31 mayo 2021

LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LEVANTARSE A LOS DEMÁS


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COMPASIÓN: LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TI ES AYUDAR A LEVANTARSE A LOS DEMÁS



Durante siglos la inteligencia estuvo relacionada con la lógica. Se pensaba que ser inteligentes nos garantizaba el éxito en la vida. Sin embargo, en los últimos años han surgido nuevos tipos de inteligencia que son mejores predictores del éxito, la satisfacción y el bienestar que el cociente intelectual. Hoy sabemos que desarrollar la Inteligencia Emocional es más importante que tener un C.I. alto.

Existen diferentes tipos de inteligencias, pero una de las más interesantes es precisamente la más infravalorada, la inteligencia compasiva. Cuando mostramos compasión ocurre un pequeño milagro porque no solo ayudamos al otro sino que nos ayudamos a nosotros mismos. Por eso, nada mejor que aplicar la frase de Dalai Lama: «Si quieres que otros sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz tú, practica la compasión.

La diferencia entre empatía y compasión

La empatía es la capacidad que nos permite ponernos en la piel del otro y llegar a experimentar sus sentimientos y estados emocionales. Se piensa que nuestro cerebro está cableado para la empatía. Gracias a las neuronas espejo podemos experimentar en carne propia lo que sienten los demás, sobre todo cuando se trata de personas cercanas.

Sin embargo, la compasión es un estadio superior porque implica un nivel de compromiso consciente para aliviar el dolor o sufrimiento del otro. De hecho, aunque muchas personas la confunden con la lástima, en realidad es una capacidad muy compleja que sería conveniente desarrollar.

La compasión cuenta con tres componentes fundamentales:

1. Emocional, es una emoción que surge cuando vemos a otra persona sufrir, la cual genera una fuerte reacción en el sistema cerebral vinculado al bienestar.

2. Cognitivo, implica prestarle atención al sufrimiento ajeno, evaluar su intensidad y reflexionar sobre nuestras capacidades para intervenir de manera eficaz.

3. Conductual, implica un compromiso consciente de hacer algo para aliviar el sufrimiento de esa persona. 

Los increíbles beneficios de la compasión

Conectar con los demás de manera significativa nos ayuda a disfrutar de una mejor salud mental y física e incluso nos permite recuperarnos más rápido de una enfermedad.

Al parecer, la clave radica en que la inteligencia compasiva mejora nuestro bienestar psicológico por el simple hecho de que el acto de dar es más placentero que el de recibir. 

Un estudio realizado en los Institutos Nacionales de Salud mostró que los «centros de placer» en el cerebro; es decir, las partes que se activan cuando experimentamos placer, responden tanto cuando recibimos dinero como cuando lo donamos a la caridad.

En otro experimento realizado en la Universidad de Columbia Británica, a los participantes les dieron una suma de dinero. La mitad de ellos recibieron instrucciones para que gastaran el dinero en ellos mismos, a la otra mitad les dijeron que lo gastaran en otros. Al final, quienes habían gastado dinero en los demás reportaron sentirse mucho más felices que quienes habían gastado dinero en sí mismos.

Otra razón por la cual la compasión es tan beneficiosa es porque crea un estado de bienestar positivo, una felicidad serena que tiene enormes repercusiones a nivel físico. 

De hecho, una investigación realizada en la Universidad de California desveló que los niveles de inflamación celular de las personas que practicaban la compasión y se catalogaban como “muy felices” eran muy bajos. La inflamación es un precursor de numerosas enfermedades, entre ellas el cáncer y las patologías neurodegenerativas. 

Sin embargo, lo curioso de este estudio fue que las personas que se calificaron como “muy felices” simplemente porque tenían una “buena vida”, lo cual se relaciona con la felicidad hedonista, presentaban niveles de inflamación más alto.

Esto nos indica que no es meramente la felicidad, sino lo que se conoce como eudemonía, una palabra que proviene del griego y que se traduce erróneamente como felicidad pero que en realidad significa plenitud de ser. Los investigadores descubrieron que las personas con niveles más bajos de inflamación eran aquellas que tenían un sentido de la vida, en la cual la compasión tenía un papel importante.

La compasión se puede aprender

Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, se ha dedicado a analizar los efectos de la compasión a nivel cerebral. Después de un viaje a la India, donde practicó la meditación, Davidson conoció a Dalai Lama, quien le propuso que estudiara la amabilidad, la ternura y la compasión.

En uno de sus experimentos, entrenó a los participantes en lo que se conoce como meditación compasiva, una antigua técnica del budismo para fomentar los sentimientos de cuidado hacia las personas que están sufriendo. En la meditación, los participantes visualizaban un momento en que alguien había sufrido y luego deseaban aliviar su sufrimiento. 

Los participantes practicaron con diferentes tipos de personas, empezando por un ser querido, alguien por quien podían sentir compasión fácilmente. Luego siguieron consigo mismos y más tarde con un extraño. Por último, practicaron la compasión hacia alguien con quien tenían un conflicto activo, una “persona difícil”, como un compañero de trabajo problemático.

A otro grupo de personas les enseñó la técnica de reestructuración cognitiva, según la cual debían aprender a replantearse sus pensamientos para ser menos negativos.

El experimento duró tan solo dos semanas, un período de tiempo relativamente corto cuando se trata de cambiar los sentimientos y apreciar cambios a nivel cerebral. 

Entonces Dadvidson puso a prueba la compasión de los participantes pidiéndoles que participaran en un juego altruista. Los participantes vieron que una de las personas del juego solo le había dado a la víctima 1 dólar, de los 10 que tenían a su disposición. Luego les tocó decidir cuánto querían aportar de su propio dinero.

Las personas que habían sido entrenadas en la meditación compasiva eran más propensas a compartir su dinero para ayudar a las víctimas mientras que quienes utilizaron la reestructuración cognitiva mostraron menos compasión.

Sin embargo, lo más interesante fue que durante el experimento se evaluaron los cambios a nivel cerebral. Las imágenes no dejaron lugar a dudas: quienes practicaron la meditación compasiva mostraron un incremento en la actividad de la corteza parietal inferior, una región involucrada en la empatía y la comprensión de otros. También se apreció un aumento de la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral y el núcleo accumbens, dos zonas del cerebro involucradas en la regulación emocional y las emociones positivas.

Esto significa que la compasión es una capacidad que se puede desarrollar.

Un ejercicio para desarrollar la compasión

Para desarrollar la compasión, podemos ir tomando conciencia de lo que han hecho los otros por nosotros, o lo que nosotros mismos hemos hecho por los demás. Es importante intentar recrear las emociones y sentimientos que hemos experimentado en ambos casos.

También puedes practicar este ejercicio de meditación compasiva:

1. Céntrate en el presente y haz conscientes tus emociones, sensaciones, sentimientos y pensamientos.

2. Piensa en alguien a quien quieres y que esté sufriendo. Piensa en las diferentes manifestaciones de ese sufrimiento, las hayas observado directamente o no. Recuerda que el sufrimiento no siempre se manifiesta de la misma manera y a veces la persona puede intentar esconderlo, como en el caso de la depresión sonriente. Por eso la atención activa desempeña un rol tan importante en el desarrollo de la compasión.

3. Piensa en cómo podrías ayudar a esa persona a superar su sufrimiento. Deséalo con fuerza. Es probable que tu cuerpo reaccione ante esa movilización mental. Mantén ese pensamiento durante un rato y fíjate en tus sensaciones. 

4. Piensa en tu propio sufrimiento y traspasa ese deseo de ayudar y mejorar a los otros a ti mismo. Este paso te ayudará a fomentar la autocompasión, de manera que desarrollarás una mejor relación contigo mismo.

Puedes repetir este ejercicio primero con un desconocido y luego con alguien que no te caiga bien, en cuyo caso el ejercicio resultará muy liberador ya que también te ayudará a liberarte del odio y el rencor. 

Y recuerda esta frase del Premio Novel de la Paz Albert Schweitzer: «Mientras el círculo de la compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará la paz por sí mismos



Fuentes:

Davidson, R. et. Al. (2013) Compassion Training Alters Altruism and Neural Responses to Suffering. Psychological Science; 24(7): 1171–1180.

29 mayo 2021

DIFERENCIA ENTRE COMPASIÓN Y LÁSTIMA ALGO QUE TODO EL MUNDO DEBE

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DIFERENCIA ENTRE COMPASIÓN Y LÁSTIMA ALGO QUE TODO EL MUNDO DEBE ENTENDER


 

Muchas personas piensan que compasión y lástima es lo mismo. No es así. Las separa un mundo. Además, sus efectos sobre las personas que las experimentan o que son objeto de esa lástima o compasión son totalmente diferentes.

Podemos sentir lástima por quien está peor que nosotros, por esa persona que no ha tenido tanta suerte, por quien no ha logrado cumplir sus sueños y ha sido apaleado sin contemplaciones por la vida. Y si nos identificamos con ese cuadro, incluso podemos llegar a sentir lástima por nosotros mismos. Sin embargo, la lástima es un callejón sin salida mientras que la compasión es una ventana abierta a la esperanza.

Las raíces de la lástima

Aristóteles creía que la lástima era una emoción. De hecho, nos duele ver que otra persona lo pasa mal. De cierta forma, empatizamos con su dolor. Sentimos pena y tristeza. A veces también rabia. Sin embargo, pocas veces hacemos algo.

Y es que la lástima también está vinculada a la inactividad. Nos lleva a ver ese dolor ajeno desde una distancia psicológica que muchas veces nos hace sentir en un escalón superior, como si de cierta forma estuviéramos a salvo de la desgracia ajena.

Cuando sentimos lástima, nos ubicamos por encima de esa persona, ya sea infantilizándola o convirtiéndola en una pobre víctima. Creemos que no puede hacer nada por sí sola para salir de ese estado lamentable y que necesita de un “salvador”.

De hecho, la lástima puede llevarnos a perpetuar el sufrimiento ajeno y el propio. Si sentimos pena por una persona, es posible que no seamos completamente honestos con ella y, aunque nos demos cuenta de su problema, no lo saquemos a colación porque pensamos que no podrá soportarlo.

Por lástima, muchas personas también mantienen relaciones que han dejado de ser satisfactorias y desarrolladoras, sin darse cuenta de que la compañía por pena no mitiga la soledad, sino que acrecienta el vacío interior. Por lástima, no señalamos los errores a los demás y cerramos los ojos ante sus desaciertos, lastrando así sus posibilidades de crecimiento.

Por tanto, la lástima también termina siendo agotadora para quien la experimenta. Drena su energía mientras le ata de pies y manos para impedirle ayudar a la otra persona a solucionar el problema. Así la lástima suele terminar generando una víctima cada vez más impotente y un salvador sufriente.

La vía de la compasión

La lástima tiene sus raíces en el miedo y en una sensación de arrogancia y condescendencia, a veces incluso en una complacida sensación de ‘me alegro de no ser yo’”, como explicó Sogyal Rimpoché. En cambio, “desarrollar la compasión implica reconocer que todos somos iguales y que sufrimos de manera semejante, es respetar a los que sufren y saber que uno no es distinto de nadie ni superior. Cuando logramos desarrollar esa actitud, nuestra primera reacción ante la persona que sufre no es de simple lástima, sino de una profunda compasión”.

Mientras que la lástima nos mantiene alejados de la persona que sufre, la compasión nos acerca. No es casual que en la iconografía tibetana Avalokiteshvara, el buda de la compasión se suela representar con un millar de ojos que ven el dolor en todos los rincones del universo, pero también con un millar de brazos para ayudar a todos los que lo necesiten.

La compasión hace más humano a quien la ofrece y a quien la recibe. Nos hace sentir cerca de esa persona porque nos reconocemos en ella, nos damos cuenta de que podríamos estar perfectamente en su lugar. Y nos motiva a actuar para, en la medida de lo posible, aliviar su sufrimiento. La compasión es más noble, grandiosa y proactiva que la lástima. De hecho, “la compasión no es auténtica si no es activa”, como apuntara Sogyal Rimpoché.

Cuando sentimos compasión, no juzgamos. No nos colocamos en un escalón superior ni pretendemos decidir qué está bien o mal. Simplemente nos ponemos en el lugar de la otra persona y le brindamos nuestro apoyo. La compasión no implica ver a los demás como víctimas sino como entes activos de su destino. No necesitamos convertirnos en sus salvadores sino tan solo ayudarles a salir de esa situación.

Curiosamente, la compasión es una vía de doble sentido porque mientras ayudamos al otro, nos ayudamos a nosotros mismos. Ese acercamiento genuino de las almas genera un estado de bienestar, agradecimiento y felicidad. Como escribiera el poeta estadounidense Stephen Levine: “cuando tu miedo toca el dolor del otro, se convierte en lástima. Cuando tu amor toca el dolor del otro se convierte en compasión”. Esa es realmente la gran diferencia entre compasión y lástima 

21 mayo 2021

Efecto Dunning-Kruger, HAY QUÉ LA GENTE OPINA DE TODO SIN TENER NI puta IDEA

Psicología Social 

Efecto Dunning-Kruger, HAY QUÉ LA GENTE OPINA DE TODO SIN TENER NI puta  IDEA



El efecto Dunning-Kruger puede resumirse en una frase: cuanto menos sabemos, más creemos saber. Es un sesgo cognitivo según el cual, las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar esas mismas habilidad, capacidades y conocimientos. Como resultado, suelen convertirse en ultracrepidianos; gente que opina sobre todo lo que escucha sin tener idea, pero pensando que sabe mucho más que los demás.

El problema es que las víctimas del efecto Dunning-Kruger no se limitan a dar una opinión ni a sugerir sino que intentan imponer sus ideas, como si fueran verdades absolutas, haciendo pasar a los demás por incompetentes o completos ignorantes, cuando en realidad no es así. Obviamente, lidiar con estas personas no es fácil porque suelen tener un pensamiento muy rígido.

El delincuente que intentó volverse invisible con zumo de limón

A mediados de 1990 se produjo en la ciudad de Pittsburgh un hecho que podríamos catalogar, cuanto menos, de sorprendente. Un hombre de 44 años atracó dos bancos en pleno día, sin ningún tipo de máscara para cubrir su rostro y proteger su identidad. Obviamente, aquella aventura delictiva tuvo una vida muy corta ya que el hombre fue detenido rápidamente.

Cuando lo apresaron, McArthur Wheeler, que así se llamaba, confesó que se había aplicado zumo de limón en la cara ya que este le haría invisible ante las cámaras. “¡Pero si me puse zumo de limón!”, fue su asombrada respuesta cuando lo arrestaron.

Más tarde se conoció que la idea del zumo fue una sugerencia de dos amigos de Wheeler, quienes bromearon sobre el hecho de que atracarían un banco usando esa técnica para que no los reconocieran. Wheeler puso a prueba la idea aplicándose zumo en su cara y sacándose una fotografía, en la cual no apareció su rostro. Es probable que se debiera a un mal encuadre, pero aquella “prueba” fue definitiva para Wheeler, quien decidió llevar adelante su plan «genial».

La historia llegó a oídos del profesor de Psicología social de la Universidad de Cornell, David Dunning, quien no podía dar crédito a lo que había sucedido. Aquello le llevó a preguntarse: ¿Es posible que mi propia incompetencia me impida ver esa incompetencia?

Ni corto ni perezoso, puso manos a la obra, junto a su colega Justin Kruger. Lo que hallaron en la serie de experimentos que realizaron los dejaron aún más sorprendidos.

El estudio que dio origen al efecto Dunning-Kruger

En una serie de cuatro experimentos, estos psicólogos analizaron la competencia de las personas en el ámbito de la gramática, el razonamiento lógico y el humor.

A los participantes les pidieron que estimaran su grado de competencia en cada uno de esos campos. A continuación, debían realizar una serie de test dirigidos a evaluar su competencia real.

Entonces los investigadores notaron que cuanto mayor era la incompetencia de la persona, menos consciente era de ella. Aunque es paradójico, las personas más competentes y capaces solían infravalorar sus competencias y conocimientos. Así surgió el efecto Dunning-Kruger.

Estos psicólogos concluyeron además que las personas incompetentes en cierta área del conocimiento:

– Son incapaces de detectar y reconocer su incompetencia.

– No suelen reconocer la competencia del resto de las personas.

La buena noticia es que este efecto se diluye a medida que la persona incrementa su nivel de competencia ya que también se vuelve más consciente de sus limitaciones.

¿Por qué cuanto menos sabemos, más creemos saber?

El problema de esta percepción irreal se debe a que para hacer algo bien, debemos tener al menos un mínimo de habilidades y competencias que nos permitan estimar con cierto grado de exactitud cuál será nuestro desempeño en la tarea.

Por ejemplo, una persona puede pensar que canta estupendamente porque no tiene ni idea de música y no conoce todas las habilidades necesarias para controlar adecuadamente el tono y timbre de la voz y llevar el ritmo. Eso hará que diga que “canta como los ángeles”, cuando en realidad tiene una voz espantosa.

Lo mismo ocurre con la ortografía, si no conocemos las reglas ortográficas, no podremos saber dónde nos equivocamos y, por ende, no seremos conscientes de nuestras limitaciones, lo cual nos llevará a pensar que no cometemos errores ortográficos.

De hecho, el efecto Dunning-Kruger se puede apreciar en todas las áreas de la vida. Un estudio realizado en la Universidad de Wellington reveló que el 80% de los conductores se califican a sí mismos por encima de la media, lo cual, obviamente, es estadísticamente imposible.

Este sesgo cognitivo también se aprecia en el ámbito de la Psicología. Tal es el caso de las personas que afirman que “mi mejor psicólogo soy yo mismo”, simplemente porque desconocen por completo cómo les puede ayudar este profesional y la complejidad que encierran las técnicas psicológicas.

En práctica, creemos que sabemos todo lo que es necesario saber. Y eso nos convierte en personas sesgadas que se cierran al conocimiento y emiten opiniones como si fueran verdades absolutas.

¿Cómo minimizar el efecto Dunning-Kruger, por nuestro propio bien?

Todos cometemos errores por falta de cálculo, conocimientos y previsión. La historia está repleta de errores épicos, como el de la emblemática Torre de Pisa, que comenzó a inclinarse incluso antes de que terminara la construcción. Hace tan solo unos años, el gobierno francés gastó 15.000 millones de euros en una flota de 2.000 trenes nuevos, para después descubrir que eran demasiado anchos para 1.200 de sus estaciones, lo cual les llevó a invertir aún más para acondicionar esas estaciones.

En nuestro día a día también podemos cometer errores por falta de experiencia y por sobreestimar nuestras capacidades. Los errores no son negativos y no debemos huir de ellos sino que podemos convertirlos en herramientas de aprendizaje, pero tampoco es necesario tropezar continuamente con la misma piedra ya que llega un punto en que resulta frustrante.

De hecho, debemos mantenernos atentos a este sesgo cognitivo porque la incompetencia y la falta de autocrítica no solo hará que lleguemos a conclusiones equivocadas sino que también nos impulsará a tomar malas decisiones que terminen dañándonos.

Esto significa que, en algunos casos, la responsabilidad por los “fracasos o errores” que experimentamos a lo largo de la vida no recae en los demás ni es culpa de la mala suerte sino que depende de nuestra deficiente autoevaluación.

Para minimizar el efecto Dunning-Kruger y no convertirnos en esa persona que opina sobre todo sin tener idea de nada, lo más importante es aplicar estas sencillas reglas:

– Sé consciente al menos de la existencia de este sesgo cognitivo.

– Deja siempre un espacio para la duda, para formas diferentes de pensar y hacer las cosas.

– Opina siempre desde el respeto a los demás. Por muy seguro que estés de tu opinión, no intentes imponerla.

Debemos recordar que nadie es experto en todas las materias de conocimiento y ámbitos de la vida, todos tenemos carencias e ignoramos muchas cosas. Por tanto, lo mejor es enfrentar la vida desde la humildad y con la actitud del aprendiz.

¿Cómo lidiar con las personas que no reconocen su incompetencia o desconocimiento?

Las personas que opinan de manera tajante sobre todo sin tener idea y que subestiman a los demás, suelen generar un gran malestar. Nuestra primera reacción suele ser irritarnos o enfadarnos. Es perfectamente comprensible, pero no servirá de nada. En su lugar debemos aprender a mantener la calma. Recuerda que solo puede afectarte aquello a lo que le das poder, lo que consideras significativo. Y sin duda, la opinión de una persona que no es experta en la materia y ni siquiera sabe de lo que habla, no debería ser significativa.

Si no deseas que la conversación vaya más allá, simplemente dile: “He escuchado tu opinión. Gracias”, y zanja el asunto. Si realmente te interesa que esa persona salga de su estado de desconocimiento y sea más consciente de sus limitaciones, lo único que puedes hacer es ayudarle a desarrollar sus habilidades en esa área.

Evita frases como “no sabes de lo que hablas” o “no tienes ni idea” porque de esta forma solo lograrás que esa persona se sienta atacada, asuma una actitud defensiva y se cierre a tus propuestas. En su lugar, plantea una nueva perspectiva. Puedes decir: “ya te he escuchado, ahora imagina que las cosas no fueran exactamente así”. El objetivo es lograr que esa persona se abra a opiniones y formas de hacer diferentes.

También puedes recalcar la idea de que todos somos inexpertos o incluso profundos desconocedores en algunos campos, no es algo negativo sino una increíble oportunidad para seguir aprendiendo y crecer como personas.

Fuentes:

Kruger, J. & Dunning, D (1999) Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments. Journal of Personality and Social 

17 mayo 2021

filosofía/ virtud /CIVILIDAD O CORTESÍA

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  •  filosofía/ virtud /CIVILIDAD O CORTESÍA


 
CIVILIDAD



es la Virtud que atiende a las formas y modos en las relaciones sociales. Modera la manera de hablar, reír, mirar, gesticular…, siempre en orden a los otros. La cortesía toma distancia del otro para respetar su dignidad, evita toda fricción que pueda darse, y es sensible a la situación de los demás para adaptarse a ella. La persona cortes saluda primero, se detiene y cede el paso, pide disculpas ante cualquier molestia y sonríe amablemente. Es también llamada caballerosidad, decencia, buena educación...

  • A la civilidad se opone por exceso el formalismo y, por defecto, la chabacanería o grosería. El formalismo es el gesto sin sentido ni contenido que se vuelve falso y artificial. La chabacanería es una torpeza social que mira todo gesto bondadoso como superfluo. Despreciando las formas y los modos exteriores desprecia la expresión de lo más íntimo y esencial en las relaciones humanas. 
  • LOS BUENOS MODALES 
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  • REFRANES SOBRE LA CIVILIDAD O CORTESÍA, EL FORMALISMO Y LA CHABACANERÍA
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  • Quien da un grato saludo, recibe respuesta agradable.
  • Saludar, oír y responder, es propio del hombre cortés.
  • Hablar sentado con alguien parado, he aquí un mal educado.
  • A los ojos da tus ojos y, tu espalda, solo a la pared.
  • Sé mudo y sordo, en casa ajena.
  • No atiendas sólo a lo que digas, sino también al cómo lo digas.
  • Leer algo en compañía, sólo con permiso y mucha prisa.
  • Gran cosa es la fuerza de la cortesía (Cicerón).
  • Más vale educado que instruido.
  • A la tierra que fueres, haz lo que vieres.
  • A casa de tu vecino, a prestar favores, no a pedirlos.
  • Del atrevimiento viene el arrepentimiento.
  • Las opiniones no se imponen, se proponen.
  • Donde alguno esté triste, no rías a carcajadas.
  • No hay que mentar la soga, en casa de un ahorcado.  

14 mayo 2021

filosofía/ virtud /EL AMOR

  • filosofía/ virtud /EL AMOR 

  • Virtud que nos inclina al otro con desinterés y benevolencia. El que ama quiere el bien del prójimo e intenta evitar sus males. Es la virtud fundamental humana y religiosa. Surge del conocimiento y la complacencia en la bondad de alguno, como también de los bienes recibidos. El amor tiene por fruto el gozo, la paz, la concordia, la misericordia, la corrección fraterna…
  •             Al amor se opone el odio, que desea con perversidad el mal del otro; la envidia, que se entristece por sus bienes, en cuanto los cree contrarios a los propios; la discordia, como separación de voluntades y deseos; las riña y discusión, por las que se agrede exterior e interiormente al otro; el escándalo, que induce al otro al mal.
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  • ¿Hay algo más maravilloso que el amor? ¿Hay algo más hermoso que amar y ser amado? Dios ha querido que sintamos en nuestros corazones lo que El mismo siento por nosotros, lo que El mismo es en su ser más íntimo. Esto es vivir. Dios es Amor y nos ha hecho amor. ¡Amemos el amor! ¡Amemos el Amor!

04 mayo 2021

EXPECTATIVAS? SU SIGNIFICADO PSICOLÓGICO

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EXPECTATIVAS? SU SIGNIFICADO PSICOLÓGICO


Las mejores cosas de la vida son inesperadas porque no teníamos expectativas”, dijo Eli Khamarov, y no le faltaba razón. La felicidad suele ser proporcional a nuestro nivel de aceptación e inversamente proporcional a nuestras expectativas.

Las expectativas están presentes en nuestro día a día, acechándonos con su carga de ilusiones y pretensiones. Pero cuando no se cumplen – algo que puede ocurrir a menudo – resbalamos hasta caer en el agujero de la frustración, el desengaño y la desilusión. Por eso es esencial comprender las zancadillas mentales que representan las expectativas.

¿Qué son las expectativas? Su significado

Las expectativas son creencias personales sobre los sucesos que pueden ocurrir – o no. Son suposiciones de cara al futuro, anticipaciones basadas en aspectos subjetivos y objetivos. De hecho, las expectativas se desarrollan a partir de una compleja combinación de nuestras experiencias, deseos y conocimiento del entorno o de las personas que nos rodean.

Las expectativas varían desde una pequeña posibilidad de ocurrencia hasta una ocurrencia casi segura. Algunas expectativas tienen un carácter automático ya que están alimentadas fundamentalmente por nuestros deseos, ilusiones y creencias, por lo que las alimentamos sin ser plenamente conscientes de su origen y sin contrastar cuán realistas son. Otras expectativas tienen un carácter más reflexivo ya que parten de un proceso de análisis de los diferentes factores involucrados, siendo más realistas.

¿Cuáles son las funciones de las expectativas?

La principal función de las expectativas es prepararnos para la acción. Si nos anticipamos mentalmente a lo que pueda ocurrir, podemos preparar un plan de acción para que la vida no nos tome por sorpresa. Las expectativas, por ende, nos ayudan a prepararnos mentalmente para el futuro.

De hecho, la mayoría de nuestras decisiones no se basan exclusivamente en los datos objetivos – como nos gusta creer – sino en las expectativas que albergamos sobre los resultados de esas decisiones. Eso significa que cada decisión es, de cierta forma, un acto de fe. Detrás de cada decisión se esconde la confianza en que nuestras expectativas sobre las consecuencias de nuestra elección ocurrirán.

Por tanto, las expectativas se convierten en una especie de brújula interior. El problema es que esperar que algo suceda no hará que suceda, de manera que cuando las expectativas son poco realistas pueden terminar jugándonos malas pasadas y, en vez de ayudarnos a prepararnos mentalmente, nos abocan a la frustración.

5 ejemplos de expectativas poco realistas que alimentan un pensamiento mágico

Jean Piaget señaló que los niños pequeños tienen dificultades para distinguir entre el mundo subjetivo que crean en su mente y el mundo externo y objetivo. Piaget descubrió que los niños suelen creer que sus pensamientos pueden hacer que las cosas sucedan. Por ejemplo, si se enfadan con su hermano, pueden pensar que este enfermó por su culpa, aunque no sea así.

Piaget llamó a este fenómeno “pensamiento mágico” y sugirió que todos lo superamos alrededor de los 7 años. Sin embargo, lo cierto es que en la adultez seguimos teniendo diferentes formas de pensamiento mágico. A muchas personas les resulta difícil abandonar la idea de que esperar que algo suceda, lo hará posible, una idea en la que hacen leva teorías como la famosa “ley de la atracción”.

Además, tenemos la tendencia a depositar nuestras esperanzas de felicidad en las expectativas cumplidas. O sea, creemos que seremos felices si lo que esperamos o deseamos se cumple. Y si no ocurre, creemos que seremos profundamente infelices. Ese tipo de pensamiento posterga la felicidad, hipotecándola a una probabilidad.

Sin embargo, las expectativas no son necesariamente negativas, siempre y cuando tengamos buenas razones para creer que el cumplimiento de una expectativa nos hará felices, y nos aseguremos de dar los pasos necesarios para que esos deseos se cumplan.

El verdadero problema de las expectativas radica en esperar que algo suceda sin tener buenas razones para ello. Si creemos que el simple hecho de albergar ciertos deseos, hará que ocurran, estamos alimentando un pensamiento mágico y sentando las bases para la decepción.

Este tipo de expectativas puede parecer delirante. Y lo es, pero todos lo hemos alimentado en ciertas circunstancias cada vez que albergamos expectativas poco realistas como:

1.      La vida debería ser justa. La vida no es justa, a las “personas buenas” les suceden cosas malas. Esperar que podamos librarnos de los problemas y dificultades solo porque somos “buenos” es un ejemplo de expectativa poco realista que solemos alimentar.

2.      Las personas tienen que entenderme. Todos sufrimos en cierta medida el Efecto del Falso Consenso, un fenómeno psicológico según el cual solemos pensar que un gran número de personas piensan como nosotros y que tenemos la razón. No siempre es así, cada quien tiene su punto de vista y no tiene que coincidir con el nuestro.

3.      Todo saldrá bien. Es una frase que nos decimos a menudo para infundirnos confianza, pero lo cierto es que si no nos aseguramos de que las cosas salgan bien poniendo manos a la obra, nuestros planes podrían torcerse en cualquier momento.

4.      La gente debería comportarse bien conmigo. Esperamos que las personas sean amables y estén dispuestas a ayudarnos, pero no siempre será así. A algunas personas no les caeremos bien y a otras simplemente no les importamos. Debemos asumirlo.

5.      Puedo cambiarlo. Solemos pensar que podemos cambiar a los demás, una expectativa bastante común en las relaciones de pareja. Pero lo cierto es que el cambio personal debe provenir del interior, de una motivación intrínseca. Podemos ayudar a una persona a cambiar, pero no podemos cambiarla ni “arreglarla”.

Las consecuencias de las expectativas poro realistas

Las expectativas no son dañinas en sí puesto que nos ayudan a formarnos un cuadro general de lo que podría ocurrir en un futuro más o menos cercano. El problema comienza cuando esperamos que la vida discurra según nuestros deseos, algo que más temprano que tarde nos conducirá a la desilusión, porque como dijo la escritora Margaret Mitchell: “la vida no está obligada a darnos lo que esperamos”.

El problema aparece cuando nos olvidamos que nuestras expectativas a menudo solo reflejan un deseo o una probabilidad – a menudo bastante remota – de que algo ocurra. Cuando perdemos de vista esa perspectiva, las expectativas se convierten en un auténtico asesino de la felicidad.

Además, cuando las expectativas incumplidas involucran el “fracaso” de otras personas para comportarse de la manera en que esperamos, a la decepción se le suma el resentimiento, el cual terminará afectando profundamente la relación, haciendo que perdamos la confianza en esas personas.

Deshacernos de las expectativas es complicado. La buena noticia es que no es necesario desterrarlas de nuestro mundo psicológico, pero necesitamos aprender a distinguir entre las expectativas realistas y aquellas poco realistas.

Las ventajas de dominar tus expectativas

1. Asumes la responsabilidad por tus decisiones

Las expectativas no son hechos, son simples probabilidades, comprender esta diferencia, que no es meramente terminológica, nos permitirá tomar las riendas de nuestra vida. Eso significa que, si deseas que ocurra algo, debes asumir una actitud proactiva y dar los pasos que sean necesarios para que ese deseo se convierta en realidad, no esperar pacientemente a que los demás adivinen qué quieres o esperas de ellos.

Paradójicamente, esperar menos y actuar más nos permite retomar el control sin sentirnos agobiados ya que implica una mayor confianza en nuestras potencialidades y un mayor autoconocimiento. Las personas que no se sientan a esperar a que los demás cumplan con sus expectativas, sino que luchan por lo que quieren, no suelen adoptar el papel de víctimas o mártires, sino que se encargan de hacer que las cosas sucedan.

2. Separas tus deseos de tus deberes

La mayor parte del tiempo funcionamos en piloto automático asumiendo la “mentalidad de la manada”; es decir, nos dedicamos a cumplir con nuestros deberes. Sin embargo, los deberes no son más que las expectativas que nos han impuesto los demás, ya sea la familia o la sociedad.

Cuando no cumplimos nuestros deberes, nos sentimos culpables. Pero si cumplimos con ellos esperamos una recompensa y cuando esta no llega, nos enfadamos y desilusionamos. En cualquier caso, siempre llevamos las de perder porque estamos inmersos en un estado emocional negativo permanente. Sin embargo, deshacernos de nuestras expectativas también implica comprender que no necesitamos satisfacer las expectativas de los demás. Y se trata de un proceso liberador a través del cual entras en contacto con tus verdaderos deseos y pasiones, que son dos ingredientes fundamentales para lograr lo que te propones en la vida.

3. Disfrutas más del presente

No cruces el puente hasta que no llegues a él”, aconseja un refrán inglés. Necesitamos comprender que las expectativas están conformadas por retazos del pasado, que nos han servido para realizar la predicción, y por deseos para el futuro pero no contienen ni una pizca de presente, que es lo único que realmente tenemos. Las expectativas sin acción solo sirven para encerrarnos en la trampa del futuro, nos limitan al papel del ajedrecista que está sentado a la espera del movimiento de su adversario, mientras por su mente pasan todas las posibles jugadas para contraatacar. Solo que en la vida, asumir durante demasiado tiempo el papel del ajedrecista significa dejar que el presente se nos escape.

Además, a menudo las expectativas se convierten en unas gafas que nos impiden ver el mundo con claridad. Al esperar algo, podemos desaprovechar otras oportunidades, como si estuviéramos en el andén de una estación esperando un tren que nunca llega y, mientras tanto, dejamos que los otros se marchen. Al contrario, tener expectativas realistas nos permite vivir en el presente, construirlo y aprovechar las oportunidades que este nos brinda.

¿Cómo ajustar las expectativas?

  • Controla la mente expectante. En el budismo se hace referencia a la “mente expectante” para referirse a aquellas personas que esperan algo, pero no ponen manos a la obra para lograrlo. Desde esta óptica, las expectativas serían tan inútiles como una danza india para llamar la lluvia. De hecho, son contraproducentes porque cuando no se cumplen, solo sirven para generar dolor y sufrimiento, irritación y tristeza. ¿La solución? Controlar esa mente expectante. Podemos lograrlo abriéndonos más a la incertidumbre y al discurrir de la vida, viviendo las situaciones sin anticipar un resultado.
  • Diferencia las expectativas realistas de las poco realistas. Las expectativas nos ayudan a prepararnos para el futuro, por lo que podemos usarlas a nuestro favor, solo necesitamos aprender a diferenciar las expectativas realistas, esas que tienen grandes probabilidades de convertirse en realidad, de aquellas poco realistas que se basan casi exclusivamente en nuestros deseos. Debemos tener en cuenta que “las expectativas poco realistas son resentimientos premeditados”, como dijera Steve Lynch, ya que existen grandes probabilidades de que no se cumplan. Esperar que una persona haga algo a nuestro favor que vaya en contra de sus intereses es poco realista. En cambio, esperar que esa persona haga algo a nuestro favor que también le favorece es una expectativa más realista.
  • Comunica tus expectativas. Creer que una expectativa no verbalizada nos traerá lo que deseamos es un pensamiento mágico y poco realista. En realidad, es muy probable que una expectativa no expresada no se cumpla. Por tanto, si esperamos algo de los demás, no debemos esperar que nos lean el pensamiento, lo mejor es comunicar nuestras expectativas, explicarles lo que deseamos y conocer su disposición para ayudarnos.
  • Prepara un plan B. Comunicar nuestras expectativas no siempre es suficiente para que estas se hagan realidad. Entre nuestros planes y su consecución influyen muchos factores que escapan de nuestro control, por lo que lo más inteligente es tener preparado un plan B. Como dijera el escritor Denis Waitley: “Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”. Esa es la actitud.

Fuentes:

Arnkoff, D. B. et. Al. (2010) Expectations. Journal of Clinical Psychology; 67(2): 184-192.


Berger, J & Conner, T. L. (1969) Performance expectations and behavior in small groups. Acta Sociologica; 12: 186-197

03 mayo 2021

¿CÓMO RECONOCER Y LIDIAR CON UNAPERSONA TERCA

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PERSONA TERCA: ¿CÓMO RECONOCER Y LIDIAR CON UNAPERSONA TERCA


Una persona terca no tiene opiniones, estas lo tienen a él”, escribió el poeta Alexander Pope para referirse a la trampa mortal en la que podemos caer cuando nos convertimos en víctimas de la testarudez, esa que nos impide cambiar de opinión, contemplar otras posibilidades y, en última instancia, crecer como personas.

Es cierto que no existe una única manera de interpretar la vida y el mundo. Cada quien confiere un significado a los eventos según sus puntos de vista, experiencias de vida y expectativas. Es un fenómeno normal. Sin embargo, a la hora de atribuir esos significados existen mentalidades más rígidas que otras. Hay personas tercas que se apegan excesivamente a su visión del mundo y no tienen la flexibilidad mental suficiente como para tomar en consideración otros puntos de vista que difieran del suyo.

Uno de los ejemplos más icónicos de testarudez es el de Hiroo Onoda, un oficial de inteligencia del Ejército Imperial Japonés que se mantuvo escondido en la selva filipina durante 29 años después de terminar la Segunda Guerra Mundial porque estaba convencido de que la batalla aún no había terminado. Aunque lo intentaron persuadir en varias ocasiones de que su actitud no tenía ningún sentido, no se entregó hasta que en 1974 su excomandante le anunció que la revocación de su orden de 1945 de quedarse atrás para espiar a las tropas estadounidenses.

Sin duda, es un ejemplo extremo de terquedad en Psicología, pero en la vida cotidiana también podemos llegar a ser muy testarudos. Y eso nos puede traer graves problemas, tanto en nuestras relaciones interpersonales como a la hora de tomar decisiones. Aferrarnos a soluciones que no funcionan o seguir por caminos sin salida es una manera de condenarnos a la infelicidad, la insatisfacción y el fracaso. Ya lo había dicho Nietzsche: “Muchos son testarudos a la hora de seguir el camino que han elegido, pero pocos muestran la misma terquedad a la hora de lograr sus metas”.

¿Cómo es una persona terca?

Una persona terca es aquella que se niega a cambiar de opinión sobre una idea o acción que está a punto de emprender, aunque le brinden razones suficientemente lógicas que se pueden corroborar para hacerle notar que se equivoca.

– Temen al cambio. Las personas testarudas suelen temer los cambios, aunque no siempre lo reconocen. No obstante, perciben las nuevas situaciones como amenazas que deben evitar a toda costa. Cualquiera que intente imponer un cambio en su rutina o forma de pensar podría ser visto como un peligro. No hay dudas de que es importante seguir ciertos patrones y tener hábitos, pero también hay que aceptar que la vida no siempre es predecible y que nuestra salud mental depende en gran medida de nuestra capacidad para aceptar y adaptarnos a unas circunstancias que cambian constantemente. Una persona terca suele afrontar el cambio recurriendo a estrategias desadaptativas como la negación o la evasión. Sin embargo, lo cierto es que hasta que no aceptemos el cambio, sin importar cuán malo es, no comenzará el proceso de curación.

– Discuten sobre todo. Vivir con una persona terca puede ser extremadamente desgastante ya que generalmente discuten sobre todo aquello que vaya contra su visión del mundo. Lo peor es que involucran demasiado su ego en esas discusiones, que convierten en batallas campales en las que el objetivo es ganar a toda costa. Además, se niegan a reconocer que están equivocadas. Esa actitud suele crear muchas fricciones en la vida cotidiana ya que a menudo después de las discusiones no hay un acuerdo.

– No se desvían ni un milímetro de su mentalidad. La persona terca tiene un pensamiento dicotómico, piensa que las cosas son blancas o negras, y que ella siempre tiene la razón. Todo lo que se aleje mínimamente de su concepción del mundo y de la vida está equivocado. Suele aferrarse a sus creencias para protegerse de los cambios ya que le reportan una zona de confort donde se siente segura. De hecho, detrás de la terquedad suele esconderse un profundo miedo ya que aceptar ideas y comportamientos diferentes implica salir de esa zona de seguridad para explorar nuevas cosas. Y eso siempre implica incertidumbre.

– Atacan de manera personal. Muchas veces la persona terca es consciente de que sus argumentos no son suficientes para convencer a los demás, así que no dudan en recurrir a los ataques personales. Dado que la obstinación les hace pensar que todo lo que no coincide con su visión es un ataque personal, deciden devolver el golpe. Esta persona no recurrirá a los hechos, las cifras o los estudios científicos para apuntalar su idea, sino que utilizará estrategias como la falacia del arenque rojo o cualquier otra táctica para minar a su interlocutor, atacando su credibilidad o autoestima. No es extraño que también medien los insultos o los juicios de valor, lo cual hace que discutir sobre un tema con una persona obstinada sea tan complicado ya que muy pronto se deslizará al terreno personal.

– Evitan la información que contradice sus creencias. Una persona terca solo leerá las noticias de las fuentes que confirman su visión del mundo. No se arriesga a buscar otras fuentes porque ello las pondría en una situación conflictiva respecto a su identidad, que ha sido construida y se sostiene en base a esas creencias. El problema es que de esa manera, la persona termina aislándose en una realidad que solo confirma sus estereotipos, de manera que le resulta prácticamente imposible aceptar los hechos que la niegan o la ponen en discusión.

¿Por qué somos tercos?

Una persona terca preferirá rodearse de gente que piense y reaccione igual, para que estas no pongan en discusión sus opiniones y visión del mundo. El verdadero problema es que una persona terca se identifica extremadamente con sus ideas y siente que su identidad corre peligro cuando alguien desafía su visión del mundo, como comprobó un estudio publicado en la revista Nature Scientific Reports.

Estos neurocientíficos reclutaron a 40 liberales autoproclamados que afirmaban tener convicciones muy profundas. Luego les presentaron hechos históricos de carácter neutro como por ejemplo: “Edison fue el inventor de la bombilla” o “Einstein elaboró la teoría de la relatividad”. Y les presentaron declaraciones que ponían en entredicho o eran contrarias a sus férreas convicciones políticas.

Mientras las personas leían esas declaraciones, los investigadores escaneaban sus cerebros. Así comprobaron que cuando las declaraciones desafiaban sus creencias, se producía una intensa activación de zonas del cerebro vinculadas a la identidad y las emociones negativas.

Esto sugiere que la testarudez es una respuesta defensiva que se activa cuando creemos que determinadas ideas desafían la identidad que hemos construido. Entonces se produce una respuesta en sentido contrario para proteger ese “yo”: nos aferramos con mayor terquedad a nuestras ideas.

¿Cómo lidiar con una persona terca sin perder tu equilibrio emocional?

1.      Introduce la duda con delicadeza. Es importante que la persona terca no te vea como un adversario o una persona que quiere desestabilizarla. Es mucho mejor que introduzcas la duda de manera sutil, para que sea ella misma quien llegue a la conclusión. Esa estrategia suele ser mucho más eficaz que mostrarle mil hechos que confirmen tu idea. Evita frases como “te equivocas” o “no tienes razón” porque solo harán que esa persona se ponga a la defensiva y, a partir de ese momento, cualquier discusión racional será imposible.

2.      Discute desde el respeto y la empatía. Jamás debemos olvidar que cada quien es libre de mantener sus creencias y opiniones. Por tanto, no debemos presionar demasiado a la persona terca para que cambie sino discutir desde el respeto a sus opiniones e intentando asumir una actitud empática. De hecho, es mucho más eficaz que discutas desde su posición, comprendiendo sus argumentos e intentando desmontarlos. Cuando cada quien discute parapetado en su punto de vista, es difícil que se pueda llegar a un acuerdo o que la conversación sea enriquecedora ya que se convertirá en monólogos para sordos.

3.      Céntrate en la cuestión, no lo lleves al plano personal. Es probable que cuando la persona terca se quede sin argumentos, intente llevar la discusión al plano personal. No lo permitas porque en ese preciso instante habréis “perdido” ambos. Intenta mantener la discusión centrada en el asunto que os ocupa y, si no es posible, postérgala para otro momento. Recuerda que una persona testaruda puede padecer una “pérdida de audición temporal”: la única opinión que escucha es la suya. Por eso, es mucho más fácil si seccionas la opinión contraria de manera que cada idea le resulte más fácil de digerir.

4.      Abandona la necesidad de ganar. Si quieres que la otra persona se muestre abierta a tus ideas, también tú debes mostrarte abierto a las suyas, por muy descabelladas, ilógicas o antiguas que te parezcan. Eso significa abandonar la mentalidad de que debes ganar la discusión. En una discusión, cuando realmente ganas es cuando aprendes algo nuevo o exploras otro punto de vista. No lo olvides. Ese cambio de mentalidad se reflejará en tu actitud y hará que la discusión fluya mejor.

5.      Recuerda que la terquedad también es positiva. No olvides que muchos de los grandes inventores de la historia fueron personas testarudas que se empecinaron en hacer realidad su sueño. La obstinación también tiene un lado positivo, lo cual te ayudará a ver la persona terca como alguien mucho más rico y complejo, y te permitirá huir de las etiquetas y los estereotipos que precisamente le echas en cara.

¿La testarudez puede ser positiva? La perseverancia adaptativa

La terquedad, o más bien la perseverancia, tiene un momento y un lugar. Mantenernos firmes sobre cuestiones que son importantes para nosotros puede ayudarnos a defender nuestros derechos para no dejar que los demás nos impongan ideas con las cuales no estamos de acuerdo. Eso significa que, si bien en ciertas circunstancias la testarudez puede convertirse en un obstáculo, en otras puede ser positiva.

De hecho, un estudio realizado en la Universidad de California y la Universidad de Roma La Sapienza sugiere que una disposición a la perseverancia, respaldada por una perspectiva positiva de la vida, nos puede ayudar a vivir más ya que esta actitud hace que seamos menos propensos a preocuparnos por lo que los demás piensen de nosotros, desarrollando un locus de control interno, de manera que las circunstancias externas nos afectarán menos.

No obstante, los investigadores apuntan que esa testarudez va acompañada por la comprensión de que necesitamos adaptarnos a las circunstancias cambiantes del mundo, lo cual implica que no se trata de terquedad ciega sino más bien de una perseverancia adaptativa.

Otro estudio publicado en la revista Development Psychology en el que se le dio seguimiento durante 40 años a 745 niños desde que tenían 12 años hasta que cumplieron los 52 reveló que la testarudez en la etapa infantil era un factor que podía predecir un buen desarrollo profesional en la adultez.

Estos psicólogos creen que la testarudez es una característica que ayuda a las personas a decir “no” cuando no están de acuerdo con algo o creen que vulnera sus derechos, les permite negociar mejor y les mantiene enfocados en sus metas, por lo que es más probable que las personas tercas consigan más cosas a lo largo de su vida.

Eso implica que la terquedad no siempre es negativa, pero puede convertirse en un problema cuando:

  • Nos mantiene aferrados a ideas erradas o planes descabellados que nos conducen por mal camino.
  • Genera un estado de frustración e ira debido a que experimentamos la necesidad de discutir con los demás para imponer nuestros puntos de vista.
  • Nos impide crecer y adaptarnos a los cambios que ocurren a nuestro alrededor, manteniéndonos atados a una vieja manera de hacer las cosas que no es la más eficaz ni nos produce más felicidad.

Por tanto, una pizca de testarudez puede ayudarnos a conseguir nuestras metas y reafirmar nuestra identidad, pero debemos asegurarnos de ser lo suficientemente flexibles como para cambiar nuestra postura y tener la humildad intelectual necesaria como para cuestionar nuestras propias ideas. Tenemos que mantenernos abiertos a nuevas posibilidades y ser capaces de admitir que nos equivocamos.