18 abril 2020

LA PANDEMIA PASARÁ, PERO LA INDOLENCIA Y EL EGOÍSMO SE RECORDARÁN


Psicología sin reservas 
LA  PANDEMIA PASARÁ, PERO LA INDOLENCIA Y EL EGOÍSMO SE RECORDARÁN

Dicen Se dice que una imagen vale más que mil palabras.
Esta imagen, sin duda, resume a la perfección las consecuencias de la locura que estamos viviendo en estas semanas.
Es la imagen del vacío y la soledad. Pero también de la indolencia y el egoísmo.
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Tomada el 19 de marzo en el supermercado Coles de Port Melbourne, en Australia, fue publicada por el periodista Seb Costello. En ella se aprecia a una anciana en el pasillo de las conservas. Vacío. Por las compras de pánico que se han desatado en estos días a raíz del coronavirus. Cuenta el periodista que a la anciana se le escaparon las lágrimas.
Las compras de pánico, sin embargo, son tan solo la punta del iceberg. Un iceberg tan profundo como la vida misma y tan estratificado como nuestras clases sociales.
Esta imagen nos muestra que, aunque el coronavirus no entiende de clases sociales, quienes gestionan la situación sí hacen diferenciaciones por clases sociales. Diferenciaciones que antes eran «soportables» pero que ahora se convierten en un puñetazo a la sensibilidad. Diferenciaciones que en estos tiempos – más que nunca – pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Literalmente. Sin eufemismos.
También es la imagen de la vulnerabilidad. De quienes se han quedado detrás. Los últimos de la fila. Esos a los que nadie tiene en cuenta porque ya dieron todo lo que tenían y han perdido su “valor social”. Esos que se vuelven invisibles. Que casi tienen que pedir perdón por existir. Los que solo piden que la sociedad se acuerde de ellos – aunque sea de vez en cuando. Y muchas veces ni siquiera aspiran a que les ayuden, sino tan solo a que no les compliquen más las cosas.
Esa – y otras imágenes – también pasarán a los anales de la historia. Para recordarnos lo que la sociedad en su conjunto no quiso ver. Para darle visibilidad, por fin, a los invisibles. Aunque quizá sea demasiado tarde para muchos de ellos.
La denuncia sorda de quienes se han quedado sin voz
Esa imagen también es una denuncia sorda. Es un dedo acusatorio que obliga al sistema – y a cada uno de nosotros – a enfrentarnos con nuestra conciencia. Es un aldabonazo que nos dice que hemos equivocado el camino.
Esa imagen es el reflejo de una sociedad demasiado llena de sí misma. Demasiado ocupada. Demasiado enajenada. Es la imagen que daña la imagen de las empresas y los gobiernos, porque les recuerda que, aunque no quieran y se resistan, tienen una obligación social inalienable, como cada uno de nosotros.
Es también la imagen de los estados que minimizan la muerte de sus ancianos. De ayudas decretadas para los vulnerables que terminan perdiéndose en los tortuosos caminos de la burocracia. Es la imagen de las instituciones y los países que se han olvidado de la solidaridad y han optado por un “sálvese quien pueda”. De quienes le dieron un doloroso portazo a Italia y a los italianos dejándoles completamente solos, alimentando la inútil esperanza de que a ellos no les tocaría.
Sin embargo, no hay nada como las situaciones extremas para sacar a la luz verdades que de otra manera quedarían sepultadas tras palabras edulcoradas y gestos vacíos. En esas situaciones sale a la luz lo que somos y lo que valemos – como personas y como sociedad.
Esa imagen, en resumen, nos dice desde el atronador silencio de quienes se han quedado sin voz que esta pandemia pasará, pero las consecuencias de nuestras reacciones y decisiones perdurarán.
El miedo pasará. El peligro quedará en el pasado. Las puertas finalmente se abrirán. Volveremos a llenar las calles. Pero nuestros comportamientos nos acompañarán – de una forma u otra. Y podremos sentirnos orgullosos de ese gesto de responsabilidad, solidaridad y humanidad. Orgullosos de la persona que fuimos en ese momento y de la persona en la que nos hemos convertido.
En cierto punto, cuando comience la reconstrucción de los pedazos rotos, esas imágenes volverán. Recordaremos cada retraso, cada debate superfluo, cada titubeo inútil, cada contradicción flagrante, cada traba burocrática que terminaron costando vidas y causaron sufrimiento. Recordaremos cada cosa que pudimos hacer y no hicimos. Cada acto de irresponsabilidad, insensatez y egoísmo. Lo recordaremos por nosotros y por los que no están. Pero, sobre todo, lo recordaremos para asegurarnos de que no se repitan.
Por el momento, no nos queda más que quedarnos en casa, durante el tiempo que sea necesario. Cuidar a los enfermos. Llorar a los que se han ido. Pero ya podemos ir imaginándonos el después. Y quizá – solo quizá – con esa imagen en mente e intuyendo otras mucho más duras, podremos corregir ahora lo que nuestro “yo” del futuro nos recordará.

11 abril 2020

LA ANSIEDAD COGNITIVA: EL CAMINO HACIA LA ESTUPIDEZ

Psicología/ Desarrollo personal
Psicología/ Desarrollo personal LA ANSIEDAD COGNITIVA: EL CAMINO HACIA LA ESTUPIDEZ
Cada vez es más habitual. Es tan común que podríamos catalogarlo como el “mal de nuestra época híperconectada”. Hablas con una persona. Te está escuchando. O al menos eso parece. Crees que has conectado emocionalmente, que has transmitido tu mensaje. Sin embargo, luego descubres que esa persona no ha entendido casi nada de lo que le has dicho. Y al día siguiente ni siquiera lo recuerda. Es la impaciencia cognitiva, el camino más directo hacia la estupidez.
¿Qué es la impaciencia cognitiva?
¿Cuándo fue la última vez que leíste un texto de principio a fin, sin desesperarte, sin cansarte, sin interrumpir tu lectura para hacer otra cosa, sin distraerte y querer pasar urgentemente a otra cosa “más interesante”
Esa incapacidad para mantener concentrada la atención en una sola tarea es lo que el profesor de literatura Mark Edmund son denominó impaciencia cognitiva. Este profesor se dio cuenta de que muchos estudiantes universitarios evitan activamente la literatura clásica de los siglos XIX y XX porque no tienen la paciencia necesaria para leer textos más largos y densos de los que solemos encontrar en Internet.
Así acuñó el término “impaciencia cognitiva”, que se refiere a la incapacidad para prestar atención durante el tiempo necesario para comprender la complejidad de un pensamiento o argumento. Al no prestar atención y ser víctimas de la impaciencia, no solo no podemos comprender ideas complejas, sino que ni siquiera podemos retener en la memoria ideas más simples.
El atronador ruido de la distracción
Vivimos en un mundo donde el silencio se ha convertido en un lujo. El ruido es casi omnipresente, no solo el ruido acústico sino uno aún más peligroso: el ruido de la distracción. La soledad ha dejado paso a una presencia permanente que nos interrumpe constantemente y en cualquier circunstancia, una presencia que se encarga en la mensajería instantánea, las redes sociales, el consumo compulsivo de información…
En la era de la híper conectividad, la ansiedad reina. Y para afianzar su reinado no ha dudado en arrasar con la tranquilidad tan necesaria para concentrarnos y reflexionar. Si no podemos estar tranquilos, si tenemos la sensación de que nos estamos perdiendo algo o de que existe otra cosa mucho más interesante, no logramos concentrarnos.

Nuestra atención paga la factura. Y esa factura es tan elevada que el psicólogo Daniel Goleman ha llegado a afirmar que estamos ante “una encrucijada peligrosa para la humanidad” porque sin la atención perdemos nuestra capacidad para pensar y tomar decisiones autónomas. “La atención, en todas sus variedades, constituye un valor mental que, pese a ser poco reconocido (y hasta subestimado en ocasiones), influye poderosamente en nuestro modo de movernos por la vida”.

¿Cómo nos están robando la atención?

Daniel Goleman se refiere a la impaciencia cognitiva como un estado de “atención parcial continua”. Sería una especie de estupor inducido por el bombardeo de datos procedente de distintas fuentes de información. En práctica, nos exponemos a tanta información que simplemente no somos capaces de procesarla de manera adecuada, por lo que no brindamos más que una atención parcial a cada estímulo, ya se trate de leer, ver una película o mantener una conversación.

Ese bombardeo de información genera, inevitablemente, atajos negligentes, lo cual significa que desarrollamos hábitos atencionales menos eficaces y, aunque aparentemente estamos presentes y enfocados, en realidad nuestra atención está tan dividida que no podemos reflexionar sobre lo que estamos leyendo o escuchando.

Un estudio realizado en la Universidad de Aberdeen y de Columbia Británica reveló que cuando leemos, nuestra mente suele pasar entre un 20 y 40% del tiempo divagando. En una conversación ocurre lo mismo, por lo que no es extraño que luego no podamos recordar gran parte del mensaje pues nos hemos perdido trozos importantes del mismo.

Goleman explica que “cuanto más distraídos estemos durante la elaboración de ese tejido y más largo sea el lapso transcurrido hasta darnos cuenta de que nos hemos distraído, más grande será el agujero de dicha red y más cosas, en consecuencia, se nos escaparán”.

El peligro de la impaciencia cognitiva no se reduce a un simple despiste u olvido sino que sus implicaciones van mucho más allá. Para comprenderlas, debemos entender cómo funciona la atención.

Atención superior y atención inferior: Un camino bidireccional que se ha bloqueado

Nuestro cerebro cuenta con dos sistemas mentales separados que funcionan de manera relativamente independiente. Existe una atención inferior, que funciona entre bambalinas, de carácter involuntario, que nos alerta de peligros y toma el mando cuando realizamos tareas repetitivas, cuando funcionamos en piloto automático. Existe otra atención superior y voluntaria que tiene un carácter reflexivo.

La impaciencia cognitiva ataca precisamente la atención superior, esa que potencia nuestra autoconciencia y las capacidades de crítica, deliberación y planificación. Cuando saltamos de un estímulo a otro, solo capta nuestra atención aquello que consideramos peligroso o que tiene una gran repercusión emocional. De los 20 titulares por los que discurren nuestros ojos, solo nos atrapará aquel que genere una resonancia emocional.

El problema es que esa tendencia nos vuelve muy vulnerables porque cuando un estímulo desencadena una respuesta afectiva intensa se puede producir un secuestro emocional, lo cual significa que “nuestra atención se estrecha aún más y se aferra a lo que nos preocupa, al tiempo que nuestra memoria se reorganiza, favoreciendo la emergencia de cualquier recuerdo relevante para la amenaza a la que nos enfrentamos […] Y, cuanto más intensa es la emoción, mayor es nuestra fijación. El secuestro emocional es, por así decirlo, el pegamento de la atención”, según Goleman.

En otras palabras, ceder a la impaciencia cognitiva nos arrebata el control y la capacidad para pensar y decidir de manera autónoma. Nos convierte en marionetas de las emociones, emociones que los demás (léase la publicidad, los políticos, las clases dominantes o simplemente una persona cercana) pueden manipular a su antojo. Sin la capacidad para prestar atención, somos fácilmente amoldables porque nos convertimos en zombies que funcionan en piloto automático.

¿De qué nos sirve saber leer si no reflexionamos sobre el contenido? ¿De qué nos sirve pasar horas con un amigo si no prestamos atención a lo que nos dice? ¿De qué nos sirve "informarnos" si no asumimos una actitud crítica ante las noticias? 

Canjear nuestra atención por la información efímera y a menudo intrascendente que nos “regala tan magnánimamente” la sociedad actual simplemente no vale la pena. 


Fuente:
Wolf, M. (2018) Skim reading is the new normal. The effect on society is profound. En: The Guardian.

09 abril 2020

LA FUERZA INTEOR NOS PERMITIRÁ SUPERAR CUALQUIER SITUACIÓN, POR DURA QUE SEA

Psicología desarrollo personal      
LA FUERZA INTEOR NOS PERMITIRÁ SUPERAR CUALQUIER SITUACIÓN, POR DURA QUE SEA
En los campos de concentración, las pequeñas cosas se convertían en grandes cosas. Y también en señales premonitorias. “Cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba”, contó el psiquiatra Viktor Frankl sobre su estancia en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau.
Frankl se dio cuenta de que en los campos de concentración no siempre sobrevivían los más jóvenes y fuertes. Muchas personas que aparentemente no tenían ninguna probabilidad de sobrevivir, superaron aquel horror. ¿La clave? Una vida interior rica apuntalada por un sentido, una meta futura, algo por lo cual luchar y a lo cual aferrarse.
No busques fuera, mira dentro
Nuestra sociedad – al menos la sociedad que fuimos hasta hace poco – vivía completamente volcada hacia afuera. Nos animaba a buscar las satisfacciones de nuestra insatisfacción interior en las cosas. Nos animaba a mantenernos continuamente ocupados. Haciendo siempre más. Comprando siempre más. En un estado de narcotización continua que enajenaba el pensamiento y nos alejaba cada vez más de nosotros mismos.
De repente todo eso se ha detenido y muchos se han quedado sin asideros, experimentando un auténtico síndrome de abstinencia. Abstinencia de ese flujo constante de estímulos exteriores con el que se adormecía la conciencia.
Sin embargo, para afrontar las situaciones límite necesitamos desarrollar una vida interior más rica. Mirar dentro. Ser consciente de uno mismo. Dejar de volcarse hacia afuera en busca de fuerzas y encontrar esa fuerza en nuestro interior. Se trata de asumir el reto. El tiempo que nos tocó vivir. Las condiciones particulares de cada uno.
Esa intensificación de la vida interior” nos permite “refugiarnos contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual de la existencia” cuando las cosas se tuercen, aseguraba Frankl.
Alimentar esa vida interior no implica cerrar los ojos ante la realidad, sino encontrar cobijo y consuelo yendo más allá de lo que podemos ver y tocar. “Las personas con una vida intelectual rica sufrieron muchísimo, pero el daño causado a su ser íntimo fue menor porque eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual”, explicó el psiquiatra.
Busca tu sentido
Cuando debemos enfrentarnos a desafíos extremos, muchas veces la fuerza mental apuntala la fuerza física. La capacidad para seguir adelante pase lo que pase, surge de que tengamos un motivo para luchar. Y de que seamos capaces de aferrarnos a este con uñas y dientes. Como diría Nietzsche: “quién tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
El sentido de la vida, ese motivo para luchar es único e inalienable. Es la única posesión que nos queda cuando nos reducimos a la existencia desnuda, cuando tocamos fondo 

06 abril 2020

EGÚN RL FILOSOFO ALAN WATTS NO VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD MATERIALISTA, ES MUCHO PEOR: VIVIMOS EN LA SOCIEDAD DE LAS APARIENCIAS,



Psicología sin Reservas
SEGÚN RL FILOSOFO ALAN WATTS NO VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD MATERIALISTA, ES MUCHO PEOR: VIVIMOS EN LA SOCIEDAD DE LAS APARIENCIAS,
El auge del consumismo nos ha hecho pensar que vivimos en una sociedad materialista. Cuando nuestra felicidad depende de lo que poseamos y lo que seamos capaces de comprar, es difícil no pensar que el materialismo se ha apropiado de nuestra cultura. Sin embargo, el filósofo Alan Watts pensaba que la realidad es aún peor: estaba convencido de que nuestra sociedad no es materialista, sino que idolatra las apariencias. Y la diferencia es sustancial.
En la sociedad de las apariencias se pierde la esencia
No es correcto, ni mucho menos, decir que la civilización moderna es materialista, si entendemos por materialista la persona que ama la materia. El cerebral moderno no ama la materia sino las medidas, no los sólidos sino las superficies. Bebe por el porcentaje de alcohol y no por el ‘cuerpo’ y el sabor del líquido. Construye para ofrecer una fachada impresionante, más que para proporcionar un espacio donde vivir”, escribió Watts.
Y esa obsesión por la apariencia se transluce prácticamente en todas las esferas de la vida cotidiana. “Compramos productos diseñados para presentar una fachada en detrimento de su contenido: frutos enormes e insípidos, pan que es poco más que una espuma ligera, vino adulterado con productos químicos y verduras cuyo sabor se debe a los mejunjes áridos de los tubos de ensayo que las dotan de una pulpa mucho más impresionante”, añadió.
En la sociedad de las apariencias, la esencia poco importa. Cuando se rinde culto a lo exterior, se sacrifican gustosamente las prestaciones a favor del aspecto, un aspecto que debe transmitir un mensaje claro y cuyo único objetivo es convertirse en un símbolo de estatus a través del cual comunicamos nuestra supuesta valía a los demás.
Cuando elegimos basándonos en las apariencias y las medidas perdemos de vista las necesidades que deben satisfacer los objetos. Así terminamos comprando sofás preciosos y caros, pero tan incómodos que prácticamente no se pueden usar. Compramos el smartphone según su marca, para poder presumir, en vez de fijarnos en sus características técnicas. O elegimos casas con salones enormes y cocinas diminutas, más pensadas para impresionar a los visitantes que para vivir cómodamente. Obviamente, esa cadena de «malas» elecciones nos pasará factura, una factura que pagaremos con frustración, insatisfacción e infelicidad.
Elegir las apariencias nos condena a un estado de frustración permanente
El problema es que quienes sucumben a la apariencia y las medidas están “absolutamente frustrados, pues tratar de complacer al cerebro es como intentar beber a través de las orejas. Así, son cada vez más incapaces de un placer auténtico, insensibles a las alegrías más agudas y sutiles de la vida, las cuales son, de hecho, sencillas y ordinarias en extremo.
El carácter vago, nebuloso e insaciable del deseo cerebral hace que sea especialmente difícil su realización práctica, que se haga material y real. En general, el hombre civilizado no sabe lo que quiere. […] No busca satisfacer necesidades auténticas, porque no son cosas reales, sino los productos secundarios, los efluvios y las atmósferas de las cosas reales, sombras que carecen de existencia separadas de alguna sustancia”, apuntó Watts.
El «deseo cerebral» sería nuestra obsesión por las medidas y los números, las marcas y los logotipos, esas cosas de las que podemos presumir delante de los amigos y que deben brindarnos una estimulación sensorial intensa, muy alejada del disfrute calmo y pleno que conduce a la auténtica felicidad.
Obviamente, cuando se prioriza la apariencia, se pierde gran parte de la satisfacción y el placer que pueden aportar las cosas. Cuando el objetivo es exhibir o impresionar, en vez de experimentar, perdemos el disfrute en el camino porque estamos más centrados en el otro que en nosotros mismos.
Eso nos condena a un bucle. “La economía cerebral es un fantástico círculo vicioso que debe proporcionar una constante excitación del oído, la vista y las terminaciones nerviosas con incesantes corrientes de ruidos y distracciones visuales de las que es imposible liberarse […] Todo está manufacturado de modo similar para atraer sin procurar satisfacción, para sustituir toda gratificación parcial por un nuevo deseo”, según Watts. Porque en realidad no son nuestros deseos ni necesidades lo que satisfacemos cada vez que compramos algo, sino los deseos y las necesidades que nos han impuesto la sociedad.
La vía de escape, según Watts, no consiste en abrazar la extrema frugalidad y renegar de las cosas materiales, al estilo de los cínicos, sino en reencontrar el placer más sencillo y pleno que pueden proporcionarnos las cosas. Consiste en tener menos, pero disfrutar más de ello, lo cual pasa por elegir las cosas de las que nos rodeamos teniendo en cuenta realmente nuestros deseos, gustos y necesidades.
No es un cambio banal, en realidad implica una profunda transformación interior en la que afirmamos nuestra identidad, y nos desligamos de modas pasajeras y el deseo de impresionar, para disfrutar de lo que realmente nos gusta, sin culpas ni remordimientos ni presiones.

05 abril 2020

NI CUARENTENA NI PAUSA, LA VIDA SIGUE – LO QUERAMOS O NO


Psicología sin Reservas
NI CUARENTENA NI PAUSA, LA VIDA SIGUE – LO QUERAMOS O NO
Cerrar los ojos y abrirlos cuando todo haya pasado. Como si fuera un mal sueño que dejamos rápidamente atrás. Sacudirnos la modorra para volver a esa normalidad que nos arrebataron demasiado rápido como para que pudiéramos darnos cuenta. Es una idea tentadora. Y todas las ideas tentadoras se convierten rápidamente en ideas susceptibles de ser vendidas.
Por eso no es extraño que la palabra «hibernar» y sinónimos como «pausa» ganen cada vez más protagonismo en discursos institucionales y titulares. Hibernar… Dícese del estado de letargo profundo en el que funcionamos al mínimo para recuperarnos cuando los tiempos sean más propicios.
Y, sin embargo, no estamos hibernando. Ni la vida está en pausa. Tras las puertas cerradas que miran a las calles vacías – mitad apacibles y mitad inquietantes – discurre una vida más intensa que antes. En este estado de supuesta paralización bulle una de las experiencias emotivas más difíciles e inciertas a las que nos hemos enfrentado en los últimos tiempos. Y no podemos ignorar eso.
Los dos errores más graves que podemos cometer
Las palabras elegidas para dar forma a la narrativa – oficial e individual – sobre lo que nos ocurre son importantes. No podemos olvidar que, por suerte o por desgracia, repetir una palabra como un mantra no es suficiente para que se haga realidad.
Tampoco debemos olvidar que muchas veces el lenguaje está diseñado para hacer que las mentiras suenen confiables y darle la apariencia de solidez al mero viento, parafraseando a George Orwell. No debemos olvidar que las palabras que elegimos también pueden limitar el alcance de nuestro pensamiento y estrechar el radio de acción de la mente.
Creer que estamos hibernando o que nuestra vida está en pausa nos conduce a dos errores tremendos. El primero, pasar por esta experiencia dolorosa sin aprender nada, echando por la borda el enclaustramiento y el sufrimiento. El segundo, pensar que cuando salgamos lo retomaremos todo en el mismo punto donde lo dejamos.
La palabra de orden: Reflexionar
El sufrimiento en sí mismo no enseña. No es una epifanía mística. Pero la manera en que lidiemos con ese sufrimiento puede fortalecernos. No podemos evitar lo que está sucediendo. Pero podemos asegurarnos de que todo lo que está sucediendo no sea en vano.
Intentar distraer la mente con banalidades para no escrutar demasiado el ovillo de preocupaciones que crece cada vez más en nuestra cabeza es una estrategia lícita. Por un tiempo. Durante un tiempo. Pero no debería ser la estrategia por excelencia. Ahora, más que nunca, necesitamos reflexionar.
Los defensores de que son tiempos de acción, no de reflexión – como si no tuviésemos la capacidad de hacer ambas cosas a la vez – niegan de antemano la posibilidad del cambio transformador. Si actuamos y luego pensamos, corremos el riesgo de actuar tarde y mal. De arrepentirnos. Y caer en el resbaladizo lodo de las culpas.
Podemos aprovechar este tiempo para pensar en lo que hicimos mal como sociedad y en lo que nos gustaría hacer de manera diferente. Podemos aprovechar este tiempo para poner en orden las prioridades – sociales e individuales. Podemos aprovechar este tiempo para darnos cuenta de las cosas realmente esenciales, esas de las que no queremos ni podemos prescindir, y de aquellas superfluas de las que sería mejor deshacernos.
Podemos aprovechar esta ruptura para hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Para atrevernos a hacer las cosas de una manera diferente cuando todo esto termine. Para ir más despacio. Disfrutar de los abrazos y de las pequeñas cosas, que en realidad son las grandes cosas de la vida.
Quizá, cuando este virus desaparezca, “otro – y más beneficioso – virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa”, como dijera el filósofo Slavoj Zizek, una sociedad mejor, menos competitiva y más solidaria. Una sociedad que apueste por todos y cada uno y que dé a esas personas que hoy han dado un paso al frente el valor y el reconocimiento que se merecen.
Nada será igual – para bien o para mal
En los últimos doscientos años o más, el mundo cada vez iba más rápido. Pero todo esto se ha interrumpido. Vivimos un momento único de calma. Vivimos un momento histórico de desaceleración, como si unos frenos gigantes detuviesen las ruedas de la sociedad”, explicaba el filósofo Hartmut Rosa.
Ese frenazo brusco nos ha dejado aturdidos. Porque al desastre se le ha sumado el peso de lo inesperado. Pero puede servirnos. No para poner en pausa nuestra vida, sino para reencauzarla.
El mundo al que regresaremos no será igual. El trauma ha sido demasiado grande. Muchas personas no serán las mismas. Han perdido a sus seres queridos sin poder despedirse siquiera de ellos. Sin poder llorar su muerte en familia. Otras personas han perdido su sustento económico y con ello su estabilidad y sus planes de vida.
Ahora somos una sociedad que se ha quedado desnuda frente a su vulnerabilidad. Y eso marca. Debemos tenerlo presente cuando finalmente las puertas se abran y volvamos a llenar las calles. Y el momento para prepararnos es ahora. Por eso debemos asegurarnos de no hibernar. No ceder a la apatía que apaga nuestro pensamiento. No ceder a la abulia que nos hunde. No ceder a la anhedonia que nos desconecta.
En su lugar, necesitamos seguir luchando. Por quienes queremos. Por el mundo que queremos. Con las armas que tenemos. Y como podemos. Para que cuando se produzca ese anhelado “deshielo”, esa vuelta a la normalidad, no solo nos hayamos mantenido vivos, sino también humanos.

Crecimiento Personal / Llorar es catártico


Crecimiento Personal / Llorar es catártico
Llorar es catárticoUna creencia popular bastante generalizada nos dice que llorar nos brinda consuelo en las situaciones particularmente difíciles.
Aunque en algunas ocasiones la ciencia viene a confirmar la sabiduría popular, lo cierto es que esta vez la investigación científica nos brinda informaciones un tanto diversas: llorar puede aumentar el estrés y la reacción arousal del sistema nervioso autónomo.
¿A quién creerle? ¿En cuantas ocasiones no hemos experimentado en carne propia el efecto catártico del llanto?
La respuesta no es sencilla: el pretendido efecto calmante del llanto depende del contexto donde la persona se encuentra, de sus características de personalidad, de su estado emotivo… y seguimos contando. Precisamente, psicólogos de la Universidad de Florida del Sur, han intentado analizar la mayor cantidad de factores intervinientes posibles para verificar (o no) los efectos «terapéuticos» del llanto.
Con este objetivo realizaron una revisión bibliográfica de 15 investigaciones relacionadas con la temática. La primera incongruencia que saltó a la vista fue: cuando a las personas les pedían que recordaran un episodio donde hubiesen llorado y posteriormente les preguntaban si llorar había sido reconfortante; un 70% respondió afirmativamente. Sin embargo, un efecto bien diferente se observó cuando el llanto era inducido a nivel de laboratorio (a través de la proyección de un filme de fuerte contenido dramático) ya que las personas raramente definían este llanto como reconfortante o promotor de alivio a nivel psicológico. Así, aquellos que lloraron (a nivel de laboratorio) se sintieron peor y más activados en comparación con las personas que no lloraron. ¿Por qué?
Una posible explicación podría encontrarse en el contexto en el cual se produce el llanto. Parece ser que éste es más gratificador cuando induce a la relación social fungiendo como un «remedio relacional»; sin embargo, cuando las personas lloran en un ambiente frío o donde no hay interacción social el llanto puede empeorar el humor o provocar vergüenza y embarazo. En palabras sencillas: cuando lloramos y éste llanto nos ayuda a acercarnos a una persona o recibimos su atención y afecto entonces llorar tiene una acción terapéutica.
Los investigadores también hallaron que algunas características de personalidad, así como la existencia de una psicopatología mediatizan en el poder catártico y “liberador” del llanto. Así, las personas alexitímicas, deprimidas o ansiosas usualmente empeoran su estado de ánimo después de las lágrimas.
Otra posible explicación para los efectos tan diversos que puede producir el acto de llorar se intenta vislumbrar a través de la tipología del llanto:
– Llanto de protesta: caracterizado por los sonidos altos, usualmente acompañado por gritos y que tiene como función principal revalorar la situación.
– Llanto triste: es un llanto silencioso destinado para crear nuevos vínculos después de la pérdida.
– Llanto separado: caracterizado por la ausencia de lágrimas e indica desesperación extrema.
Se sugiere que el efecto del llanto sobre la persona depende de la forma de llorar ya que el llanto estaría compuesto por dos fases: en la primera (cuando el llanto inicia) el mismo tendría un efecto activador a través del aumento del ritmo cardíaco pero inmediatamente después (en la segunda fase) tiene un efecto calmante a partir de la reducción de la frecuencia respiratoria. Así, solo el llanto triste provocaría un mejoramiento del humor al transcurrir rápidamente a esta segunda fase.
Hasta ahora las ideas son sugerentes, pero aún el background científico que las respalda es muy pobre así que, para extraer ideas concluyentes, tendrá que esperarse por los resultados de nuevos estudios.
Fuente:
Hendriks, M.C.; Rottenberg, J. & Vingerhoets, J.J. (2007) Can the distress-signal and arousal-reduction views of crying be reconciled? Evidence from the cardiovascular system. Emotion; 7: 458–463.

02 abril 2020

CATARSIS EMOCIONAL


psicología/ tratamientos psicológicos                                                 
LA CATARSIS EMOCIONAL
La catarsis es una liberación emocional que nos ayuda a liberar los conflictos inconscientes. De hecho, el término proviene de la palabra griega “katharsis”, que significa “purificación” o “limpieza”. En Psicología, la catarsis implica una especie de purga emocional, de manera que podemos restaurar nuestro equilibrio psicológico. Se trata de un proceso intenso e íntimo que suele ser liberador ya que no solo expresamos contenidos que habíamos reprimido sino que les damos un nuevo sentido, los incorporamos en nuestra historia de vida y logramos pasar página. 
¿Qué es la catarsis emocional según el psicoanálisis? 
El término catarsis se remonta a la Antigua Grecia, si bien adquirió protagonismo en la Psicología de la mano de Sigmund Freud y Josef Breuer. Este último desarrolló un tratamiento psicológico que denominó catártico para abordar la histeria. La terapia consistía en hacer que los pacientes recordaran experiencias traumáticas mientras estaban bajo hipnosis. Breuer descubrió que cuando las personas expresaban las emociones que habían reprimido durante tanto tiempo, experimentaban un alivio de sus síntomas. 
Freud también creía que la catarsis emocional podía desempeñar un papel importante en el alivio de los síntomas vinculados a la angustia. Según su teoría psicoanalítica, la mente humana se compone de tres elementos clave: el consciente, el subconsciente y el inconsciente. En la mente consciente se encuentra todo lo que conocemos. El subconsciente contiene cosas de las que no somos totalmente conscientes pero que podemos concienciar si le prestamos la debida atención. Por último, el inconsciente es la parte de la mente que contiene la gran reserva de pensamientos, sentimientos y recuerdos que están fuera de nuestra conciencia, generalmente con una gran carga emotiva. 
Freud pensaba que muchos conflictos y traumas se esconden en el inconsciente, desde donde siguen ejerciendo su influjo sobre nuestras decisiones, comportamiento y bienestar. Por eso recurría a técnicas psicológicas como la interpretación de los sueños y la asociación libre para acceder a esos contenidos. Definió la catarsis como “El proceso mediante el cual reducimos o eliminamos un conflicto al activarlo en la conciencia y permitir que se exprese”.
Desde esta perspectiva, la catarsis sería un darse cuenta de cosas que nos están dañando pero que operan por debajo del umbral de la conciencia. De hecho, en el psicoanálisis actual la catarsis se considera como la descarga de los efectos vinculados a eventos traumáticos que habían sido reprimidos, devolviéndolos a la conciencia para volver a experimentarlos y deshacerse de su influjo negativo o limitante. 
Esto significa que, si bien la catarsis encierra un poderoso componente emocional, también tiene un fuerte componente cognitivo que nos permite adquirir nuevos conocimientos o perspectivas asumiendo y dejando atrás esas heridas emocionales. Por tanto, la catarsis emocional: – Nos hace sentir mejor liberando las emociones negativas y, – Conduce a un cambio positivo en nuestro “yo” permitiéndonos integrar esos contenidos reprimidos. 
¿Por qué es importante expresar las emociones? 
La sociedad suele ejercer un papel represor sobre las emociones. Está mal visto que expresemos las emociones “negativas”, de manera que se fomenta su represión, lo cual nos lleva a sepultarlas en lo más profundo del inconsciente.
Sin embargo, la expresión emocional forma parte de un “yo” maduro y equilibrado. Cada emoción que experimentamos y expresamos forma parte de nuestra esencia. Gracias a ellas podemos conocernos mejor. Las emociones actúan como brújulas que nos indican instantáneamente reacciones de agrado o rechazo, por lo que nunca se deben reprimir, solo es necesario aprender a expresarlas asertivamente. 
Una emoción reprimida terminará generando un conflicto que se enquistará en el inconsciente, simplemente porque no hemos procesado el mensaje de esa emoción y no la hemos utilizado adaptativamente. Al contrario, asimilar las emociones, sobre todo las emociones “negativas”, nos permitirá comprenderlas y usarlas a nuestro favor para crecer. 
¿Hacer catarsis siempre es beneficioso? 
Al pasar a formar parte del vocabulario popular, la catarsis se ha desdibujado. Muchos piensan, por ejemplo, que hacer catarsis para liberar la ira significa dar golpes a la almohada o encerrarse en una habitación a gritar. Se ha demostrado que este tipo de recursos expresivos es contraproducente e ineficaz a largo plazo. 
Un estudio muy interesante realizado en la Universidad Estatal de Iowa analizó cuál era la mejor estrategia para ventilar la ira. Estos psicólogos pidieron a un grupo de personas enojadas que golpearon un saco de boxeo y pensaron en la persona que los había enojado y a otros les pidieron que pensaran en que se estaban poniendo en forma. Un tercer grupo se quedó sentado en una habitación, sin más. 
Luego, a todos les dieron la oportunidad de administrar fuertes ráfagas de ruido a la persona que los había enojado. Se descubrió que las personas que habían golpeado el saco de boxeo pensando en quien los había enojado no solo seguían estando muy enojadas sino que también se comportaron de manera más agresiva. Al contrario, quienes más se calmaron fueron los que se quedaron sentados tranquilamente. 
La ventilación física de las emociones puede ayudar y tener un pequeño efecto catártico, pero es necesario ir un paso más allá. Si la mera catarsis física fuera una práctica constructiva, la labor de los psicólogos sería mucho más sencilla. Para curar y resolver los conflictos no basta con actuar y experimentar, es necesario trabajar a nivel conceptual con la imagen del “yo”. 
Eso significa que para lograr el cambio positivo que se persigue con la catarsis es necesario reflexionar sobre esas emociones, de manera que podamos integrarlas en nuestro autoconcepto. 
También hay que tener en cuenta que la única emoción que se ventila con la catarsis no es la ira. La tristeza que experimentamos después de la pérdida de un ser querido, cuando se reprime, sigue doliendo. Al contrario, cuando se expresa se supera más rápido. Se ha demostrado que llorar es catártico, casi siempre. De hecho, la catarsis en Psicología se usa fundamentalmente para aliviar el dolor y el sufrimiento asociados a un trauma. 
Un estudio realizado en la Universidad de Illinois descubrió que la catarsis provoca cambios a nivel fisiológico que pueden ayudarnos a encontrar el equilibrio emocional más rápidamente. Estos psicólogos apreciaron que ventilar las emociones genera una disminución de la presión arterial y cambia el ritmo de la respiración, lo cual podría ayudarnos a calmarnos. De hecho, cuando estamos enojados respiramos a un ritmo diferente que cuando estamos tranquilos o tristes. Cada emoción tiene su ritmo de respiración, de manera que cuando cambia nuestro estado mental, nuestra respiración cambia inmediatamente. Por tanto, regulando nuestra respiración también podemos controlar las emociones. 
¿Cómo hacer catarsis para generar un cambio positivo duradero? 
1. Conecta con tus sentimientos. Ante todo, es vital que aceptes todas tus emociones y sentimientos. Debes evitar la idea de que existen emociones “negativas” que no deberías experimentar. Todas las emociones son válidas y no te hacen peor ni mejor persona. No es lo que sientes sino cómo lo canalizas. Por tanto, no intentes reprimir ni luchar contra esas emociones. Conecta con ellas para que escuches el mensaje que deben transmitirte. A veces, detrás de la ira se esconde la tristeza, por ejemplo, o la sensación de impotencia. Pero no podrás resolver el conflicto si te desconectas de tus emociones. 
2. Busca la forma de hacer catarsis que funciona para ti. Lo que puede ser catártico para algunos no lo es para otros. Por tanto, debes encontrar la estrategia de expresión emocional que mejor funciona para ti. No siempre es necesario ni recomendable golpear una almohada, llevar un diario terapéutico puede ser una forma de exorcizar tus problemas. El arte también es una excelente herramienta catártica. 
3. No te olvides del elemento cognitivo. La catarsis está compuesta por dos aspectos: la liberación emocional que generalmente tiene un fuerte componente somático y el elemento cognitivo, que implica la reflexión sobre lo ocurrido. Si te limitas a la liberación emocional te habrás quedado a medio camino. Es necesario que reflexiones sobre el origen de esas emociones que te perturban y, sobre todo, que encuentres una vía para expresarlas de manera asertiva, sin hacerte daño y sin dañar a los demás. 
Por último, pero no menos importante, no fuerces tu ritmo de curación. A veces algunos contenidos se esconden en el inconsciente porque no tenemos las herramientas psicológicas necesarias para afrontarlos y sacarlos a la conciencia sería extremadamente doloroso. Asume la catarsis como un proceso terapéutico de autosanación y autoaceptación en el que cada día irás dando pequeños pasos. 
Fuente: 
Verona, E. & Sullivan, E. A. (2008) Emotional Catharsis and Aggression Revisited: Heart Rate Reduction Following Aggressive. Emotion; 8(3): 331–340.