25 mayo 2020

HOCK DEL PRESENTE: VIVIR EN UN MUNDO SIN HISTORIA NI FUTURO


Psicología/ Psicología Social  
SHOCK DEL PRESENTE: VIVIR EN UN MUNDO SIN HISTORIA NI FUTURO
¿Tienes la sensación de que el tiempo no te alcanza? ¿Te sientes como un bombero que debe hacer frente continuamente a imprevistos y supuestas urgencias? ¿No eres capaz de vislumbrar tu futuro? ¿Piensas que casi todo está inventado y que queda muy poco por hacer? ¿Crees que ningún tiempo futuro podrá superar el presente y que hemos llegado al tope de nuestras capacidades?
Si es así, es probable que sufras un fenómeno tan común como desconocido: “shock del presente”. Debido a la relación completamente nueva que hemos desarrollado con el tiempo – a nivel social y personal – estamos viviendo en un ahora que se nos escapa cada vez más rápido mientras perdemos la conexión con el futuro y el pasado.
¿Qué es el shock del presente?
El shock del presente es una idea desarrollada por Douglas Rushkoff, profesor de la Universidad de Nueva York. Lo describe como un estado mental potencialmente oneroso e incluso paralizante en el que nos quedamos atrapados en el presente, perdiendo muchos de los puntos de conexión con el futuro y el pasado.
El shock del presente, sin embargo, no nos conduce a un estado zen, sino que nos sumerge en una especie de caos mental. “Nos hace existir en un presente distraído en el que las fuerzas en la periferia son magnificadas […] Nuestra habilidad para realizar un plan y seguirlo es interrumpida por un gran número de impactos externos. En vez de encontrar un camino estable aquí y ahora, acabamos reaccionando de manera improvisada a todos los asaltos que se presentan a lo largo del día”, apuntó Rushkoff.
Se trata, pues, de un presentismo sin ningún punto de referencia más allá de un “aquí y ahora” fragmentado, vertiginoso y caótico. En práctica, nos vemos obligados a vivir en el presente para responder como mejor podamos a las demandas continuas del medio, de manera que no tenemos tiempo ni recursos cognitivos para proyectarnos al futuro o volver al pasado. Es como si el presente nos absorbiera en una especie de agujero negro en el que pasado y futuro desaparecen. Así perdemos de vista el panorama temporal que debe fungir como conector de nuestra autobiografía, pasando a vivir en “un mundo sin historia ni futuro”, como lo calificó Rushkoff.
¿Cómo se ha originado ese “shock del presente”?
No podemos estar ni siquiera una hora sin revisar el correo electrónico o la mensajería instantánea, nos preocupamos por la noche si alguien no nos ha contestado un mensaje y desarrollamos el “síndrome de vibración fantasma” que nos hace revisar el móvil, aunque no haya sonado. Mientras estamos fuera de casa, nos preguntamos qué está pasando en nuestras redes sociales y queremos estar pendientes de las actualizaciones de nuestros amigos y conocidos. Sentimos una necesidad imperiosa de comentar o compartir una noticia o de ver la última foto que ha publicado el famoso de turno.
En el mundo digital cometemos el error de pensar que podemos aplicar a nuestras vidas el mismo tiempo en el que se mueven las máquinas. Nuestro universo digital siempre está encendido, pero nosotros no. Los tuits siempre se están publicando en Twitter, pero aspirar a leerlos todos es una locura. Las interrupciones agotan nuestras habilidades cognitivas. Crean la sensación de que necesitamos estar al día para no perder el contacto con el presente. Es un objetivo falaz”, apuntó Rushkoff.
Sin embargo, el shock del presente no depende únicamente de la tecnología – aunque esta haya contribuido – sino que es más bien un estado que se ha instaurado a nivel social y que ha terminado por calar en muchos de nosotros. Es una manera de lidiar con la realidad asumiendo un enfoque tan presentista que termina siendo miope.
Nuestra sociedad se ha reorientado al presente. Todo se muestra en vivo, en tiempo real, y está siempre conectado. No se trata simplemente de un aceleramiento de las cosas, por más que nuestro estilo de vida y tecnologías hayan acelerado al ritmo al cual intentamos hacer las cosas. Es más bien una disminución de todo lo que no está ocurriendo ahora – y la embestida furiosa de todo lo que supuestamente está ocurriendo”, explicó Rushkoff.
Las consecuencias psicológicas del shock del presente
Rushkoff hace referencia a las diferentes maneras en que se manifiesta el shock del presente en nuestras vidas. Una vez que se instaura, este fenómeno no solo cambia nuestros hábitos y comportamientos, sino que también altera peligrosamente la dinámica de nuestro pensamiento.
  • Colapso narrativo
Se trata del triunfo de la inmediatez sobre la precisión, un fenómeno que se aprecia perfectamente en las secciones de noticias de los medios de comunicación, pero que también se ha extendido a diferentes niveles y nos conduce a cometer numerosos errores e imprecisiones en nuestro día a día. Es el triunfo de la aproximación sobre la exactitud.
De hecho, ese colapso narrativo es el golpe de gracia para los discursos inteligentes y complejos ya que no somos capaces de seguir su lógica o simplemente no tenemos tiempo suficiente para reflexionar sobre ello. En su lugar, priorizamos las soluciones simplistas, lo cual conduce a una pérdida brutal de la riqueza y complejidad que matizan todos los fenómenos a los que nos exponemos.
  • Digifrenia
La tecnología que nos permite estar en diferentes lugares al mismo tiempo y que nos ayuda a asumir distintas identidades ha impulsado la digifrenia, que consiste en un estado mental confuso causado por tener demasiadas identidades ejecutándose en paralelo.
Esas identidades a menudo están desconectadas entre sí, por lo que realizamos un enorme esfuerzo cotidiano para quitarnos una piel y entrar en otra. Ese cambio continuo de identidad nos somete a un gran estrés con consecuencias poco saludables.
  • Fractalnoia
Se trata de la tendencia a buscar un sentido en un presente congelado, sin tener en cuenta las secuencias lógicas de causa y efecto. Este fenómeno se debe en gran parte a la gran cantidad de información a la que nos exponemos y a la necesidad de responder de manera instantánea, de forma que no tenemos tiempo para rastrear la trama en el tiempo ni elaborar una respuesta reflexionada que se proyecte al futuro.
Sin embargo, cuando no existe un tiempo lineal, cuando perdemos la conexión con el pasado y el futuro, nos resulta imposible dar sentido a lo que nos está ocurriendo, de manera que las causas y efectos colapsan. Así nos quedamos en un mundo caótico, en el que no nos queda más remedio que responder a ciegas.
  • Apocalypto
Dado que la sociedad ha perdido la fe en su capacidad para resolver las crisis y problemas mundiales puesto que es incapaz de encontrar pies o cabeza a la situación que vivimos, nuestro deseo de salir de ese laberinto presentista nos hace fantasear con finales apocalípticos. De esta manera, a muchas personas les resulta más fácil imaginarse un apocalipsis de proporciones épicas que lo que haremos el mes o el año próximos.
El shock del presente, por tanto, desata un pensamiento profundamente catastrofista que nos envuelve en el pesimismo y nos lleva a imaginar las peores tragedias a la vuelta de la esquina. Inmersos en un estado de indefensión aprendida, sin comprender cómo hemos llegado a este punto y sin saber cómo salir asertivamente, no nos queda más que fantasear con finales alarmistas.
De esta manera, terminamos siendo personas que reaccionan ante lo que ocurre, sin reflexionar demasiado sobre sus causas porque no queremos mirar al pasado, y sin detenernos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, porque no tenemos tiempo para proyectarnos al futuro.
Debido al shock del presente, cada reacción se convierte en un agujero negro de posibilidades y consecuencias no deseadas. Así terminamos siendo piezas sugestionables y manipulables que se mueven según cómo soplen los vientos del presentismo, olvidando que debemos ser los capitanes de nuestra vida, que debemos ser el viento y no la bandera.
Fuente: Rushkoff, D. (2013) Present shock. Nueva York: Penguin Group.

21 mayo 2020

SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO


psicología desarrollo personal
SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO
Buscamos la libertad como un ciego busca sus llaves, a tientas. Como resultado, no es extraño que terminemos imbuidos en una búsqueda infructuosa, condenada de antemano al fracaso, sin darnos cuenta que lo que buscamos fuera se encuentra dentro. Sin darnos cuenta de que la libertad externa no es ni más ni menos que la medida en que hemos sabido conquistar la libertad interna, parafraseando a Gandhi.
Los estoicos pueden darnos una increíble lección sobre la libertad, en especial Epicteto, que durante una parte de su vida fue esclavo en Roma. Para ese filósofo, la auténtica libertad no implica únicamente deshacerse de las cadenas de la sociedad, sus normas y las presiones a las que nos someten los demás, sino liberarnos de nosotros mismos, de las cadenas que a veces nos imponemos. Y ese es un concepto que ahora, más que nunca, deberíamos interiorizar.
Apatheia: La libertad que nace de la ecuanimidad
La apatheia es, para los estoicos, el estado mental que alcanzamos cuando nos liberamos de las alteraciones emocionales; o sea, cuando somos capaces de gestionar nuestras pasiones y emociones de tal manera que estas no generen un deseo por cosas que se escapan de nuestro control.
No se trata de asumir una actitud indiferente ante el mundo o sucumbir a la apatía, sino de lograr un estado de ecuanimidad en el cual hemos alcanzado la sabiduría suficiente como para diferenciar aquello que podemos cambiar y lo que no, aquello que está en nuestras manos y lo que se escurre entre ellas, aquello por lo que vale la pena luchar y lo que debemos dejar ir.
Si no somos capaces de establecer esa diferenciación y nos apegamos a cosas que escapan de nuestro control, terminaremos siendo esclavos de nuestras emociones y deseos, condenados a sufrir inútilmente porque poco podemos hacer para cambiar el curso de esos acontecimientos.
Séneca ponía un ejemplo que hace eco en todos nosotros por su fuerza emocional: “Si quieres que tus hijos, tu esposa y las personas que amas vivan para siempre, eres estúpido: porque deseas que lo que no puedes controlar esté bajo tu control y que lo que pertenece a los demás te pertenezca a ti”.
De hecho, el filósofo pensaba que si deseamos y dependemos de cosas que controlan los demás, también corremos el riesgo de convertirnos en sus esclavos. Si nuestra autoestima depende de la aceptación de quienes nos rodean, estamos encadenados a ellos. Si dejamos que la ruleta del destino mezcle nuestras emociones, también somos sus esclavos. La vía para alcanzar la auténtica libertad, por ende, sería deshacerse de esos apegos y deseos.
El dueño de uno es esa persona que tiene el poder de otorgar o quitar lo que queremos o no queremos. Quien quiera ser libre, no debería querer nada, ni evitar nada que esté controlado por otros. De lo contrario, estará obligado a ser su esclavo”, pensaba Epicteto.
La mente como punto de partida de la libertad
Los estoicos pensaban que lo único que tenemos la certeza de poder controlar es nuestra mente. En el Enquiridión, Epicteto afirma que tenemos el poder para generar nuestra paz interior y que nadie más puede darnos esa tranquilidad, solo nosotros podemos alcanzarla. El camino, obviamente, no es fácil.
Pero podemos partir aceptando que existen muchas cosas que no podemos controlar. Así, en vez de gastar energía inútilmente en alimentar esos deseos, podremos reencauzar esa fuerza en aquello que sí podemos controlar.
Epicteto nos explica cómo nuestra manera de enfocar las cosas puede hacernos más libres o, al contrario, hacer que nos preocupemos y suframos más de la cuenta: “La enfermedad es un impedimento para el cuerpo, pero no para el poder de elección, a menos que así lo elijas. La cojera es un impedimento para la pierna, pero no para el poder de elección. Debes aplicar esto a todo lo que te sucede, porque encontrarás que cualquier cosa es un impedimento para otra cosa, pero no para ti”.
Epicteto sabía muy bien de lo que hablaba ya que él mismo era cojo, al parecer de nacimiento. Por eso, sus palabras no son teoría sino práctica. Estaba convencido de que los sucesos externos solo tendrán el poder que nosotros les confiramos. Si nos apegamos a algo, y no podemos cambiarlo, terminaremos sufriendo, imbuidos en un bucle autodestructivo.
Si cambiamos foco, se produce ese milagro en el que nada cambia, pero todo cambia para nosotros. Explicaba: “Con respecto a todo lo que te sucede, recuerda enfocar la atención en ti mismo y buscar qué capacidad te ayudará a lidiar con eso. Si te enfrentas a un trabajo duro, encontrarás resistencia. Si te reprenden, encontrarás tolerancia. De esta manera, si te acostumbras, las apariencias no te llevarán por mal camino”.
Se trata, por ende, de encontrar la cualidad o habilidad justa para equilibrar los sucesos, incluso los más negativos, de manera que no alteren demasiado nuestra paz interior o incluso se conviertan en una oportunidad para dar un paso más hacia la auténtica libertad.
Cada vez que algo nos moleste, altere o aflija, no debemos culpar a los otros, sino a nosotros mismos; es decir, a nuestras propias opiniones. Una persona inmadura reprocha a los demás el mal que le acontece; una persona que ha comenzado a madurar se reprocha a sí mismo; pero una persona madura no reprocha nada al otro ni a sí mismo”.
Cuando se llega a ese grado de madurez, se puede disfrutar de la apatheia que veneraban los estoicos, esa que nos garantiza la libertad más plena de todas: la libertad interior.
Fuente: Epícteto de Frigia (2015) Manual de vida. Barcelona: Ediciones Rosacruces.

20 mayo 2020

SEGÚN UN ESTUDIO CUANTO MÁS GRANDE SEA LA COPA DE VINO, MÁS BEBERÁS.


* CURIOSIDADES DE LA PSICOLOGÍA
 
SEGÚN UN ESTUDIO CUANTO MÁS GRANDE SEA LA COPA DE VINO, MÁS BEBERÁS.

Nos gusta pensar que tenemos todo bajo control y que somos los comandantes de nuestras vidas. Pero a menudo muchas de las pequeñas decisiones que tomamos a diario y que por su efecto acumulativo pueden llegar a tener un gran impacto en nuestra vida, dependen de factores externos de los que no somos siquiera conscientes.

Nuestro entorno influye en nuestros comportamientos y decisiones alimentarias. Algo tan sencillo y aparentemente trivial como el tamaño de la copa puede determinar la cantidad de vino que beberemos.

De hecho, ¿sabías que el tamaño de las copas de vino ha aumentado casi siete veces en los últimos 300 años? No obstante, el aumento más marcado se ha producido desde 1990, momento a partir del cual se ha duplicado su tamaño. Por tanto, no es extraño que en muchos países el consumo de vino se haya disparado.

Dime de qué tamaño es la copa y te diré cuánto beberás

Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge concluyó que usar copas más grandes en los restaurantes conduce a un aumento significativo en la cantidad de vino que se consume.

Estos investigadores analizaron diferentes estudios realizados entre 2015 y 2018 en bares y restaurantes de Cambridge. El equipo utilizó copas de 300 ml como punto de referencia para comparar las diferencias en el consumo.

Comprobaron que, en los restaurantes, cuando el tamaño de la copa aumentaba a 370 ml, las ventas de vino se incrementaban un 7,3%. Al contrario, la reducción del tamaño de la copa a 250 ml produjo a una caída del 9,6% en las ventas de vino.

Los psicólogos explican que “verter el vino de la botella a la copa, como hacemos en la mayoría de los restaurantes, hace que aumentemos la dosis estándar, un efecto que puede ser más acuciado según el tamaño de la copa o la botella […] Por tanto, es probable que las personas beban más si usan copas más grandes”.

En práctica, aunque la copa sea más grande seguiremos percibiendo que se trata de una dosis normal, lo cual hará que bebamos más. También advierten que es difícil para el consumidor normal diferenciar entre las copas de 250, 300 o 370 ml, lo cual nos lleva a aumentar el consumo sin ser conscientes. De hecho, cuando las copas son de 450 ml las personas no beben más porque notan que son mucho más grandes y toman medidas conscientes para reducir la cantidad de alcohol, como beber más lentamente o verter con mayor precaución.

A todos nos gusta pensar que somos inmunes a las influencias sutiles en nuestro comportamiento, como el tamaño de una copa de vino, pero investigaciones como esta muestran claramente que no es así”, indicó el estudio.

Fuente:Pilling, M. et. Al. (2020) The effect of wine glass size on volume of wine sold: A mega-analysis of studies in bars and restaurants. Addiction.


19 mayo 2020

SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO,


PSICOLOGÍA/ DESARROLLO PERSONAL

SEGÚN EPICTETO SER LIBRE NO ES LIBERARSE DE LOS DEMÁS SINO DE UNO MISMO,
Buscamos la libertad como un ciego busca sus llaves, a tientas. Como resultado, no es extraño que terminemos imbuidos en una búsqueda infructuosa, condenada de antemano al fracaso, sin darnos cuenta que lo que buscamos fuera se encuentra dentro. Sin darnos cuenta de que la libertad externa no es ni más ni menos que la medida en que hemos sabido conquistar la libertad interna, parafraseando a Gandhi.
Los estoicos pueden darnos una increíble lección sobre la libertad, en especial Epicteto, que durante una parte de su vida fue esclavo en Roma. Para ese filósofo, la auténtica libertad no implica únicamente deshacerse de las cadenas de la sociedad, sus normas y las presiones a las que nos someten los demás, sino liberarnos de nosotros mismos, de las cadenas que a veces nos imponemos. Y ese es un concepto que ahora, más que nunca, deberíamos interiorizar.
Apatheia: La libertad que nace de la ecuanimidad
La apatheia es, para los estoicos, el estado mental que alcanzamos cuando nos liberamos de las alteraciones emocionales; o sea, cuando somos capaces de gestionar nuestras pasiones y emociones de tal manera que estas no generen un deseo por cosas que se escapan de nuestro control.
No se trata de asumir una actitud indiferente ante el mundo o sucumbir a la apatía, sino de lograr un estado de ecuanimidad en el cual hemos alcanzado la sabiduría suficiente como para diferenciar aquello que podemos cambiar y lo que no, aquello que está en nuestras manos y lo que se escurre entre ellas, aquello por lo que vale la pena luchar y lo que debemos dejar ir.
Si no somos capaces de establecer esa diferenciación y nos apegamos a cosas que escapan de nuestro control, terminaremos siendo esclavos de nuestras emociones y deseos, condenados a sufrir inútilmente porque poco podemos hacer para cambiar el curso de esos acontecimientos.
Séneca ponía un ejemplo que hace eco en todos nosotros por su fuerza emocional: “Si quieres que tus hijos, tu esposa y las personas que amas vivan para siempre, eres estúpido: porque deseas que lo que no puedes controlar esté bajo tu control y que lo que pertenece a los demás te pertenezca a ti”.
De hecho, el filósofo pensaba que si deseamos y dependemos de cosas que controlan los demás, también corremos el riesgo de convertirnos en sus esclavos. Si nuestra autoestima depende de la aceptación de quienes nos rodean, estamos encadenados a ellos. Si dejamos que la ruleta del destino mezcle nuestras emociones, también somos sus esclavos. La vía para alcanzar la auténtica libertad, por ende, sería deshacerse de esos apegos y deseos.
El dueño de uno es esa persona que tiene el poder de otorgar o quitar lo que queremos o no queremos. Quien quiera ser libre, no debería querer nada, ni evitar nada que esté controlado por otros. De lo contrario, estará obligado a ser su esclavo”, pensaba Epicteto.
La mente como punto de partida de la libertad
Los estoicos pensaban que lo único que tenemos la certeza de poder controlar es nuestra mente. En el Enquiridión, Epicteto afirma que tenemos el poder para generar nuestra paz interior y que nadie más puede darnos esa tranquilidad, solo nosotros podemos alcanzarla. El camino, obviamente, no es fácil.
Pero podemos partir aceptando que existen muchas cosas que no podemos controlar. Así, en vez de gastar energía inútilmente en alimentar esos deseos, podremos reencauzar esa fuerza en aquello que sí podemos controlar.
Epicteto nos explica cómo nuestra manera de enfocar las cosas puede hacernos más libres o, al contrario, hacer que nos preocupemos y suframos más de la cuenta: “La enfermedad es un impedimento para el cuerpo, pero no para el poder de elección, a menos que así lo elijas. La cojera es un impedimento para la pierna, pero no para el poder de elección. Debes aplicar esto a todo lo que te sucede, porque encontrarás que cualquier cosa es un impedimento para otra cosa, pero no para ti”.
Epicteto sabía muy bien de lo que hablaba ya que él mismo era cojo, al parecer de nacimiento. Por eso, sus palabras no son teoría sino práctica. Estaba convencido de que los sucesos externos solo tendrán el poder que nosotros les confiramos. Si nos apegamos a algo, y no podemos cambiarlo, terminaremos sufriendo, imbuidos en un bucle autodestructivo.
Si cambiamos foco, se produce ese milagro en el que nada cambia, pero todo cambia para nosotros. Explicaba: “Con respecto a todo lo que te sucede, recuerda enfocar la atención en ti mismo y buscar qué capacidad te ayudará a lidiar con eso. Si te enfrentas a un trabajo duro, encontrarás resistencia. Si te reprenden, encontrarás tolerancia. De esta manera, si te acostumbras, las apariencias no te llevarán por mal camino”.
Se trata, por ende, de encontrar la cualidad o habilidad justa para equilibrar los sucesos, incluso los más negativos, de manera que no alteren demasiado nuestra paz interior o incluso se conviertan en una oportunidad para dar un paso más hacia la auténtica libertad.
Cada vez que algo nos moleste, altere o aflija, no debemos culpar a los otros, sino a nosotros mismos; es decir, a nuestras propias opiniones. Una persona inmadura reprocha a los demás el mal que le acontece; una persona que ha comenzado a madurar se reprocha a sí mismo; pero una persona madura no reprocha nada al otro ni a sí mismo”.
Cuando se llega a ese grado de madurez, se puede disfrutar de la apatheia que veneraban los estoicos, esa que nos garantiza la libertad más plena de todas: la libertad interior.
Fuente: Epícteto de Frigia (2015) Manual de vida. Barcelona: Ediciones Rosacruces.

18 mayo 2020

SEGÚN UN ESTUDIO A LAS MUJERES NO LES GUSTAN LOS HOMBRES “FÁCILES” DE SEDUCIR,

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Psicología
SEGÚN UN ESTUDIO A LAS MUJERES NO LES GUSTAN LOS HOMBRES “FÁCILES” DE SEDUCIR,
La seducción es un juego complejo lleno de expectativas, pequeñas pistas extraverbales, condicionamientos culturales e incluso variaciones hormonales. La estrategia de juego de los hombres cuando intentan seducir a las mujeres es conocida. Las tácticas y trucos psicológicos que usan las mujeres no son tan claras.
A las mujeres no les gustan los hombres vulnerables
Las tácticas de seducción varían desde sacar el máximo provecho a la apariencia física hasta quitarse el anillo de compromiso o mentir directamente para generar falsas impresiones y atraer a la otra persona. Sin embargo, el juego de la seducción comienza mucho antes: cuando elegimos a la persona en la que enfocaremos nuestros esfuerzos.
Un estudio realizado en la Universidad de Brunel descubrió que las mujeres, al igual que los hombres, son capaces de captar las señales que indican que una persona es más vulnerable o fácil de seducir, presionar, engañar o incluso manipular para mantener relaciones sexuales. Sin embargo, a diferencia de los hombres, las mujeres no encuentran estas señales atractivas o deseables.
Estos psicólogos pidieron a 151 mujeres jóvenes que calificaran 110 fotos de hombres indicando cuán atractivos les resultaban para tener sexo casual o entablar una relación estable a largo plazo. También les pidieron que indicaran cuán fácil creían que sería seducirlos, presionarlos o engañarlos para tener relaciones sexuales.
Luego catalogaron cada foto según las “señales de explotación”, como ser tímido, joven, soñador, inmaduro, imprudente o haber bebido demasiado. Estos investigadores querían saber si las mujeres encontraban atractivos los signos de explotación sexual típicos que detectan y aprovechan algunos hombres.
Descubrieron que las mujeres pueden identificar a los hombres que serían más fáciles de presionar, engañar y seducir, pero no encuentran que esas señales sean atractivas. “En general, no encontramos evidencia de estrategias de ‘juego’ o de explotación en la caja de herramientas de las mujeres”, señaló el estudio.
Es importante hacer un paréntesis para comprender que muchas de las mujeres que sufren abuso sexual se encuentran en una situación de vulnerabilidad. El día en que una mujer consume alcohol, las probabilidades de sufrir una agresión sexual aumentan entre 3 y 9 veces, según un estudio de la Universidad de Búfalo.
¿Qué tipo de hombre les gusta a las mujeres?
Estos investigadores descubrieron que las mujeres se sienten atraídas por los hombres seguros, guapos e inteligentes, lo que las aleja sustancialmente del perfil del depredador sexual que convierte a su objetivo en una víctima.
Otro estudio realizado en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong reveló que las mujeres encuentran más atractivos rasgos positivos como la honestidad y la amabilidad. Curiosamente, otra investigación llevada a cabo en la Universidad de Portsmouth reveló que los hombres tienen el doble de probabilidades que las mujeres de catalogarse como «buenos para mentir y salirse con la suya», cualidades que las mujeres no encuentran atractivas y que ahonda la brecha de género en materia de seducción.
Al contrario, las mujeres prefieren los hombres que tengan sentido del humor, como comprobaron psicólogos de la Indiana University East. Y también les gustan los hombres que se muestren orgullosos de sí mismos, según una investigación de la Universidad de Columbia Británica.

Fuentes:
 Tracy, J. L., & Beall, A. T. (2011) Happy guys finish last: The impact of emotion expressions on sexual attraction. Emotion; 11(6): 1379–1387.

17 mayo 2020

DEJAR DE PENSAR PUEDE SER ALTAMENTE PELIGROSO.


Psicología sin Reservas
DEJAR DE PENSAR PUEDE SER ALTAMENTE PELIGROSO.
Cuando estudiaba filosofía, algunos filósofos eran catalogados como “librepensadores”. Otros no. Los primeros recibían una atención somera. Los segundos detallada. Y aquello hacía saltar mis alarmas. Porque si no eres un librepensador, no piensas.
Si el pensamiento se ata a normas y debe seguir un guion, se vuelve dogmático. Y en ese mismo momento dejamos de pensar. Ipso facto.
Dejar de pensar es altamente peligroso. Nos volvemos susceptibles a la manipulación. Corremos el riesgo de desarrollar posturas extremas que alguien se encargará diligentemente de capitalizar a su favor. Entonces nos convertimos en autómatas que siguen órdenes.
El falso dilema: Podemos unirnos aunque pensemos diferente
El coronavirus ha convertido al mundo en un enorme reality show que se juega a golpe de emociones. El rigor y la objetividad brillan por su ausencia mientras nos arrastran a la infoxicación. Cuanta más información contradictoria recibe nuestro cerebro, más nos cuesta poner orden y pensar. Nos sumimos en el caos. Así se embota nuestro pensamiento. Y así el miedo gana la partida.
En estos tiempos, hemos hablado de la importancia de la empatía y de ser capaces de ponernos en el lugar del otro, de aceptar nuestra vulnerabilidad y de adaptarnos a la incertidumbre. Hemos hablado del altruismo y el heroísmo, del compromiso y el coraje. Se trata de competencias y cualidades loables, no cabe dudas, pero de lo que no se ha hablado es del pensamiento crítico.
Recurriendo a eufemismos de todo tipo, un mensaje implícito ha quedado tan claro que se ha vuelto explícito: es momento de arrimar el hombro, no de criticar. El pensamiento ha sido debidamente precintado y estigmatizado para que no quepa dudas de que no es deseable, salvo en dosis tan pequeñas que sean completamente inocuas y, por tanto, completamente inútiles.
Esa creencia ha introducido un falso dilema porque el apoyo no está reñido con el pensar. Ambas acciones no son excluyentes. Más bien al contrario. Podemos unir fuerzas, aunque no pensemos igual. Y ese pacto es mucho más fuerte porque proviene de personas seguras de sí mismas que piensan y deciden libremente.
Por supuesto, ese pacto exige un trabajo intelectual más arduo. Exige que nos abramos a posturas diferentes a las nuestras. Que reflexionemos juntos. Busquemos puntos de encuentro. Y todos cedamos para lograr un objetivo común.
Porque no estamos en una guerra en la que se exige obediencia ciega a los soldados. La narrativa bélica apaga el pensamiento crítico. Condena a quien disiente. Y somete a golpe de miedo.
Este enemigo, al contrario, se vence con inteligencia. Con la capacidad para mirar al futuro y adelantarse a los acontecimientos. Con la capacidad para diseñar planes de acción eficaces sustentados en una visión global. Y con flexibilidad mental para adaptarnos a las circunstancias cambiantes. Por eso, aplanar la curva del pensamiento crítico es lo peor que podemos hacer.
Pensar puede salvarnos
Diseñar e implementar las vacunas culturales necesarias para prevenir el desastre, mientras se respetan los derechos de aquellos que necesitan la vacuna, será una tarea urgente y sumamente compleja”, escribió el biólogo Jared Diamond. “Expandir el campo de la salud pública para incluir la salud cultural será el reto más grande del próximo siglo”.
Esas “vacunas culturales” pasan por dejar de ver telebasura para poder desarrollar una conciencia crítica contra la manipulación mediática. Pasan por encontrar un punto común entre el interés individual y el colectivo. Pasan por asumir una actitud activa ante la búsqueda del conocimiento. Y pasan por pensar. Libremente, a ser posible.
Por desgracia, el pensamiento crítico parece haberse convertido en el enemigo público número uno, justo en el momento en que más lo necesitamos. En su libro “Sobre la libertad”, el filósofo inglés John Stuart Mill argumentaba que silenciar una opinión es “una peculiar forma de mal”.
Si la opinión es correcta, se nos roba “la oportunidad de cambiar error por verdad”; y si es incorrecta, se nos priva de un entendimiento más profundo de la verdad en su “choque contra el error”. Si sólo conocemos nuestro lado del argumento, apenas sabemos eso: se vuelve marchito, se convierte en algo que se aprende de memoria, no pasa por pruebas y termina siendo una verdad pálida y sin vida.
En su lugar, necesitamos comprender que, como dijera el filósofo Henri Frederic Amiel “una creencia no es verdadera porque sea útil”. Una sociedad de personas que piensan con libertad puede tomar mejores decisiones, a nivel individual y colectivo. Esa sociedad no necesita ser vigilada para cumplir con las normas que dicte el sentido común. De hecho, ni siquiera necesita esas normas porque sigue el sentido común.
Una sociedad que piensa puede tomar mejores decisiones. Es capaz de ponderar más variables. Dar voz a las diferencias. Anticiparse a los problemas. Y, por supuesto, buscar mejores soluciones para todos y cada uno de sus miembros.
Pero para llegar a construir esa sociedad todos y cada uno de sus miembros deben emprender la difícil tarea de «luchar contra un enemigo que tiene puestos de avanzada en tu cabeza”, como dijera Sally Kempton.

16 mayo 2020

NI ESTADO DE ALERTA NI PAUSA, LA VIDA SIGUE – LO QUERAMOS O NO

psicología sin reservas
NI ESTADO DE ALERTA NI PAUSA, LA VIDA SIGUE – LO QUERAMOS O NO

Cerrar los ojos y abrirlos cuando todo haya pasado. Como si fuera un mal sueño que dejamos rápidamente atrás. Sacudirnos la modorra para volver a esa normalidad que nos arrebataron demasiado rápido como para que pudiéramos darnos cuenta. Es una idea tentadora. Y todas las ideas tentadoras se convierten rápidamente en ideas susceptibles de ser vendidas.
Por eso no es extraño que la palabra «hibernar» y sinónimos como «pausa» ganen cada vez más protagonismo en discursos institucionales y titulares. Hibernar… Dícese del estado de letargo profundo en el que funcionamos al mínimo para recuperarnos cuando los tiempos sean más propicios.
Y, sin embargo, no estamos hibernando. Ni la vida está en pausa. Tras las puertas cerradas que miran a las calles vacías – mitad apacibles y mitad inquietantes – discurre una vida más intensa que antes. En este estado de supuesta paralización bulle una de las experiencias emotivas más difíciles e inciertas a las que nos hemos enfrentado en los últimos tiempos. Y no podemos ignorar eso.
Los dos errores más graves que podemos cometer
Las palabras elegidas para dar forma a la narrativa – oficial e individual – sobre lo que nos ocurre son importantes. No podemos olvidar que, por suerte o por desgracia, repetir una palabra como un mantra no es suficiente para que se haga realidad.
Tampoco debemos olvidar que muchas veces el lenguaje está diseñado para hacer que las mentiras suenen confiables y darle la apariencia de solidez al mero viento, parafraseando a George Orwell. No debemos olvidar que las palabras que elegimos también pueden limitar el alcance de nuestro pensamiento y estrechar el radio de acción de la mente.
Creer que estamos hibernando o que nuestra vida está en pausa nos conduce a dos errores tremendos. El primero, pasar por esta experiencia dolorosa sin aprender nada, echando por la borda el enclaustramiento y el sufrimiento. El segundo, pensar que cuando salgamos lo retomaremos todo en el mismo punto donde lo dejamos.
La palabra de orden: Reflexionar
El sufrimiento en sí mismo no enseña. No es una epifanía mística. Pero la manera en que lidiemos con ese sufrimiento puede fortalecernos. No podemos evitar lo que está sucediendo. Pero podemos asegurarnos de que todo lo que está sucediendo no sea en vano.
Intentar distraer la mente con banalidades para no escrutar demasiado el ovillo de preocupaciones que crece cada vez más en nuestra cabeza es una estrategia lícita. Por un tiempo. Durante un tiempo. Pero no debería ser la estrategia por excelencia. Ahora, más que nunca, necesitamos reflexionar.
Los defensores de que son tiempos de acción, no de reflexión – como si no tuviésemos la capacidad de hacer ambas cosas a la vez – niegan de antemano la posibilidad del cambio transformador. Si actuamos y luego pensamos, corremos el riesgo de actuar tarde y mal. De arrepentirnos. Y caer en el resbaladizo lodo de las culpas.
Podemos aprovechar este tiempo para pensar en lo que hicimos mal como sociedad y en lo que nos gustaría hacer de manera diferente. Podemos aprovechar este tiempo para poner en orden las prioridades – sociales e individuales. Podemos aprovechar este tiempo para darnos cuenta de las cosas realmente esenciales, esas de las que no queremos ni podemos prescindir, y de aquellas superfluas de las que sería mejor deshacernos.
Podemos aprovechar esta ruptura para hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Para atrevernos a hacer las cosas de una manera diferente cuando todo esto termine. Para ir más despacio. Disfrutar de los abrazos y de las pequeñas cosas, que en realidad son las grandes cosas de la vida.
Quizá, cuando este virus desaparezca, “otro – y más beneficioso – virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa”, como dijera el filósofo Slavoj Zizek, una sociedad mejor, menos competitiva y más solidaria. Una sociedad que apueste por todos y cada uno y que dé a esas personas que hoy han dado un paso al frente el valor y el reconocimiento que se merecen.
– para bien o para mal, Ya Nada será igual
“En los últimos doscientos años o más, el mundo cada vez iba más rápido. Pero todo esto se ha interrumpido. Vivimos un momento único de calma. Vivimos un momento histórico de desaceleración, como si unos frenos gigantes detuviesen las ruedas de la sociedad”, explicaba el filósofo Hartmut Rosa.
Ese frenazo brusco nos ha dejado aturdidos. Porque al desastre se le ha sumado el peso de lo inesperado. Pero puede servirnos. No para poner en pausa nuestra vida, sino para reencauzarla.
El mundo al que regresaremos no será igual. El trauma ha sido demasiado grande. Muchas personas no serán las mismas. Han perdido a sus seres queridos sin poder despedirse siquiera de ellos. Sin poder llorar su muerte en familia. Otras personas han perdido su sustento económico y con ello su estabilidad y sus planes de vida.
Ahora somos una sociedad que se ha quedado desnuda frente a su vulnerabilidad. Y eso marca. Debemos tenerlo presente cuando finalmente las puertas se abran y volvamos a llenar las calles. Y el momento para prepararnos es ahora. Por eso debemos asegurarnos de no hibernar. No ceder a la apatía que apaga nuestro pensamiento. No ceder a la abulia que nos hunde. No ceder a la anhedonia que nos desconecta.
En su lugar, necesitamos seguir luchando. Por quienes queremos. Por el mundo que queremos. Con las armas que tenemos. Y como podemos. Para que cuando se produzca ese anhelado “deshielo”, esa vuelta a la normalidad, no solo nos hayamos mantenido vivos, sino también humanos.