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tolerancia al estrés
pIlares sobre los que se construye la tolerancia al estrés
algunas características de las personas tolerantes al estrés comparten que les ayudan a algunas características lidiar con la tensión y los problemas:

1.
Anticipación
de la experiencia. “El efecto de lo que no se
busca es aplastante, pues al peso del desastre se suma lo inesperado. El hecho
de que fuera imprevisto intensifica la reacción de una persona. Por eso debemos
asegurarnos de que nada nos coja por sorpresa. […] Debemos prever todas las
posibilidades y fortalecer el espíritu para afrontar las cosas que puedan
ocurrir si no queremos sentirnos abrumados y aturdidos. […] Todo el mundo se
enfrenta con mayor valentía a algo para lo cual se ha preparado durante mucho
tiempo. Aquellos que no están preparados, por otro lado, reaccionarán mal ante
los acontecimientos más insignificantes”, escribió Séneca hace siglos. Las
personas tolerantes al estrés son capaces de anticiparse a las experiencias
negativas y prepararse psicológicamente para ellas.
2.
Desvirtuar
la atención de la emoción negativa. Cuando
atravesamos un mal momento, es normal que toda nuestra atención se enfoque en
lo que nos ocurre. Sin embargo, de esta manera podemos terminar maximizando los
problemas, sumergiéndonos en el bucle tóxico que crea nuestra mente y se
alimenta de las quejas. Las personas con mayor tolerancia al estrés, en cambio,
no se obsesionan con las circunstancias adversas o las sensaciones aversivas,
son capaces de reconducir su atención. No es que se olviden de la adversidad,
simplemente saben redistribuir sus recursos atencionales para no obsesionarse
con lo que les ocurre y poder seguir adelante con cierta dosis de normalidad.
3.
Reevaluación
de la situación como aceptable. Cuando
estamos sumidos en una situación estresante, podemos caer en el error de pensar
que todo es peor de lo que es. La frustración y la angustia pueden convertirse
en un cristal a través del cual vemos el mundo de manera distorsionada. Eso
puede hacernos creer que todo es más insoportable o terrible. Las personas
tolerantes al estrés no disfrutan de las situaciones adversas, pero son capaces
de disminuir su impacto a un nivel aceptable que les permite seguir gestionando
su día a día y recuperar la normalidad en la medida de lo posible. Pueden
lograrlo porque son capaces de ver el panorama general. Comprenden que
probablemente el problema que les preocupa hoy será intrascendente o habrá
pasado en un mes o un año. Eso les permite valorar sus preocupaciones bajo una
luz más realista.
4.
Capacidad
para regular el comportamiento.
Las personas con tolerancia al estrés son capaces de mantener un grado de
autocontrol adecuado que impide que las emociones negativas influyan demasiado
en su comportamiento. Así mantienen un nivel de funcionamiento adaptativo
incluso en medio de la tormenta. Su nivel de autorregulación impide que se
produzca un secuestro emocional, de manera que no llegan
a tocar fondo emocionalmente, sino que incluso
en los momentos más difíciles son capaces de mantener una rutina. Curiosamente,
a menudo esa rutina es lo que les permite aliviar la carga que están llevando
sobre sus hombros para restar impacto a la adversidad.
5.
Diálogo
interior positivo. Cuando las cosas van mal, es
difícil ver la luz al final del túnel. Es más fácil caer por el desfiladero de
los pensamientos negativos y los peores augurios. Sin embargo, las personas con
tolerancia al estrés mantienen un diálogo
interno positivo. No son optimistas ingenuos. Saben que las
cosas pueden estar mal o incluso son conscientes de que pueden empeorar, pero
se dan ánimos y confían en sus capacidades para afrontar lo que ocurra. Se
dicen: “Puedo hacerlo”, “soy una persona fuerte”, “esto pasará”, “ya me he
levantado antes y puedo volver a hacerlo”. Ese diálogo interior positivo les
brinda la fuerza que necesitan para seguir adelante hasta que el temporal
amaine.
Fuente: Lero, T. M. et. Al. (2010) Distress Tolerance and
Psychopathological Symptoms and Disorders: A Review of the Empirical Literature
among Adults. Psychol Bull; 136(4): 576–600.
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