15 mayo 2019

CUANDO ESTAS A LA DEFENSIVA: TIENES MUCHO QUE PERDER Y MUY POCO QUE GANAR



Psicología /desarrollo personal
CUANDO ESTAS A LA DEFENSIVA:  TIENES MUCHO QUE PERDER Y MUY POCO QUE GANAR
Hay veces en que la más mínima frase, una simple mirada o un gesto torcido hacen saltar todas nuestras alarmas. Nos ponemos a la defensiva, nos agazapamos esperando un golpe bajo y, por supuesto, mientras tanto vamos preparando nuestra estocada maestra.
Este comportamiento es bastante habitual pero lo cierto es que no nos ponemos a la defensiva a propósito, se trata de una reacción prácticamente automática que se desencadena ante determinadas frases o gestos de otras personas. Sin embargo, eso no significa que no podamos notar esta actitud y cambiarla ya que, a la larga, solo es una fuente de malentendidos y problemas.
¿Por qué nos ponemos a la defensiva?
– Porque creemos que la actitud de la otra persona es amenazante. Cuando percibimos que la actitud de la persona que tenemos delante puede poner en peligro nuestro “yo”, adoptamos una postura defensiva para protegernos de un supuesto ataque. El problema radica en que en muchas ocasiones simplemente malinterpretamos esas supuestas señales de alarma y reaccionamos ante un peligro inexistente.
– Porque hemos tenido varias experiencias negativas en el pasado. Cuando a lo largo de la vida hemos experimentado diferentes situaciones negativas, como los abusos o las decepciones en las relaciones de pareja, vamos creando a nuestro alrededor una coraza para protegernos de situaciones similares en el futuro. Por eso, aunque una situación o persona no sean particularmente amenazantes, las valoramos con el prisma del pasado y reaccionamos poniéndonos a la defensiva. 
– Porque estamos pasando por una etapa muy estresante. Cuando somos víctimas del estrés, la angustia y la ansiedad, nos convertimos en personas irritables que se ponen a la defensiva ante la menor provocación. Se trata de una reacción “normal” ya que nuestro sistema neurovegetativo está permanentemente en alerta, esperando a que suenen las alarmas en cualquier momento.
– Porque no queremos que otra persona invada nuestra intimidad. Hay personas que son muy celosas de su intimidad y no dejan que ni siquiera los más cercanos irrumpan en ese espacio. De hecho, ponerse a la defensiva es muy común en las parejas de recién casados, cuando cada cual debe ceder una parte de ese espacio, pero aún no están preparados para hacerlo y se preparan para defenderlo del otro, al cual perciben, inconscientemente, como si fuera un atacante. 
– Porque no tenemos una buena relación con determinada persona. Cuando en el pasado una persona nos ha herido o humillado, es normal que reaccionemos asumiendo una actitud defensiva. Se trata de un mecanismo de supervivencia que nuestro “yo” pone en marcha apenas distingue al otro, aunque no note ninguna señal de alarma evidente ya que el peligro es la persona en sí.
Sin embargo, estas causas son solo explicaciones a nuestro comportamiento, no excusas para mantenerlo. De hecho, estar siempre a la defensiva es una expresión de inseguridad y de escaso control emocional. Cuando respondemos demasiado a menudo poniéndonos a la defensiva es porque no confiamos en nuestras capacidades y porque no somos capaces de controlar nuestras respuestas emocionales ante determinadas personas o situaciones.
Una actitud con la que llevas las de perder
Estar a la defensiva no nos reporta prácticamente ninguna ventaja. Al contrario, es una postura con la que perdemos muchísimo. En primer lugar, genera un elevado nivel de ansiedad y tensión que no nos permite ver las cosas con claridad. Imagina a un soldado en el frente, dispuesto a combatir, con los niveles de adrenalina por las nubes. Así, más o menos, es como funcionamos cuando nos ponemos a la defensiva. Nos centramos en un solo aspecto obviando el resto, como si nuestra vida dependiese de ello.
En segundo lugar, estar a la defensiva cierra las puertas al diálogo, nos hace parapetarnos detrás de nuestra postura y cerrarnos a las razones de los demás. Es como si anduviésemos con anteojeras y solo le prestásemos atención a nuestros criterios y razones. 
En tercer y último lugar, estar a la defensiva también se puede convertir en un hábito, de manera que reaccionaremos de esta manera en todos los contextos y con todas las personas, lo cual, a la larga, dañará profundamente nuestra vida social. 
Las señales que indican que estás a la defensiva
– Interpretas negativamente frases neutras. Por ejemplo, tu pareja te indica que le gusta como cocina una amiga que tenéis en común y comienzas a pensar que eso significa que no le gusta como tú cocinas.
– Recurres al “pero” más de lo necesario. Cuando las razones del otro jamás te satisfacen y siempre tienes algún “pero”, es probable que éste surja de una resistencia, de una postura defensiva.
– No pides explicaciones, prefieres interpretar. Generalmente, cuando no pides explicaciones es porque no te interesa la opinión de la otra persona, en tu mente has creado una imagen de la situación y prefieres no cambiarla.
– Utilizas con frecuencia el sarcasmo. El sarcasmo no solo es hiriente, sino que es una señal de inseguridad y miedo. Por eso, a menudo es la herramienta preferida para defendernos cuando creemos que estamos siendo atacados.
– Crees que una discusión es una batalla campal. Las personas que consideran que existen ganadores y perdedores en las discusiones suelen adoptar actitudes defensivas desde el inicio porque no quieren perder bajo ningún concepto.
– Das razones falsas para escapar a tu responsabilidad. Cuando te cierras al diálogo y recurres incluso al engaño para no dar tu brazo a torcer, es probable que estés asumiendo una actitud defensiva en la cual ves al otro como un adversario.

ANTO MÁS TE QUEJES DE TUS PROBLEMAS, MÁS PROBLEMAS TENDRÁS


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CUANTO MÁS TE QUEJES DE TUS PROBLEMAS, MÁS PROBLEMAS TENDRÁS


Cuando un insecto se pega en una telaraña, el pánico se apodera de él. Se mueve con todas sus fuerzas para intentar zafarse, pero esos movimientos, que deberían liberarle, en realidad le atan aún más a la telaraña y terminan siendo fatales ya que avisan a la araña de su presencia.
Ese patrón también se repite en nuestra vida. A veces nos convertimos en prisioneros de nosotros mismos y, en el intento de escapar, terminamos aún más enredados en las redes que hemos construido a nuestro alrededor. Creamos, sin darnos cuenta, callejones sin salida, dobles ataduras psicológicas que nos mantienen atrapados en una situación que nos daña o nos provoca malestar.

¿Qué es la doble atadura psicológica?

La doble atadura psicológica es una situación en la que cuanto más nos esforzamos por “solucionar” un problema, más lo complicamos, cuanto más nos esforzamos por deshacernos de una emoción o pensamiento, más la reforzamos.
Alan Watts resumió la idea de la doble atadura psicológica de forma magistral: “crear un problema intentando resolverlo, afligirse porque uno se aflige y temer el temor”.
Nosotros mismos creamos una situación de la que no podemos salir airosos porque cada intento de escapar solo refuerza el problema o crea nuevos obstáculos. Creemos que buscamos salidas, pero en realidad nos dedicamos a tapiarlas.

¿Cómo funciona la doble atadura psicológica?

Las quejas son un ejemplo perfecto para comprender cómo funciona la doble atadura psicológica en nuestro día a día. Los lamentos no solo expresan un estado de descontento, sino que también multiplican las dificultades porque nos centramos únicamente en los obstáculos y las consecuencias negativas del hecho por el cual nos quejamos.
Lamentarse es como ponerse una venda negra en los ojos deseando ver los colores del mundo. Al desarrollar una visión negativa de lo ocurrido, nos impedimos encontrar la solución ya que nuestra mente se convierte en una fábrica de problemas. Cuando nos maniatamos a las quejas, a todo lo que ha ido mal y a lo que puede ir mal, nos condenamos a la inmovilidad.
Las quejas hacen que, al problema, tengamos que sumar además un problema de actitud ante las circunstancias, más la negatividad mental que nos impide encontrar soluciones. Por eso, lamentarse se convierte en un callejón sin salida, una doble atadura psicológica.
Obviamente, existen muchas otras situaciones de la vida cotidiana en las que nos maniatamos de pies y manos.
Tal es el caso de los pensamientos recurrentes negativos, por ejemplo. Cuando queremos apartar un pensamiento indeseado de nuestra mente, el intento de dejar de pensar en ello activa un mecanismo de hipervigilancia que refuerza aún más ese pensamiento. Es una batalla perdida de antemano porque caemos en la trampa que nos tendemos. Cuanto más intentes dejar de pensar en los elefantes rosa, más pensarás en ellos.
Cada vez que nos preocupamos por preocuparnos, le tememos a la ansiedad o nos deprimimos porque estamos tristes, estamos creando una situación de la que nos resulta imposible escapar porque no se puede solucionar un problema con la misma mentalidad con que se creó.

¿Cómo deshacer ese doble nudo psicológico?

La clave, o al menos una de ellas, radica en la no-acción o el principio del Wu-Wei; o sea, dejar que todo siga su curso natural. Si no te esfuerzas por apartar un pensamiento de tu mente, antes o después este desaparecerá porque el curso natural de la mente implica saltar de un pensamiento a otro sin aferrarse a ninguno en especial.
Un estudio realizado en la Universidad de Wisconsin comprobó que las personas que intentan suprimir activamente sus pensamientos indeseados terminan más estresadas por los pensamientos que desean eliminar. Al contrario, aquellos que aceptan de manera natural esos pensamientos intrusivos se obsesionan menos con ellos y, como resultado, sufren menos ansiedad y tienen niveles más bajos de depresión.
Otro estudio más reciente llevado a cabo en la Universidad de Toronto desveló que ese mismo principio se aplica a los estados afectivos. Aceptar las emociones negativas reduce su intensidad, permitiéndonos pasar página más rápido y con menos sufrimiento.
Por tanto, si no alimentas el miedo al miedo, la preocupación por las preocupaciones o la tristeza por la tristeza, esas emociones terminarán desapareciendo, como si fueran nubes arrastradas por el viento. Se trata de una aceptación radical, de asumir una actitud de desasimiento mental en la que nos separamos de la mentalidad que creó el problema, para poder solucionarlo.
Un poema de Seng-ts’an llamado “Tratado de la fe en la mente”, es particularmente revelador para deshacernos de la doble atadura psicológica:
La persona sabia no se esfuerza; 
El ignorante se sujeta a sí mismo […] 
Si obras con tu mente sobre tu mente, 
¿Cómo podrás evitar una inmensa confusión?”.

14 mayo 2019

LO QUE TENGA QUE SER SERÁ, A SU DEBIDO TIEMPO

Psicología /desarrollo personal                                                                               
 LO QUE TENGA QUE SER SERÁ, A SU DEBIDO TIEMPO

Yo confío en el curso de la vida. Creo que no vale la pena desesperarse porque lo que debe ser será, a su debido tiempo y en su momento. No se trata de confiar en que existe un plan superior ni nada por el estilo, sino simplemente en aceptar los sucesos cuando ocurren, sin sentir una aprehensión inútil por su tardanza.

De hecho, piensa en esas cosas que tanto has deseado y que más tarde han llegado de forma natural, sin esfuerzo. Y es que dicen que las mejores cosas simplemente suceden, sin que tengamos que buscarlas afanosamente.

El miedo es falta de confianza
Louise L. Hay dijo que “el miedo no es más que la falta de confianza”. Tenemos miedo cuando no confiamos en nuestras capacidades, cuando creemos que no somos merecedores de algo, cuando no confiamos en que alcanzaremos lo que deseamos. En ese momento nos ataca el pánico y la aprehensión.
Sin embargo, lo curioso es que cuando estamos inmersos en este estado somos incapaces de ver las oportunidades y aprovecharlas, por lo que la suerte que tanto ansiamos termina pasando por delante de nuestra puerta sin llamar a ella. O quizá llama pero el ruido que tenemos en nuestra mente es tan grande que nos impide escucharla.

Por eso, de vez en cuando es conveniente dejar ir esa presión, deshacerse de las expectativas y de esas ansias de tener todo planificado al milímetro. Hay veces que solo debemos disfrutar de la vida y abrirnos a las posibilidades.
En ese momento se da una curiosa paradoja: cuando dejamos de programar y planificar, para abrirnos a las posibilidades, ampliamos nuestro abanico de opciones y logramos disfrutar de la vida de forma más relajada. Cuando dejas de obsesionarte con algo, logras mirar en otra dirección y encontrar la satisfacción en otro sentido, que antes no habías previsto porque estabas obcecado.
Todo llega y todo pasa
En los momentos más difíciles, mi abuela, una gran mujer que tenía la sabiduría que confieren los años y las heridas, decía: “Todo llega y todo pasa”. Con ello indicaba dos cosas: 1. que es inútil obsesionarse y sentir aprehensión porque finalmente, de una forma u otra, todo llega y 2. que siempre terminamos acostumbrándonos a esa cosa que tanto nos preocupó o que tanto ansiamos, por lo que al final no resulta tan importante como pensábamos.

De cierta forma, ese es el concepto básico del wu wei taoísta, que proclama no forzar las circunstancias con artificios que desvirtúen su armonía. Este principio indica que debemos dejar de “hacer”, entendiendo “hacer” como un esfuerzo dirigido a apartar el mundo de su evolución natural. Su esencia es aprender a fluir, para lograr un mayor bienestar psicológico. No hacerlo solo acarrea sufrimiento. 

Hay que dejar ir las circunstancias que se escapan de nuestro control, aceptar las situaciones tal como vienen y mantenerse siempre abiertos a nuevas posibilidades. Es simple. Pero difícil de poner en práctica porque no estamos acostumbrados a ello, porque estamos demasiado acostumbrados a forzar las circunstancias y a presionar el tiempo.

Para lograrlo, debemos comprender que la vida es un cambio continuo y que, aunque a veces el viento no sople a nuestro favor, antes o después cambiará, entonces será el momento de inflar las velas. Así podemos dejar de angustiarnos por el futuro y valorar más el presente.

Ni pasividad ni resignación

El concepto del wu wei no implica inmovilismo ni pasividad. Confiar en el curso de la vida no implica quedarse de brazos cruzados ni resignarse, solo significa deshacerse de la aprehensión, del miedo y de la ansiedad. Significa avanzar con seguridad y tranquilidad.

Adoptar esta nueva manera de afrontar la vida implica dejar que las circunstancias te sorprendan, abrirte a las posibilidades, para no dejarlas escapar simplemente porque estás demasiado ocupado con tus preocupaciones.

La vida es un viaje maravilloso, pero no intentes planificar cada milímetro del recorrido. A veces solo es necesario estar y dejarse sorprender, confiar en las casualidades y estar preparados para inflar las velas cuando el viento sople a nuestro favor.

12 mayo 2019

QUIEN REALMENTE QUIERE HACER ALGO ENCUENTRA LA FORMA, QUIEN NO QUIERE SIEMPRE ENCUENTRA EXCUSAS


Psicología /desarrollo personal                                                                               
QUIEN REALMENTE QUIERE HACER ALGO ENCUENTRA LA FORMA, QUIEN NO QUIERE SIEMPRE ENCUENTRA EXCUSAS
Corría el año 1884 cuando un joven talentoso y con mucha ilusión desembarcó en Estados Unidos. Solo llevaba 4 centavos en su bolsillo, un libro de poemas y una carta de recomendación, pero aquello era todo lo que necesitaba. Décadas más tarde aquel hombre llegó a tener más de 700 patentes y sería reconocido como una de las mentes más brillantes de todos los tiempos. Era Nikola Tesla. 
Su historia no es un caso excepcional. Muchos genios o incluso personas comunes y corrientes han logrado tener éxito en lo que se han propuesto, no “a pesar de la adversidad” sino en gran parte “gracias a la adversidad” o a las circunstancias difíciles que les tocó vivir. Esas personas no se escudaron tras excusas, no convirtieron la adversidad en un obstáculo insuperable, sino que la asumieron como un reto para superarse a sí mismas. 
¿Cuál es el secreto para hacer realidad nuestros sueños?
Para muchas personas un revés se convierte en un aliciente para seguir luchando y una situación adversa es un motivo aún más poderoso que el hecho de que el viento sople a favor. Esas personas encuentran su fuerza en la adversidad. No se escudan tras ella para renunciar a sus sueños, sino que la usan como un motor impulsor para lograr cosas extraordinarias, cosas que los demás en su situación ni siquiera se plantearían. 
¿Qué tienen de especial estas personas? 
1. Confianza en sí mismo. Las personas que persisten y luchan contra la adversidad tienen una gran confianza en sus capacidades. Están seguras de lo que pueden lograr porque en otras ocasiones se han puesto a prueba y conocen su resiliencia. Confían en que, aunque caigan, luego remontarán. También son conscientes de los ciclos de la vida; es decir, comprenden que existen etapas buenas y malas. Esa visión más equilibrada de la vida les permite mantenerse firmes y no perder la esperanza pues saben que después de la tormenta saldrá el sol. 
2. Metas claras. “Ningún viento es propicio para quien no sabe a qué puerto dirigirse”, dijo Séneca. Las personas que logran sus objetivos y se mantienen firmes en la adversidad encuentran la fuerza que necesitan para seguir adelante en sus sueños. Saben muy bien lo que quieren, visualizan su futuro y tienen metas claras, solo necesitan encontrar el camino. De hecho, son conscientes de que a un destino se puede llegar a través de diferentes vías, por lo que si un camino se cierra, no se desesperan y buscan otra alternativa. Son inflexibles en sus metas y flexibles en el camino. 
3. Pasión y perseverancia. La pasión sin perseverancia es volátil y la perseverancia sin pasión conduce al desencanto. Para perseguir un objetivo y no darse por vencidos es necesario desarrollar un equilibrio entre pasión y perseverancia. Eso significa que estas personas disfrutan a lo largo del camino porque lo encuentran apasionante. 
¿Buscas caminos o excusas? 
Generalmente cuando buscamos excusas para no hacer algo, es porque ese “algo” no nos resulta lo suficientemente significativo o apasionante como para perseverar. Sin embargo, no siempre lo reconocemos. 
A veces las imposiciones sociales son tan fuertes y están tan arraigadas en nuestra mente que no nos atrevemos a reconocer que ese objetivo no es importante para nosotros, o al menos no tan importante como para dedicarle el tiempo y esfuerzo que demanda. Entonces nos escudamos tras las excusas. 
Por ejemplo, para un joven con inquietudes artísticas que proviene de una familia con una larga tradición de médicos, arquitectos o abogados puede ser muy complicado luchar contra las presiones familiares. Si ese joven accede a estudiar una carrera que no le gusta, convertirá cada obstáculo en una excusa para no seguir adelante. Como resultado, se sentirá fracasado, insatisfecho e infeliz pues el camino que ha emprendido ha sido “impuesto” por los demás. 
Al igual que el joven, en la vida cotidiana muchas veces nos escudamos tras los obstáculos/excusas cuando no nos apetece hacer algo que se supone deberíamos hacer ya que las convenciones sociales así lo mandan.
El problema de esta actitud es que poco a poco va erosionando la confianza en nosotros mismos. Si ponemos en marcha mecanismos de defensa para no reconocer que hemos «fracasado» porque realmente no teníamos interés, achacaremos ese «fracaso» a nuestra incapacidad, y ello terminará haciendo mella en nuestra autoestima, de manera que más adelante, cuando realmente nos interese algo, no tendremos la confianza suficiente para luchar por ello.
No conviertas lo improbable en imposible
En una sabana africana andaba perdido un león. Llevaba más de veinte días lejos de su territorio y estaba sediento y hambriento. Por suerte, encontró un lago de aguas frescas y cristalinas. Corrió veloz a beber para paliar su sed y salvar su vida. Sin embargo, al acercarse vio su rostro reflejado.
– ¡Vaya! el lago pertenece a otro león – pensó y huyó aterrorizado sin llegar a beber.
Sin embargo, su sed era cada vez era mayor, así que a la mañana siguiente, armado de valor, se acercó de nuevo a lago. Igual que el día anterior, volvió a ver su rostro reflejado y de nuevo, presa del pánico, retrocedió sin beber.
Y así pasaron varios días con el mismo resultado. Por fin, uno de esos días comprendió que tendría que hacer algo o moriría de sed. Decidió que bebería del lago pasara lo que pasara. Se acercó con tal decisión que metió directamente la cabeza para beber… y en ese preciso instante su temido rival desapareció.
Esta fábula nos muestra que muchos de nuestros miedos son imaginarios y terminan desapareciendo cuando nos atrevemos a enfrentarlos. Por supuesto, no se trata de caer en un optimismo tóxico. Querer no siempre es poder. No obstante, debemos reflexionar cuidadosamente sobre las excusas que nos damos a nosotros mismos porque a veces la vida no nos dice “no” sino tan solo “espera”. 
Existen obstáculos. No cabe dudas. Y algunos son muy grandes. Pero muchas veces los obstáculos mayores están en nuestra mente, en la manera como abordamos las situaciones. Por eso, es importante hacer altos en el camino para mirar en nuestro interior y separar las auténticas barreras de las excusas que inventamos.
Nos sentiremos mucho mejor si simplemente reconocemos que no nos apetece hacer algo o que alcanzar determinado objetivo realmente no nos interesa. Ese conocimiento es fuente de empoderamiento y nos permite conservar nuestra energía para destinarla a perseguir nuestras metas. Es un cambio que vale la pena.

11 mayo 2019

TEMORES QUE NOS ARRUINAN LA VIDA, SEGÚN ZYGMUNT BAUMAN


Psicología /desarrollo personal                                     
                                          
TEMORES QUE NOS ARRUINAN LA VIDA, SEGÚN ZYGMUNT BAUMAN

El miedo es un sentimiento universal. Aunque no es agradable sentir miedo, este puede llegar a salvarnos la vida ya que desata una reacción de alerta, tanto a nivel psicológico como fisiológico, que nos permite reaccionar con prontitud y ponernos a salvo del peligro. 

El miedo es, pues, una emoción positiva activadora. El problema comienza cuando ese miedo no nos abandona y nos hace creer que estamos en peligro constantemente. Entonces nos condena a vivir con los nervios a flor de piel, esperando una agresión en cualquier momento. El problema comienza cuando padecemos un “miedo derivativo”. Un problema que, según Zygmunt Bauman, es endémico de nuestra sociedad y podría contagiarnos a t
¿Qué es el miedo derivativo?
El miedo derivativo es una especie de miedo “reciclado”, de carácter social y cultural. “Es un fotograma fijo de la mente que podemos describir como el sentimiento de ser susceptible al peligro: una sensación de inseguridad (el mundo está lleno de peligros que pueden caer sobre nosotros y materializarse en cualquier momento sin apenas media aviso) y de vulnerabilidad (si el peligro nos agrede, habrá pocas o nulas probabilidades de escapar de él o de hacerle frente con una defensa eficaz; la suposición de nuestra vulnerabilidad frente a los peligros no depende tanto del volumen o la naturaleza de las amenazas reales como de la ausencia de confianza en las defensas disponibles)”, en palabras de Bauman. 
¿Cómo surge el miedo derivativo? 
El miedo derivativo surge como resultado de experiencias negativas pasadas, es el “efecto secundario” de la exposición a un peligro que vivimos en carne propia, del que hemos sido testigo o del que hemos escuchado hablar. 
Bauman explica que “el miedo derivativo es el sedimento de una experiencia pasada de confrontación directa con la amenaza: un sedimento que sobrevive a aquel encuentro y que se convierte en un factor importante de conformación de la conducta humana cuando ya no existe amenaza directa alguna para la vida o la integridad de la persona”. 
Es el miedo que nos sigue atenazando después del miedo. Si perdimos a alguien querido, es el miedo residual que nos queda a la pérdida. Si perdimos nuestro trabajo, es el miedo a perder el empleo actual. Si sufrimos un desmayo o un ataque de pánico, es el miedo a volver a pasar por esa experiencia. 

El miedo derivativo se instaura porque es fácilmente disociado de la conciencia; es decir, la sensación de miedo permanece, aunque el peligro haya desaparecido. Disociamos el miedo del factor que lo causó.

La experiencia angustiosa que vivimos fue tan intensa que ha echado a volar nuestra imaginación haciéndonos ver peligros por doquier. Así el miedo termina permeando nuestra visión del mundo. Comenzamos a pensar que el mundo es un lugar hostil y peligroso. 
Los largos tentáculos del miedo derivativo 
El miedo derivativo reorienta la conducta tras haber cambiado la percepción del mundo y las expectativas que guían el comportamiento., tanto si hay una amenaza como si no […] Una persona que haya interiorizado semejante visión del mundo, en la que se incluyen la inseguridad y la vulnerabilidad, recurrirá de forma rutinaria a respuestas propias de un encuentro cara a cara con el peligro, incluso en ausencia de una amenaza auténtica. El miedo derivativo adquiere así una capacidad autopropulsora”, apuntó Bauman. 
Las personas que casi nunca salen de noche, por ejemplo, suelen pensar que el mundo exterior es un lugar peligroso que conviene evitar. Y dado que durante la noche los peligros se vuelven más terroríficos, prefieren mantenerse a salvo en sus casas. Así el miedo derivativo crea un círculo vicioso que se autoalimenta. El miedo lleva a esas personas a recluirse, y cuanto más se recluyan y protejan, más aterrador les resultará el mundo.
Si perdimos a alguien querido, el miedo residual nos llevará a asumir comportamientos sobreprotectores con las personas que aún tenemos a nuestro alrededor. Si perdimos un trabajo, el miedo derivativo nos hará estar tensos en el empleo actual por miedo a equivocarnos y que nos vuelvan a echar. Si sufrimos un ataque de pánico, adoptaremos una actitud híper vigilante en la cual cualquier cambio disparará de nuevo la ansiedad. Así el miedo derivativo autogenera las situaciones que más tememos.
Quienes padecen un miedo derivativo han perdido la autoconfianza. No confían en su fuerza y recursos para afrontar las amenazas, han desarrollado una suerte de indefensión aprendida. El problema es que vivir imaginando peligros y amenazas por doquier no es vivir. 
Ese estado de alerta constante termina pasándonos una elevada factura, tanto a nivel psicológico como físico. Cuando la amígdala detecta una situación de peligro, real o imaginaria, activa el hipotálamo y la glándula pituitaria, que segrega la hormona adrenocorticotropa. Casi al mismo tiempo se activa la glándula adrenal, que libera epinefrina. Ambas sustancias generan cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. Con ese subidón tenemos más energía para reaccionar, pero si nos mantenemos en ese estado durante mucho tiempo nuestra salud acabará resintiéndose y estaremos continuamente al borde de un ataque de nervios. 
Vivimos en una sociedad que alimenta los miedos derivativos 
Bauman sugiere que vivimos en una sociedad que alimenta desmesuradamente los miedos derivativos. “Más temible resulta la omnipresencia de los miedos: pueden filtrarse por cualquier recoveco o rendija de nuestros hogares y nuestro planeta. Pueden manar de la oscuridad de las calles o de los destellos de las pantallas de televisión, de nuestros dormitorios y de nuestras cocinas, de nuestros lugares de trabajo y del vagón de metro en el que nos desplazamos hasta ellos o en el que regresamos a nuestros hogares desde ellos, de las personas con las que nos encontramos y de aquellas que nos pasan inadvertidas, de algo que hemos ingerido y de algo con lo que nuestros cuerpos hayan tenido contacto, de lo que llamamos naturaleza o de otras personas […] 

“Día tras día nos damos cuenta de que el inventario de peligros del que disponemos dista mucho de ser completo: nuevos peligros se descubren y anuncian casi a diario y no se sabe cuánto más y de qué clase habrán logrado eludir nuestra atención y se preparan ahora para golpearnos sin avisar”. 

El miedo líquido, como también lo denominó, se escurre por doquier y se alimenta a través de diferentes canales porque “la economía de consumo depende de la producción de consumidores y los consumidores que hay que producir para el consumo de ‘productos contra el miedo’ tienen que estar atemorizados y asustados, al tiempo que esperanzados de que los peligros que tanto temen puedan ser forzados a retirarse, con ayuda pagada de su bolsillo, claro está”. 

No podemos olvidar que el miedo es una herramienta útil, no solo para las multinacionales que venden sus productos sino también para los políticos que nos piden nuestro voto e incluso para el Estado que se presenta como nuestro “protector y salvaguarda”. El miedo se capitaliza muy bien porque apaga nuestra mente racional, desencadena un secuestro emocional en toda regla que nos impide pensar en otra cosa que no sea ponernos a salvo. A través de este mecanismo malsano, quien desata el miedo también nos ofrece una “solución paliativa”. 
Así “la lucha contra los temores ha acabado convirtiéndose en una tarea para toda la vida, mientras que los peligros desencadenantes de esos miedos han pasado a considerarse compañeros permanentes e inseparables de la vida humana”. 

¿Qué hacer? ¿Cómo escapar de ese mecanismo? 

Derribar los miedos derivativos para vivir de manera más plena
1. Pon los miedos en contexto. Ante todo, debemos ser conscientes de que “son muchos más los golpes que siguen anunciándose como inminentes que los que llegan finalmente a golpear”, según Bauman. Eso significa que la sociedad o nuestra imaginación producen más situaciones atemorizantes que aquellas que realmente llegan a ocurrir. Adoptar esta perspectiva nos permite asumir una distancia psicológicade aquello que nos atemoriza para darnos cuenta de que las probabilidades de que ocurra realmente son más pequeñas de lo que pensamos. 

2. Lo que pasó, no tiene por qué volver a pasar. Hay experiencias de vida duras que son difíciles de superar. No cabe dudas. Sin embargo, aunque el miedo derivativo que generan es comprensible, no es sostenible. Eso significa que el pasado debe ser una fuente de sabiduría, resiliencia y fuerza para afrontar el futuro, no una excusa paralizante que limite nuestras potencialidades. 

3. La vida es una aventura atrevida, o no es nada. Huir del miedo es temer. Nuestra extraordinaria capacidad para proyectarnos al futuro también nos hace temer lo incierto, imaginando monstruos atemorizantes que nos acechan. Es el dilema humano. Para escapar de ello necesitamos hacer nuestro este maravilloso mensaje de Bauman: “saber que este mundo en el que vivimos es temible, no significa que vivamos atemorizados”. Algunos peligros existen, no podemos hacer caso omiso de ellos, pero tampoco podemos dejar que condicionen nuestras decisiones y nos impidan vivir plenamente. Después de todo, "la vida es una aventura atrevida o no es nada", según Hellen Keller.

09 mayo 2019

CÓMO LIBERARTE DE LA CÁRCEL DE TÚ PROPIA VIDA, SEGÚN HENRY DAVID THOREAU


Psicología /desarrollo personal                                                                               
CÓMO LIBERARTE DE LA CÁRCEL DE TÚ PROPIA VIDA, SEGÚN HENRY DAVID THOREAU

Por un aparente destino comúnmente llamado necesidad, las personas se dedican, según cuenta un viejo libro, a acumular tesoros que la polilla y la herrumbre echarán a perder y que los ladrones entrarán a robar. Ésta es la vida de un idiota, como comprenderán los hombres cuando lleguen al final de ella, si no lo hacen antes”, escribió Henry David Thoreau, quien vivió casi como un ermitaño durante dos años para liberarse de la cárcel de su propia vida. 
Hijo de una familia pobre de inmigrantes franceses, sus compañeros de clase se burlaban de él porque no podía comprarse un abrigo decente. Su familia prosperó gracias a que el “hijo prodigio” aplicó al negocio familiar lo que había aprendido en Harvard inventando un lápiz mejor y perfeccionando la máquina para fabricarlos. Sin embargo, había algo extraño en aquel joven que no se contentaba con el destino que le había tocado en suerte y se negaba a plegarse a las encorsetadas normas que dictaba la sociedad de su época. 
En julio de 1845 decidió romper el cordón umbilical. Construyó una cabaña en el lago Walden y vivió allí durante dos años, lejos de todo lo mundano. En su refugio se dedicó a escribir, leer, disfrutar de la naturaleza, y, sobre todo, a reflexionar mucho. Reflexionó sobre un mundo en el que temía que pensar estuviera fuera de lugar. 
Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido”, fueron sus palabras. 
Sus preocupaciones y reflexiones fueron tan incisivas y actuales a mediados del siglo XIX como lo son hoy. Sus palabras son un aldabonazo para todas aquellas personas que se han acostumbrado a una vida asfixiante repleta de preocupaciones innecesarias, una “vida de silenciosa desesperación”, como la describió él mismo. 
Busca incansablemente tu verdad, no te contentes con la verdad de los demás 
Thoreau sostiene que nos convertimos en esclavos porque no somos capaces de tomar las riendas de nuestra vida. Podemos sentirnos frustrados y atrapados, pero, en vez de buscar la salida, nos limitamos a contentarnos con esa ilusión terrible que se llama resignación. Miramos a nuestro alrededor y, aunque muchas cosas no nos gusten, nos consolamos pensando que a todos les pasa igual. No comprendemos que «mal de muchos, consuelo de tontos».
Estamos convencidos de que las maneras de pensar, sentir o actuar que nos ha enseñado la sociedad son las únicas posibles. Y esa certeza es lo que nos mantiene atados a una situación que no nos agrada o que incluso nos produce un franco malestar o nos daña. En vez de vivir, nos limitamos a sobrevivir en la estrecha zona de confort que hemos construido.
Para salir de ese círculo vicioso, el primer paso es cuestionarlo todo, no dar nada por sentado, ni siquiera lo que nos han enseñado de niños o las reglas, creencias e ideas con las que todos a nuestro alrededor están de acuerdo. 
Thoreau decía: “no se puede confiar en ninguna forma de hacer o pensar, por muy antigua que sea, sin pruebas. Aquello que todo el mundo corea o que se acepta en silencio como verdad indiscutible, mañana puede convertirse en una falsedad”. Solo cuando comenzamos a cuestionarnos las cosas, en vez de resignarnos a ellas, podemos cambiar de verdad. Un cambio que nos conduce a la autoliberación. 
El camino a la libertad personal empieza con la simplicidad 
El paraíso se encuentra tanto debajo de nuestros pies como encima de nuestras cabezas”, decía Thoreau y en esas líneas se entrevé que a pesar de su desilusión con la sociedad, también estaba firmemente convencidos de que podemos ser felices aquí y ahora. 
El camino que propone es una vida significativa marcada por la simplicidad: “Sea cual sea el significado de tu vida, encuéntralo y vívelo: no lo rechaces […] Cultiva la pobreza como una hierba de jardín. No te preocupes mucho por conseguir cosas nuevas, ya sea ropa o amigos. Las cosas no cambian, somos nosotros quienes cambiamos. Vende tu ropa y atesora tus pensamientos”. 
Cuando Thoreau decía que acumular bienes es insensato, se refería a que el coste psicológico que pagamos por esos objetos es demasiado alto y a menudo ni siquiera somos conscientes de ello. “El costo de una cosa es la cantidad de vida necesaria para adquirirla”. ¿Cuántas horas de nuestra vida estamos dispuestos a malgastar para adquirir productos más tecnológicos, más grandes o simplemente más bonitos? 
Su idea de que “los hombres se han convertido en herramientas de sus herramientas”, esclavos de la sociedad de consumo que no se dan cuenta de cómo las cosas que han creado han terminado dominándoles porque dictan en qué emplearán su tiempo, es más actual que nunca. Fabricamos con obsolescencia programada para obligarnos a reponer las cosas que se rompen y nos adaptamos gustosos a los cambios en los paradigmas de lo que se considera bello para seguir corriendo detrás de la moda.
Así, para seguir el ritmo a la sociedad de consumo, tenemos que mantenernos ocupados generando la riqueza que después despilfarramos en cosas que no necesitamos. El problema es que esa hiperactividad en realidad nos impide pensar qué estamos haciendo con nuestra vida.
De hecho, Thoreau nos alerta de que “no basta con estar ocupados, las hormigas también lo están. La pregunta es: ¿en qué estamos tan ocupados?”. Este filósofo quería que le encontráramos un sentido a todo aquello que hacemos, un sentido personal. Y para indagar en lo que queremos de verdad, necesitamos deshacernos de todo lo que no queremos. Entonces la vida adquiere otra perspectiva. 
Cuando simplificas tu vida, las leyes del universo se simplifican; la soledad deja de ser soledad, la pobreza ya no es pobreza y la debilidad no es debilidad”. 
Abrazar la simplicidad, ser conscientes de todo lo intrascendente y prescindible, es extremadamente liberador porque nos permite abandonar el rol de esclavos y adentrarnos en la sociedad como personas libres que llevan las riendas de su vida y deciden realmente qué es lo que quieren y qué no. Y ese, es un gran cambio que no todos tienen el coraje de llevar a la práctica. 

08 mayo 2019

“PENSAR ES DIFÍCIL, ES POR ESO POR LO QUE HAY GENTE PREFIERE JUZGAR”

Psicología /desarrollo personal
PENSAR ES DIFÍCIL, ES POR ESO POR LO QUE HAY GENTE PREFIERE JUZGAR”,
Pensar es difícil, es por eso por lo que hay gente prefiere juzgar”, escribió Carl Gustav Jung. En la época de la opinión, donde todo es juzgado y criticado, a menudo sin una base sólida, sin un análisis previo y sin un conocimiento profundo de la situación, las palabras de Jung adquieren mayor protagonismo volviéndose casi proféticas. 
Juzgar nos empobrece 
Identificar el acto de pensar con el acto de juzgar puede llevarnos a vivir en un mundo distópico más propio de los escenarios imaginados por George Orwell que de la realidad. Cuando los juicios suplantan el pensamiento, cualquier indicio se convierte en prueba, la interpretación subjetiva se transforma en explicación objetiva y la mera conjetura adquiere categoría de evidencia. 
A medida que nos alejamos de la realidad y nos adentramos en la subjetividad, corremos el riesgo de confundir nuestras opiniones con los hechos, convirtiéndonos en jueces incontestables – y bastante parciales – de los demás. Esa actitud empobrece lo que juzgamos y nos empobrece como personas. 
Cuando estamos demasiado centrados en nosotros mismos, cuando no logramos calmar el ego sino que adquiere proporciones desmesuradas, o simplemente tenemos demasiada prisa como para detenernos a pensar, preferimos juzgar. Añadimos etiquetas duales para catalogar las cosas, los acontecimientos y las personas en un espectro limitado de “bueno” o “malo” tomando como vara de medir nuestros deseos y expectativas. 
Actuar como jueces no solo nos aleja de la realidad, sino que nos impide conocerla – y disfrutarla – en su riqueza y complejidad, convirtiéndonos además en personas antipáticas – y poco empáticas. Cada vez que juzgamos algo, lo simplificamos a su mínima expresión y cerramos una puerta al conocimiento. Nos convertimos en meros animalis iudicantis
Pensar es un acto enriquecedor 
En la sociedad líquida en la que vivimos, es mucho más fácil juzgar, criticar rápidamente, y pasar al próximo juicio. Lo que no resuena con nuestro sistema de creencias lo juzgamos como inservible o estúpido y pasamos a lo siguiente. En la era de la gratificación instantánea, pensar demanda un esfuerzo que muchos no están dispuestos a – o no quieren – asumir. 
El problema radica en que los juicios son asignaciones interpretativas que damos a los sucesos, cosas o personas. Cada juicio es una etiqueta que usamos para atribuir un valor – profundamente sesgado – ya que se trata de un acto subjetivo basado en nuestros prejuicios, creencias y paradigmas. Juzgamos en base a nuestras experiencias personales, lo cual significa que muchas críticas son un acto más emocional que racional, la expresión de un deseo o una desilusión. 
Pensar, al contrario, demanda reflexión y análisis. Más una dosis de empatía con lo pensado. Es necesario separar la emocionalidad de los hechos, arrojar luz sobre la subjetividad adoptando una imprescindible distancia psicológica
Para Platón, el hombre sabio es aquel capaz de observar tanto el fenómeno como su esencia. Una persona sabia es aquella que no solo analiza lo contingente a las circunstancias, que suele ser mutable, sino que es capaz de rasgar el velo de la superficialidad para llegar a lo más universal y esencial. 
Por eso, el acto de pensar tiene un enorme potencial enriquecedor. A través del pensamiento intentamos llegar a la esencia de los fenómenos y las cosas. Vamos más allá de lo percibido, sobrepasamos esa primera impresión para bucear en las causas, efectos y relaciones más profundas. Ello demanda una ardua actividad intelectual a través de la cual crecemos como personas y ampliamos nuestra visión del mundo. 
Pensar implica detenerse. Hacer silencio. Prestar atención. Controlar el impulso de juzgar de manera precipitada. Sopesar posibilidades. Profundizar en las cosas, con racionalidad y desde la empatía.
El secreto radica en “ser curiosos, no críticos”, como dijo Walt Whitman.