29 noviembre 2018

PORQUE VIVIR ENFERMO NO ES VIVIR, ES SOBREVIVIR


Psicología/Desarrollo Personal

PORQUE VIVIR ENFERMO NO ES VIVIR, ES SOBREVIVIR

 
 “Creo que vivir enfermo no es vivir, es sobrevivir. 
“Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida. 
“Hoy todo el mundo sufre la enfermedad del tiempo: la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y debes pedalear cada vez más rápido. 
“La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes… 
“Viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante.” 
Estas palabras del periodista canadiense Carl Honoré en su “Elogio a la Lentitud” nos invitan a reflexionar. Estamos tan preocupados por no perder un detalle, tan preocupados por apurar hasta el último sorbo, que no nos damos cuenta de que a través de esa prisa se nos escapa la vida
La paradoja moderna: Cuanto más intentemos abarcar, más se nos escapará 
Cuanto más rápido vayamos, más nos confundirá nuestro propio ritmo, cayendo víctimas de un vértigo que nos impide ver más allá de las ocupaciones cotidianas, de ese trasiego constante por el que se nos escapa segundo a segundo la vida. 
Ese estado de hiperactividad nos lleva a vivir por inercia, en piloto automático, dedicando toda nuestra energía a metas externas que se oxidan con el paso del tiempo y nos hacen olvidar cuáles son las cosas realmente importantes de la vida. 
Pensamos que cuanto más ocupados estemos, más aprovechamos la vida, e incluso nos enorgullecemos de tener la agenda repleta, de no tener ni un minuto libre. Sin embargo, cuando saltamos de un compromiso a otro dejamos que sean los demás quienes decidan en nuestro lugar. Entonces nos sometemos, más o menos inconscientemente, a la dictadura social, la cual nos anima a ir cada vez más rápido porque sabe que esa velocidad nos arrebata el tiempo para pensar, un tiempo precioso para conectar con nosotros mismos y decidir qué es lo que realmente queremos. 
Cuando vivimos con esa prisa, miramos constantemente hacia adelante, a un futuro que ya está programado y decidido prácticamente al milímetro. Nos animan a hacer cada vez más cosas en menos tiempo, pero eso no nos reporta necesariamente más satisfacción. 
Hoy la prisa no se limita al trabajo, ha contaminado todas las esferas de la vida, extendiéndose incluso al ocio. Hay que ver más en menos tiempo, probar más en menos tiempo, tomar una foto rápida y seguir a la siguiente... fotos que, dicho sea de paso, nos servirá de un recordatorio enmohecido de que "estuvimos" allí, una vaga remembranza de lo que pudo ser pero no fue. 
Esa prisa no deja espacio para la necesaria pausa que invita a la reflexión y a la creatividad. El silencio y el descanso, dos necesidades básicas, prácticamente se han convertido en un lujo. Esa prisa en realidad nos resta capacidad de goce y de placer, nos impide disfrutar de los pequeños detalles.
Hay otra manera de vivir: El instante eterno 
Si queremos vivir en sociedad, a veces no tenemos más opción que ceñirnos a la prisa moderna. No hay muchas alternativas, sobre todo en el trabajo. Sin embargo, debemos asegurarnos de que no se convierta en la norma que engulla nuestra vida. Debemos proteger con celo el derecho a poner nuestra vida en cámara lenta para disfrutar de lo que nos apetece, tranquilamente y sin culpas. 
En el budismo existe un concepto muy interesante que puede convertirse en una especie de antídoto contra la prisa: el instante eterno. Según esta filosofía, si vivimos plenamente presentes en el aquí y ahora, pasado y futuro se difuminan. Cuando somos plenamente conscientes, cuando nuestra mente no está en lo que nos queda por hacer o en lo que ya hicimos sino en lo que estamos haciendo, disfrutamos más. 
Entonces la vida deja de ser una carrera de obstáculos a vencer y se convierte en una maravillosa realidad a experimentar. Es un cambio que vale la pena :)

28 noviembre 2018

MANERAS DE COMPLICARSE LA VIDA INNECESARIAMENTE

Psicología/Desarrollo Personal
MANERAS DE COMPLICARSE LA VIDA INNECESARIAMENTE

Hay personas que saben fluir, que afrontan los problemas apenas aparecen y encuentran soluciones rápidamente. No es que la vida les sonría o que tengan más suerte que el resto de los mortales, tan solo son proactivos y no dejan para mañana lo que pueden hacer hoy. 
Al contrario, otros se complican la vida innecesariamente, se quedan atascados analizando el problema o buscando soluciones. Les cuesta mucho salir del agujero cuando caen porque tienen lo que podríamos llamar "sobrepeso mental". Estas personas dan demasiadas vueltas a los problemas, analizan al milímetro las posibles soluciones y postergan indefinidamente la toma de decisión hasta que no se encuentran contra la espada y la pared. Ello genera una sobrecarga emocional y cognitiva que puede llegar a ser extenuante.
Tipos de pensamiento que nos complican la vida
1. Planificas tareas pendientes que realmente no necesitas hacer 
A menudo nos sobrecargamos con compromisos o tareas que no son realmente necesarios. El problema es que cuando comenzamos nuestro diálogo interior con la palabra “necesito” se activa la alarma para dar prioridad a esa presunta necesidad. Eso puede hacer que prioricemos cosas que no son necesarias y posterguemos aquellas que realmente son imprescindibles. De esta manera nos mantenemos ocupados en tareas más o menos intrascendentes mientras las cosas importantes se quedan en un segundo plano y se acumulan. Como resultado, no es extraño que terminemos agotados y estresados, con la sensación de que no hemos aprovechado el día. 
¿Solución? Si no quieres complicarte la vida por gusto, asegúrate de tener en tu lista de tareas solo aquellas que sean verdaderas prioridades. Analiza todos tus “necesito”. Quizá podrías cambiarlos por palabras como “quiero”, “me gustaría” o “prefiero”. Ese cambio semántico te ayudará a sacar a colación otras cosas que realmente son más importantes y a las que vale la pena dedicarle tu tiempo y energía. 
2. Buscas la solución perfecta 
Buscar la solución perfecta es uno de los errores más comunes que nos mantiene atrapados en el círculo vicioso que ha creado el problema a nuestro alrededor. En nuestra mente, exploramos diversas alternativas, pero no nos decidimos por ninguna porque vemos fallos o posibles riesgos en todas. El miedo a equivocarnos alimenta un flujo constante de ideas que termina confundiéndonos y paralizándonos. Así, en vez de buscar soluciones para el problema, hallamos problemas para las soluciones. A cada idea le encontramos un fallo. Esa situación nos sobrecarga cognitivamente y termina dejándonos exhaustos. 
¿Solución? Debes asumir que existen decenas de soluciones, muchas de las cuales son perfectamente válidas. Reflexionar antes de tomar una decisión es inteligente, quedarse dando vueltas en las decisiones no lo es. Es tan solo una manera de complicarse la vida. Por tanto, interioriza que no hay soluciones perfectas, garantizadas y 100% libres de riesgo.
3. Has encontrado una buena solución, pero no la implementas 
Por inverosímil que parezca, a veces podemos quedarnos atascados en la “fase teórica”, sin pasar a la acción. Le pasa a menudo a las personas que padecen depresión o a los procrastinadores. Estas personas pueden saber cuál es el camino a seguir, han encontrado la solución para el problema, pero no la implementan. Como resultado, se quedan atrapadas en el problema, el cual las desgasta cada vez más. Este comportamiento puede deberse a múltiples causas, pero generalmente se explica por el miedo a salir de la zona de confort, una zona en la que quizá no nos sentimos bien, pero nos reporta la seguridad de lo conocido. 
¿Solución? Asume que el primer paso no te llevará donde quieres llegar, pero al menos te sacará de donde estás. Si te asusta tomar una decisión, simplemente ve dando pequeños pasos. Siempre tienes la opción de volver atrás y emprender otro camino. Recuerda que a veces el camino no es recto sino lleno de curvas y retrocesos. Aun así, es mejor moverse que mantenerse paralizado sufriendo una situación que te está dañando. 
4. Te obsesionas con las consecuencias de las decisiones y con lo que pensarán los demás 
El pensamiento es una herramienta muy potente que nos permite proyectarnos al futuro para evitar posibles daños. Sin embargo, también es un arma de doble filo que genera preocupaciones incesantes que nos arrebatan la tranquilidad. Uno de los principales errores que nos mantienen atascados y nos complican la vida consiste en pensar continuamente en las implicaciones de nuestras decisiones, casi siempre previendo las consecuencias más negativas que podamos imaginar. De hecho, muchos temen a cómo reaccionarán los demás o qué pensarán de ellos. El temor al juicio social les mantiene atrapados. 
¿Solución? Tomar decisiones es el arte de elegir caminos y lidiar con la incertidumbre. Eso significa que, dado que solo podemos recorrer un camino, debemos olvidarnos del resto. Todas las decisiones que tomes siempre tendrán consecuencias. Siempre tendrás que renunciar a algo y nunca podrás estar seguro completamente de las implicaciones de los pasos que das. Aún así, si quieres seguir creciendo, debes moverte. Y eso implica tomar decisiones. Asume que no puedes controlar las reacciones de los demás y que es probable que tu decisión no guste a todos. Aún así, es tu decisión. Es tu vida, y tú decides.
5. Inventas obstáculos 
Puede parecer un contrasentido, pero a menudo inventamos obstáculos en nuestro camino para evitar tomar una decisión que nos atemoriza. De hecho, es la estrategia más común para complicarse la vida innecesariamente. Por ejemplo, nos decimos que no podemos tomar la decisión sin consultar antes a una persona que no se encuentra disponible o con la cual mantenemos una mala relación. O nos decimos que no podemos decidir hasta que no tengamos más información, a sabiendas de que nunca será suficiente porque es imposible minimizar a cero la incertidumbre. En esos casos, en vez de dedicar nuestro tiempo y energía a buscar soluciones, nos dedicamos a poner obstáculos. Como resultado, nos sentiremos atrapados en un laberinto sin salida que hemos construido nosotros mismos. 

¿Solución? No es necesario que crees más obstáculos de los que la vida te pone. Si te sientes atascado a pesar de que ya has encontrado una solución, pregúntate a qué le tienes miedo. Ahí se encuentra la respuesta a los obstáculos que estás creando para no dar el próximo paso. Puedes aprovechar esa situación para crecer afrontando tus temores.

27 noviembre 2018


¿QUÉ PASA EN TU CEREBRO CUANDO PIERDES EL europsicología
CONTROL?
Hay momentos en los cuales, ya sea el miedo o la  ira,
 nos ciegan por completo y nos hacen cometer actos que en otras circunstancias jamás habríamos hecho. En esos momentos, se nos pueden escapar palabras crueles que hieran a otras personas y podemos cometer actos reprobables de difícil excusa. Entonces reaccionamos de manera exagerada, sin pensar, perdemos el control de la situación y de nosotros mismos. En ese momento se produce un secuestro emocional en toda regla.
¿Qué es el secuestro emocional?
Todos, en mayor o menor medida, con más o menos frecuencia, hemos sido víctimas de esos secuestros emocionales. Son momentos en los que no pensamos, nos dejamos llevar por los sentimientos y, pasado ese momento crítico, no recordamos muy bien qué hemos hecho o por qué.
Cuando somos víctimas de una explosión emocional, el centro del sistema límbico declara una especie de “estado de emergencia” y recluta todos los recursos del cerebro para poder llevar a cabo sus funciones. Ese secuestro se produce en cuestión de pocos segundos y genera inmediatamente una reacción en la corteza prefrontal, la zona vinculada con la reflexión, para que no tengamos tiempo para evaluar lo que está ocurriendo y decidir de forma racional. 

Obviamente, todos los secuestros emocionales no tienen connotaciones negativas. Por ejemplo, cuando somos víctimas de un ataque de risa incontenible o nos sentimos eufóricos, la amígdala también toma el control y nos impide pensar. De hecho, no es la primera vez (y tampoco será la última) que alguien comete una estupidez impulsado por un estado de euforia, prometiendo cosas que no puede cumplir o de las que se arrepiente.

La amígdala: Sede de las pasiones y centinela del cerebro
El secuestro emocional se genera en la amígdala, que es una de las estructuras más importantes del sistema límbico, en el que se procesan las emociones. De hecho, la amígdala está especializada en el procesamiento de los factores emocionales de los estímulos, y está vinculada con el proceso de aprendizaje y memoria. Se ha podido apreciar que cuando se produce una desconexión entre la amígdala y el resto del cerebro, no somos capaces de conferirles un significado emocional a las situaciones. Por ejemplo, podemos ver a nuestra pareja, pero no experimentamos ninguna emoción. Así, la amígdala es una suerte de depósito de la memoria emocional.
Sin embargo, la amígdala también desempeña un rol fundamental en las pasiones. Cuando esta estructura se daña, las personas carecen de sentimientos de rabia y miedo. Ni siquiera son capaces de llorar. 
En este punto quizás te preguntes: si la amígdala funciona perfectamente, ¿cómo podemos dejarnos arrastrar por las pasiones con tanta facilidad?
El problema radica en que la amígdala también cumple el rol de centinela de nuestro cerebro y una de sus funciones consiste en escudriñar las percepciones en busca de alguna amenaza. La amígdala revisa cada situación preguntándose: ¿Es algo que odio? ¿Me puede herir? ¿Le temo? Si la respuesta a una de estas preguntas es positiva, la amígdala reacciona inmediatamente activando todos sus recursos y enviando un mensaje de emergencia al resto del cerebro. Estos mensajes, a su vez, disparan la secreción de una serie de hormonas que nos preparan para huir o para luchar. 
En este momento se tensan los músculos, se agudizan los sentidos y nos ponemos en alerta. También se activa el sistema de memoria para intentar recuperar cualquier información que nos pueda ser útil para salir de esa situación de riesgo. De esta forma, cuando estamos ante un peligro, la amígdala asume el mando y dirige prácticamente toda la mente, incluso la racional.
Por supuesto, en nuestro cerebro todo está dispuesto para darle vía libre a la amígdala ya que cuando estamos en peligro, nada más importa. Por eso, la amígdala es la primera estación cerebral por la que discurren las señales procedentes de nuestros sentidos, solo después que esta las ha evaluado, llegan a la corteza prefrontal. Esa es la razón por la cual, a veces las emociones nos sobrepasan y toman el control.
El fracaso al activar la mente racional
Para que se produzca un secuestro emocional, no es suficiente con que la amígdala se active, es necesario que se produzca un fracaso al activar los procesos neocorticales que se encargan de equilibrar nuestras respuestas emocionales. De hecho, lo usual es que cuando la mente racional se vea desbordada por la mente emocional, la corteza prefrontal se active para ayudarnos a gestionar las emociones y valorar las posibles soluciones.
El lóbulo prefrontal derecho es la sede de los sentimientos negativos como el miedo y la agresividad, mientras que el lóbulo prefrontal izquierdo los mantiene a raya, fungiendo como una especie de termostato neural que nos permite regular las emociones desagradables. Durante un secuestro emocional, el lóbulo prefrontal izquierdo simplemente se apaga y deja que las emociones fluyan.
Un sistema de vigilancia neuronal anticuado
Uno de los principales problemas de este sistema de alarma neuronal es que en el mundo en el que nos movemos hoy, donde no hay graves peligros que pongan en riesgo nuestra vida, casi nunca es necesario que la amígdala secuestre al resto del cerebro. Sobre todo, si tenemos en cuenta que cuando la amígdala se activa, realiza asociaciones muy toscas, con pequeños pedazos de experiencias pasadas. Por eso, si una persona ha desarrollado un miedo al sonido de los petardos, cualquier sonido similar puede desencadenar un secuestro emocional. 
De hecho, la escasa precisión de nuestro cerebro emocional se acentúa aún más si tenemos en cuenta que muchos de nuestros recuerdos provienen de la niñez, cuando estructuras como la amígdala y el hipocampo aún no habían madurado por completo y podían almacenar la información con una excesiva carga emocional. 
Tanto es así que no debemos sorprendernos si algunas de nuestras reacciones emocionales más intensas nos resultan incomprensibles, ya que estas pueden provenir de algún momento de la infancia, en el cual el mundo aún nos resultaba demasiado caótico y ni siquiera habíamos adquirido el lenguaje. En ese momento, cualquier experiencia puede haberse grabado en una amígdala inmadura como un trauma, que más tarde se puede activar ante situaciones similares.
¿Es posible evitar el secuestro emocional?
Hay algunas situaciones en las que es prácticamente imposible evitar que se produzca un secuestro emocional. Sin embargo, eso no significa que debemos resignarnos a ser víctimas pasivas de las emociones. Todo lo contrario, podemos entrenar a nuestro cerebro para que aprenda a discriminar entre las señales que realmente representan un peligro y aquellas que son inocuas.
¿Cómo hacerlo?
Ante todo, siendo conscientes de que la mayoría de las situaciones de la vida cotidiana pueden ser estresantes o incluso atemorizantes, pero no representan un peligro real. Por tanto, no hay necesidad de estar tensos o enfadarse.

Por otra parte, es necesario practicar el desapego, en el sentido de que mientras más posesiones consideremos como parte de nuestro "yo", más tendencia tendremos a reaccionar de manera exagerada cuando estas peligren.


Fuente:  Goleman, D. (1996) Inteligencia emocional. Madrid: Kairos.

26 noviembre 2018

NO TIENES MIEDO A EMPEZAR DE CERO SINO A QUE VUELVA A OCURRIR LO MISMO


Desarrollo Personal /PSICOLOGÍA

NO TIENES MIEDO A EMPEZAR DE CERO SINO A QUE VUELVA A OCURRIR LO MISMO
Cuando emprendemos una aventura nueva, lo que más deseamos es que todo vaya bien. Empezamos con mucha ilusión y nos empeñamos en lograr que las cosas funcionen. Pero no siempre es así. A veces, por mucha ilusión y esfuerzo que pongamos, las cosas no salen bien. A veces la vida “nos obliga” a reconstruir los pedazos rotos y empezar de cero. Puede ocurrirnos en cualquier ámbito, desde las relaciones de pareja hasta el trabajo.
En realidad, cada vez que nos embarcamos en un nuevo proyecto existe el riesgo de que no llegue a buen puerto, cada decisión que tomamos encierra tanto el germen del éxito como del “fracaso”. Cuando nos hemos esforzado mucho o hemos puesto mucha ilusión en un proyecto y este fracasa, la perspectiva de empezar de cero puede ser aterradora. En esos casos, es habitual que el miedo nos paralice. Si no somos capaces de superar ese temor, nos quedaremos atrapados en el pasado, dando vueltas en un círculo circunscrito por la desesperanza y la frustración.
Si no conoces el “monstruo”, no podrás vencerlo
Quizá has dedicado años de tu vida a una relación de pareja que terminó rompiéndose, has invertido los ahorros de tu vida en un negocio que no llegó a buen puerto o te has mudado a otro país donde has tenido que empezar desde cero.
En todos esos casos, es normal que experimentes diferentes emociones. Después de un “fracaso” puedes sentirte desanimado y decepcionado, lo cual no solo se debe a la desilusión sino también a que tu batería emocional se ha ido desgastando a lo largo de esa aventura. Cuando un proyecto llega a su fin generalmente consume gran parte de nuestros recursos psicológicos, precisamente porque intentamos salvarlo a toda costa. Y mientras intentamos salvarlo nos practicamos una sangría emocional, algo muy común en las relaciones de pareja.
También es normal que sientas miedo. No obstante, el miedo es una emoción tan intensa y visceral que a menudo eclipsa al resto. A veces el "miedo a empezar de nuevo" se convierte en un término paraguas que engloba a todas las otras emociones y que termina siendo paralizante. Sin embargo, si no le pones nombre a lo que sientes, si no le pones un rostro a ese miedo, no podrás combatirlo de manera eficaz. Si no sabes contra quién estás luchando, te limitarás a dar palos de ciego.
Es probable que en realidad no tengas miedo a empezar de cero sino a que te vuelva a ocurrir lo mismo, a repetir la historia de fracaso que te dejó profundas cicatrices. Puedes tener miedo a volver a sufrir, a esforzarte de nuevo sin obtener los resultados esperados, a volver a tirar años de tu vida por la borda...
Empezar desde cero no genera temor, lo que causa ese miedo es la perspectiva de terminar en el mismo punto de partida. Se trata de una diferencia sutil que puede ayudarte a vencer ese temor y seguir adelante.
¿Cómo empezar de cero?
1. Asume que no estás empezando de cero. En realidad, todas las experiencias pasadas, aunque sean negativas y desagradables, dejan una lección. Si analizas los errores que has cometido, no estarás empezando de cero porque tendrás una base más sólida, lo cual aumenta tus probabilidades de éxito. Por tanto, la idea de comenzar desde cero en realidad es una falacia, un engaño de la mente asustada.
2. Aprovecha ese nuevo comienzo. A veces solo hay que cambiar la perspectiva para que todo cambie. Cada día es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para que puedas crear algo nuevo y mejor. En vez de asumir ese nuevo comienzo como un castigo, puedes verlo como una oportunidad para crecer, hacer las cosas de manera diferente y poner a prueba tus capacidades.
3. Ten paciencia. Empezar de nuevo no siempre es fácil, sobre todo cuando hay que sanar algunas heridas emocionales. En esos casos, es importante no apresurarse sino darse el tiempo que sea necesario para que esas heridas cicatricen. Apresurarse demasiado puede llevarte a cometer los mismos errores del pasado.
4. Supera el bloqueo inicial. Algunos finales son tan drásticos o inesperados que nos dejan bloqueados. Para empezar desde cero debes superar ese bloqueo inicial, y la mejor manera de hacerlo consiste en plantearte nuevas opciones. Ese bloqueo surge de la incapacidad para vislumbrar el camino que hay por delante, en muchas ocasiones porque los hábitos y las rutinas nos han cegado, por lo que se trata de ir despejando la bruma poco a poco.
5. Reconoce tus miedos. ¿Te asusta empezar desde cero o volver a cometer los mismos errores? Descubre qué creencias están alimentando ese miedo y ponlas a prueba con técnicas como la reestructuración cogntiva. Es cierto que probar nuevos caminos y formas de hacer las cosas puede asustar, pero aún peor es quedarse atrapados en el círculo del pasado. Asume que cada error es una experiencia de aprendizaje y comprende que jamás podrás llegar al mismo punto porque con cada experiencia irás creciendo. De hecho, a veces no es tan importante la meta como la persona en la que te has convertido mientras intentabas lograr ese objetivo. Después de todo, la vida es un viaje, no un destino.
6. Abraza el cambio. La vida fluye en un proceso de cambio continuo. Muchas veces tenemos miedo a empezar de nuevo porque nos vemos como un “producto acabado” o alimentamos imágenes estáticas de una relación o profesión. Al contrario, cuando abrazamos el cambio cambiamos nuestra perspectiva y nos abrimos a un universo de posibilidades que nos permiten emprender nuevos comienzos.
7. Desarrolla la resiliencia. Si confías en tu capacidad para salir airoso de la adversidad, empezar de cero no será tan difícil. Las personas que han tenido que luchar contra viento y marea han puesto a prueba su resiliencia y han interiorizado una enseñanza muy valiosa: “no importa cuán difíciles se pongan las cosas, al final podré con ellas”. Esa certeza es un faro que las ilumina y mantiene en pie en los momentos más difíciles.
8. Sepárate del resultado. Muchas veces la ansiedad y el miedo a cometer los mismos errores provienen de la tendencia a centrarnos en los resultados. Todo cambia cuando asumimos una distancia psicológica. Por tanto, en vez de aferrarte desesperadamente a las imágenes mentales, ideas, creencias y expectativas sobre cómo debería ser ese viaje, e intentar controlar todo lo que sucede en el camino, debes aprender a soltar y fluir. Enfocarse en las experiencias valiosas, más que en los resultados, es la mejor estrategia para sacar el máximo provecho de la vida.
9. Olvídate de tu ego. En ocasiones el miedo a cometer los mismos errores proviene de un temor mucho más profundo, el miedo a ser evaluados negativamente, a que no nos acepten o incluso nos rechacen. Nos preocupa qué pensarán las otras personas sobre nuestros "fracasos". En esos casos es el ego quien habla, por lo que solo debes aprender a silenciarlo. Comprende que tu valía como persona no depende de tus éxitos o fracasos sino del empeño y la pasión que pongas en ese viaje.
10. Empieza por el final. Puede parecer un contrasentido pero se trata de un cambio de perspectiva muy valioso cuando necesitas empezar de cero. Recuerda que para quien no sabe a qué puerto dirigirse, ningún viento le es propicio. Por tanto, pregúntate “¿Qué tipo de vida quiero crear?” Piensa en lo que quieres realmente y ábrete a las oportunidades que se irán presentando. Es probable que llegues a tu objetivo por un camino que no habías previsto inicialmente pero que te ha resultado mucho más apasionante o sencillo.

22 noviembre 2018

NO MADURAMOS CON LOS AÑOS, MADURAMOS CON LAS EXPERIENCIAS QUE HEMOS VIVIDO

Psicología/Emociones
NO MADURAMOS CON LOS AÑOS, MADURAMOS CON LAS EXPERIENCIAS QUE HEMOS VIVIDO

Envejecer es inevitable, pero ello no implica que hayamos madurado. No es el tiempo lo que nos hace cambiar nuestra perspectiva y crecer como personas sino las experiencias que hemos vivido. Porque cuando se trata del camino de la vida, a menudo lo importante no son los logros que alcanzamos, sino la persona en la que nos hemos convertido mientras tomábamos nuestras decisiones.

De hecho, durante décadas se pensó que la vejez era una etapa de pérdidas. Hoy sabemos que, al igual que el resto de las fases de nuestra vida, durante la vejez perdemos algunas habilidades, pero ganamos otras. Por ejemplo, nuestra inteligencia pasa a ser cristalizada, lo cual significa que se basa más en las experiencias y habilidades que hemos adquirido a lo largo de la vida. También somos más prudentes, empáticos, comprensivos y mucho más inteligentes emocionalmente.

Sin embargo, no es el paso del tiempo quien nos hace estos dones, son LAS EXPERIENCIAS QUE HEMOS VIVIDO, las situaciones difíciles que hemos tenido que afrontar y los conflictos que hemos resuelto. Por eso, también hay personas jóvenes que tienen una gran madurez y muestran una gran resiliencia, mientras que algunos adultos continúan teniendo un pensamiento infantilizado plagado de estereotipos.

No es el tiempo lo que nos hace comprender que debemos aprender de nuestros errores y fracasos, son los daños que hemos sufrido los que nos impulsan a renovar nuestro espíritu. Y es que salir heridos de las batallas de la vida nos enseña que hay mil causas que nos pueden hacer sufrir, pero hay mil y una razones para recomponerse y seguir adelante.

La sal de la vida
Un buen día, un maestro hindú se cansó de escuchar las quejas de su discípulo y decidió darle una lección. Le envió a buscar un puñado de sal. Cuando este regresó, le pidió que tomara un poco de sal y la echara en un vaso de agua, para luego beberla.

- ¿Que tal sabe? – le preguntó el maestro.

- ¡Está salada y amarga! - respondió el discípulo.

El maestro, con una sonrisa en el rostro, le pidió que le acompañara al lago. Le pidió que echara la misma cantidad de sal y que bebiera el agua. Así lo hizo el joven.

- ¿A qué sabe el agua? – le volvió a preguntar.

- Está muy fresca.

- ¿Te supo a sal?

- No, en absoluto.

Entonces, el maestro le dijo: "El dolor que hay en la vida es como la sal. La cantidad de dolor siempre es la misma, pero el grado de amargura que probamos dependerá del recipiente donde versemos la pena. Por tanto, cuando experimentes dolor, lo único que debes hacer es ampliar tu perspectiva sobre las cosas. Deja de ser un vaso de agua y conviértete en un lago".

El valor de los años
Los años también son valiosos, por supuesto. El paso del tiempo nos permite asumir cierta perspectiva, alejarnos de las pasiones y los sentimientos que experimentamos en su momento para valorar la situación con mayor objetividad. Con los años podemos mirar atrás y encontrar un lugar para cada cosa, dándole a cada hecho su justa dimensión.

Con los años podemos reírnos del temor que nos infundía el maestro del colegio o de la ansiedad que despertaba la perspectiva del primer beso. El tiempo no borra las experiencias, pero mitiga su impacto emocional, nos serena para que podamos mirar atrás y, de cierta forma, reescribir nuestra historia.

Sin embargo, para lograr ese cambio de perspectiva que nos haga crecer, para dejar de ser un vaso y convertirnos en un lago, es necesario estar dispuestos a cambiar, aceptar y dejar ir. El simple paso del tiempo no suele ser suficiente para olvidar un amor o perdonarse un gran error, es necesario que pongamos de nuestra parte.

El valor del dolor
El dolor, las dudas, la incertidumbre, los conflictos, las pérdidas y los errores también son grandes maestros de vida. Y son necesarios para que podamos comprender las cosas en su verdadera magnitud. Las lágrimas pueden ser saladas y escuecen en las heridas, pero también tienen el poder de limpiar nuestros ojos para permitirnos ver el mundo con mayor claridad.

Solo cuando hemos sufrido podemos entender que el mundo es hermoso y que hay cosas por las que vale la pena luchar. En ese momento entendemos que el camino no es demasiado largo ni penoso si el destino vale la pena. Después de haber sufrido, comprendemos que todo es relativo y podemos ver el mundo bajo una luz nueva, dejamos de ser un pequeño vaso para convertirnos en un lago.
De hecho, las personas que no han tenido una vida fácil se han visto obligadas a recorrer los caminos más complicados que existen, los de ellas mismas. Estas personas han tenido que mirar dentro de sí, para comprender sus emociones, tomar decisiones difíciles y seguir adelante. En ese proceso, han encontrado su verdadero “yo”, han crecido.

En el miedo, han aprendido a no temer y en el dolor, han aprendido a lidiar con el sufrimiento. Esas enseñanzas son cicatrices de guerra que serán como migas de pan que les indiquen el camino la próxima vez que deban enfrentar obstáculos similares. Porque al mirar atrás, habrán aprendido la lección más valiosa de todas: nada es permanente, todo pasa.

Esto implica que, aunque no debemos buscar de forma masoquista el dolor, tampoco es necesario huir de este o intentar esconderlo porque siempre tiene una lección que enseñarnos. El dolor nos hace más humanos, más sabios y nos permite crecer.

Recuerda que siempre es tu decisión: verter el dolor en un vaso o en un lago.

20 noviembre 2018

ESTAR EN PAZ CON UNO MISMO NO TIENE PRECIO


*Perdónate, solo esoESTAR EN PAZ CON UNO MISMO NO TIENE PRECIO
Estar en paz con uno mismo no tiene precio. Tal artesanía psicológica requiere de dos logros: reconciliarnos con el pasado para apagar ciertas decepciones y dejar de obsesionarnos en el futuro para calmar ansiedades. Sentirse bien es, por encima de todo, aprender a pensar de forma adecuada, centrándonos en un presente donde dar forma a una paz interna que nadie debería perturbar.
Seguramente todos estamos de acuerdo con estas afirmaciones. Sin embargo ¿por qué nos cuesta tanto hallar este equilibrio interno donde sentirnos plenos, donde disfrutar de lo que tenemos y de aquello que nos caracteriza? Lo queramos o no siempre hay algo que falla, algo que nos chirría y que nos impide experimentar un bienestar perdurable, ese que no caduca y se mantiene firme vengan vientos o mareas.
“Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros”.
-Ralph Waldo Emerson-
El mundo de la psicología ha enfocado siempre sus esfuerzos a facilitarnos ese mismo objetivo. Sin embargo, y todo hay que decirlo, sus inicios fueron algo complejos. Durante mucho tiempo, sus teorías y estrategias buscaron entender casi en exclusiva el universo más patológico. No fue hasta finales de los años 70, cuando figuras como Martin Seligman o Aaron T. Beck generaron un cambio revolucionario a la vez que inspirador.
Martin Seligman, conocido por sus estudios sobre la depresión y la indefensión aprendida, pensó que era necesario dirigir el campo de la psicología hacia una nueva vertiente: la felicidad. Aaron T. Beck, por su parte, pionero en la terapia cognitiva, nos enseñó también algo primordial: para estar bien con uno mismo es necesario un cierto filtro positivo a la hora de mira hacia fuera… y también hacia dentro.
La aceptación, clave de bienestar personal
Decía Epicteto en su “Manual para la vida” que a menudo las personas nos empeñamos en querer que la vida se ajuste a nuestros deseos. Es un empeño casi infantil, y por imposible capaz de generar una elevada fustración, de ahí que quien fuera el estoico más representativo de su época nos recomendara que aprendiéramos, simplemente, a desear las cosas tal y como son.
El arte de estar bien con uno mismo es por tanto la práctica de la  aceptación. Ahora bien, aceptación no es sinónimo de pasividad ni de resignación. El truco, en realidad, es más fácil de lo que parece y requiere que invirtamos nuestros esfuerzos en una serie de logros:
  • Acepta el lado negativo de las cosas tan pronto como sucedan para tener la oportunidad de tomar el control y generar cambios. Por ejemplo, es esencial que seamos capaces de percibir rápidamente nuestros pensamientos limitantes y negativos antes de que estos consigan dominar nuestra mente y nuestros enfoques por completo.
  • Acepta lo que eres, acepta tu historia pasada y presente, acepta a esa persona que cada día se refleja en tu espejo con sus virtudes y sus defectos e intenta validarte sin necesidad de esperar a que los demás lo hagan por ti.
Estar bien con uno mismo implica saber practicar un tipo de aceptación donde tenemos un control activo sobre nuestros pensamientos. Puede que lo que nos rodee e incluso las personas que forman parte de nuestro contexto más próximo no actúen siempre como deseamos. Sin embargo, nada de eso debe exasperarnos, porque si hay calma en el interior, si hay amor propio y equilibrio, no hay nube que apague el sol que llevamos dentro.
Estar bien con uno mismo, el arte de la apreciación personal
La apreciación personal es un ejercicio tan útil como desconocido. Uno lo puede descubrir con el tiempo, justo cuando percibe que lleva mucho tiempo descuidándose y alberga la sensación de que es casi como ese peón en un tablero de ajedrez, en principio con poco valor y del que nadie se acuerda. Queremos ser la “Dama”, pero para ello es necesario recordar lo que valemos y qué papel jugamos en la partida de la vida.
Todo ello lo podemos conseguir mediante una apreciación personal inteligente, es decir sintiéndonos partícipes de cada cosa que hacemos y satisfechos con cada acto que llevamos a cabo. De este modo, y si antes hablábamos de tener un mayor control sobre nuestros pensamientos, ahora es momento de aprender a valorarnos a través de nuestras dinámicas cotidianas.
Veamos algunos ejemplos.
  • Estar bien con uno mismo implica ser selectos con las  personas que elegimos, con aquellas que formarán parte de nuestro viaje.
  • Estar bien con uno mismo significa también tener sensación de autoeficacia, apreciarnos a nosotros mismos por nuestros aciertos y pequeños logros cotidianos.
  • Significa también ser consecuentes con aquello que decimos y hacemos, con aquello que deseamos y aquello que llevamos a cabo.
Asimismo, tampoco podemos descuidar algo importante: estar bien con lo que se es y lo que se tiene se relaciona ante todo con la comodidad. Porque la sensación de libertad y agilidad que apreciamos en algunas personas, incluso a trocitos en nosotros mismos, nace de la falta de peso sobre sus espaldas.
Nada es tan satisfactorio como esa sensación, la de saber que no hay lastres del ayer ni cadenas que otros coloquen a nuestros pies para entorpecer nuestros movimientos y oportunidad de crecimiento. No descuidemos por tanto ese arte de estar bien con uno mismo, una práctica que requiere de gran voluntad y determinación por nuestra parte.

19 noviembre 2018

PERDONAR NO SIGNIFICA QUE QUIEN TE DAÑÓ MERECE TU PERDÓN, SINO QUE TÚ MERECES PAZ


Psicología/Desarrollo Personal
PERDONAR NO SIGNIFICA QUE QUIEN TE DAÑÓ MERECE TU PERDÓN, SINO QUE TÚ MERECES PAZ

Corría el año 1961 cuando John Lewis, hoy una leyenda de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, recibió una paliza brutal en un pequeño pueblo llamado Rock Hill. Sus atacantes, miembros del Ku Klux Klan, lo golpearon, junto a su compañero, dejándolos abandonados en un charco de sangre. Su único “delito” era ser afroamericanos y haber entrado en una sala de espera blanca en un estado donde imperaba el segregacionismo. 

Años después, en 2009, John Lewis recibió una visita inesperada en su oficina. Elwin Wilson, un antiguo miembro del KKK y uno de los hombres que lo atacó, se disculpó y le pidió que lo perdonara. 

John Lewis, quien años antes, en septiembre de 1990 había escrito en The New York Times que era necesario perdonar a George Wallace, el ex gobernador archisegregacionista de Alabama, hizo lo único que tenía sentido: perdonó a su agresor. 

Se trata de una historia mediática pero muchas personas comunes y corrientes también han perdonado a sus agresores. Esas personas han sido conscientes de que el perdón en realidad las libera a ellas mismas, les otorga la paz y la serenidad que necesitan para seguir adelante.
Perdonar lo que no se puede olvidar 
A veces, en la vida, sufrimos situaciones difíciles de olvidar. Puede tratarse de grandes ofensas o humillaciones, cosas o incluso personas queridas que nos han arrebatado, castigos que no nos merecíamos, lealtades traicionadas… La lista puede ser muy larga. 

En esos casos, es comprensible que, durante las primeras fases, alberguemos una gran frustración, resentimiento e incluso ira. Durante esos momentos de profundo dolor, no podemos siquiera pensar en la posibilidad de perdonar lo que consideramos imperdonable. La simple idea de perdonar nos generará un rechazo inmediato porque en nuestra mente, la persona que nos ha dañado tiene una “deuda” con nosotros y pretendemos que la pague. 

Sin embargo, si alimentamos esos sentimientos, terminaremos haciéndonos mucho daño. No podemos cometer el error de pensar que cuando guardamos rencor, ese dolor se reflejará de alguna manera en la persona que nos hizo daño. Muchas personas piensan que odiando a su verdugo, le están dañando de alguna manera. Obviamente, se trata de una creencia que refleja un pensamiento mágico; es decir, una ilusión sin ningún fundamento real. 

De hecho, alimentar el odio y el rencor es como tomar veneno esperando que sea otro quien muera. Es castigarnos, con la secreta esperanza de que ese castigo, de alguna forma, sin saber muy bien cómo ni cuándo, se revierta sobre quien nos ha infringido el daño. 

El perdón como un acto de autoliberación 

Paul Boese dijo que “el perdón no cambia el pasado, pero amplía tu futuro”. De hecho, perdonar implica cortar una relación que nos está dañando, significa retomar el control de nuestra vida. 

El acto del perdón cambia la relación que comenzó con el daño, la afrenta o la pérdida. Cuando una persona nos daña, se cuela en nuestra vida y ocupa nuestra mente. Mientras no pasemos página, estaremos de cierta forma vinculados a nuestro verdugo. Perdonar implica romper la dinámica que alimentaba esa relación. 

Por tanto, el perdón es una forma para salir de ese marco transaccional que está limitando nuestra vida. Cuando fuimos víctimas, nos arrebataron el poder, pero el acto de perdonar implica recuperarlo. Es decir: "me has hecho daño y he sufrido mucho por ello, pero a partir de este momento ya no ejerces ningún influjo sobre mi vida", porque los sentimientos y pensamientos negativos que estábamos experimentando y que nos mantenían atados, se han esfumado. 

Perdonar no significa darle el visto bueno a lo ocurrido, significa salir de la relación víctima-verdugo. De hecho, aunque todos somos empáticos con las víctimas, la victimización no es beneficiosa ya que termina limitando nuestra autoimagen, historia vital y riqueza personal. Hay muchas personas que no han podido vivir plenamente porque siempre han arrastrado el cartel de víctimas y se han negado a perdonar, quedándose ancladas en el pasado, junto a su verdugo.

Perdona cuando estés preparado, pero asegúrate de prepararte para perdonar 

El perdón lleva tiempo porque cuando se produce una pérdida o un herida importante, siempre hay incertidumbre, no podemos ver con claridad qué hacer ni logramos encontrarle un sentido a lo ocurrido. Experimentamos dolor, sufrimiento y confusión. 

Estas emociones son espontáneas y naturales, pero antes o después debemos aceptar lo ocurrido y prepararnos para perdonar. Es importante mantenerse atentos a la evolución de nuestro estado emocional porque sentimientos como la ira, el odio y la sed de venganza pueden bloquear nuestra mente racional y hacer que terminemos identificándonos con ese ellos. 

Esa identificación negativa tiene una naturaleza estática, por lo que las emociones tienden a anquilosarse a lo largo del tiempo, la herida no sana y no logramos mirar hacia adelante sino que mantenemos la vista clavada en el pasado. En ese punto, nos convertimos en esclavos de la desgracia y servidores incondicionales de la ira. 

Por tanto, el perdón tiene su propio ritmo. No es necesario violentarlo. Pero también debemos asegurarnos de que estamos trabajando para curar esa herida emocional.

15 noviembre 2018

QUE LA DECEPCIÓN TE ABRA LOS OJOS PERO QUE NO TE CIERRE LA ILUSIÓN


Psicología desarrollo personal
QUE LA DECEPCIÓN TE ABRA LOS OJOS PERO QUE NO TE CIERRE LA ILUSIÓN

Si existe algo que puedes dar por seguro en la vida, es que en algún momento te decepcionarás. Alexander Pope dijo “bendito quien no espera nada porque nunca se decepcionará”. Sin embargo, dado que resulta extremadamente difícil no formarse expectativas, la decepción tocará a tu puerta tarde o temprano. 
La decepción es una forma de tristeza, que a menudo se experimenta con la sensación de pérdida. Se trata de una brecha dolorosa entre nuestras expectativas y la realidad. Existen tantas decepciones como esperanzas y expectativas. Aunque las decepciones que más duelen suelen provenir de las personas cercanas y significativas. 
¿Cómo usar la decepción para abrir los ojos? 
Solemos ver la decepción desde una perspectiva negativa, lo cual es comprensible ya que cuando nos sentimos desilusionados vemos la vida a través de un prisma gris. Sin embargo, la decepción también puede convertirse en una maestra de vida. Aunque puede ser desagradable, la decepción nos brinda una información valiosa sobre las creencias que alimentamos sobre nosotros mismos, las otras personas y lo que nos haría verdaderamente felices. La decepción puede ayudarnos a abrir los ojos. 
Por tanto, la próxima vez que sufras una decepción, en vez de quedarte atascado en ese estado, piensa en lo que puedes aprender de esa situación. Plantéate estas preguntas: 

1. ¿Qué? ¿Crees que solo una cosa puede hacerte feliz o satisfacerte? 
A veces nos obsesionamos con una cosa, creemos que solo si tenemos eso podremos ser felices o sentirnos satisfechos y, si no lo alcanzamos, nos sentimos decepcionados y caemos en la tristeza más profunda. Sin embargo, si supeditamos nuestra felicidad o satisfacción a una sola cosa, tendremos un grave problema. Si no somos felices con lo que tenemos, es probable que tampoco lo seamos con lo que alcancemos, simplemente porque la felicidad es un estado interior. 
2. ¿Quién? ¿Crees que solo una persona puede cumplir tus deseos? 
A veces pensamos que cuando encontremos a nuestra media naranja, las estrellas se alinerarán y viviremos felices para siempre. Buscamos en esa persona una serie de características y nos formamos expectativas muy elevadas, por lo que cuando chocamos con la realidad, terminamos decepcionados. ¿Quizá estás esperando demasiado de la otra persona? ¿Quizá albergas expectativas que esa persona no puede satisfacer? Recuerda que la verdadera satisfacción debe partir de ti, no depender de alguien más. No pienses que los demás deberían interesarse por ti, ayudarte o comprometerse contigo. En su lugar, pregúntate qué puedes hacer por esas personas. 
3. ¿Cuándo? ¿Estableces un límite de tiempo para obtener lo que quieres? 
Nuestras expectativas están influenciadas por las normas sociales. Sin darnos cuenta, seguimos reglas implícitas que indican cuándo debemos cumplir determinados objetivos. Como resultado, ponemos nuestros objetivos en una línea de tiempo y si no los conseguimos, sentimos que hemos fracasado. Encontrar a la media naranja, terminar la carrera, tener éxito profesionalmente… En su lugar, debemos comprender que todos somos únicos y que seguimos un ritmo diferente. Compararnos y apresurarnos solo conducirá a la decepción y a que malinterpretemos las señales de la vida, que a veces no nos dice “no”, sino tan solo “espera”. 
4. ¿Cómo? ¿Crees que solo existe una manera correcta de hacer las cosas? 
Aunque hayamos proyectado hasta el más mínimo detalle, la vida siempre se encarga de inyectar una dosis de caos. Pensar que existe un único camino para lograr tus objetivos o que solo hay una manera correcta y adecuada de hacer las cosas nos conducirá, inevitablemente, a la decepción. Está bien tener un guión, pero no debemos olvidar que siempre hay espacio para la improvisación. Si la vida no funciona según nuestros planes, significa que debemos cambiar, adaptarnos a las nuevas circunstancias y elaborar un plan nuevo. Llorar sobre la leche derramada no servirá de nada. De hecho, Abraham Maslow descubrió que las personas autorrealizadas tienen la extraña habilidad de distinguir entre los medios y los fines; es decir, tienen la vista fija en sus metas manteniéndose abiertas a las diversas oportunidades que pueden surgir. Son conscientes de que existen diferentes formas de llegar. 

No uses la decepción como un ladrillo para construir muros emocionales 
Debemos tener especial cuidado con la decepción porque puede convertirse en los ladrillos con los cuales construimos muros emocionales. Cuando una decepción ha sido muy grande o hemos acumulado pequeñas desilusiones, podemos sentirnos tan defraudados y traicionados, que construimos un muro a nuestro alrededor. 
Es cierto que ese muro nos protege de futuras decepciones, sobre todo en el plano de las relaciones amorosas, pero también nos impide volver a ilusionarnos, amar y vibrar. Por eso, debemos asegurarnos de sanar la herida emocional y no quedarnos atascados en la desilusión. Debemos usar las decepciones como oportunidades para aprender y crecer, no como excusas para cerrarnos al mundo.