15 julio 2019

7 DÍAS TIENE LA SEMANA “ALGÚN DÍA” NO ES NINGUNO DE ELLOS


psicología / Desarrollo Personal                                                                             
7 DÍAS TIENE LA SEMANA “ALGÚN DÍA” NO ES NINGUNO  DE ELLOS
Si sueles posponer las cosas diciendo “algún día lo haré”, debes saber que “algún día” no es uno de los 7 días de la semana. La costumbre de posponer ad infinitum– o hasta que no te quede más remedio que afrontar la situación – no es una buena idea y terminará pasándote factura porque los problemas que no se resuelven suelen seguir creciendo en esa zona donde los relegamos.
El peso de los problemas irresueltos
A menudo nos agobia más el recordatorio de las tareas pendientes, que afrontarlas. Postergar las tareas y las decisiones no harán que su peso desaparezca de nuestra mente, al contrario, se convertirán en una carga adicional. Cada vez que aplazamos algo, nuestra mente subconsciente marca un post-it, una advertencia que se mantiene activa como un foco rojo.
Si asumimos el hábito de postergar todo aquello que no queremos afrontar, nuestra mente terminará repleta de post-it mentales. Esos recordatorios constantes se transforman en fuente de tensión, mal humor y confusión mental. Como resultado, al peso del problema que hemos postergado, se le suma el peso del recordatorio constante, más la incertidumbre por no saber cómo terminará todo.
Cuando tenemos muchos post-it mentales corremos el riesgo de sufrir un bloqueo mental. La perspectiva de todos los problemas y asuntos que debemos resolver simplemente nos resulta abrumadora. Y nuestro equilibrio mental cae bajo su peso. En muchos casos, ese desgaste se traduce en síntomas psicofísicos, desde un dolor de cabeza emocional recurrente hasta el agotamiento constante o problemas dermatológicos.
Si procrastinar es tan malo, ¿por qué lo hacemos?
Biopsicólogos de la Ruhr-Universität Bochum tienen la respuesta. Examinaron el cerebro de 264 personas para comprender por qué algunos tienen la tendencia a postergar las tareas en vez de abordarlas directamente. Descubrieron que las personas con un control de acción deficiente tenían una amígdala más grande. Además, la conexión funcional entre la amígdala y la llamada corteza cingulada anterior dorsal era más débil. ¿Qué significa esto?
La amígdala es una especie de epicentro emocional que activa la respuesta de lucha o huida. Cuando nos enfrentamos a una situación, sea cual sea, la amígdala trae a colación experiencias similares del pasado para determinar si ese estímulo es peligroso o no. También nos advierte sobre las posibles consecuencias emocionales negativas de nuestras acciones. En otras palabras, decide en cuestión de segundos si esa situación es peligrosa y, por ende, algo que debemos evitar.
La amígdala también elige entre una serie de opciones de comportamiento, priorizando algunas e inhibiendo otras. Eso significa que las personas con una amígdala más grande han aprendido de sus errores pasados y evalúan sus acciones futuras y las consecuencias de manera más meticulosa. Sin embargo, lo que podría parecer positivo, tiene un lado negativo.
La corteza cingulada anterior dorsal usa la información que le proporciona la amígala para elegir las acciones que debemos poner en práctica. Si la interacción entre la amígdala y la corteza cingulada anterior dorsal es más débil, la amígdala realizará su trabajo de análisis emocional pero no podemos ejecutar con éxito las correspondientes acciones. De hecho, los investigadores constataron que las personas con una amígdala más grande se sienten más ansiosas por las consecuencias negativas de una acción, por lo que suelen dudar y postergan las cosas.
No estamos “condenados” a procrastinar
Esa conexión “defectuosa” entre la amígdala y la corteza cingulada anterior dorsal se ha ido formando a lo largo de los años, es el resultado de comportamientos del pasado en los cuales decidimos que era mejor aplazar el problema.
La buena noticia es que podemos corregirlo porque nuestro cerebro tiene una gran neuroplasticidad, lo cual significa que podemos cambiar las conexiones funcionales. Neurocientíficos de la Universidad de Pittsburg, por ejemplo, mostraron que bastan 8 semanas de meditación mindfulness para reducir el volumen de la amígdala, de manera que esta sea menos reactiva y deje de considerarlo todo como una amenaza, a la vez que aumenta el volumen de la corteza prefrontal, que es aquella que nos ayuda a tomar decisiones racionales, mejorando la conexión entre ambas.
Por tanto, la próxima vez que te plantees dejar esa tarea para “algún día”, intenta descubrir por qué la postergas y plantéate un plan de acción para afrontarla.

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