante de la vida, por lo que a veces no nos queda más remedio que blindarnos contra la amargura.
¿Cómo surge la amargura?
Nadie nace siendo una persona amargada y resentida. La amargura es algo que se va desarrollando con el tiempo. Como apuntara Franz Kafka: “El gesto de amargura del hombre es, con frecuencia, sólo el petrificado azoramiento de un niño”.
La amargura es un sentimiento difícil de definir ya que encierra diferentes emociones. El resentimiento, la ira y la tristeza juegan un papel protagónico, pero también hay una pizca de decepción y frustración.
De hecho, la gente amargada suele haber pasado por varias decepciones a lo largo de su vida. El problema es que no ha sido capaz de pasar página, se ha quedado estancada en esas situaciones, regurgitando lo que le ha sucedido, reviviendo los hechos una y otra vez. Eso le genera esa profunda frustración interior, aderezada por el hecho de que le resulta imposible volver atrás para tomar otras decisiones. 
La persona amargada se ha quedado anclada a un pasado que no puede cambiar, y eso le frustra. A lo cual se le suma que ha elegido – de manera más o menos consciente – ver a través de un prisma negativo lo ocurrido, sacando conclusiones generalizadoras que reafirman su visión pesimista del mundo, la vida y los demás.
El amargado siente que ha perdido el control de su vida, ha caído en un estado de indefensión aprendida marcado por un entumecimiento emocional en el que prácticamente solo hay espacio para las emociones negativas. Esta persona ha asumido el papel de víctima, ha puesto fuera de sí el locus de control asumiendo una actitud derrotista. Como dijera Paul Watzlawick: “Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende”.
El impacto emocional que implica lidiar con una persona amargada
A menudo las personas amargas se relacionan desde una postura culpable y poco empática. En sus relaciones personales pueden caer en la tentación de culpar a los demás cuando las cosas van mal o no fluyen como esperaban.
Debido a su locus de control externo, sienten un impulso a buscar culpables fuera de sí, por lo que en ese momento su empatía se “apaga”. Estas personas están tan saturadas por sus sentimientos negativos que no tienen la mente lo suficientemente clara como para practicar el respeto mutuo y percibir los sentimientos y necesidades de los demás. 
Por eso, quienes tienen que relacionarse con personas amargadas pueden sentir que es imposible razonar con ellas, siempre terminan sintiendo que nada de lo que hacen es lo suficientemente bueno o se ven arrastradas a una serie de conflictos interpersonales o a la visión pesimista del mundo. A la larga, esa situación puede llegar a ser desgastante emocionalmente.
Las claves para lidiar con la gente amargada y resentida
  • Asumir que no es nada personal. Las personas frustradas y amargadas suelen tener relaciones interpersonales conflictivas con los demás, no solo con nosotros. Eso significa que, en la mayoría de los casos, no tiene nada en nuestra contra, se trata tan solo de su manera habitual de relacionarse. Comprender que no se trata de un asunto personal nos ayudará a mantener nuestras emociones bajo control y asumir la necesaria distancia psicológica para lidiar mejor con esa dosis de amargura y frustración.
  • Comprender qué les sucede. La empatía une. Las personas amargadas y frustradas, aunque pueden ser difíciles de tratar, no son malas, tan solo llevan una pesada carga emocional sobre sus espaldas de la cual no han sabido deshacerse. Se trata de personas que, aunque no suelen reconocerlo, llevan una carga abrumadora de desilusión, ira y tristeza que a menudo las esclaviza. Generalmente no saben cómo gestionar asertivamente sus emociones, por lo que necesitan ayuda. Por eso, una dosis de empatía, paciencia, amabilidad y compasión puede ser el antídoto perfecto. Debemos recordar que las personas felices son aquellas que se sienten amadas, respetadas y validadas, y que normalmente no suelen molestar ni maltratar a los demás.
  • Detectar los activadores de la amargura. Por suerte, las personas amargadas no suelen expresar su resentimiento constantemente. Lo habitual es que tengan algunos puntos sensibles que activan la amargura. Es en ese momento cuando se vuelven extremadamente pesimistas o desarrollan comportamientos pasivo-agresivos. Conocer cuáles son los activadores de la amargura nos permitirá, por una parte, evitarlos y, por otra, saber que cuando se activan esas personas serán más conflictivas, por lo que en esos momentos es mejor cambiar de argumento o dejarles a solas para que reflexionen.
  • Detener los comportamiento pasivo-agresivos. La gente amargada no suele comportarse de manera abiertamente hostil, sino que enmascara esa ira bajo una actitud pasivo-agresiva. Es importante saber detectar esos comportamientos y ponerles freno porque pueden llegar a ser muy dañinos. Dirigir el dedo acusatorio hacia los demás para que carguen con culpas que no le corresponden, lanzar indirectas o jugar con los silencios son algunas de las estrategias pasivo-agresivas más comunes en cuyas redes no debemos caer. Ser empáticos con una persona y comprender de dónde proviene su amargura no significa participar gustosamente en su juego.
En cualquier caso, debemos recordar que amargarnos y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos a la negatividad e intentar solucionar nuestros problemas. Es más fácil ser desagradable que positivo, pero sin duda también es muchísimo más dañino para nosotros mismos y quienes nos rodean.

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