25 noviembre 2019

¿CUÁN FELICES SOMOS?


psicología/desarrollo personal                                                                                  
PSICOLOGÍA DE LA FELICIDAD: ¿CUÁN FELICES SOMOS?
Daniel Gilbert es un psicólogo social de la Universidad de Harvard que dirige un laboratorio sobre Psicología Hedónica. En otras palabras, investiga la felicidad humana, tema muy discutido, pero no agotado.
Pero antes de adentrarnos en sus resultados investigativos detengámonos un segundo y respondamos esta sencilla pregunta: en una escala de felicidad del 0 al 100, ¿qué puntuación te otorgarías? ¿cuán feliz te sientes ahora mismo?
Dejemos en suspenso la respuesta y centrémonos en otra pregunta: ¿pueden predecir con cierta precisión cuáles serán tus reacciones emocionales ante eventos futuros? Probablemente pienses que si, pero…
Las investigaciones conducidas por Gilbert le han llevado a verificar que las personas efectivamente no logran prever con cierta certidumbre cómo actuarán en un futuro y son incapaces de determinar qué cosas las hará felices y qué cosas no. Esto tiene varias implicaciones, por una parte, indica que aquello que hoy consideramos catastrófico o intolerable mañana podría variar sustancialmente mientras que, por otro lado, aquello que imaginamos será una fuente segura de felicidad podría no serlo.
Según Gilbert los seres humanos, como generalidad, tienden a ser «moderadamente felices», independientemente de su suerte o de los hechos que vivan. Cuando las personas deben puntuarse en una escala de felicidad del 0 al 100 tienden a ubicarse en un 75. Por supuesto, no siempre las personas se mantienen en este número, unas pocas veces se puntúan con un 100 mientras que lo que resulta más usual son las caídas drásticas al 20 o al 10 cuando se vivencian crisis de pareja, la pérdida de personas queridas, enfermedades… Pero posteriormente se vuelve al número mágico.
¿Por qué sucede esto?
Se debe, sobre todo, a un mecanismo de racionalización compensatoria mediante el cual, cuando ocurren cosas desagradables las personas tienden a hallar justificaciones que amortizan el impacto emocional. Por ejemplo, después de una separación las personas se dicen: «no era la mujer/hombre justa/o para mi»; luego de una promoción largamente esperada pero no recibida las personas se consuelan: «realmente tengo más necesidad de pasar tiempo con mi familia»; si vivencian una pérdida piensan: «era el destino, Dios lo ha llamado a un sitio mejor»… y así, de manera casi infinita, las excusas son muchas.
Esta racionalización interviene solo cuando el evento ya ha sucedido; sin embargo, si solamente lo imaginamos, no somos capaces de racionalizar el posible impacto y prevemos que nuestra reacción será mucho más negativa. Así, nos pasamos la vida temiendo las más disímiles catástrofes que probablemente jamás sucedan pero que sin lugar a dudas inciden en nuestro presente. Nos preocupamos sin sentido.
Por supuesto, todos no ponemos en acción el mismo mecanismo de racionalización, las personas deprimidas reaccionan como si viviesen en una suerte de problemática sin salida.
Entonces… si no somos muy certeros en determinar cuáles serán nuestras fuentes de felicidad, ¿cuál sería el predictor de cuán felices podríamos llegar a ser? Gilbert asevera que el mejor predictor de felicidad son las relaciones humanas, la cantidad de tiempo que las personas pasan entre sus amigos y familiares.
Lo curioso es que las personas se percatan de que sacrifican su verdadera felicidad para ir en la búsqueda de mitos como la realización profesional, el éxito laboral o la acumulación de propiedades materiales cuando para Gilbert, y en eso coincido plenamente con él, la verdadera pobreza y la más aguda infelicidad humana se halla en la soledad afectiva.
Fuente:Dreyfus, C. (2008, Abril) The Smiling profesor. New York Times.

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