01 diciembre 2019

MECANISMOS DE DEFENSA DEL «YO» QUE USAS SIN SABERLO

psicología/desarrollo personal                                                                                  
MECANISMOS DE DEFENSA DEL «YO» QUE USAS SIN SABERLO
Los mecanismos de defensa forman parte de nuestra vida cotidiana, aunque no nos percatemos de su existencia. De hecho, no constituyen una estrategia racional para abordar los problemas y conflictos, sino que son más bien una especie de “carta bajo la manga” que juega nuestro inconsciente para ponernos a salvo de un supuesto peligro. En algunas ocasiones pueden ser providenciales, pero en otras pueden impedirnos crecer y nos conducen a comportamientos desadaptativos que son la base para la posterior aparición de trastornos psicológicos.
¿Qué son los mecanismos de defensa?
Freud fue quien usó por primera vez el término mecanismos de defensa, en 1894, refiriéndose a los mismos como “formaciones defensivas para hacerle frente a ideas y afectos que nos resultan dolorosos e insoportables”. En práctica, los concibió como una estrategia del ego para protegerse a sí mismo de los peligros que vislumbraba.
Más tarde, en 1936, Ana Freud perfiló con mayor precisión estos mecanismos y describió en detalle su funcionamiento. Su definición de los mecanismos de defensa indica que se trata de estrategias psicológicas que se usan inconscientemente para protegernos de la ansiedad que surge de pensamientos o sentimientos que nos resultan inaceptables.
De forma resumida, los mecanismos de defensa:
  • Son inconscientes e involuntarios, operando por debajo del radar de nuestra conciencia.
  •  Mitigan la angustia y ansiedad que puede generar la disonancia cognitiva.
  • Pueden llegar a ser adaptativos e incluso creativos, pero también podrían ser patológicos.
¿Cómo funcionan los mecanismos de defensa del “yo”?
Los mecanismos de defensa se activan para protegernos de los sentimientos de ansiedad o culpa que surgen cuando nos sentimos amenazados psicológicamente. Operan a un nivel inconsciente para evitar esos sentimientos desagradables, evitar la disonancia cognitiva y, en sentido general, evitar los conflictos interiores.
El funcionamiento de los mecanismos de defensa se basa en la disociación o divalencia, para establecer una distancia de seguridad entre lo que consideramos bueno y malo para nosotros. Así “eliminan” la fuente de tensión, inseguridad o ansiedad.
Esta estrategia nos permite ajustarnos a determinadas demandas, pero que en realidad no resuelven el problema de base sino que mantienen el conflicto latente. De hecho, aunque los recuerdos o problemas estén desterrados de nuestra memoria consciente, continúan influyendo y ejerciendo presión en nuestro comportamiento desde el inconsciente. 
Cuando ponemos en marcha un mecanismo de defensa es como si estuviésemos trabajando a media capacidad ya que la capacidad de acción de nuestro “yo” se ve restringida, al no poder lidiar con la situación perturbadora.
Obviamente, cuando el mecanismo de defensa desaparece, regresa la ansiedad y esta puede ser tan intensa que incluso puede generar estados psicóticos, aunque por suerte, en la vida cotidiana estos casos son poco usuales ya que lo normal es que el mecanismo de defensa desaparezca cuando nuestro “yo” esté preparado para hacerle frente al conflicto.
Por tanto, los mecanismos de defensa son una especie de protección natural contra aquellas situaciones que no estamos preparados psicológicamente para gestionar. No obstante, si recurrimos a ellos con frecuencia, podemos terminar sufriendo diferentes trastornos psicológicos ya que no representan una estrategia adaptativa para lidiar con la realidad. La proyección puede dar paso a la proyección delirante, la negación a una negación psicótica y la distorsión de la realidad a una distorsión psicótica.
7 mecanismos de defensa primitivos
Los mecanismos de defensa pueden tener un carácter primitivo o, al contrario, ser muy elaborados. Mientras más primitivo sea el mecanismo, más eficaz será a corto plazo para lidiar con la situación ya que normalmente la esconde por completo. Sin embargo, también es muy ineficaz a largo plazo ya que no nos permite ir elaborando los recursos que necesitamos para hacerle frente a la situación.
De hecho, los mecanismos de defensa primitivos son más propios de los niños o de las personas que no tienen suficientes recursos psicológicos para lidiar con los problemas. Cuando los adultos no conocen técnicas para sobrellevar el estrés o los eventos traumáticos en sus vidas, a menudo recurren a mecanismos de defensa primitivos.
1.      Negación. Consiste en refutar la realidad o determinado hecho porque este es demasiado doloroso, de manera que la persona actúa como si no hubiese ocurrido o no existiese. Se considera uno de los mecanismos de defensa más primitivos ya que es característico de la infancia. Sin embargo, también es uno de los más comunes y lo usamos bastante en la vida cotidiana, por ejemplo, cuando no queremos aceptar una adicción, la pérdida de una persona querida o determinado trauma y actuamos como si el problema no existiese.
2.      Regresión. Es cuando reactivamos conductas de etapas anteriores de la vida. Se produce cuando un problema nos desborda y nos vemos obligados a mirar atrás en la búsqueda de soluciones que en el pasado fueron útiles pero que en la etapa actual de nuestro desarrollo no son congruentes. El problema radica en que al mirar atrás también se activan todos nuestros miedos y angustias por lo que a menudo este mecanismo de defensa se manifiesta de manera destructiva. Un ejemplo es el del adulto que ante un problema en el trabajo, se niega a acudir al mismo y se encierra en su habitación (una conducta típicamente adolescente).
3.      Paso al acto. Es un comportamiento extremo que nos permite expresar pensamientos o sentimientos que de otra manera seríamos incapaces de expresar. Por ejemplo, en vez de decir: “Estoy enojado contigo”, la persona que active este mecanismo de defensa puede dar un puñetazo en la mesa o dar un portazo. Ese comportamiento le ayuda a liberar la tensión, sin dirigirla hacia la verdadera causa de la misma. Su acto expresa el deseo de forma simbólica y distorsionada. El problema es que en muchos casos, esta forma de lidiar con la realidad conduce a autolesiones, ya que la persona vuelca sobre sí misma esos pensamientos o sentimientos negativos.
4.      Disociación. Este mecanismo de defensa primitivo hace que la persona pueda perder la noción del tiempo o incluso de su propio “yo”, lo cual suele conducir a la pérdida de los recuerdos y los patrones de pensamiento habituales. Cuando este mecanismo se activa, la persona asume una distancia psicológica de lo que está ocurriendo, como si no le estuviera pasando a ella, de esta manera se protege. Se trata de un mecanismo habitual en las personas que han sufrido abusos infantiles o en aquellas que no han podido defenderse ante las agresiones. El problema es que estas personas recurren tanto a la disociación que suelen desarrollar una imagen desconectada de sí mismos y del mundo, la cual no fluye de manera continua, como para el resto de las personas.
5.      Compartimentación. Este mecanismo de defensa es una expresión menos intensa de la disociación, en la que partes de la persona se separan de la conciencia, de manera que esta termina comportándose como si tuviera conjuntos de valores separados. En práctica, creamos compartimentos separados para sistemas de valores y creencias distintos y contrapuestos entre sí, de manera que no generan una disonancia cognitiva ni ponen en crisis nuestra identidad. Un ejemplo puede ser una persona que en ocasiones se comporta de manera honesta, pero en otras circunstancias no presenta reparos para hacer trampas o mentir. Al compartimentar ambos comportamientos, permanece ajeno a la disonancia cognitiva.
6.      Proyección. Le atribuimos a otra persona sentimientos, deseos o motivos que son nuestros, pero no reconocemos como propios ya que no queremos aceptarlos pues desequilibrarían la imagen que tenemos de nosotros mismos. Al proyectarlos sobre otra persona, nos sentimos aliviados y podemos mantener una relación sin tensiones con nuestro “yo”. Por ejemplo, una persona puede enojarse con su pareja y reprocharle que no le escucha cuando, en realidad, es él/ella quien no escucha, pero no quiere aceptarlo.
7.      Formación reactiva. En este caso la persona se suele comportar de manera diferente a como piensa y siente en determinadas circunstancias. Lo que hace es exacerbar los aspectos positivos vinculados a la situación de manera que estos escondan los negativos (que son los que generan ansiedad y angustia). Por ejemplo, una persona que está molesta con su jefe actúa de manera excesivamente amistosa con él. Lo que sucede realmente es que la persona no se siente capaz de expresar su insatisfacción e intenta ocultarlo (incluso a sí misma), actuando como si en realidad se sintiese muy satisfecha.
¿Cuáles son los mecanismos de defensa elaborados?
Además de los mecanismos de defensa primitivos, existen otros mecanismos más elaborados y maduros que suelen ser mucho más eficaces a largo plazo, aunque ello no significa que sean una alternativa para lidiar con los problemas y conflictos ya que, en el fondo, tampoco los resuelven, sino que tan solo los aplazan.
1.      Represión. En este caso, nuestra mente simplemente elimina de la conciencia aquellos pensamientos, impulsos y sentimientos que le resultan perturbadores, que generan sentimiento de culpa o deseos que no se corresponden con nuestro sistema de valores. Al negar su existencia, logramos mantener un equilibrio emocional y nuestro «yo» no se ve obligado a luchar contra ideas o emociones que, en teoría, no deberían existir porque contradicen su forma de ser. El ejemplo clásico es la represión de determinados impulsos sexuales porque no calzan con los valores que supuestamente profesamos.
2.      Desplazamiento. Se produce una redirección de una emoción o sentimiento (normalmente la ira) sobre una persona u objeto que no puede responder. Este mecanismo de defensa es bastante peculiar ya que se activa cuando no podemos expresar lo que sentimos y nos permite relacionarnos con esa persona sorteando las características negativas que nos molestan. Un ejemplo es cuando nos enfadamos con nuestro jefe pero como no podemos descargar la ira sobre él, terminamos peleando con nuestra pareja o tomándola con una mascota.
3.      Racionalización. La persona intenta recurrir a argumentos lógicos para explicar determinados comportamientos, deseos o necesidades. Se trata de una especia de negación ya que en realidad estas razones no son válidas y con ellas la persona solo intenta no tener que enfrentar el conflicto. Un ejemplo es cuando a alguien le diagnostican una enfermedad degenerativa o grave y, en vez de expresar su dolor, rabia y tristeza, se centra en los detalles técnicos de un tratamiento que en realidad no es una cura. A través de las explicaciones lógicas, huye de los sentimientos y evita afrontar la situación.
4.      Introyección. Es la asimilación de características de una persona, objeto o animal a nuestro “yo”. Podemos asimilar solo determinadas características o el objeto en su totalidad, en cuyo caso nuestro “yo” podría correr peligro pues sus verdaderas características se verían invadidas por formas de hacer y comportarse ajenas. Este mecanismo de defensa es muy común en los niños, cuando pierden a una persona querida o a su mascota y asumen algunos de sus hábitos o formas de comportarse. De esta manera, mantienen vivo el recuerdo y niegan lo ocurrido. También puede ocurrir en las personas que se sienten débiles e indefensas y asumen actitudes y formas de comportarse de aquellos que consideran fuertes porque se identifican con ellos.
5.      Deshacer lo hecho. En determinados momentos, perdemos el control y hacemos cosas de las cuales nos arrepentimos, cuando no logramos aceptar que nos hemos comportado de determinada manera, ponemos en práctica este mecanismo de defensa. Básicamente, intentamos volver atrás para deshacer un comportamiento o pensamiento que consideramos inaceptable o dañino. Por ejemplo, después de darnos cuenta de que hemos insultado a nuestra pareja, pasamos la hora siguiente exaltando sus virtudes en vez de, simplemente, pedir disculpas. Al hacer esto creemos que desharemos la acción anterior y que la persona no tendrá en cuenta los comentarios que hemos hecho.
6.      Compensación. Se trata de un mecanismo en el cual intentamos compensar las debilidades percibidas enfatizando las fortalezas que tenemos en otras áreas de nuestra actuación. Al centrarse en una fortaleza, la persona reconoce que no puede ser «buena» en todas las áreas de su vida y logra aceptar esa debilidad que antes le resultaba vergonzosa. Por ejemplo, una ama de casa puede compensar el hecho de que sea una mala cocinera enfatizando su habilidad para limpiar muy bien. Vale aclarar que siempre y cuando no exageremos nuestras fortalezas y habilidades, este mecanismo de defensa es positivo porque nos puede ayudar a tener una mejor autoestima y a mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos pero debemos estar atentos a no exagerar.
7.      Sublimación. Este mecanismo de defensa elaborado consiste en la canalización de impulsos, pensamientos y emociones inaceptables hacia aquellos que consideramos más aceptables. El sentido del humor, por ejemplo, puede ser un mecanismo de sublimación. Si lo que tenemos que decir es muy fuerte o inaceptable, podemos recurrir al humor para expresarlo ya que así se reduce la intensidad afectiva del mensaje. La fantasía es otra vía a través de la cual trabaja la sublimación. Por ejemplo, en vez de responder al ataque de una persona defendiéndonos, podemos volver la espalda, pero seguir esa “batalla” en nuestra mente. Así, en la imaginación, satisfacemos nuestros impulsos o deseo de venganza.
8.      Rendición altruista. El altruismo es la preocupación individual por el bienestar de los demás, algo que siempre se ha considerado positivo pero que si se distorsiona, puede convertirse en un mecanismo de defensa, como estudió Anna Freud, perjudicando tanto a la persona como a quien desea ayudar. El altruismo defensivo se refiere a un acto altruista en el que hay una motivación inconsciente de egoísmo debajo de la intención altruista consciente. Por eso, se considera un mecanismo de defensa elaborado, el punto culminante de la defensa del ego. La clave del altruismo defensivo consiste en pensar que estamos siendo sumamente bondadosos y altruistas cuando en realidad estamos obrando por motivos meramente egoístas.
¿Es recomendable desactivar los mecanismos de defensa?
Es importante tener en cuenta que no siempre es necesario desactivar los mecanismos de defensa. Siempre que no se conviertan en la principal estrategia para lidiar con la realidad, pueden tener una función protectora en nuestro equilibrio mental. De hecho, la estrategia de confrontación para desactivar los mecanismos de defensa incluso podría llegar a ser peligrosa si la persona no cuenta con los recursos psicológicos que le permitan lidiar adecuadamente con la realidad.
Por eso, la mejor manera para desactivar los mecanismos de defensa consiste en mejorar nuestras competencias psicológicas. Si desarrollamos una actitud resiliente, aprendemos técnicas para gestionar el estrés, practicamos la aceptación radical y nos aseguramos de construir un «yo» fuerte, no necesitaremos poner en marcha estos mecanismos porque no nos sentiremos continuamente amenazados y seremos capaces de lidiar con la angustia o la ansiedad que pueden generar los problemas y conflictos de la vida.

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