09 julio 2019

EL SESGO DE CONFIRMACIÓN NOS EMPUJA A TOMAR MALAS DECISIONES.


psicología / Desarrollo Personal
 EL SESGO DE CONFIRMACIÓN NOS EMPUJA A TOMAR MALAS DECISIONES.
El sesgo de confirmación es la tendencia a buscar, interpretar y recordar información que confirme nuestras creencias preexistentes. En otras palabras, consiste en fijarse y recordar solo los detalles que confirman nuestras expectativas o estereotipos.
La mayoría de las personas piensa que está libre de este sesgo cognitivo, pero lo cierto es que todos lo sufrimos, y es mucho más frecuente de lo que estaríamos dispuestos a reconocer. Lo peor de todo es que no solemos darnos cuenta y nos lleva a tomar malas decisiones en la vida.
¿Cómo nos afecta el sesgo de confirmación?
1.      Al buscar información. El sesgo de confirmación afecta la forma en que observamos el mundo que nos rodea. Si nos sentimos tristes, solos y desesperanzados, es probable que solo nos fijemos en lo felices que se ven los demás. A la vez, solo nos fijaremos en los sucesos negativos que nos ocurren, exagerando sus consecuencias. El sesgo de confirmación funciona como unos cristales grises que nos impiden ver los colores que nos rodean. De esta forma, solo nos fijamos en los detalles que confirman nuestra creencia y estado de ánimo.
2.      Al interpretar los datos. No tenemos una visión objetiva de la realidad, todo lo que nos sucede pasa por nuestros filtros mentales. De hecho, ni siquiera reaccionamos ante los eventos sino ante la interpretación que hacemos de lo que nos ocurre. Sin embargo, el sesgo de confirmación hace que esa interpretación sea aún más subjetiva ya que le damos a los datos el significado que más nos conviene, para ratificar lo que queremos creer. Esa es la razón por la cual, cuando nos estamos enamorando vemos en esa persona a un Adonis, pero durante el desenamoramiento comenzamos a notar sus defectos.
3.      Al recordar las cosas. Nuestra memoria no es un almacén donde colocamos todos nuestros recuerdos a buen recaudo. Los recuerdos cambian constantemente y no están a salvo del sesgo de confirmación. Un experimento clásico de la Psicología demostró que, en un juego entre las universidades de Princeton y Dartmouth, los estudiantes de las respectivas universidades que acudieron como espectadores recordaban más las faltas que había cometido el equipo contrario. Esto significa que cuando queremos que algo sea real, podemos elegir qué recuerdos lo confirman, o incluso retocar algunas de nuestras memorias.
¿Por qué todos somos víctimas del sesgo de confirmación?
No nos gusta equivocarnos, creemos que cometer errores nos convierte en personas menos listas y capaces. Esa es una de las razones por las que buscamos evidencias que respalden nuestras creencias y opiniones. Así evitamos la disonancia cognitiva, un fenómeno particularmente desagradable con el que no nos gusta lidiar porque en muchos casos conlleva a un cambio en la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Así lo confirma un experimento realizado en la Universidad del Sur de California en el que los investigadores presentaron a los participantes evidencias contrarias a sus creencias políticas mientras eran sometidos a un escáner cerebral. Apreciaron que en las personas se activaban las áreas del cerebro asociadas con el dolor físico. Eso significa que percibimos la disonancia cognitiva como un hecho doloroso con el cual nos resulta difícil lidiar.
Obviamente, es fácil aceptar puntos de vista diferentes cuando se trata de cosas que no nos importan mucho, pero todo cambia cuando esos hechos se refieren a creencias profundamente arraigadas que forman parte del núcleo central de nuestra identidad. En esos casos, el ataque a nuestro ego es demasiado grande, lo cual genera ansiedad y estrés.
De hecho, se ha apreciado que una situación de disonancia cognitiva desencadena una respuesta de lucha o huida, la misma que se activa cuando creemos que estamos en peligro. Por tanto, podemos reaccionar escapando o luchando, en el sentido más literal o metafórico del término. En cualquier caso, ponemos en marcha el sesgo de confirmación, el cual nos ayuda a recuperar el equilibrio perdido, afianzando la imagen que tenemos de nosotros mismos.
A la disonancia cognitiva se le suman otros fenómenos que acentúan aún más el sesgo de confirmación:
1.      El objetivo esencial de nuestro cerebro es la autoprotección, lo cual se aplica tanto en el plano físico como psicológico. Dado que los hechos contrapuestos desafían nuestra identidad, el cerebro los percibe como una amenaza psicológica, pero se protege como si fuera una amenaza física real.
2.      Hay demasiada información que procesar. Barajar hipótesis opuestas y tratar de evaluar las evidencias a favor y en contra de cada una es un proceso mental que requiere una gran energía. En esos casos, nuestro cerebro puede “optimizar” un acceso directo para llegar más rápido a una solución. Y por supuesto, es mucho más fácil centrarse en lo que ya conocemos que respalde nuestras creencias.
¿Cómo evitar el sesgo de confirmación?
Si bien es imposible deshacerse por completo de los sesgos cognitivos, podemos tomar algunas precauciones para que no nos lleven a tomar malas decisiones en la vida. De hecho, tomar decisiones desde una perspectiva sesgada suele conducirnos a las recriminaciones y los arrepentimientos.
1.      Asumir la vida con curiosidad, no desde la convicción
Cuando asumimos cada interacción como una posibilidad para ponernos a prueba, adoptando convicciones rígidas, inevitablemente sucumbiremos al sesgo de confirmación.
Así lo demuestra un estudio realizado en la Universidad de Columbia. Estos investigadores analizaron a dos grupos de niños en edad escolar: el primer grupo solía evitar los problemas desafiantes por miedo a equivocarse mientras que el segundo grupo buscaba activamente nuevos retos ya que los comprendían como oportunidades de aprendizaje. Descubrieron que el segundo grupo superó con creces al primero.
Eso significa que debemos concentrarnos menos en tener razón y más en experimentar la vida con curiosidad, con la actitud del estudiante eterno o del niño que se maravilla. Debemos estar dispuestos a equivocarnos porque solo así podremos abrirnos a nuevas ideas.
2.                 Buscar el desacuerdo
Comprender varios puntos de vista puede ayudarnos a refinar nuestra perspectiva e incluso hacer que cambiemos nuestras creencias más arraigadas. ¿El truco? Rodearse de personas que tengan puntos de vista opuestos.
Cuando lidiamos con gente que piensa de manera diferente, nos abrimos a la diversidad y esta deja de molestarnos. Por tanto, nuestro ego no se siente atacado continuamente y es menos probable que necesitemos activar el sesgo de confirmación.
De hecho, una técnica muy eficaz para tomar decisiones importantes en la vida consiste en perdirle a alguien cercano que haga de “abogado del diablo” y nos brinde sus razones para no tomar la decisión hacia la que más nos sentimos inclinados. Eso nos hará ver otros puntos de vista y tomar una decisión más racional.
3.                 Reflexionar sobre el pensamiento
Para luchar contra los sesgos cognitivos, debemos aprender a detectar nuestras reacciones instintivas. Por tanto, la próxima vez que encuentres datos que confirmen completamente tu visión del mundo, detente y piensa en todas las suposiciones que probablemente estás haciendo. Busca formas de demostrar que estás equivocado centrándote en todos los detalles que probablemente estás pasando por alto.
La introspección siempre es un buen ejercicio porque nos permite conocernos mejor y mantenernos atentos a los sesgos que puede activar automáticamente el cerebro. Un excelente ejercicio, para que nuestro ego no se sienta atacado, consiste en imaginar que somos otra persona, que piensa de manera completamente diferente. Al ponernos en su lugar podemos encontrar razonamientos y puntos de vista diferente que saquen a colación nuestros sesgos cognitivos.

08 julio 2019

LOS SESGOS COGNITIVOS QUE LIMITAN NUESTRO POTENCIAL


psicología / Desarrollo Personal
LOS SESGOS COGNITIVOS QUE LIMITAN NUESTRO POTENCIAL
Nos gusta pensar que somos personas racionales, que tomamos la mayoría de nuestras decisiones sopesando los pros y los contras. Esa creencia nos da una sensación de seguridad y nos reconforta. Sin embargo, día tras día somos víctimas de los sesgos cognitivos.
Los sesgos cognitivos son desviaciones del proceso del pensamiento que conducen a una distorsión, a un juicio inexacto o a una interpretación ilógica de los eventos. En muchos casos, estos sesgos se deben a la necesidad de asumir una postura ante determinados estímulos, pero sin tener toda la información necesaria. Entonces podemos llegar a conclusiones erróneas.
Obviamente, los sesgos cognitivos nos permiten actuar con rapidez, pero no siempre nos hacen tomar la mejor decisión. De hecho, a menudo nos mantienen atados a nuestra zona de confort, allí donde nos sentimos a salvo, y nos impiden desarrollar todo nuestro potencial.
La buena noticia es que una vez que aprendemos a reconocer los sesgos cognitivos, dejamos de estar a su merced.
 Estos  son Los sesgos cognitivos más limitantes
1. Sesgo de confirmación. Se trata de la tendencia a favorecer los datos que confirman nuestras creencias y a desechar aquellos que las desmienten, un fenómeno que se aprecia con más intensidad cuando se trata de contenidos de índole emocional o cuando las creencias están muy arraigadas. Este sesgo también nos conduce a interpretar las pruebas ambiguas a favor de nuestra postura. Por ejemplo, una persona que esté en contra del aborto tendrá la tendencia a buscar las pruebas que confirmen sus ideas. 
Al ser víctimas de este sesgo, nos cerramos a las nuevas ideas o a posturas que sean diferentes de la nuestra, con lo cual nos parapetamos en nuestra posición y nos negamos a ir un paso más allá, aunque sea para lograr un entendimiento con la otra persona o para ampliar nuestros horizontes. 
2. Sesgo del anclaje. Se trata de una tendencia a “anclarse” en un rasgo o en una parte de la información y obviar el resto. Somos víctimas de este sesgo cuando, por ejemplo, vamos a comprar y tenemos en cuenta solamente el precio del producto o cuando nos enfadamos con nuestra pareja por un hecho aislado y nos concentramos exclusivamente en el defecto, haciendo que sus cualidades desaparezcan.
El Efecto Anclaje nos lleva a adoptar una visión muy parcializada de la realidad, es como si anduviésemos por la vida llevando unas anteojeras que no nos dejan ver más que algunos detalles. De esta forma, nunca logramos analizar las situaciones en su conjunto, no tenemos una visión global de los eventos y, a la larga, esto nos lleva a tomar malas decisiones.
3. Aversión a la pérdida. Una vez que somos propietarios de algo o que hemos establecido una relación con alguien, preferimos evitar la pérdida antes que tener una ganancia. Por ejemplo, en términos económicos, una persona pediría más dinero para renunciar a una de sus posesiones que lo que estaría dispuesta a pagar por ese mismo objeto antes de que fuese suyo. Esto se debe al hecho de que extendemos nuestro “yo” a nuestras posesiones y relaciones por lo que, ante nuestros ojos, su valor aumenta. 
Se trata de un sesgo cognitivo muy difundido que en el imaginario popular se ha traducido con la frase: “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. Obviamente, este prejuicio nos puede hacer muy infelices ya que nos mantiene atados al pasado, a las cosas y a las personas que conocemos, y nos cerramos a las nuevas posibilidades. 
4. Sesgo retrospectivo. Es la tendencia a mirar atrás y recordar las decisiones propias como mejores de lo que fueron en realidad. Se trata de una recapitulación que realizamos para sentirnos a gusto con nosotros mismos, para lo cual modificamos el recuerdo de las ideas en contra de la decisión que hemos tomado que antes rondaban nuestra mente. Como no podemos volver atrás y cambiar la decisión, ponemos en práctica este mecanismo a través del cual nos autoconvencemos de que hemos apostado por la mejor alternativa.
Sin embargo, el autoengaño nunca es la mejor solución porque nos impide aprender de nuestros errores y nos encierra dentro de un círculo vicioso. Asumir una postura objetiva respecto a nuestras decisiones nos permite crecer y desarrollar al máximo nuestras potencialidades, quizás cambiando el camino que hemos emprendido o eligiendo una ruta diferente la próxima vez.
5. Efecto laguna de exposición. Se trata de la tendencia a expresar preferencias por determinados hechos o cosas, simplemente porque estos nos resultan familiares. Sin duda, la impronta que tenemos de nuestra infancia es muy fuerte y se manifiesta a lo largo de la vida porque nos transmite la sensación de seguridad. Obviamente, este sesgo cognitivo no solo se aplica a las experiencias infantiles. Por ejemplo, una persona puede votar por un partido político solo porque es el más publicitado y le resulta familiar o puede asumir determinada postura únicamente porque ciertos argumentos le “suenan”.
Sin embargo, elegir determinadas experiencias o apostar por ciertos tipos de relación solo porque estos nos resultan familiares nos impide salir de nuestra zona de confort. Cuando no somos capaces de valorar otras alternativas y nos quedamos con aquello que conocemos, no estaremos explotando nuestro potencial al máximo y, al final del camino, es probable que nos preguntemos: ¿qué habría pasado si…?
Posdata: Y si crees que nunca has sido víctima de estos prejuicios cognitivos, probablemente estás sufriendo lo que se conoce como “sesgo de punto ciego”, que implica no darse cuenta de los propios prejuicios y verse a sí mismo como una persona menos sesgada que los demás.

07 julio 2019

psicología / Desarrollo Personal LO QUE NO CONOCES DE TI, TE DEBILITA




    psicología / Desarrollo Personal     
LO QUE NO CONOCES DE TI, TE  DEBILITA                                                                                                                                           

No creas todo lo que piensas. Los pensamientos son solo eso, pensamientos”, dijo Allan Lokos. Sin embargo, muchas veces asumimos que nuestros pensamientos son la realidad. Que nuestros valores son los más elevados. Nuestras creencias, la verdad absoluta. Y nuestra forma de pensar, la única posible. Creemos – o nos gusta creer – que nuestras ideas son racionales y las de los demás inconsistentes. Esas “certezas” inamovibles suelen provenir de nuestros puntos ciegos psicológicos. Y no nos suman puntos a nuestro favor. Al contrario, nos restan.
¿Qué son los puntos ciegos psicológicos?
Al igual que los puntos ciegos de la carretera cuando conducimos y miramos por los espejos del coche, también tenemos puntos ciegos en nuestra personalidad que se encuentran ocultos, no solo a los demás sino a nosotros mismos.
Puede tratarse de miedos demasiado intensos como para reconocerlos, deseos recónditos que no queremos aceptar porque van en contra de nuestro sistema de valores o ideas incipientes que contradicen nuestra aparentemente perfecta lógica. De hecho, a menudo los puntos ciegos psicológicos son rasgos que consideramos vergonzosos o inaceptables y que no queremos reconocer en nosotros.
En 2002, un grupo de psicólogos sociales de la Universidad de Princeton se refirieron al prejuicio de punto ciego. Se trata de nuestra incapacidad para reconocer el impacto de nuestros sesgos y limitaciones en nuestro juicio, comportamiento y decisiones. Aunque no tenemos problemas para reconocerlos en los demás, lo cual indica que no es una cuestión de desconocimiento sino más bien de una ignorancia motivada para proteger la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos.
El problema de los puntos ciegos psicológicos es que asumimos esos sesgos como confiables, pensando que somos inmunes a ellos, de manera que nos autoengañamos. Etiquetar a los demás como sesgados, mientras creemos que somos objetivos e imparciales, es una ilusión. Todo lo que negamos de nosotros nos debilita porque nos impide crecer, haciendo que asumamos una postura más inmadura e inadaptada.
¿Cómo descubrir nuestros puntos ciegos psicológicos?
No solemos ser conscientes de nuestros procesos inconscientes, de manera que no podemos notar su influencia en nuestras decisiones. Tampoco somos conscientes de todos los factores que afectan nuestro comportamiento. Por ejemplo, sostener una taza caliente en las manos nos puede volver más colaboradores mientras que usar unas gafas de sol puede hacer que mintamos más. Nuestro comportamiento y decisiones reciben el influjo constante de cientos de estímulos, muchos de los cuales pasan por debajo del radar de nuestra conciencia.
Sin embargo, los puntos ciegos psicológicos son aquellas características personales que no queremos reconocer. Un buen punto de partida para descubrirlos consiste en centrarnos en nuestras reacciones más intensas. Una reacción emocional muy intensa, o una opinión inusualmente fuerte, puede indicar que en el fondo existe un impulso interior inaceptable o indeseable. De hecho, solemos reaccionar intensamente ante las características propias indeseables que vemos en los demás. Es lo que los psicólogos Hal y Sidra Stone llamaron “yos repudiados”.
Esta teoría fue confirmada por un estudio desarrollado en la Universidad de Rhode Island y otro llevado a cabo en la Universidad de Georgia. En ambos se apreció que las personas que catalogaban las imágenes eróticas como inaceptables, debido a que arrastraban una gran culpa sexual, eran precisamente aquellas que experimentaban más excitación como respuesta a esas imágenes. En otras palabras: aquello que negamos con más vehemencia puede esconder un punto ciego psicológico.
Obviamente, esa tendencia no se limita a la sexualidad, sino que se aplica a cualquier ámbito de la vida. Los juicios ásperos sobre los comportamientos ajenos suelen revelar una inseguridad personal proveniente de ciertos rasgos que no queremos aceptar.
Los puntos ciegos psicológicos no se limitan a las reacciones negativas, también pueden expresarse a través de actitudes o comportamientos extremadamente positivos, los cuales sugieren la falta de un rasgo deseado. Un estudio realizado en la Case Western Reserve University, por ejemplo, reveló que las personas intentan esforzarse por parecer desprejuiciadas y muestran actitudes excesivamente positivas hacia un grupo estigmatizado cuando su “yo” como persona sin prejuicios está amenazado.
Otra señal de que no reconocemos nuestros puntos ciegos psicológicos consiste en mantener la misma relación con diferentes personas. Si siempre te quejas porque tus parejas o amigos se comportan de la misma manera, es probable que se deba a que estás eligiendo perfiles psicológicos similares, que te llevan a replicar la relación de la que supuestamente deseas salir. Hasta que no descubras cuáles son los puntos ciegos psicológicos que perpetúan esas relaciones, no podrás salir de ese bucle.
Si piensas que tu suerte nunca cambia, también es señal de que necesitas sacar a la luz esos puntos ciegos. En el fondo, tu vida no cambia porque estás repitiendo ciertos patrones emocionales y cognitivos que te llevan continuamente al punto de partida. Por tanto, en vez de quejarnos de nuestra “mala suerte”, deberíamos preguntarnos cómo estamos contribuyendo a esa mala suerte.
3 preguntas para descubrir los puntos ciegos psicológicos
Muchos puntos ciegos esconden verdades sobre nosotros que no estamos dispuestos a aceptar tan a la ligera. Por eso, para hacer este ejercicio es conveniente practicar antes la meditación midnfulness o ejercicios de respiración que nos ayuden a bajar nuestras barreras psicológicas. Si estamos relajados y nos sentimos a gusto con nosotros mismos, podremos tolerar mejor que ciertas verdades salgan a la luz. Las preguntas que debes plantearte son:
1.      ¿Qué tengo miedo de saber?
2.      ¿Qué es lo que menos quiero aceptar?
3.      ¿Qué siento sobre mí?
No necesitas hacer nada con las respuestas que acudan a tu mente. Si acuden respuestas que te sacuden, es un gran paso porque indica que has descubierto un punto ciego psicológico. Tan solo necesitas irte acostumbrando a esa nueva verdad.
El neurólogo Oliver Sacks relató el caso de un hombre ciego de nacimiento que pudo ver cuando llegó a la mediana edad. Aunque sus ojos captaban la información visual, su cerebro no sabía cómo darle un sentido. No podía diferenciar entre un hombre y un gorila, hasta que tocó una estatua cercana de un gorila, entonces la diferencia se hizo evidente.
Cuando encuentres tus puntos ciegos psicológicos, es probable que experimentes un estado de confusión similar porque no estás acostumbrado a esos nuevos ojos con los que ves tu “yo”. La primera reacción es la negación. Hay que sobrepasarla comprendiendo que todos tenemos luces y sombras y que cuanto mejor nos conozcamos, más nos acercaremos a la persona que queremos ser, pero la persona real, no la imagen engañosa que hemos construido.
El simple hecho de observar la verdad sobre ti mismo sin juzgarla comenzará a cambiarte. Te verás de manera más clara, con todas esas contradicciones que te enriquecen y hacen humano.  Es un viaje difícil, pero vale la pena.                                                                                             

No creas todo lo que piensas. Los pensamientos son solo eso, pensamientos”, dijo Allan Lokos. Sin embargo, muchas veces asumimos que nuestros pensamientos son la realidad. Que nuestros valores son los más elevados. Nuestras creencias, la verdad absoluta. Y nuestra forma de pensar, la única posible. Creemos – o nos gusta creer – que nuestras ideas son racionales y las de los demás inconsistentes. Esas “certezas” inamovibles suelen provenir de nuestros puntos ciegos psicológicos. Y no nos suman puntos a nuestro favor. Al contrario, nos restan.
¿Qué son los puntos ciegos psicológicos?
Al igual que los puntos ciegos de la carretera cuando conducimos y miramos por los espejos del coche, también tenemos puntos ciegos en nuestra personalidad que se encuentran ocultos, no solo a los demás sino a nosotros mismos.
Puede tratarse de miedos demasiado intensos como para reconocerlos, deseos recónditos que no queremos aceptar porque van en contra de nuestro sistema de valores o ideas incipientes que contradicen nuestra aparentemente perfecta lógica. De hecho, a menudo los puntos ciegos psicológicos son rasgos que consideramos vergonzosos o inaceptables y que no queremos reconocer en nosotros.
En 2002, un grupo de psicólogos sociales de la Universidad de Princeton se refirieron al prejuicio de punto ciego. Se trata de nuestra incapacidad para reconocer el impacto de nuestros sesgos y limitaciones en nuestro juicio, comportamiento y decisiones. Aunque no tenemos problemas para reconocerlos en los demás, lo cual indica que no es una cuestión de desconocimiento sino más bien de una ignorancia motivada para proteger la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos.
El problema de los puntos ciegos psicológicos es que asumimos esos sesgos como confiables, pensando que somos inmunes a ellos, de manera que nos autoengañamos. Etiquetar a los demás como sesgados, mientras creemos que somos objetivos e imparciales, es una ilusión. Todo lo que negamos de nosotros nos debilita porque nos impide crecer, haciendo que asumamos una postura más inmadura e inadaptada.
¿Cómo descubrir nuestros puntos ciegos psicológicos?
No solemos ser conscientes de nuestros procesos inconscientes, de manera que no podemos notar su influencia en nuestras decisiones. Tampoco somos conscientes de todos los factores que afectan nuestro comportamiento. Por ejemplo, sostener una taza caliente en las manos nos puede volver más colaboradores mientras que usar unas gafas de sol puede hacer que mintamos más. Nuestro comportamiento y decisiones reciben el influjo constante de cientos de estímulos, muchos de los cuales pasan por debajo del radar de nuestra conciencia.
Sin embargo, los puntos ciegos psicológicos son aquellas características personales que no queremos reconocer. Un buen punto de partida para descubrirlos consiste en centrarnos en nuestras reacciones más intensas. Una reacción emocional muy intensa, o una opinión inusualmente fuerte, puede indicar que en el fondo existe un impulso interior inaceptable o indeseable. De hecho, solemos reaccionar intensamente ante las características propias indeseables que vemos en los demás. Es lo que los psicólogos Hal y Sidra Stone llamaron “yos repudiados”.
Esta teoría fue confirmada por un estudio desarrollado en la Universidad de Rhode Island y otro llevado a cabo en la Universidad de Georgia. En ambos se apreció que las personas que catalogaban las imágenes eróticas como inaceptables, debido a que arrastraban una gran culpa sexual, eran precisamente aquellas que experimentaban más excitación como respuesta a esas imágenes. En otras palabras: aquello que negamos con más vehemencia puede esconder un punto ciego psicológico.
Obviamente, esa tendencia no se limita a la sexualidad, sino que se aplica a cualquier ámbito de la vida. Los juicios ásperos sobre los comportamientos ajenos suelen revelar una inseguridad personal proveniente de ciertos rasgos que no queremos aceptar.
Los puntos ciegos psicológicos no se limitan a las reacciones negativas, también pueden expresarse a través de actitudes o comportamientos extremadamente positivos, los cuales sugieren la falta de un rasgo deseado. Un estudio realizado en la Case Western Reserve University, por ejemplo, reveló que las personas intentan esforzarse por parecer desprejuiciadas y muestran actitudes excesivamente positivas hacia un grupo estigmatizado cuando su “yo” como persona sin prejuicios está amenazado.
Otra señal de que no reconocemos nuestros puntos ciegos psicológicos consiste en mantener la misma relación con diferentes personas. Si siempre te quejas porque tus parejas o amigos se comportan de la misma manera, es probable que se deba a que estás eligiendo perfiles psicológicos similares, que te llevan a replicar la relación de la que supuestamente deseas salir. Hasta que no descubras cuáles son los puntos ciegos psicológicos que perpetúan esas relaciones, no podrás salir de ese bucle.
Si piensas que tu suerte nunca cambia, también es señal de que necesitas sacar a la luz esos puntos ciegos. En el fondo, tu vida no cambia porque estás repitiendo ciertos patrones emocionales y cognitivos que te llevan continuamente al punto de partida. Por tanto, en vez de quejarnos de nuestra “mala suerte”, deberíamos preguntarnos cómo estamos contribuyendo a esa mala suerte.
3 preguntas para descubrir los puntos ciegos psicológicos
Muchos puntos ciegos esconden verdades sobre nosotros que no estamos dispuestos a aceptar tan a la ligera. Por eso, para hacer este ejercicio es conveniente practicar antes la meditación midnfulness o ejercicios de respiración que nos ayuden a bajar nuestras barreras psicológicas. Si estamos relajados y nos sentimos a gusto con nosotros mismos, podremos tolerar mejor que ciertas verdades salgan a la luz. Las preguntas que debes plantearte son:
1.      ¿Qué tengo miedo de saber?
2.      ¿Qué es lo que menos quiero aceptar?
3.      ¿Qué siento sobre mí?
No necesitas hacer nada con las respuestas que acudan a tu mente. Si acuden respuestas que te sacuden, es un gran paso porque indica que has descubierto un punto ciego psicológico. Tan solo necesitas irte acostumbrando a esa nueva verdad.
El neurólogo Oliver Sacks relató el caso de un hombre ciego de nacimiento que pudo ver cuando llegó a la mediana edad. Aunque sus ojos captaban la información visual, su cerebro no sabía cómo darle un sentido. No podía diferenciar entre un hombre y un gorila, hasta que tocó una estatua cercana de un gorila, entonces la diferencia se hizo evidente.
Cuando encuentres tus puntos ciegos psicológicos, es probable que experimentes un estado de confusión similar porque no estás acostumbrado a esos nuevos ojos con los que ves tu “yo”. La primera reacción es la negación. Hay que sobrepasarla comprendiendo que todos tenemos luces y sombras y que cuanto mejor nos conozcamos, más nos acercaremos a la persona que queremos ser, pero la persona real, no la imagen engañosa que hemos construido.
El simple hecho de observar la verdad sobre ti mismo sin juzgarla comenzará a cambiarte. Te verás de manera más clara, con todas esas contradicciones que te enriquecen y hacen humano.  Es un viaje difícil, pero vale la pena.

06 julio 2019

LA DISTANCIA PSICOLÓGICA: ES LA CLAVE DE LA SABIDURÍA Y EL EQUILIBRIO


psicología / Desarrollo Personal
 LA DISTANCIA PSICOLÓGICA: ES LA CLAVE DE LA SABIDURÍA Y EL EQUILIBRIO
Ojos que no ven, corazón que no siente” dice un proverbio. Sin embargo, negar la evidencia y mirar hacia otro lado no suele ser la mejor estrategia, sino que puede conducirnos a tomar malas decisiones de las que después podemos arrepentirnos.
Al respecto, la filósofa Ayn Rand dijo: “podemos evadir la realidad, pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad”. Por eso, en vez de ignorar los hechos y simplemente sentarnos a esperar que la vida decida en nuestro lugar, lo más inteligente es aprender a establecer una distancia psicológica.
¿Qué es la distancia psicológica?
No percibimos de la misma manera un evento cuando se desarrolla cerca de nosotros que cuando ocurre en la distancia. Cuando los hechos ocurren muy cerca, respondemos con un mayor nivel de activación emocional. Esto se debe a que percibimos que podemos vernos implicados directamente en la situación. Cuando ocurren más lejos, nos sentimos más tranquilos y el nivel de implicación emocional es mucho más bajo.
Por tanto, la distancia psicológica es el espacio subjetivo que percibimos entre nosotros y las cosas, los sucesos o las personas. Es una experiencia de separación de carácter egocéntrico mediante la cual nos convertimos en el punto de referencia y a partir de la que vemos las cosas en perspectiva, como si fuéramos una tercera persona no involucrada en la situación o, al contrario, nos implicamos a nivel intelectual y emocional. La habilidad para ajustar la distancia psicológica es importantísima para la vida. Lo constató un estudio desarrollado en la Universidad de Míchigan.
Estos psicólogos hallaron que cuando asumimos una distancia psicológica no solo somos más propensos a reconocer los límites de nuestro conocimiento, sino que también aceptamos la probabilidad de que el futuro cambie. En práctica, la distancia psicológica nos permite ser más humildes y autoconscientes, siendo a la vez más flexibles y abiertos a la incertidumbre, características clave para convertirnos en personas sabias y equilibradas.
Los dos niveles de análisis de la distancia psicológica
Todos los eventos se pueden ubicar en una línea imaginaria respecto a nosotros, en un extremo colocamos lo “absolutamente distante” y en el otro lo “absolutamente cercano”. En base a ello, activamos un nivel de procesamiento, que puede seguir dos vías: la baja o el alta. Ambos se activan inconscientemente, pero los aplicamos día tras día.
La vía alta 
Cuando un evento es distante en el tiempo, en el espacio, difiere de nuestro ámbito social o es muy improbable que ocurra, lo procesamos de manera “alta”. Es decir, trabajamos con una representación abstracta, simple, estructurada y descontextualizada porque estar “lejos” simplemente nos impide acceder a una imagen más precisa o no nos motiva a profundizar en lo que está sucediendo.
Lo interesante es que cuando se activa la “ruta alta”, solemos aplicar ese nivel de procesamiento a toda la información entrante relacionada con el suceso. Es decir, aplicamos un esquema más impreciso y general a todo lo que, de una forma u otra, esté relacionado con la situación que percibimos como lejana.
Las investigaciones sobre las decisiones de ahorro para la jubilación sugieren que, aunque las personas saben que deberían ahorrar más para el futuro, gastan mucho y ahorran muy poco. Esto se debe a que la jubilación se procesa por la vía alta ya que se percibe como algo muy distante. Y todo lo que esté relacionado con ese tema también se procesa de la misma forma, de manera que no creemos necesario tomar acciones concretas aquí y ahora, simplemente lo postergamos. Ese es uno de los efectos de la distancia psicológica.
La vía baja 
Si los eventos están más cerca en el espacio y el tiempo, nos sentimos identificados con ellos o es bastante probable que ocurran, activaremos la “vía baja”. Eso significa que construiremos representaciones lo más concretas posible, complejas, deconstruidas y descontextualizadas. Eso es precisamente lo que hacemos con toda la información importante en nuestra vida.
Cuando algo es relevante, generalmente es un hecho muy concreto, pero aun así se extiende a muchas áreas de nuestra vida y generalmente terminamos con una idea bastante compleja pero desordenada de lo que está ocurriendo porque estamos explorando diferentes opciones para intentar encontrar una explicación satisfactoria.
Si una relación de pareja va mal, estaremos tan implicados emocionalmente con lo que sucede que lo procesaremos por la vía baja. Nos resulta difícil asumir una distancia psicológica y reflexionar objetivamente sobre la situación que estamos viviendo. Todos los sucesos vinculados con esa relación se agolparán en nuestra mente generando caos y confusión, pero no seremos capaces de valorarlos adecuadamente porque las emociones nos lo impiden.
¿Cómo ajustar los diferentes niveles de distancia psicológica?
La distancia psicológica se manifiesta en diferentes niveles, cada uno tiene un efecto concreto en nuestro comportamiento y emociones, un fenómeno que estudia la Teoría del Nivel Construal. Esos niveles se pueden ajustar para poder asumir una actitud más objetiva, analizar nuestros sesgos cognitivos y el nivel de implicación emocional en la situación. En la mayoría de los casos es necesario aumentar la distancia psicológica, pero en otras ocasiones debemos disminuirla para realizar un análisis más concreto y sensible del problema.
1.      Distancia Social. La distancia social es aquella que existe entre nosotros y los demás, la cual se acorta cuando somos capaces de ponernos en el lugar del otro y ser empáticos. Al contrario, se alarga cuando usamos un lenguaje más abstracto y despersonalizado, o cuando no nos mostramos receptivos a su discurso y no validamos sus emociones.
2.      Distancia Temporal. La distancia temporal se mide en términos de pasado, presente y futuro. Se ha demostrado que cuando establecemos plazos más cortos somos más productivos, nos agobiamos menos y terminamos obteniendo mejores resultados. La estrategia psicológica para gestionar adecuadamente la distancia temporal es visualizar el futuro. Por ejemplo, si te sientes ansioso por un proyecto que debes entregar, imagina que ya lo has entregado. Centrarte en los resultados inmediatos te ayudará a relajarte y obtener mejores resultados.
3.      Distancia Espacial. La distancia espacial es una de las más sencillas de manipular. Por ejemplo, se ha demostrado que cuando alejas de ti un objeto disminuye tu interés hacia este pero si lo acercas aumenta tu interés. Es un truco especialmente interesante para las dietas, pero poner una distancia entre la persona con la cual estabas discutiendo también te permitirá alejarte un poco del problema y serenarte.
4.      Distancia Experiencial. La distancia experiencial se mide por la brecha entre lo que imaginamos y esperamos y lo que finalmente vivimos. Cuanto más grande sea esa brecha, mayor puede ser la frustración y el enfado. Al contrario, cuando más pequeña sea, mayor será nuestra satisfacción. La manera de manipular esta distancia consiste en mantener a raya nuestras expectativas. Disponernos a vivir las experiencias sin expectativas es la mejor manera de sacar el máximo provecho de la distancia experiencial.
Lo interesante es que, cada vez que ajustas un nivel, acortas o alargas la distancia psicológica, de manera que puedes implicarte más en la situación o, al contrario, asumir una perspectiva más objetiva. Según la situación y tus estrategias de afrontamiento, puedes jugar con las diferentes distancias para tomar en cada momento las mejores decisiones.

03 julio 2019

¿CÓMO RECONOCER A UNA PERSONA TERCA E IMEDIATAMENTE VENCER SU TERQUEDAD?

psicología / Desarrollo Personal                                                                            
¿CÓMO RECONOCER A UNA PERSONA TERCA E   IMEDIATAMENTE  VENCER SU TERQUEDAD?
No existe una única manera de interpretar la vida y el mundo. Cada uno brinda significado a los eventos según sus puntos de vista, experiencias de vida y expectativas. Es normal. Sin embargo, existen mentalidades más rígidas que otras. Hay personas tercas que se apegan excesivamente a su visión del mundo y no tienen la flexibilidad mental suficiente como para tomar en consideración otros puntos de vista que difieran del suyo. 
Quizá uno de los ejemplos más icónicos de testarudez es el de Hiroo Onoda, un oficial de inteligencia del Ejército Imperial Japonés que se mantuvo escondido en la selva filipina durante 29 años después de terminar la Segunda Guerra Mundial porque estaba convencido de que la batalla aún no había terminado. Aunque lo intentaron convencer en varias ocasiones de que su actitud no tenía ningún sentido, no se entregó hasta que en 1974 su excomandante le anunció la revocación de su orden de 1945 de quedarse atrás para espiar a las tropas estadounidenses. 

Sin duda, es un ejemplo extremo de terquedad en Psicología, pero en la vida cotidiana también podemos llegar a ser muy testarudos. Y eso nos puede traer graves problemas, tanto en nuestras relaciones interpersonales como a la hora de tomar decisiones. Aferrarnos a soluciones que no funcionan o caminos sin salida es una manera de condenarnos a la infelicidad, la insatisfacción y el fracaso. Ya lo había dicho Nietzsche: “Muchos son testarudos a la hora de seguir el camino que han elegido, pero pocos muestran la misma terquedad a la hora de lograr sus metas”. 

¿Cómo es una persona terca? 
Una persona terca es aquella que se niega a cambiar de opinión sobre una idea o acción que está a punto de emprender, aunque le brinden razones suficientemente lógicas y comprobables para hacerle notar que se equivoca. 
Generalmente la persona terca prefiere rodearse de gente que piense y reaccione de la misma manera, para que no pongan en discusión sus opiniones. El verdadero problema es que esa persona se identifica extremadamente con sus ideas y siente que su identidad corre peligro cuando alguien desafía su visión del mundo. 
- Temen al cambio. Las personas testarudas suelen temer los cambios, aunque no siempre lo reconocen. No obstante, perciben las nuevas situaciones como amenazas que deben evitar a toda costa. Cualquiera que intente imponer un cambio en su rutina o forma de pensar podría ser visto como un peligro. No hay dudas de que es importante seguir ciertos patrones y tener hábitos, pero también hay que aceptar que la vida no siempre es predecible y que nuestra salud mental depende en gran medida de nuestra capacidad para aceptar y adaptarnos a unas circunstancias que cambian constantemente. Una persona terca suele afrontar el cambio recurriendo a estrategias desadaptativas como la negación o la evasión. Sin embargo, lo cierto es que hasta que no aceptemos el cambio, sin importar cuán malo es, no comenzará el proceso de curación. 
- Discuten, sobre todo. Vivir con una persona terca puede ser extremadamente desgastante ya que generalmente discuten sobre todo aquello que vaya contra su visión del mundo. Lo peor es que involucran demasiado su ego en esas discusiones, que convierten en batallas campales en las que el objetivo es ganar a toda costa. Además, se niegan a reconocer que están equivocadas. Esa actitud suele crear muchas fricciones en la vida cotidiana ya que a menudo después de las discusiones no hay un acuerdo. 
- No se desvían ni un milímetro de su mentalidad. La persona terca tiene un pensamiento dicotómico, piensa que las cosas son blancas o negras, y que ella siempre tiene la razón. Todo lo que se aleje mínimamente de su concepción del mundo y de la vida está equivocado. Suele aferrarse a sus creencias para protegerse de los cambios ya que le reportan una zona de confort donde se siente segura. De hecho, detrás de la terquedad suele esconderse un profundo miedo ya que aceptar ideas y comportamientos diferentes implica salir de esa zona de seguridad para explorar nuevas cosas. Y eso siempre implica incertidumbre. 
- Atacan de manera personal. Muchas veces la persona terca es consciente de que sus argumentos no son suficientes para convencer a los demás, así que no dudan en recurrir a los ataques personales. Dado que la obstinación les hace pensar que todo lo que no coincide con su visión es un ataque personal, deciden devolver el golpe. Esta persona no recurrirá a los hechos, las cifras o los estudios científicos para apuntalar su idea, sino que utilizará estrategias como la falacia del arenque rojo o cualquier otra táctica para minar a su interlocutor, atacando su credibilidad o autoestima. No es extraño que también medien los insultos o los juicios de valor, lo cual hace que discutir sobre un tema con una persona obstinada sea tan complicado ya que muy pronto se deslizará al terreno personal. 
- Evitan la información que contradice sus creencias. Una persona terca solo leerá las noticias de las fuentes que confirman su visión del mundo. No se arriesga a buscar otras fuentes porque ello las pondría en una situación conflictiva respecto a su identidad, que ha sido construida y se sostiene en base a esas creencias. El problema es que, de esa manera, la persona termina aislándose en una realidad que solo confirma sus estereotipos, de manera que le resulta prácticamente imposible aceptar los hechos que la niegan o la ponen en discusión. 
¿Cómo lidiar con una persona terca sin perder tu equilibrio emocional? 
1. Introduce la duda con delicadeza. Es importante que la persona terca no te vea como un adversario o una persona que quiere desestabilizarla. Es mucho mejor que introduzcas la duda de manera sutil, para que sea ella misma quien llegue a la conclusión. Esa estrategia suele ser mucho más eficaz que mostrarle mil hechos que confirmen tu idea. Evita frases como “te equivocas” o “no tienes razón” porque solo harán que esa persona se ponga a la defensiva y, a partir de ese momento, cualquier discusión racional será imposible. 
2. Discute desde el respeto y la empatía. Jamás debemos olvidar que cada uno es libre de mantener sus creencias y opiniones. Por tanto, no debemos presionar demasiado a la persona terca para que cambie sino discutir desde el respeto a sus opiniones e intentando asumir una actitud empática. De hecho, es mucho más eficaz que discutas desde su posición, comprendiendo sus argumentos e intentando desmontarlos. Cuando cada uno discute parapetado en su punto de vista, es difícil que se pueda llegar a un acuerdo o que la conversación sea enriquecedora ya que se convertirá en monólogos para sordos. 
3. Céntrate en la cuestión, no lo lleves al plano personal. Es probable que cuando la persona terca se quede sin argumentos, intente llevar la discusión al plano personal. No lo permitas porque en ese preciso instante habréis “perdido” ambos. Intenta mantener la discusión centrada en el asunto que os ocupa y, si no es posible, postérgala para otro momento. Recuerda que una persona testaruda puede padecer una “pérdida de audición temporal”: la única opinión que escucha es la suya. Por eso, es mucho más fácil si porciones la opinión contraria de manera que cada idea le resulte más fácil de digerir. 
4. Abandona la necesidad de ganar. Si quieres que la otra persona se muestre abierta a tus ideas, también tú debes mostrarte abierto a las suyas, por muy descabelladas, ilógicas o antiguas que te parezcan. Eso significa abandonar la mentalidad de que debes ganar la discusión. En una discusión, cuando realmente ganas es cuando aprendes algo nuevo o exploras otro punto de vista. No lo olvides. Ese cambio de mentalidad se reflejará en tu actitud y hará que la discusión fluya mejor. 
5. Recuerda que la terquedad también es positiva. No olvides que muchos de los grandes inventores de la historia fueron personas testarudas que se empecinaron en hacer realidad su sueño. La obstinación también tiene un lado positivo, lo cual te ayudará a ver la persona terca como alguien mucho más rico y complejo, y te permitirá huir de las etiquetas y los estereotipos que precisamente le echas en cara.

02 julio 2019

LA FALACIA DEL ARENQUE ROJO


psicología / Desarrollo Personal                                                                             
LA FALACIA DEL ARENQUE ROJO – O CÓMO LOS OTROS TE ENGAÑAN
La falacia del arenque rojo, también conocida como “seguir la zanahoria”, tiene lugar cuando una persona introduce una información irrelevante para el tema de discusión. De esta forma logra distraer la atención de todos los involucrados para llegar a una conclusión que incline la balanza a su favor y que generalmente resulta irrelevante para el tema que se estaba discutiendo.
Cuando somos víctima de esta falacia, cuando alguien «se va por la tangente», es normal que al terminar la discusión experimentemos una sensación de frustración, aunque no sepamos muy bien por qué. Esa frustración proviene del hecho de que hemos invertido tiempo y esfuerzo sin lograr nada. En otros casos podemos sentirnos enfadados porque sentimos que nos han embaucado.
Desvirtuar la atención de lo importante para discutir sobre lo intrascendente
La falacia del arenque rojo debe su original nombre a una antigua costumbre según la cual, se usaba el fuerte olor que emana del pescado para distraer a los perros de caza de su objetivo y crear una pista falsa. Los cazadores creaban en la tierra un rastro con el olor del arenque, si los perros no eran capaces de mantenerse enfocados y seguir la pista del zorro, sino que seguían el olor del pescado, entonces se consideraba que no eran buenos para la caza.
En el plano de las relaciones interpersonales ocurre lo mismo cuando se intenta desvirtuar la atención sobre el tema principal. Obviamente, los argumentos que se introducen son válidos, y esa es la razón por la que los demás se dejan distraer. Básicamente, lo que ocurre es lo siguiente:
– Se está discutiendo sobre el tema A, que es el asunto para solucionar que más preocupa
– Una persona introduce el tema B
– Se abandona el tema A para centrarse en el tema B, que no es tan urgente ni importante.
Un ejemplo de la falacia del arenque rojo en acción es cuando le hacemos notar a alguien que su comportamiento no ha sido moralmente correcto y esta persona responde yéndose por las ramas:
– Lo que has hecho no es moralmente correcto.
– ¿Y qué significa exactamente la moral?
– Es un código de comportamiento establecido culturalmente que indica lo que está permitido y lo que no.
– ¿Y quién crea ese código de comportamiento?
Y así podría continuar la conversación ad infinitum…
El objetivo de esa persona es cambiar el tema de discusión, llevarla hacia un terreno impersonal, para no tener que pedir disculpas por su comportamiento o reparar el daño causado. Si le seguimos el juego respondiendo a sus preguntas, es probable que terminemos sumergidos en una discusión filosófica o que terminemos siendo los culpables cuando en realidad somos la víctima.
Sin embargo, la falacia del arenque rojo no se limita al plano personal, sino que también es una de las estrategias preferidas de los políticos y de los medios de comunicación para reconducir los debates sociales sobre asuntos importantes hacia argumentos menos trascendentes.
Por ejemplo, si un partido político está en contra del matrimonio entre personas del mismo género, podría blandir argumentos como el hecho de que solo un 10% de estas personas desean casarse y que, de hacerlo, el matrimonio tendría un 80% de probabilidades de fracasar. Aunque esas cifras fueran ciertas, que no lo son, en realidad son irrelevantes para aprobar una ley sobre este matrimonio.
Sin embargo, al introducir esas cifras, el partido nos “obliga” a concluir que no es necesario realizar un cambio en los derechos civiles pues son muy pocas las personas que podrían beneficiarse del mismo. Así distrae nuestra atención de lo verdaderamente esencial: no importa cuántas personas quieran casarse ni el éxito que tendrá ese matrimonio, el tema es que todas las personas deben tener derecho al matrimonio, sin importar su orientación sexual.
Para la crónica, vale aclarar que durante el primer año que se aprobó el matrimonio entre personas del mismo género en España, se casaron 4.500 parejas, pero una década después ya se habían casado 31.600 parejas.
Esto significa que hay que tener mucho cuidado con esta falacia en acción porque puede conducirnos a tomar malas decisiones, haciendo que destinemos recursos muy valiosos a asuntos que realmente no lo merecen mientras los problemas realmente importantes no se resuelven.
En el ámbito de la relación de pareja, recurrir continuamente a la falacia del arenque rojo para no asumir las responsabilidades puede ser simplemente desastroso ya que los problemas se irán acumulando, hasta estallar una crisis que ponga fin a la relación.
¿Cómo no dejarse engañar por la falacia del arenque rojo?
En este punto, muchos podrían suponer que es fácil detectar la falacia del arenque rojo, pero en realidad no es así, sobre todo cuando nos vemos inmersos en una discusión acalorada o sobre un tema significativo que tiene una resonancia emocional. En estos casos, lo más usual es que terminemos siguiendo la pista falsa e irrelevante.
Sin embargo, reconocer esta falacia es fundamental, ya sea para valorar la información que los medios de comunicación nos hacen llegar como para relacionarnos con los demás, sobre todo si se trata de personas manipuladoras. ¿Cómo defenderse de esta falacia?
Ante todo, es fundamental no caer víctimas del ego, lo cual significa no querer vencer a toda costa. Muchas veces seguimos la pista falsa porque nuestro objetivo no es llegar a un acuerdo o una solución sino ganar la discusión. Ser humildes y emocionalmente maduros nos permitirá mantenernos concentrados sobre nuestro objetivo principal.
Luego, la clave radica en distanciarte un momento antes de preparar tu contraargumento y pensar si lo que te han acabado de decir es relevante para el tema de discusión. Si crees que no es así, simplemente dilo y retoma el tema principal.

01 julio 2019

LOS LABERINTOS DEL AUTOENGAÑO


psicología / Desarrollo Personal                                                                             
LOS LABERINTOS DEL AUTOENGAÑO
Teóricamente hablando, una persona no podría mentirse a sí misma o al menos sería tan contraproducente como pegarse un tiro en el pie. Pero ya sabemos que la teoría no funciona cual engranaje perfectamente engrasado; así, basta mirar detenidamente a nuestro alrededor para encontrar que las auto mentiras (pequeño neologismo que me permito) están a la orden del día. ¿O no? ¿Realmente las personas se las creen o son una estrategia para engañar a los otros?
Una de las investigaciones clásicas de la Psicología pretende brindarle respuestas a esta pregunta. En el experimento participaron 38 estudiantes a los cuales se les dijo que formarían parte de un estudio que investigaría los aspectos médicos y psicológicos de los atletas. Por supuesto, éste no era el verdadero objetivo del experimento, pero los psicólogos deseaban conocer   durante cuánto tiempo las personas eran capaces de mantener sus brazos en agua helada solo para demostrar que su estado de salud era perfecto. Aunque realmente esta tarea solo demostraba cuan propensas son las personas para autoengañarse.
Acerquémonos brevemente al diseño experimental:
A los participantes se les pidió que pusieran sus brazos en agua helada, inicialmente solo lograron mantenerlos entre  30 o 40 segundos.
Posteriormente, casi al azar, se les comentó que existían dos tipos de corazones:
– Tipo I: relacionado con un estado de salud débil, una corta expectativa de vida y por supuesto, altas probabilidades de sufrir un infarto cardiovascular.
– Tipo II: relacionado con un estado de salud adecuado, una larga expectativa de vida y bajo riesgo cardíaco.
A la mitad de las personas se les dijo que aquellos que pertenecen al grupo II suelen tener mayor tolerancia ante el agua helada. Al resto se les hizo creer exactamente lo contrario.
Después de haberles brindado esta información los voluntarios debían volver a pasar la prueba del agua. ¿Los resultados?
Creo que ya los imaginan, la manipulación (en el nombre de la ciencia, vale aclarar) demostró que las personas pueden variar sus comportamientos en un rango muy amplio según «la verdad» en la cual crean. En la segunda prueba, aquellos que pensaban que la resistencia al agua helada era un factor indicativo de su estado de salud mostraron una mayor resistencia (pasaron más tiempo en el agua fría) mientras que aquellos que pensaban que una menor resistencia al frío era sinónimo de salud mental, disminuyeron ostensiblemente su resistencia.
Posteriormente a cada persona se les preguntó si, intencionalmente, habían intentado variar el tiempo que mantenían sus brazos en el agua. De los 38 participantes 29 de ellos negaron que hubiesen incidido conscientemente en su resistencia mientras que solo 9 confesaron que habían variado su tiempo de manera consciente.
Una vez más a las personas les preguntaron si creían que tenían un corazón fuerte o no. De los 29 que negaron su incidencia intencional, el 60% pensaba que tenía un corazón muy sano. ¿Qué nos sugieren estas afirmaciones? Que las personas que no son capaces de discriminar las verdaderas motivaciones detrás de sus comportamientos tienden a autoengañarse. En otras palabras: ellos se creen «la verdad» que les dicen a los otros.
Este experimento es curioso porque demuestra los diferentes grados en los cuales nos autoengañamos, muestra como es mucho más sencillo asumir una mentira cuando ésta nos hace feliz o nos brinda cierta certeza sobre el futuro. Así, el autoengaño tendría un efecto tranquilizante, sería una estrategia que utilizamos alguna que otra vez para disminuir la incertidumbre de la cotidianidad y brindarnos una ilusoria sensación de control.